No podía creer lo que hacía, aun con su mano acariciando dulce y deseosa el abdomen de su hija; no se sentía como ella. Era irreal, un sueño extraño e inmoral, pero excitante, un sueño del que no deseaba despertar hasta llegar al final.

Cada parte del pequeño y delicado cuerpo de su hija era una zona erógena, desde los delicados labios que de ella había heredado hasta el dedo más pequeño de su pie ¿Cuántas veces hacían ya esa semana? No lo sabía, no importaba realmente. No importaba cuantas veces, sólo sabía que las emociones: deseo, pasión, amor. Que las sensaciones eran las mismas: un delicioso hormigueo en su abdomen y vientre anudado a la extrañeza de no sentir su cuerpo como suyo; cuando unía sus labios con los de su pequeña, cuándo sus manos jugueteaban con sus pequeños pero bien formados pechos o cuándo succionaba como si de un bebé se tratase uno de sus rosados pezones, el cómo su mano juguetona acariciaba los tiernos labios vaginales de su hija, de un color rosa pálido, disfrutando cuando su pequeño botón de cerezo emergía de su capullo y si rostro sonrojado le dejaba saber que sus caricias le transmitían una nueva forma de su amor; o la forma en que su fluido corría como el cauce de un río, empapando sus dedos y caía como una cascada entre sus muslos y su ano donde en más de una ocasión uno de sus dedos ¡Invasor! Se adentraba en el cálido agujero sin pigmentación alguna.

Y aunque sabían que estaba mal; no podían evitar hacerlo cada vez que podían.