Esta historia es continuación de "Diferente"
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Cómo cuidar a un cazador de sombras de once años
-¡Más rápido Alexander!
Alec corría lo más rápido que sus piernas se lo permitían, pero ni así lograba alcanzar a su padre, que corría unos metros frente a él.
-¡Vamos Alexander casi me alcanzas!
Ese día su padre estaba de buen humor, ya que desde temprano Robert había sacado a Alec en un entrenamiento padre e hijo.
-¡Ya voy! ¡Ya voy!
Alec corrió, y aunque no lo notó, su padre bajó su velocidad para que su hijo lo alcanzara.
-¡Bien hecho Alexander!
Ambos corrieron juntos un rato más, y después regresaron al instituto. En la puerta los esperaba Maryse.
-Vayan a ducharte, y luego a la sala de armas –les ordenó- también busquen a Izzy y Jonathan.
Sus padres se sonrieron cómplices
"¿Qué ocurre aquí?"-se preguntó Alec.
Padre e hijo subieron las escaleras, y cuando estaban por llegar a la habitación de Alec, su padre lo detuvo, y le puso ambas manos en sus pequeños hombros.
-Alexander…
-¿Padre? –Alec estaba nervioso, ¿Qué habrá hecho esta vez Isabelle?
-Casi llegas al final de tus once años, cumplirás doce ¿sabes lo que significa?
Los ojos de Robert brillaban con orgullo, Alec lo entendió todo.
-Mis primeras runas… -contestó con un susurro.
-Exacto-apretó más su agarre en los hombros de su hijo- cumplirás doce años, será momento de tus primeras runas, por eso debes saber ciertas cosas.
Se hincó para estar a la altura de su hijo, y lo observó directo a los ojos, mientras Alec guardaba cada palabra en su memoria.
-Ha llegado el momento de crecer ¿lo entiendes Alec? Ya no eres un niño, serás un joven cazador de sombras.
-Lo sé.
-Ahora será tu deber mantener el orden con los subterráneos.
-Lo sé…
-¿Tú crees que yo soy malo?
-No, no lo eres…
Alec se detuvo a pensar de nuevo en esa plática que tuvo con Magnus Bane dos semanas antes, el brujo le hizo pensar de forma diferente, le hizo ver que los subterráneos no son tan detestables como su padre le hacía ver.
-Entonces Alexander, deber comprender algo muy importante: hay momentos en la vida, en los que vas a tener que sacrificar todo lo que tienes, absolutamente todo, por el bien de alguien más.
-¿Renunciar?
-Sí, habrán ocasiones en las que deberás pensar en los otros, antes que en ti.
-¿Y debo renunciar a qué?
-Tal vez sean pequeñas cosas, o grandes, materiales o no, pero sea lo que sea, si es por alguien importante para ti, debes de aprender a dejar ir todo eso…
Su padre sonrió, se levantó y le alborotó el cabello antes de irse. Alec se quedó quieto frente a la puerta de su habitación, pensando en la lección de su padre.
"¿Renunciar a todo lo que tengo? ¿Por una persona? ¿Por qué haría algo así?" pensaba.
Ahora no quería cumplir doce años.
Ya duchado y con su ropa negra limpia, se dirigió a la sala de armas, donde ya lo esperaban sus padres, Izzy, Jace y Hodge.
-¡Qué bueno que llegas Alec! –lo saludó Hodge- ¿cómo te fue en tu entrenamiento?
-¡Logré alcanzar a mi padre!-Alec sonrió
-¡Wow!
-¡No lo creo!
Ante las exclamaciones de los niños, Robert les guiño el ojo a Maryse y Hodge, y los adultos se unieron a la felicitación para Alec.
Cuando acabaron, pusieron a los tres niños, Alec, Izzy y Jace frente a una mesa que estaba cubierta con una manta, y sobresalían algunas montañas irregulares.
-¿Qué es esto? –Preguntó Jace, que estaba a la derecha, en el centro estaba Alec.
-Un regalo para cada uno…
Hodge quitó la manta, descubriendo tres objetos: una daga, un arco y un látigo.
Jace tomó inmediatamente la daga que estaba frente a él, la cual tenía filo, pero aun no el suficiente para herir de gravedad.
Alec iba a tomar el látigo de plata, que estaba frente a él, pero Izzy se adelantó.
-¡Yo quiero el látigo!
-No Isabelle –la reprimió su madre- ese es un regalo para Alexander, es un látigo de plata pura…
-El arco es para ti, querida... –intento animarla Hodge.
-No, no ¡el látigo es mío!-decía la niña mientras apretaba el objeto contra su pecho.
-El látigo es profesional, es un regalo por los doce años que Alec cumplirá… -Maryse intentaba convencer a su hija.
-¡Es mi látigo!
-Izzy puede quedarse el látigo si quiere… -Intervino Alec, recordando las palabras de su padre- yo puedo tomar el arco.
-Pero Alec…-dudó Hodge.
-Es en serio, yo quiero el arco- Alec tomó el arco de madera, no era tan mortífero como el látigo, era un arco de entrenamiento para alguien de nueve años. Su padre lo observaba con una sonrisa aprobatoria.
-Muy bien Alexander… -su madre se acercó a la puerta- por cierto, no olviden que nos iremos en unas horas a Idris, Alec se queda con Hodge.
Todos asintieron, Jace e Izzy se pusieron a practicar mientras Robert apartaba a Alec.
-Bien hecho Alec… ¿pero no quisieras dejar todo esto?
-¿Qué quieres decir padre?
-Me refiero a irnos a Idris, solos, tú y yo.
-¿Y madre? ¿Jace, Izzy y Hodge?
-Sólo seríamos tú y yo Alec, estudiarías en Idris y pues, viviríamos en una linda casa ¿qué dices?
Antes de que pudiera responder, entró Maryse, anunciando que era el momento de irse.
