Prólogo
Eren, era niño que sabía lo difícil que era la vida. A sus 12 años se había visto en la obligación de madurar de golpe, luego de la muerte de su madre hace ya un año. Si bien, el pequeño tenía un padre, Grisha, éste había enloquecido luego de enviudar, sumiéndose en una vida llena de alcohol y excesos, por lo que de aquel padre atento e inteligente, ya no quedaba nada, de hecho, ya hacía un mes que no llegaba a casa. Lo había abandonado. Sin embargo, Eren tenía una hermana, Mikasa a quien, a pesar de no compartir lazos de sangre, adoraba y cuidaba, sobre todo ahora que era la única familia que le quedaba…
Ese día, no parecía tener nada de especial, al llegar a casa, ambos hermanos se disponían a preparar la cena, luego de un cansador día de escuela y trabajo de medio tiempo, ayudando en los quehaceres en la casa de su mejor amigo Armin, quien luego de conocer la situación de abandono en la que se encontraban, había convencido a su abuelo para que les diera un trabajo a sus amigos.
-¿Crees que los de servicios sociales vuelvan? – Preguntó la pequeña de cabellos negros a su hermano, mientras cortaba algunas verduras - No estoy segura de que hayan creído la historia que les dijimos.
-Tranquila- la calmó- Eren posando una mano sobre su hombro- Estoy seguro de que no volverán- hizo una pausa- y si eso sucede, huiremos para que no nos lleven a un orfanato- sonrió.
Mikasa posó su mirada sobre los hermosos ojos verde azulados de su hermano y sonrió también. Él siempre lograba calmarla con un simple gesto o una palabra de aliento.
Luego de unos minutos, los hermanos continuaron con sus labores en la cocina, pero fueron interrumpidos por un sonido que provenía desde la puerta principal de la casa, alguien llamaba.
-Quién podrá ser?- Mikasa miró al castaño un poco asustada, ya era tarde como para recibir visitas.
-Quédate aquí, iré a ver quién es- respondió Eren, mientras se dirigía a la entrada.
Lo que pasó después fue demasiado rápido, en cuanto la puerta se abrió, dos hombres entraron, uno tomó por la espalda a Eren y lo levantó con una fuerza descomunal, mientras que el otro parecía revisar cada rincón de la casa buscando algo, o a alguien.
-¡Suéltame!- gritaba el de ojos verdes, sacudiendo su cuerpo, intentando soltarse del agarre del hombre - ¡¿Qué quieren?!
-¿Eres el hijo de Grisha, no es así?- preguntó el mayor sin inmutarse por los intentos del niño de soltarse- Tu padre nos debe mucho dinero y hemos venido a cobrarnos- sonrió.
-¡Encontré lo que estamos buscando! – gritó el otro hombre, mientras se asomaba nuevamente a la entrada de la casa, a Eren pareció que se le encogía el corazón cuando pudo distinguir que traía a Mikasa fuertemente atrapada entre sus brazos. –Esta pequeña será un buen pago- añadió relamiéndose los labios.
Eren entró en pánico, comenzó a gritar y a sacudirse con más fuerza, lanzando improperios a los hombres que los aprisionaban, por otra parte, la niña parecía haber entrado en shock, ya que no se movía y solo se dedicaba a mirar a su hermano con terror, suplicándole de esta forma que la salvara. El ojiverde comenzó a llorar y se quedó quieto por unos segundos con la cabeza gacha.
-Ella no es hija de Grisha- dijo de pronto en un susurro- si alguien debe pagar la deuda de mi padre, ese soy yo- añadió intentando sonar decidido, pero el temblor en su voz y las constantes lágrimas que salían de sus ojos lo delataban.
El hombre que tenía a Eren, comenzó a reír sonoramente mientras tomaba al castaño por el tobillo y lo alzaba dejándolo de cabeza.
-¿Por qué crees que te querríamos a ti en reemplazo de tu linda hermana? – preguntó con desprecio.
-Yo… haré lo que ustedes me pidan- contestó con una mirada suplicante- pero por favor, no le hagan daño a Mikasa.
Haaa… me gusta lo que acabas de decir- el mayor dejó al niño en el suelo y lo observó con cuidado. Quizás no poseía la belleza exótica de su hermana, pero debía admitir que ese pequeño, con sus rasgos finos y hermosos ojos color aguamarina, tenía lo suyo- está bien, tu vendrás con nosotros.
El hombre se arrodilló tomando a Eren por los hombros. – si intentas cualquier cosa, la mataremos- susurró en su oído, a lo que el pequeño se estremeció- muy bien, nos vamos con nuestro nuevo esclavo- agregó esta vez en voz alta para que el otro hombre lo escuchara.
¡Eren no! - gritó la asiática comenzando a llorar también, se sentía inútil y desolada del simple hecho de que pudieran separarla del ojiverde.
En ese mismo instante sintió como la liberaban y con un certero golpe en la nuca la dejaban casi inconsciente – prométeme que te cuidarás hermana – fue lo último que escuchó antes de perder totalmente el conocimiento.
