HARRY POTTER Y LOS MÉTODOS RACIONALES

PREMISA: Petunia se casó con un bioquímico, y Harry creció leyendo ciencia y ciencia-ficción. Entonces llegó la carta de Hogwarts, y un mundo de nuevas e interesantes posibilidades para aprovechar. Y nuevos amigos, como Hermione Granger, y la profesora McGonagall, y el profesor Quirrell…

AVISO LEGAL: J.K. Rowling es la dueña de Harry Potter. Nadie es dueño de los métodos racionales.

NOTA DEL AUTOR ORIGINAL: Este no es un fanfiction con un solo punto de divergencia: existe un punto de divergencia principal, en algún momento del pasado, pero hay otros cambios. El mejor término que he oído para este tipo de fanfiction es "universo paralelo".

El texto contiene varias pistas: unas obvias, otras no tanto, y algunas muy oscuras que de verdad me pasmó ver que los lectores lograron descifrar, y montones de evidencia visible a plena luz. Este es un relato racionalista: sus misterios se pueden resolver, y la intención es que los resuelvan.

El ritmo de la historia es el de una serie, como un programa de televisión pensado para un número fijo de temporadas, con episodios programados individualmente pero dentro de un argumento general que va dirigido a una conclusión final.

Toda la ciencia que aparece aquí es ciencia real. Pero tengan presente que, por fuera del terreno de la ciencia, las opiniones de los personajes pueden no ser las del autor. No todo lo que haga el protagonista es una lección de sabiduría, y los consejos dados por los personajes más oscuros pueden ser poco confiables o espadas de doble filo.

NOTA DEL TRADUCTOR: Soy colombiano, pero voy a procurar emplear un español que resulte cómodo de leer y fácil de seguir para cualquier público hispano.

Hasta la fecha este fanfiction lleva en inglés más de 100 capítulos, y me he metido en esta locura de traducirlo entero porque creo que es una herramienta valiosísima para introducir al público general al uso de la razón para mejorar nuestra vida.

Ahora procedamos:


Capítulo 1

Un día muy poco probable


Resplandece bajo la luna una esquirla de plata, un fragmento de línea…

(ropas oscuras caen)

…brotan litros de sangre, y alguien grita una palabra.


La pared está totalmente cubierta de estanterías. Cada una tiene seis estantes y llega casi hasta el techo. Algunos estantes están a reventar de libros de tapa dura: ciencia, matemáticas, historia, y todo lo demás. Otros estantes tienen dos filas de libros de ciencia-ficción de tapa rústica, con la fila de atrás montada sobre cajas de pañuelos o pedazos de madera, para que se les vea el lomo por encima de la fila de adelante. Y todavía no es suficiente. Hay libros regados por las mesas y los sillones y apilados bajo las ventanas.

Esta es la sala de estar de la casa donde viven el eminente profesor Michael Verres Evans, su esposa Petunia Evans Verres, y su hijo adoptivo, Harry James Potter Evans Verres.

En la mesa hay una carta y un sobre de pergamino amarillento sin estampilla, dirigido al Sr. H. Potter en tinta verde esmeralda.

El profesor y su esposa están teniendo una conversación acalorada, pero no están gritando. Al profesor le parece poco civilizado gritar.

—Me estás tomando el pelo —le dijo Michael a Petunia. Su tono indicaba que temía mucho que estuviera hablando en serio.

—Mi hermana era bruja —repitió Petunia. Se veía asustada, pero se mantuvo firme—. Su esposo era mago.

—¡Es absurdo! —soltó Michael—. Vinieron a nuestra boda, nos visitaron en Navidad…

—Les dije que no debías saber —susurró Petunia—. Pero es verdad. He visto cosas…

El profesor puso los ojos en blanco.

—Querida, entiendo que no estés familiarizada con la literatura escéptica. Puede que no te des cuenta de la facilidad con que un mago entrenado puede fingir cosas que parecen imposibles. ¿Recuerdas cuando le enseñé a Harry a doblar cucharas? Si parecía que siempre adivinaban lo que estabas pensando, eso se llama lectura en frío…

—Ellos no doblaban cucharas…

—¿Entonces qué hacían?

Petunia se mordió un labio.

—Simplemente no puedo decirte. Pensarás que estoy… —tragó saliva—. Escucha, Michael. Yo no fui siempre así —y señaló su esbelta figura—. Lo hizo Lily. Porque… porque se lo supliqué. Por años le supliqué. Lily había sido siempre más bonita que yo, y… yo la había tratado mal por eso, y luego resultó que era bruja. ¿Te puedes imaginar cómo me sentí? Y le supliqué que usara un poco de esa magia en mí para que yo también fuera bonita. Incluso si no tenía magia, al menos podía ser bonita —en los ojos de Petunia se estaban formando lágrimas—. Y Lily me decía que no, e inventaba las excusas más ridículas, como que el mundo se iba a acabar si se portaba bien con su hermana, o que un centauro se lo prohibió… Eran las cosas más ridículas, y la detesté por eso. Y cuando me acababa de graduar de la universidad yo estaba saliendo con ese chico, Vernon Dursley. Ese gordo era el único chico que me hablaba. Y dijo que quería tener hijos, y que el primero se iba a llamar Dudley. Y pensé: ¿Qué clase de padre le pone a su hijo Dudley Dursley? Fue como ver toda mi vida futura extendida delante de mí, y no pude soportarlo. Y le escribí a mi hermana y le dije que si no me ayudaba yo prefería… —se detuvo—. De cualquier modo, —continuó con una vocecilla—, cedió. Me dijo que era peligroso, y le dije que ya no me importaba, y me tomé esa pócima, y estuve enferma durante semanas, pero cuando me mejoré se me limpió la piel, y por fin me salieron curvas y… era bonita. La gente empezó a tratarme bien, —se le quebró la voz—, y desde entonces ya no pude seguir odiando a mi hermana, sobre todo cuando supe lo que la magia le causó al final…

—Querida —dijo Michael con suavidad—, te enfermaste, ganaste unos kilos mientras estabas en cama, y la piel se te limpió sola. O la enfermedad te hizo cambiar de dieta…

—Ella era bruja —repitió Petunia—. Yo lo vi.

—Petunia —dijo Michael. En la voz se le empezaba a notar la irritación—. Tú sabes que no puede ser cierto. ¿De verdad te tengo que explicar por qué?

Petunia se retorció las manos. Parecía estar a punto de llorar.

—Mi amor, sé que no puedo ganarte una discusión, pero por favor, esta vez créeme…

¡Papá! ¡Mamá!

Ambos se detuvieron y miraron a Harry como si hubieran olvidado que había una tercera persona en la sala. Harry respiró profundo.

—Mamá, tus padres no tenían magia, ¿verdad?

—No —dijo Petunia, confundida.

—Entonces en tu familia nadie sabía nada de magia cuando le llegó la carta a Lily. ¿Qué los convenció a ellos?

—Ah… —dijo Petunia—. No solo llegó una carta. Vino un profesor de Hogwarts. Él… —Petunia miró a Michael—. Él nos mostró magia.

—Entonces no hace falta discutir —dijo Harry firmemente, con la débil esperanza de que esta vez, al menos esta vez, lo escucharan—. Si es verdad, podemos simplemente traer aquí a un profesor de Hogwarts y ver nosotros mismos la magia, y Papá admitirá que es verdad. Y si no, Mamá admitirá que no lo es. Para eso es el método experimental: para no tener que resolver las cosas discutiendo.

El profesor se volvió hacia Harry con la mirada incrédula de siempre.

—Por favor, Harry. ¿Magia, en serio? Hijo, pensé que , aun teniendo diez años, sabrías que esas cosas no se toman en serio. ¡La magia es la cosa menos científica que existe!

Harry retorció la boca amargamente. Lo trataban bien, quizás mejor de lo que la mayoría de los padres trataban a sus hijos biológicos. Lo habían enviado a las mejores escuelas primarias, y cuando eso no funcionó, le consiguieron tutores de la inagotable reserva de estudiantes hambrientos. A Harry siempre lo habían estimulado a estudiar lo que llamara su atención, le habían comprado todos los libros que despertaban su interés, lo habían patrocinado en todas las competencias de matemáticas o ciencias en que participó. Le daban todas las cosas razonables que quería, excepto, quizás, el más mínimo respeto. No se podía esperar que un doctor que enseñaba bioquímica en Oxford escuchara los consejos de un niño. Por supuesto, podía escuchar por Mostrar Interés; eso era lo que hacía un Buen Padre, así que, si te creías Buen Padre, ibas a escuchar. ¿Pero tomar en serio a un niño de diez años? Jamás.

A veces Harry quería gritarle.

—Mamá —dijo Harry—. Si quieres ganarle esta discusión a Papá, consulta el segundo capítulo del primer libro de las Conferencias de Física de Feynman. Hay una cita que habla de cómo los filósofos dicen un montón de cosas sobre los requisitos esenciales de la ciencia, y todos se equivocan, porque la única regla de la ciencia es que el árbitro definitivo es la observación: simplemente hay que mirar el mundo y reportar lo que aparece. Eh… ahora mismo no se me ocurre dónde está algo que dice que uno de los ideales de la ciencia es resolver las cosas mediante experimentos en lugar de discusiones…

Su madre lo miró con una sonrisa.

—Gracias, Harry. Pero —y volvió a subir la cabeza para mirar a su esposo— yo no quiero ganarle la discusión a tu padre. Quiero que mi esposo escuche a su esposa, que lo ama, y que por esta vez crea en ella…

Harry cerró los ojos. Caso perdido. Los dos eran caso perdido.

Ahora sus padres estaban volviendo a una de esas discusiones, en las que ella trataba de hacerlo sentir culpable, y él trataba de hacerla sentir estúpida.

—Me voy a mi habitación —anunció Harry. La voz le temblaba un poco—. Por favor traten de no pelear demasiado por esto. Mamá, Papá, pronto sabremos cómo resulta. ¿Qué dicen?

—Por supuesto, Harry —dijo su padre, y su madre le dio un beso reconfortante, y siguieron peleando mientras Harry subía las escaleras hacia su habitación.

Entró, cerró la puerta y trató de pensar.

Lo chistoso era que debería haber estado de acuerdo con Papá. Nadie había visto jamás la menor evidencia de magia, y según Mamá había un mundo entero de magia por ahí. ¿Cómo se podía mantener en secreto algo así? ¿Con más magia? Parecía una excusa de lo más sospechosa.

Tenía que ser un caso claro de Mamá haciéndose la chistosa, o diciendo mentiras, o loca de remate, en orden de terror ascendente. Si Mamá había enviado esa carta, eso explicaría cómo llegó al buzón sin llevar una estampilla. Que estuviera loca era mucho, mucho menos improbable que afirmar que el universo de verdad funcionaba así.

Excepto que una parte de Harry estaba absolutamente convencida de que la magia existía, y lo había creído desde el instante en que vio la carta del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.

Harry se frotó la frente con fastidio. Uno de sus libros decía: No creas todo lo que piensas.

Pero esta extraña certeza… Harry se dio cuenta de que tenía la expectativa de que, en efecto, iba a llegar un profesor de Hogwarts e iba a agitar una varita y le iba a salir magia. La extraña certeza no estaba haciendo ningún esfuerzo por evitar ser falsificable: no estaba inventando excusas por anticipado para explicar por qué no iba a aparecer ningún profesor, o por qué solamente iba a poder doblar cucharas.

Harry le dijo a su cerebro: ¿De dónde vienes, rara prediccioncilla? ¿Por qué creo lo que estoy creyendo?

Normalmente Harry era muy bueno para contestar esa pregunta, pero en este caso particular no tenía la menor idea de lo que su cerebro estaba pensando.

Harry se encogió de hombros, mentalmente. Una placa de metal en una puerta es para presionar, y un picaporte es para girar. Lo que se hace con una hipótesis es ir y someterla a prueba.

Sacó de su escritorio una hoja de papel rayado y empezó a escribir.

Estimada Directora Encargada

Harry se detuvo y lo pensó mejor; cambió el papel y sacó otro milímetro de grafito del portaminas. Esto requería una letra más cuidada.

Estimada Directora Encargada Minerva McGonagall

O A Quien Corresponda:

Hace poco recibí su carta de admisión a Hogwarts, dirigida al Sr. H. Potter. Puede que no esté enterada de que mis padres biológicos, James Potter y Lily Potter (apellido de soltera Evans), fallecieron. Fui adoptado por la hermana de Lily, Petunia Evans Verres, y su esposo, Michael Verres Evans.

Estoy en extremo interesado en asistir a Hogwarts, bajo la condición de que tal lugar exista en realidad. Solo mi madre Petunia dice estar enterada de la magia, y no puede usarla. Mi padre es altamente escéptico. Yo mismo no estoy seguro. Tampoco sé dónde conseguir ninguno de los libros ni materiales que se enumeran en la carta de admisión.

Mamá mencionó que enviaron a un representante de Hogwarts a ver a Lily Potter (apellido de soltera Evans) para demostrarle a su familia que la magia era real y, supongo, para ayudarle a Lily a obtener sus artículos escolares. Sería de extrema ayuda si pudieran hacer lo mismo con mi propia familia.

Sinceramente,

Harry James Potter Evans Verres.

Harry agregó su dirección actual, dobló la carta y la metió en un sobre donde escribió el nombre de Hogwarts. Un momento adicional de consideración lo llevó a conseguir una vela y derramar cera en la solapa del sobre, donde inscribió con la punta de una navaja suiza las iniciales H.J.P.E.V. Si iba a rebajarse a ese grado de locura, lo iba a hacer con estilo.

A continuación abrió la puerta y bajó las escaleras. Su padre estaba sentado en la sala, leyendo un libro de matemática superior para demostrar su inteligencia; su madre estaba en la cocina, haciendo una de las comidas favoritas de su padre para demostrar su cariño. Ya no parecía que estuvieran hablándose. Las discusiones daban miedo, pero en cierto modo no discutir era mucho peor.

—Mamá —dijo Harry en medio de la tensa calma—, voy a someter a prueba la hipótesis. Según tu teoría, ¿cómo se envía una lechuza a Hogwarts?

Su madre se dio la vuelta para mirarlo, sorprendida.

—No… no lo sé. Supongo que hay que tener una lechuza mágica.

Eso debería haber sonado muy sospechoso. Oh, entonces no hay forma de someter a prueba tu teoría. Pero esa peculiar certeza de Harry parecía querer asomar aún más la cabeza.

—Pues de alguna forma llegó la carta aquí —dijo Harry—, así que voy a agitarla en el aire y gritar: "¡Carta para Hogwarts!", a ver si la recoge una lechuza. Papá, ¿quieres venir a ver?

Su padre sacudió la cabeza imperceptiblemente y siguió leyendo. Por supuesto, pensó Harry. La magia era algo vergonzoso que sólo los estúpidos creían; si su padre llegaba al extremo de someter a prueba la hipótesis, o siquiera veía que alguien lo hacía, eso se sentiría como asociarse con esas cosas…

Solo cuando Harry abrió la puerta del jardín trasero se le ocurrió que, si llegaba una lechuza y se llevaba la carta, iba a tener problemas para decírselo a Papá.

Pero eso no puede pasar, ¿o sí? No importa cuánto quiera creerlo mi cerebro. Si de verdad viene una lechuza y agarra este sobre, voy a tener preocupaciones más importantes que lo que piense Papá.

Harry respiró profundo y elevó el sobre en el aire.

Tragó saliva.

Gritar ¡Carta para Hogwarts! con un sobre en la mano en mitad del jardín trasero era… de hecho, bastante vergonzoso, ahora que lo pensaba.

No. Yo soy mejor que Papá. Voy a usar el método científico aunque se sienta tonto.

—¡Carta… —dijo Harry, pero le salió más bien como un graznido apagado.

Harry reunió toda su voluntad y le gritó al cielo despejado:

¡Carta para Hogwarts! ¿Me pueden traer una lechuza?

—¿Harry? —preguntó entretenida la voz de una mujer, una vecina.

Harry bajó la mano como si se le estuviera quemando y se escondió el sobre detrás de la espalda como si fuera un paquete de drogas. La cara le ardía de vergüenza.

Por encima de la cerca se asomó la cara de una anciana que llevaba en la cabeza una malla de la que se escapaban cabellos grises. Era la señora Figg, que a veces era su niñera.

—Harry, ¿qué estás haciendo?

—Nada —dijo Harry como si lo estuvieran ahorcando—. Nada más sometía a prueba una teoría bien tonta…

—¿Te llegó la carta de admisión de Hogwarts?

Harry se quedó congelado.

—Sí —salió de su boca un momento después—. Recibí una carta de Hogwarts. Dicen que esperan mi lechuza para el 31 de julio, pero…

—Pero tú no tienes una lechuza. ¡Pobrecito mío! No me imagino qué tendrían en la cabeza para haberte enviado la carta estándar.

Un brazo arrugado pasó por encima de la cerca y abrió la mano. En ese punto Harry ya ni siquiera pensaba, y entregó el sobre.

—Nada más déjame esto a mí, querido —dijo la señora Figg—, y en un ratito vendrá alguien.

Y su cara desapareció de la cerca.

En el jardín hubo un largo silencio.

Y una voz de niño dijo, calmadamente:

—¿Qué?