I
Sólo amigos
Era una tarde calurosa en Hogwarts y el viento no daba señales de vida. No era usual en aquel periodo de Enero, donde el frío era atroz y hacía falta cubrirse con tupidos y pesados abrigos. Nada de eso. El sol teñía de rojo las nubes y los picos más altos de las montañas cuando tres alumnos, todos adolescentes, entraban al refugio helado que les proporcionaba el castillo, con sus repentinas corrientes heladas y los muros de piedra que acrecentaba la sensación de frialdad de aquellos que entraran en las pétreas fauces del colegio.
Hermione había cambiado mucho en lo que iba de su carrera como estudiante aventajada. Aunque los dos hombres a su lado eran inmaduros a su manera, uno de ellos llamaba poderosamente su atención. Mientras uno era inmaduro por no poder aceptar ciertas debilidades que él tenía, el otro se podía decir que tenía una inmadurez a la fuerza: la ausencia de su padres había dejado un hoyo más profundo de lo que él esperaba y no tenía ningún hombre mayor para ayudarlo a encauzarlo como era debido. No obstante, la soledad le había dado un carácter y un temple que no se podía ver en ningún alumno que conociera. Aunque a veces no quisiera aceptarlo, se sentía profundamente atraída por él y tenía mucho miedo que él se negara, pues él parecía haber descubierto nuevas cosas por alguien, alguien que, para su pesar, era un buena amiga suya, alguien muy cercana a ella.
El destino le aseguraría que tal vez demasiado cercana.
Los tres entraron al reconfortante y fresco ambiente del colegio. Tenían un hambre imposible por lo que desviaron su camino hacia el Gran Salón y trataron de buscar algún puesto entre el mar de alumnos que comían en ese momento, con el doble propósito de llenar sus estómagos y huir del antinatural calor. Encontraron unos asientos en el filo de la mesa de Gryffindor y se dispusieron a llenar el tanque de combustible comiendo. Una chica de intensa cabellera pelirroja saludaba a alguien que estaba al lado de Hermione y, con horror, pudo ver que se trataba de su mejor amiga, la menor de los Weasleys, Ginny. Harry le devolvió el saludo con algo de incomodidad, lo que le sugirió a Hermione que la pelirroja lo tenía loco de la cabeza. Soltando un imperceptible bufido, se inclinó sobre su comida y trató de ahogarse con carne.
El almerzo transcurrió en una burbuja de silencio para ellos tres mientras que para los demás, era como si estuvieran en medio del centro de Londres. No escuchaban nada de lo que parloteaban los demás. Incluso Draco Malfoy parecía interesado en otra cosa que no fuera incordiar al trío. Eso era un mal presagio, algo malo iba a pasar pero Hermione no entendería hasta muy tarde las dimensiones de lo que estaba a punto de acontecer en el colegio.
El opresor silencio se derrumbó cuando la cena terminó. Ron hizo un comentario acerca de la comida y se llevó las manos al estómago, a veces soltando un grotesco eructo. En tanto, Hermione reflexionó acerca de la situación y pensó que en la tranquilidad de la Sala Común podía confesarle a Harry todo lo que sentía y, si tenía suerte, hasta la aceptaría. Sabía que entre ellos había una amistad a toda prueba y, cualquier cosa que le dijera, él lo trataría de canalizarlo de buena manera, sin tratar de herirla. Vio que Harry se dirigía al segundo piso, al encuentro de los baños. Se notaba que había comido mucho y que necesitaba urgentemente una descarga. En tanto, Ron subía ya por las escaleras, a veces eructando y sobándose el estómago como un auténtico glotón.
"Que poco caballero" pensó Hermione en su fuero interno.
Por último, también subió las escaleras, rogando al cielo que hubiera algún resquicio para que pudiera hablar con Harry sin que Ginny estuviera mirando o poniendo alguna oreja a sus declaraciones.
-Status quo -pronunció alguien delante de la Dama Gorda. Naturalmente era la contraseña para entrar a la Sala Común. Los alumnos de todos años y nacionalidades entraron a los apretones y refunfuños, deseosos de sentir más aire fresco en sus caras, en vista del calor antinatural. Hermione se quedó sentada en uno de los sillones, esperando a que Harry regresara del baño, juntando las manos a veces, otras mordiéndose las uñas. Desistió cuando vio que llamaba la atención de algunos alumnos curiosos. Trató de mantenerse lo más serena posible cuando Harry puso un pie en la Sala Común. Hermione le hizo una seña a él para que se sentara junto a él. Los demás alumnos, demasiado acalorados, se guarecieron en el fresco de sus dormitorios, dejando a Hermione y a Harry totalmente solos.
-¿Qué deseas? -preguntó Harry con amabilidad.
-Quiero decirte algo muy importante -se expresó Hermione con toda la firmeza que pudo reunir-. Es que... no sé... lo que pueda significar si te lo digo... Tengo miedo.
-Hermione, no hay nada que debas temer de mi -le dijo Harry, tomándola por los hombros, tratando de animarla a desahogarse de lo que tuviera que contar.
-Es que... tú... tú me gustas mu... mucho -balbuceó Hermione, temblorosa, a punto de quebrársele la voz-. Me has gustado desde que te comencé a conocer bien y lo traté de disimular para que tú nunca te enteraras. Sentía vergüenza de tener sentimientos hacia el Niño-Que-Vivió, después de lo que pasó con... tú sabes.
-¿Por qué tenías que tener vergüenza? -Harry le sonrió-. Nunca debes estar avergonzada de lo que sientes y, creo que lo que sientes por mi es sincero y gentil. Me siento muy halagado pero, no creo que pueda darte lo que quieres, pues a mi me gusta a otra persona.
Hermione sabía quién era esa persona por lo que no hizo ninguna pregunta. Sólo se quedó en silencio y se puso a llorar en un hombro de Harry, quien trataba de consolarla con su amistad. Cuando vio que ya no podía hacer nada más, se incorporó y le dirigió una sonrisa antes de dirigirle las últimas palabras.
-Jamás dejarás de ser mi amiga. -Y despareció por las escaleras.
Hermione se sintió un poco mejor.
