CAPÍTULO 1


Desperté con un agudo dolor de cabeza y una quemazón en el hombro y en el cuello que me obligó a llevarme la mano al hueco de mi cuello y notar algo húmedo. Solté sin poder evitarlo un ruido seco por mi garganta que, ahora que me doy cuenta, está irritada. Mi respiración salió con un pitido asmático y cada inspiración y expiración me quemaba en el pecho.

Había poca luz y no distinguía donde acaba el suelo y empezaba el techo.

Un sonido quejumbroso se escuchó al final de ése extraño cuarto.

— Ayuda…me. Por…favor.

— ¿quién hay ahí? — pregunté forzando la voz.

Un rayo de luna traspasó los barrotes de la ventana y dejó ver mi mano apoyada en el suelo. Justo al lado de una huella sangrienta. Giré mi mano lentamente esperando que no fuera lo que estaba pensando y vi que la sangre procedía de ésta y que ésta era la mano que antes tocó mi cuello. Intenté limpiarla desesperadamente y con la otra me apreté el cuello, haciendo que un dolor agudo descendiera hasta mi brazo y entonces caí en la cuenta. Tenía una herida abierta en el cuello.

— Puedo ayu…darte. Puedo… curarte.

Levanté la mirada y vi una bota negra y gotas de sangre a su alrededor.

— ¿Quién eres?

— Eres… Elena… ¿verdad?

¿Debería preguntar por qué sabe mi nombre o debería decirle que ése no es mi nombre?

— Elena…. Por… favor… Escuché… tu… nombre— le costaba de veras hablar. — cuando te… hicieron eso.

Su mano se iluminó por la luna cuando la levantó en mi dirección, mostrando dedos ensangrentados y un anillo voluminoso en uno de ellos.

— Puedo curar…te.

De repente, desapareció de la luz y se escucharon ruidos desde donde se encontraba aquel extraño.

Apareció de la nada en la luz, lleno de sangre, pálido y con ojeras y con un vapor extraño saliendo de…

— ¡Dios mío! — grité.

No podía ser. No podía ser. Tenía un trozo de madera en medio del estómago, justo debajo del pecho.

— ¡Sácamela! — bramó mientras podía ver que una lágrima se le escapaba de su ojo izquierdo. — ¡Elena, sácamela!

Empecé a mirar a mi alrededor, mientras aquel extraño hombre gruñía e intentaba sacarse aquella grotesca cosa de madera que le sobresalía del cuerpo.

Cayó al suelo y una mano pude pararle la caída y juro que pude oír cómo se rompía algún hueso del brazo. Pero aguantó sin gritar.

Notaba que me faltaba aire, que todo se movía, que empezaba a desaparecer el mundo que me sostenía. O que ya empezaba a dejar de estar cuerda.

— ¿estoy muerta? ¿esto… esto es normal en el más allá? ¿estoy loca?

— Dios mío… yo… su…friendo y tu… que…jándote. — intentó bromear.

Me acerqué a él y acomodé su cabeza en mis piernas.

— Dime como me ibas a salvar.

Notaba mi sangre caer por mi pecho. No había luz, se había tapado la luna así que no sé qué me estaba ofreciendo hasta que murmuró un "bebe" y me puso algo en la boca.

Era extraño, porque estaba caliente y sabía como cuando me mordía el labio. Podría jurar que parecía sangre pero ése sabor… ése sabor no era normal. Era adictivo. Quería más y más. Desapareció todo a mi alrededor, el dónde, el cuándo, el porqué…

Unos jadeos me trajeron de vuelta al cuarto oscuro.

— ¿qué…qué me has dado?

— ¿te… encuen…tras mejor? — me preguntó levantando la mano que no aguantaba aquello de madera y acariciándome la mejilla.

— Ya no… ya no me duele el cuello. Sólo me escuece un poco…

Cuando quise tocar la herida, cogió mi mano y se la llevó a su herida.

— Ayu…dame. Sácala. — cada vez estaba más débil. —Yo no… puedo… Verbena…

¿Verbena?

Mis manos temblaban.

— Saca la… estaca.

Y con un fuerte tirón, saqué la estaca.

— ¿Por qué tienes una estaca clavada bajo tu pecho?

La puerta se abrió con un fuerte chasquido y retumbó en todo el habitáculo, haciendo tapar mis oídos.

— Veo que ya conoces a Damon, Elena.

No podía ver quién era, pues la luz ensombrecía su cuerpo y solo lograba ver su silueta. Su voz era profunda y con un acento extraño.

— Bienvenida al mundo de los vampiros. — rio y en un segundo se apareció delante de mí, quitando el hombre que yacía quejicoso en mis piernas sin ningún esfuerzo alguno y cogiéndome del brazo mientras veía que sus ojos se volvían rojos y se abalanzaba a mi cuello. Seguro que no por primera vez.