Call sólo quería regresar al Magisterium.
Meses antes, ni siquiera habría imaginado que podría llegar a tolerar aquellas cuevas. Ahora, hasta los peces ciegos eran preferibles a la helada mirada que le estaba dirigiendo su padre. Se frotó la rodilla.
-Me has mentido.
Call podía saborear la amarga verdad, como si le hubiera salido de la boca. Sabía como si hubiera lamido su brazalete de cobre, y le hubiera dejado un regusto agrio.
-Todavía no has visto la verdad. Ellos te han mentido. Te han dicho que no entrenarte te podría poner en peligro. ¡No voy a dejar que mi hijo vaya a un sitio donde lo único que hacen es decir mentiras! ¡Te están lavando el cerebro como a un Caotizado!
La furia parecía arremolinarse en los ojos de Alastair, mucho menos amistosos que los de Estrago.
Estrago. Otra cosa que Call añoraba del Magisterium. Sabía que a su padre le haría menos gracia aún tenerlo por allí, los padres de Tamara lo matarían nada más verlo y Aaron vivía en un orfanato. Call no podía evitar preocuparse por su lobo. Era difícil verlo como una mascota, pero tenerlo suelto en el bosque hasta que Call volviera seguía sonando fatal.
Y también estaba preocupado por Aaron. Su contrapeso tenía muchísimo estrés sobre sus hombros, y ni siquiera sabía que Call era su enemigo potencial. Irónico.
-Tengo que ir. ¡Estoy harto de que estés intentando protegerme cuando ni siquiera eres capaz de curarme la pierna! Si no te diera tanto miedo la magia, podrías haberla usado para sanarme. ¿Se te había ocurrido siquiera que me podrías haber protegido en ese momento? Pero no, tu manera de protegerme ha sido soltarme una mentira detrás de otra. ¡Me dijiste que nací en un hospital! ¡Nunca me dijiste que mamá murió en combate! ¡Ni que yo estaba allí! ¡Ni siquiera me dijiste que yo no soy yo!
Call estaba muy confuso. Toda su furia reprimida acababa de estallar. Estaba temblando, igual que el suelo a sus pies. Su padre lo miraba con miedo, rogándole que parara. La magia estaba prohibida en aquella casa.
El Caos quiere devorar. Call había estado tratando de convencerse de que era él mismo, que era Callum Hunt, que había cumplido trece años el mes pasado y que le gustaba patinar, comer helados y los topos. Su manera de protegerse a sí mismo mediante el sarcasmo le había funcionado muy bien hasta aquel momento.
-No te he curado -dijo el padre de Call-, pero tampoco te he matado. No te he atado la magia cuando debería haberlo hecho. Tenía la esperanza de que Constantine Madden no hubiera tomado la forma de mi propio hijo. Todo lo que he hecho es porque te quiero.
-¿Me tiraste ese cuchillo para que yo lo cogiera o para matarme? ¿Te importaba más matar a Constantine que el amor que sientes hacia tu hijo?
A Call le aterrorizaba la respuesta. Él amaba a su padre, y estaba seguro de que Constantine Madden no era capaz de algo así. Incluso si no fuese malvado ¿mataría su padre a su único hijo sólo por si acaso?
-Yo no… -Alastair se detuvo-. Vale. Vete. Quizá puedas salvar el mundo. Quizá puedas ser mejor de lo que yo lo he sido. Quizá logres salvar a la gente como yo no pude.
Call estaba demasiado aturdido como para alegrarse de su victoria. ¿Cómo podía llamarlo "victoria" cuando alguien le miraba de esa manera? Una mezcla de furia, miedo, y amor esperanzado. El tipo de mirada que te suplicaba por cambiar de idea..
Pero Callum no pensó en arrepentirse. Aunque hubiera querido, dudaba de si lo habría podido hacer. Call no podía simplemente llamar al maestro Rufus con su tornado portátil y decir: Lo siento mucho, tengo un asunto familiar que me va a llevar toda la vida. Gracias por enseñarme y por este brazalete tan chulo. ¡Adiós!
Call también quería volver a ver a sus amigos. Aaron necesitaba a su contrapeso, y Tamara necesitaba su amigo-saco de boxeo. Call tuvo que morderse el labio para evitar sonreír. Miró a su padre y asintió, murmurando un "gracias", y caminando lentamente hacia su habitación para hacer el equipaje. Prefería no tener que llevar el mismo uniforme durante todo el año. Tamara se desmayaría.
