Descargo de responsabilidad: OHSHC no es mío, ni siquiera un poquito…

Totalmente OoC. O quizás no…


DE MUTUO ACUERDO

La primera vez, estaban borrachos.

Haruhi se había presentado de improviso en su apartamento con los ojos hirviendo de rabia y la ira apretando sus manos, porque había encontrado a su novio con otra, en 'su' cama. Él hizo lo que hacen los amigos en estas situaciones. Bebieron, despotricaron, le sacaron los cueros al ex de Haruhi, mentaron a la madre del descastado y lo maldijeron de mil formas, siguieron bebiendo y lo siguiente que supieron es que se estaban desnudando el uno al otro.

Ninguno dijo nada a la mañana siguiente. Nada cambió. Nunca sucedió.

La segunda vez habían salido todos a celebrar una gran victoria de Haruhi en los tribunales.

No estaban completamente borrachos, no, no tanto como para no saber lo que estaban haciendo, pero cuando los demás se fueron, y él la acompañó a su apartamento, ella lo miró y dejó la puerta abierta. Él simplemente entró y cerró tras él.

En las escasas reuniones del club, porque las obligaciones familiares y empresariales lo ponían difícil, y todos se esforzaban para buscar un hueco en sus agendas, no podrías decir que algo fuera distinto en su trato. Jamás te hubieras imaginado que se hubieran acostado. Todo seguía igual.

La tercera vez, él no la dejó llegar al dormitorio. En cuanto cerró la puerta, tiró de ella y la encerró entre la madera y su cuerpo. Invadió su boca, su mano sorteó su falda entre sus muslos, y cuando advirtió que no llevaba bragas, soltó un gruñido de satisfacción. Dejó su entrepierna para arrancarle de un tirón la cadenita de plata que le había regalado Hikaru esa misma noche por su cumpleaños, y la arrojó al suelo, lejos de ellos. Ella ya estaba mojada cuando sus dedos entraron en ella. Mientras, Haruhi gemía y sus manos se movían a ciegas para desabrocharle el cinturón y bajarle los pantalones. Luego, él le subió la falda hasta la cintura, la alzó por las nalgas, y ella rodeó con sus piernas sus caderas para recibirlo. Los dos tenían prisa, no estaban para juegos ni preliminares, así que el sexo fue rápido, brusco. Ella se abrazaba a él para no caer mientras su espalda contra la puerta subía y bajaba con cada empujón dentro suyo. Solo se oían sus respiraciones, ahogadas, urgentes, profundas, como las de dos animales. Cuando él ya no pudo contenerse más la mordió en el hombro. Dejó su marca en ella. Haruhi gritó cuando llegó al orgasmo.

La cadena quedó olvidada en el suelo hasta la mañana siguiente.

La cuarta vez, ella se presentó en su apartamento un sábado por la noche. Bastante tarde. Sabía que él no estaría durmiendo. El estruendo de los truenos se acercaba mientras él colocaba los muslos de Haruhi sobre sus hombros para devorarla. Haruhi no volvió a pensar en la tormenta.

Ella empezó a venir todos los sábados al anochecer. Traía consigo carpetas y papeles y se sentaba a trabajar un rato junto a él. Apenas hablaban, trabajando en silencio. Y mucho más tarde, cuando él estiraba el cuello y la espalda, y se quitaba las gafas para frotarse los ojos cansados, como si fuera una señal tácita, Haruhi cerraba sus expedientes, los dejaba sobre la mesa, se ponía en pie y se dirigía al dormitorio. Él la seguía un minuto después.

Allí se desnudaban el uno al otro, sin separar sus bocas, siempre con algo de urgencia, porque Haruhi es mucho más baja, pero en la cama su altura deja ya de tener importancia.

A ella le gusta perderse en el gris oscuro de sus ojos mientras lo monta con abandono. Parecen más vivos, más expresivos que cuando están ocultos tras el cristal. A veces brillan con algo que ella no reconoce. Pero cuando eso sucede, Kyoya se incorpora, sin salir de ella, para quedar él sentado y ella a horcajadas sobre él, los torsos juntos y apretados, piel contra piel, mientras Haruhi mueve rítmicamente las caderas buscando el punto exacto que la haga explotar. Kyoya siempre sabe cuándo ella está cerca, porque acelera sus embates para dejarla justo al borde, a un suspiro de distancia, y luego con una embestida más, dura y profunda, los hace estallar a ambos de placer al mismo tiempo.

Ella siempre se marchaba antes del desayuno.

Haruhi estaba cómoda con esta rutina que se había establecido entre ellos. No hay compromisos, no hay ataduras… Sin reproches, sin celos, sin discusiones por estupideces. No hay falsas palabras de amor. No hay posibilidad ni de daño ni de engaño, porque entre ellos no había nada. Solo dos adultos con un acuerdo nunca expresado. Solo sexo, y del bueno, tendría que añadir.

Es la relación perfecta. Sin complicaciones. No hay entre ellos más vínculos emocionales que el del respeto por el otro y la amistad. ¿Pero realmente había sido amiga de Kyoya alguna vez?

Los gemelos sí que eran sus amigos. Ella era el freno a sus desmanes, la víctima de mil pruebas de vestuario, su juguete… Pero los adoraba. Tamaki fue el noviazgo inocente de instituto, al que siempre guardaría cariño. Pero demasiado similar a su padre para que durara lo que hubiera entre ellos. Y para ella, Honey y Mori fueron desde el principio sus hermanos mayores, protectores y bondadosos. ¿Y entonces dónde encajaba Kyoya?

Sabía que haría cualquier cosa por él, desde luego, y él por ella, lo tenía claro… Sabía que ella formaba del reducido círculo de sus afectos, un círculo muy selecto ¿Pero habían sido amigos? Es de suponer que sí, aunque jamás como con ninguno de los otros… Siempre había habido una parte de él indescifrable, fuera de su alcance… Después de tantos años, aún hay veces que Haruhi no puede leer del todo a Kyoya. Ohtori Kyoya sigue siendo un misterio…

¿Pero por qué fue a su casa esa noche? ¿Por qué de entre todos sus amigos acudió a él? ¿Por qué es él con quien tiene sexo sin compromisos?

Una noche Kyoya le pidió que le acompañara al teatro, para hacerle un favor, según él. Los Ohtori tenían palco, un palco que no hacía otra cosa que criar telarañas, una inversión totalmente inútil si no era aprovechado alguna vez, le dijo… Ella aceptó porque quería ver El Mago de Oz, aunque no pudo evitar que el musical le hiciera recordar a sus años en el club…

Después de la función, él la invitó a cenar y a bailar… De acuerdo, cierto es que ella no era para nada aficionada a esto del baile, siempre con sus dos pies izquierdos, pero bailar con él era distinto, casi podía sentir cómo la música los envolvía… Ella se dejaba llevar…

Al terminar la velada, la llevó a su apartamento, le dio un beso que le redujo las rodillas a mantequilla en un día de verano, le deseó buenas noches, y luego se fue. Haruhi no se lo podía creer… ¿Se iba y la dejaba así? Temblando de expectación y anticipación. Frustrada…

Dos o tres veces a la semana, él iba a buscarla a la hora del almuerzo. Se presentaba con una cesta hermosamente dispuesta, típica de gente rica, llena de exquisiteces y delicias, y allí comían, en su despacho, hablando de trabajo y de lo que habían hecho ese día, de todo y de nada.

Ella seguía viniendo los sábados… Pero cuando ella se dirigía al dormitorio, él se quedaba en el salón… No siempre, al menos… Solo cuando ella ya dormía, un rato más tarde, entraba y se acostaba a su lado. Miraba su rostro dormido, le acariciaba la mejilla, y la arropaba en sus brazos. Y esas eran las veces que Haruhi se perdía su mirada limpia. Una mirada transparente, sin el velo de la lujuria ni del deseo, sin el disfraz de los cristales de sus gafas… Solo amor, nada más que amor y ternura… Pero ella no la ve.

Porque nadie ha visto nunca esa mirada en el rostro del Rey Sombra…

Más de una vez aceptó acompañarlo a alguna cena de gala. Entraba de su brazo, y durante dos segundos las conversaciones se detenían. Él apretaba ligeramente su mano para darle ánimos y se ponían en marcha para saludar al magnate o celebridad de turno más cercano. El murmullo de los corrillos se reanudaba con vigor.

Cansados ya de sonrisas de anfitrión, de conversaciones formales y de cháchara vacía, en la privacidad de su apartamento, el vestido de noche, un Hitachiin sin duda, se deslizaba desde sus hombros hasta caer al suelo… Luego las manos de Kyoya recorrían su cuerpo y las de Haruhi se perdían en su pelo negro, acercándolo más a ella, pero él la evadía, jugando con ella, mientras la llenaba de húmedos besos fugaces, breves, en el cuello, en el pecho, y ella quería más, pero Kyoya no se lo daba, hasta que suspiraba de frustración. Entonces él reía, lo suficientemente alto para que Haruhi decidiera vengarse. Ella desliza un solo dedo desde el centro del pecho, pasando por su vientre firme, y luego con la mano abierta, justo en la línea en que empieza su vello púbico, lo acaricia bajando aún más hasta entrar en sus bóxers. No le sorprende que él ya esté duro y excitado. Acaricia su miembro con dos dedos, desde la base, hasta llegar a la punta. Lo rodea con su mano y empieza a subir y bajar. Kyoya no puede evitar empezar a jadear en voz alta. Ella se detiene y lo empuja hacia la cama, cayendo y quedando recostado sobre sus codos, mientras ella le quita los calzoncillos y se deleita en la visión de su erección, dispuesta para ella. Haruhi sustituye su mano por su boca, y su lengua lame el líquido preseminal. Con la lengua lo recorre, lo rodea, tanteándolo, tentándolo, hasta que finalmente se apiada de él, y con la mano derecha y su boca, empieza a arrancarle esos ruidos de animal ansioso. Él casi nunca se permite terminar en su boca. Y hoy no es una de esas noches… "Haruhi", dice él. Y ella se detiene al oír su nombre porque sabe que Kyoya quiere correrse dentro de ella. Con un movimiento fluido, rápido y veloz, la levanta del suelo para tumbarla en la cama, la toma de las caderas, arrastrándola hacia él, y entra en ella inmediatamente. Dos, tres embestidas más, y el mundo de Kyoya estalla en explosiones de luz…

Más tarde, Kyoya le dedicará a Haruhi toda la atención que su cuerpo merece…