EL MAR Y LA PROMESA

Ichigo la miró. Sabía que pronto se iba a marchar a la sociedad de almas de nuevo, quien sabe si la volvería a ver. Pero¿por qué iba a echarla de menos? Después de todo, lo único que hacían cuando no luchaban era discutir. Discutían sobre cualquier cosa, cualquier asunto parecía bueno para discutir. Quizás...echaría de menos aquellas discusiones que, sin duda, se iba a llevar con ella.

Había tantas cosas que quería enseñarle de este mundo, que el tiempo parecía el insuficiente para numerarlas.

Se levantó de la silla en la que estaba sentado y se acercó a ella.

-Rukia, ven conmigo.-dijo el chico, cogiéndola del brazo y arrastrándola fuera de casa, haciendo caso omiso de sus quejas.

-¿Pero qué estás haciendo?- dijo la chica. Ichigo se estaba comportando de una forma muy extraña.

-Espera un momento.-fue su única respuesta. Volvió a entrar en su casa y a los pocos minutos apareció con dos abrigos, el suyo y el de Rukia, y su cartera en la otra mano.

-Ichigo¿qué ocurre?

-Ven, vamos.

Sin decirle nada más, la condujo a la estación de tren.

-El otro día...dijiste que no habías visto el mar¿verdad?

-Bueno...no.

-Entonces, hoy lo verás.

Los ojos de Rukia se iluminaron. El mar. Era algo que siempre había deseado ver. Había oído hablar de él muchas veces de muchas personas, pero jamás lo había visto.

Se dejó llevar por Ichigo, que la conducía entre toda la gente de aquella estación.

Esperaron pacientemente hasta que llegó el tren que los llevaría a su destino.

Cuando llegó, Ichigo empujó a Rukia suavemente al interior.

Ambos vieron pasar edificios y, más tarde, campos verdes y montañas al fondo.

-Ichigo...gracias.- era lo único que podía decir. Ella tampoco quería separarse para siempre.

A los quince minutos, el tren se detuvo. Habían llegado. Mientras se iban acercando, Rukia estaba cada vez más emocionada. "El mar".

-Rukia, espera.- la chica se giró y miró a Ichigo.- detrás de este edificio, está el mar. Pero es mucho más bonito cuando lo ves de repente, cuando abres los ojos y los ves, lo oyes y lo sientes. Así es como lo vi yo.- el chico la miró, y sus ojos dijeron mucho más que sus palabras.- Gírate y cierra los ojos, yo te guiaré.

Rukia miró al chico, y luego se giró y cerró los ojos. Confiaba plenamente en él.

De repente, notó las manos de Ichigo tapando sus ojos. Eran cálidas. Y suaves. Las mejillas de la shinigami se sonrojaron, pero Ichigo no lo pudo ver.

-Así no harás trampas.- le dijo en susurros al oído.

La condujo con delicadeza hasta la playa, pero aun quedaba bastante hasta llegar al agua.

El viento soplaba allí con mayor fuerza, trayendo un aire helado que hizo retroceder a Rukia, haciéndola chocar contra el cuerpo de Ichigo, que la cogió con fuerza para que no se cayese.

Bajó las manos lentamente, desvelando a Rukia la inmensidad del océano.

La chica se quedó muda. Jamás había visto algo tan impresionante. Se sintió mucho más pequeña de lo que se había sentido nunca. El sonido de las olas, el olor del viento, la gran masa de agua moviéndose lentamente al compás de su propia música. Cada uno de esos detalles se le quedaron gravados en su mente, en un lugar reservado para los sueños e ilusiones.

El muchacho, que aun seguía detrás de ella, rodeó la cintura de Rukia con sus brazos, atrayéndola hacia él.

A Rukia no le molestó lo más mínimo. Se dejó llevar por aquel abrazo, por aquella calidez que le trasmitía.

-Volveré, Ichigo, te lo prometo.

Meses después, Ichigo volvió a la misma playa, pero en esa ocasión, ofrecía una imagen muy distinta.

Seguramente, el mar se había llevado esa promesa con él.

FIN