Disclaimer: Todos los personajes de Bleach son propiedad del gran troll Tite Kubo, la historia pertenece a la escritora Christine Rimmer, yo solo la adapté con el fin de entretener a la audiencia IchiRuki, me encanta como las historias de esta autora quedan con Ichigo y Rukia.
Disfruten ;)
Rukia, no sé cómo decírtelo...
—¿Decir qué? —Rukia Kuchiki intentó morder el taco sin que se le saliera el relleno.
—He conocido a otra persona.
Rukia volvió a dejar el taco en el plato y contempló al guapísimo Kaien Shiba.
«Y yo tomándome la píldora.», pensó.
Hacía dos meses que salían juntos y dos semanas que había empezado a tomar la pildora, convencida, de verdad, de verdad, de que Kaien sería el definitivo.
—Eres una mujer hermosa, Rukia —los ojos color reflejaban pesar—. No entiendo por qué no llegamos a encajar.
Encajar. No habían encajado. ¿Era ése el problema?
Porque, desde luego, un problema había. A los veinticinco años seguía siendo virgen.
No es que tuviera nada en contra. Hasta hacía no mucho, ser virgen, había sido su opción.
A fin de cuentas era una mujer de principios. Se había estado reservando para el amor verdadero. Sincero, definitivo. Como el que tenía su hermana, Hisana con Byakuya.
Como el que habían tenido sus padres.
O al menos como el que siempre había creído que tenían.
Pero tres años atrás había descubierto que Jūshirō Kuchiki no era su padre biológico y sí, en cambio, Kisuke Urahara, el peor enemigo de Jūshirō. Su madre le había mentido durante años, haciéndole creer que Rukia era suya. Haciéndoselo creer a ella también.
No hacía falta decir que sus padres ya no estaban juntos.
—Rukia —Kaien se inclinó hacia delante. Parecía más que molesto—. ¿Me has escuchado?
—Eh... sí. Lo nuestro no funciona. Has encontrado a otra persona.
—Éste es el problema. Eres consciente de ello, ¿verdad?
—¿Éste?
—Éste —soltó una palabrota en voz baja y sacudió una bronceada mano en el aire mientras sus perfectos pómulos se sonrojaban. Desde luego no parecía contento—. Tú.
—Yo.
—Tú, Rukia. Cuando estamos juntos te comportas como si estuvieras a miles de kilómetros —apartó el plato sin tocar—. Y desde que he conocido a Miyako, bueno, no hay punto de comparación. Miyako me adora. Y un hombre necesita saber que hay una mujer disponible para él, que goza de su absoluta atención cada vez que abre la boca.
—Espera un momento. ¿Miyako? ¿Se llama Miyako?
—Y encima te burlas de su nombre —él siseó entre sus perfectos dientes blancos—. Esa mujer se interesa por mí. Se interesa de verdad. Y tú te burlas de su nombre —más palabrotas.
—Venga, Kaien —Rukia se sentía culpable. Él la dejaba, ¿y ella se sentía culpable?
—No —él alzó las manos—. Basta. No sé por qué me preocupaba decírtelo. No parece
que te importe lo más mínimo.
—Kaien, por favor...
—Hemos acabado.
—Sí, eso ya lo sé. Ya me lo has dicho. Pero ¿no podríamos al menos.?
—Alto — Kaien arrojó unos billetes sobre la mesa para pagar la comida—. Nunca me has respetado. Nunca me has deseado —se puso en pie—. Ahora tengo una mujer de verdad. Adiós, Rukia.
Rukia no lo siguió con la mirada. Terminó de comer sin quitar la vista del plato. No quería saber si la miraban. La situación ya era bastante embarazosa de por sí.
No sólo había perdido a Kaien, lo peor era que no se sentía mal por ello.
¿Qué le sucedía? A veces no podía evitar preguntárselo.
Mientras pagaba la cuenta a la cajera, sonó el móvil.
—Hola —saludó Hisana.
—Hola —Rukia sonrió al oír la voz de su hermana mientras se dirigía al coche.
— ¿Te has enterado? —le preguntó Hisana—. Papá cree haber encontrado un comprador para la empresa. Creo que es un amigo de Renji —añadió.
Su padre era constructor, y también el director y dueño de la empresa Kuchiki Construction, y hacía ya tiempo que hablaba de retirarse. Renji era uno de los siete hijos de Kisuke Urahara, y por tanto hermanastro de Rukia además de cuñado de Hisana, casada con Byakuya, otro de los hijos de Kisuke.
A pesar de las complicadas conexiones familiares entre ambas familias, la situación no lo era tanto, entre otras cosas porque Hisana, a diferencia de Rukia, no tenía lazos de sangre con los Urahara ni con los Kuchiki, pues había sido adoptada a los doce años.
—Ya me acuerdo —Rukia abrió la puerta del coche—. Renji mencionó a un tipo que conoce en Karakura, Chigo no sé qué, que podría estar interesado.
Renji y ella no sólo eran hermanastros, sino también amigos íntimos.
—Ichigo, no Chigo —le corrigió Hisana—. Ichigo Kurosaki.
—Ichigo. Eso es —Rukia se sentó al volante y arrancó el motor para que empezara a funcionar el aire acondicionado. En Rukongai, en Abril podía hacer tanto calor como en Agosto en otros lugares—. Renji dijo que ese chico dirige la empresa familiar.
—Kurosaki Homes —le confirmó su hermana—. Ahora mismo está con papá.
—¿Está con papá en la oficina?
—Eso me dijo cuando lo llamé.
— ¿Crees que debería pasarme? —Rukia ajustó el aire para que le diera en el rostro—. ¿Echarle un vistazo a ese tipo?
—Lo haría yo misma —Hisana era veterinaria especializada en ganado—, pero tengo que ocuparme de un ternero enfermo. Y después de Hikaru.
Hikaru era su hijo de dos años y, además, la joven estaba embarazada de dos meses.
Un amor verdadero, un bebé y otro en camino, Hisana lo tenía todo. Rukia adoraba a su hermana mayor, gracias a lo cual no se moría de envidia.
—Yo me ocuparé —se acercó un poco más a la salida de aire—. Hoy es Viernes Santo.
No tengo nada que hacer —era profesora en un colegio y el Viernes Santo no era día lectivo.
—¿Estás segura? Creía haberte oído mencionar algo sobre comer con Kaien. —Oh —Rukia se reclinó en el asiento del coche—. Eso.
—¿Qué ha pasado?
—Me acaba de abandonar frente a un plato de tacos de pescado.
— ¡No! —Sí.
—¿Estás bien?
—Por triste que parezca, sí. Estoy perfectamente. —Hermana.
—Kaien ha conocido a otra. —Menudo bastardo. —Se llama Miyako.
—¿Miyako?
—Eso mismo dije yo. Y no creas que no te oigo reír.
—¿Miyako?
—Para ya, Hisana.
Sin embargo, Hisana no paró, y en pocos segundos su hermana se le unió en la carcajada.
—Bueno —al fin Hisana recuperó la compostura—. Al menos no se te ha roto el corazón.
—Sí. Y eso es lo verdaderamente deprimente.
—Rukia —su hermana mayor le habló con dulzura—. Ahí fuera hay alguien para ti. Lo
sé.
—Si tú lo dices. Tengo veinticinco años y nunca he estado enamorada.
—¿Cómo que «nunca»? ¿Y qué pasó con Grimmjow?
—Eso fue en el instituto. Ha pasado una década, por si no te habías dado cuenta. —Todo llegará. Ya lo verás.
—Tengo que irme —Rukia se irguió en el asiento—. Voy a echarle un vistazo a ese
Ichigo.
—Llámame. Quiero conocer tu opinión sobre él.
Kuchiki Construction ocupaba medio bloque en una calle llena de talleres y almacenes de materiales de construcción. Años atrás aquel lugar había sido la sede de un negocio de coches de segunda mano y el edificio central de techo plano, antiguo salón de exposiciones, estaba rodeado de numerosas plazas de aparcamiento. Unos enormes ventanales daban a la gigantesca recepción de la que partían pasillos que conducían a los despachos. Detrás del edificio había más plazas para aparcar y cuatro grandes naves donde su padre guardaba maquinaria y material de construcción.
Rukia aparcó junto al coche de su padre. En la misma fila había otros tres coches. Uno
era el de la secretaria de su padre y otro de uno de los empleados.
Pero también había un Mercedes que no había visto antes. De estilo deportivo, era una hermosa bala plateada.
Al entrar en el edificio, propiedad de su padre desde hacía casi veinte años, sintió cierta tristeza. Tenía muchos recuerdos familiares de ese lugar. Recuerdos de cuando sus padres aún estaban juntos y tan enamorados que resultaba hasta embarazoso.
Si cerraba los ojos, casi podía oír las risas de su hermana y ella mientras jugaban al pilla pilla o al escondite.
« — ¡Te pillé!», gritaba triunfante su hermana mayor.
«—¡No es justo!», lloriqueaba Rukia.
«—¡Lo es!».
«—Papi, Hisana ha hecho trampas.».
«—No seas bebé», decía su hermana mientras le mostraba la lengua. «—No he hecho trampas».
«—¡Sí lo has hecho!».
Rukia abrió los ojos y el recuerdo de las voces infantiles desapareció. Pronto, otros niños iban a correr y a jugar por ese lugar.
Ninguna de las hijas de Jūshirō había mostrado la menor inclinación por seguir sus pasos. Rukia era profesora y Hisana veterinaria. Y no había ningún hijo. Su padre tenía casi sesenta años y a menudo se quejaba de lo cansado que estaba y de lo mucho que le apetecía viajar y ver mundo.
Si llegaba a un acuerdo con el amigo de Renji, quizás lograría la tan ansiada libertad. Una pena que no tuviera una esposa a su lado con quien disfrutar de la jubilación.
Le vendría bien salir más. Conocer a alguien. Sin embargo, a pesar de no haber posibilidad de reconciliación con su madre, ambos eran unos verdaderos católicos y nunca habría otra persona para ninguno de los dos.
Aunque a lo mejor le daban una sorpresa y rehacían sus vidas felizmente.
—Rukia —Kiyone, secretaria de su padre desde que Rukia tenía uso de razón, sonrió.
—Hola. ¿Está mi padre?
—Está con el comprador —la otra mujer asintió e inclinó cabeza hacia el pasillo que conducía al despacho privado de su padre y a la sala de reuniones.
«El comprador». ¿Habrían alcanzado un acuerdo?
—¿Puedo pasar?
—No sé por qué no —Kiyone se encogió de hombros.
—No quisiera interrumpir nada importante —Rukia titubeó.
—No hay problema —la secretaria sonrió de nuevo mientras se oían unas voces masculinas cada vez más cerca—. Ya vienen.
—¡Rukia! —su padre la saludó con una cálida sonrisa que reflejaba cansancio.
Habían avanzado mucho desde aquellos primeros y horribles días tras descubrir que Rukia no era su hija biológica. Durante un tiempo, apenas pudo mirarla a la cara y se había odiado por ello. Pero ella nunca le había guardado rencor. Comprendía su dolor porque era el
suyo propio.
Poco a poco, habían vuelto al lugar que les correspondía, al de un padre y su hija.
—Papá —Rukia se dejó envolver por los fuertes brazos de su padre. Olía a seguridad y a todo lo bueno del mundo, a loción de afeitar y a las flores bajo el sol—. Pasaba por aquí.
—Me alegro.
Él la soltó y, al levantar la vista, a Rukia le pareció de repente muy viejo. Su querido papá. Viejo. ¿Cuándo había sucedido?
—Rukia, te presento a Ichigo Kurosaki.
Ella miró con atención al joven que acompañaba a su padre sin perder detalle de los anchos hombros y el rostro en el que destacaban los ojos miel, las cejas rectas y su peculiar tono de cabello. La mandíbula era cuadrada y la nariz parecía haber sufrido al menos una rotura. No era exactamente guapo, pero sí atractivo. Y muy masculino.
—Rukia —el joven sonrió y se dirigió a ella como si ya la conociera, como si la hubiera estado esperando—. Renji me ha hablado mucho de ti.
La enorme y fuerte mano engulló, más que estrechó, la suya. Rukia apenas podía respirar.
—Nos íbamos a comer —continuó él — . ¿Por qué no te vienes con nosotros?
Rukia se soltó. Mejor no tocarlo. Pero no pudo evitar echar un vistazo a la otra mano.
Tenía unos dedos fuertes y largos. Y ninguno de ellos llevaba alianza.
—Ya he comido, gracias —consiguió decir con un hilo de voz.
—Ven con nosotros —la animó su padre—. Tómate algo de beber, o incluso un trozo de tarta.
—Es que yo.
—Anda, por favor —susurró Ichigo con voz profunda y ligeramente ronca—. Acompáñanos.
Rukia sintió un escalofrío. No podría haberse negado aunque le hubiera ido la vida en ello.
El restaurante estaba junto al río y la mesa estaba en el patio con vistas al agua y a los barcos de paseo turísticos.
Sin embargo, la mejor vista era la que tenía enfrente. La hija de Kuchiki era hermosa. Demasiado hermosa. Enloquecedoramente hermosa.
Sus cabellos caían en suaves ondas sobre los hombros. Eran de un negro brillante. La clase de cabellos que apetecía tocar. Pero además tenía unos ojos color violeta y una boca hecha para ser besada.
Y esa piel. Suave. Sedosa. Ichigo era incapaz de apartar la vista del hoyuelo que se le formaba en la comisura de los labios cuando sonreía.
Era un caso grave de lujuria a primera vista.
La lujuria estaba bien. Era genial. Siempre y cuando no se tratara de la hija de Jūshirō Kuchiki. De la adorada hermanastra de Renji Urahara.
Sólo con mirarla ya sabía que no se conformaría con un simple y satisfactorio revolcón. Buscaría una relación seria. El matrimonio entraría dentro de sus posibilidades.
Pero para él no. En su futuro inmediato veía libertad, y tenía la intención de disfrutarla.
—Tengo entendido que Renji y tú fueron juntos la facultad —observó Jūshirō.
—Sí, en efecto —Ichigo sonrió—. En Karakura. Él me presentó a Victor Lukovic que había llegado con una beca de rugby. Ahora juega en los Dallas Cowboys.
—Victor y la esposa de Renji, Tatsuki —explicó Rukia a su padre—, se criaron juntos en Argovia, un pequeño país balcánico junto al mar Adriático.
—Sí —asintió Jūshirō —, ya lo recuerdo —volvió a mirar a Ichigo—. Renji contrató a Tatsuki como asistenta para conseguirle el permiso de residencia. Luego se enamoraron y se casaron.
—Eso es.
—Y Victor es apoyador. Le llaman el Oso de los Balcanes.
—El único e incomparable —contestó Ichigo—. Vive cerca de Dallas y nos vemos a menudo.
—¿Os graduasteis los tres el mismo año?
—No. Renji iba un curso por delante de Victor y de mí. Y yo nunca llegué a graduarme.
—¿Por qué? — Jūshirō frunció el ceño—. ¿Por qué no te graduaste?
—Mis padres murieron en un horrible accidente de barco. Yo volví a casa para hacerme cargo del negocio familiar.
— ¡Oh, Ichigo! —exclamó Rukia—. Qué horrible debió de ser para ti.
—¿Qué edad tenías? —preguntó Jūshirō.
—Veintiuno.
—Demasiado joven para tener que hacerte cargo de tu propia empresa.
—Lo único malo de aquello, fue la muerte de mis padres —Ichigo sacudió la cabeza—.
Jajaja que tal? me gustan mucho los libros de esa autora por eso ando haciendo esto, es extraño que sea Kuchiki en vez de Ukitake no? lo mismo pasa con Renji jajaja, pero bueno nos leemos en el próximo.
