Porque estoy loca, na'más por eso XD
Descargo de responsabilidad: Akagami no Shirayukihime y Skip Beat les pertenecen a sus respectivas propietarias, pero la historia que vas a leer es mía.
EL TENIENTE Y LA HERBORISTA
En la Puerta de los Poetas, Kyoko siente los nervios revoloteándole en la boca del estómago… Las capas blancas de la guardia, ondeando al viento, el azul y el dorado de los estandartes de los Wistalia, el tintineo de los arreos de las monturas y el impaciente piafar de las nobles bestias, ansiosas de ponerse en marcha… Sí, ella también está ansiosa por emprender el viaje.
—¿Me buscabas? —dijo una voz, su voz, demasiado cerca. Ella no pudo evitar dar un saltito de sorpresa, aunque trató de disimular el acelerado latir de su corazón.
—¿En serio? —preguntó ella, frunciendo el ceño y con el tono más hostil que pudo reunir—. ¿Buscarte a ti?
Pero el sonrojo era un vil traidor…
Kyoko no podía creer su mala suerte… Su primera misión en solitario, sin supervisión (nada demasiado complicado, solo negociar nuevos acuerdos con los proveedores de palacio), y ahora resulta que tenía que aguantarlo a él…
A ver, no es que ella no agradeciera la protección del destacamento… A pesar de los esfuerzos de Su Majestad Izana, los caminos pueden ser un tanto inseguros, especialmente para una chica viajando sola (y no es que ella tenga temor alguno, por supuesto). Total, si por esos azares de la vida iban para el mismo destino, no iba a ser ella la tonta que dijera que no. Pero él, precisamente él, ¿tenía que estar allí? Kyoko exhaló un suspiro, rogando para que los dioses le concedieran fortaleza y paciencia, porque no tenía ni la más remota idea de cómo iba a sobrevivir a un viaje entero (con todas esas horas, minutos y segundos) bajo los efectos de la sonrisa del teniente Hizuri.
Su vida había sido bastante tranquila antes de que él reapareciera en su vida. Huérfana desde muy niña, no había hecho más que trabajar y trabajar para ganarse la vida honradamente, hasta el día en que cierta persona (que luego resultó ser la princesa Wistalia) la tomó bajo su tutela. Jamás había sido tan feliz como el día en que aprobó sus exámenes de acceso para la academia de herboristas del Castillo Wistal.
Hasta que Kuon volvió su vida del revés.
Obi no solía vestir las galas de la milicia. Había optado por su vieja ropa de viaje, cómoda y muy práctica, perfecta para ocultar armas arrojadizas, y se había negado en redondo a usar capa y menos aún, a ponerse el quepis en la cabeza. Miró de reojo al joven que cabalgaba a su lado, contemplando su perfil molesto, hasta que no pudo aguantar más y soltó un bufido que el teniente Hizuri reconoció perfectamente como una risa.
—No tiene ninguna gracia… —le reprendió con sequedad.
—Yo creo que sí… —respondió Obi, ignorando su incomodidad. Obi echó una mirada atrás, para nada furtiva ni disimulada, y sus ojos se cruzaron con los de la joven herborista. Le recordaban, y mucho, a los de su señora, llenos de fuego y determinación.
—Parece que quiere hacerte un agujero en la cabeza con la mirada —Kuon hizo una mueca de pesar—. Me pregunto por qué está tan enfadada contigo…
—Yo solo saludé y le sonreí… —respondió él, con cierta tristeza y encogiéndose de hombros.
Sí, sí, su sonrisa era precisamente el problema.
¿Por qué demonios tenía que sonreírle así? ¿Desde cuándo su sonrisa hacía que Kyoko se comportara como una idiota?
¿Por qué tenía que estropearle el único buen recuerdo de su infancia?
Esa sonrisa había corrompido la imagen mental de su Kuon niño. Ya no podía pensar en aquel chiquillo con el que pasó el verano más feliz de su vida, antes de quedarse sola para siempre. Hasta eso le había robado…
Pero la culpa, en el fondo, era solo suya… Sí, suya, por dejar que eso le afectara, por permitir que estos… sentimientos… crecieran hasta convertirla en una idiota que prácticamente babeaba por estar a su lado… Una tonta enamorada, eso es lo que era…
El día que su vida volvió a cambiar, Kyoko apretaba los libros contra el pecho, el paso presuroso y la cabeza llena de nombres de plantas, propiedades, contraindicaciones, formas de administración, posologías, decocciones, recolecciones… Sin darse apenas cuenta, había atajado por el patio de armas para llegar a los invernaderos. Allí, bajo el sol de la tarde, entrenaban espadachines y lanceros. Ella no permitía que nada la distrajese de su objetivo de graduarse con honores y pertenecer al gremio de sanadores de la corte. Así que nunca les prestaba más atención que la que requería la buena educación, puesto que conocía a varios de ellos por haberlos tratado en la enfermería de heridas menores y contusiones varias. No era como esas tontas de las doncellas de palacio, que con cualquier excusa, se acercaban al patio de armas a ponerles ojitos a los soldados y a soltar exclamaciones ininteligibles de admiración. Pero esa tarde, entre los que entrenaban, había uno (que capturó su mirada sin saber por qué) que se movía con la agilidad de un leopardo de las nieves, acechando a su contrincante sin darle oportunidad de tocarlo. Este, con más fuerza bruta que sesera, se lanzó contra él para sacar provecho de su peso, con la intención de embestirlo con la cabeza como un toro. Pero cuando ya casi lo tenía, el leopardo saltó, apoyando las manos sobre la espalda del toro, y retorciéndose en el aire en una pirueta que a Kyoko se le antojó digna de criaturas mágicas, lo dejó atrás, a su espalda, aterrizando sobre sus pies con la elegancia de un gimnasta. El otro, con el impulso que llevaba, acabó derribando a los compañeros que observaban el combate.
—Hizuri-san, eso ha sido magnífico —dijo uno de los que no habían sido arrollados.
Los demás se acercaron a felicitar y cumplimentar al tal Hizuri-san por la técnica empleada, demostrando que la fuerza puede ser contrarrestada con agilidad y eficacia.
Pero Kyoko se había quedado paralizada ante la mención del nombre del leopardo. Miraba sin ver, o quizás sí, al muchacho —no, al hombre— Hizuri. Alto, delgado y atlético y escandalosamente guapo, sí. Pero eran sus ojos verdes los que hicieron que su corazón se pusiera a saltar como loco en el pecho.
Largo rato debió ella estar ahí parada mirándolo, olvidados ya sus deberes en los invernaderos, porque en cierto momento, él se dio cuenta. Frunció el ceño, se deshizo suavemente de sus compañeros de armas, y a paso lento, felino y ligeramente amenazante, se acercó a ella sin apartar la vista de esos ojos dorados clavados en los suyos.
Cuando estuvo frente a ella, su alta figura cerniéndose sobre ella, Kyoko exhaló un suspiro y se llevó la mano al corazón.
—¿Hizuri-san? —preguntó ella con voz vacilante, pero llena de algo parecido a la esperanza—. ¿K-Kuon-san? ¿Corn?
Él entrecerró los ojos y se la quedó mirando, examinando esos ojos dorados que se le hacían tan familiares.
Ella supo el momento exacto en que el verde de sus ojos cambió.
—¿Kyoko-chan?
Y esa fue la primera vez que sufrió los efectos devastadores de su sonrisa.
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NOTA: Tres capítulos como máximo. ¡Lo juro!
