Disclaimer: Personajes de Sui Ishida.
Advertencias: Les juro que esto no es incestuoso. Solo quería reflejar como siento que Ayato vive su amor fraternal por su onee-chan. Tal vez un poco de OoC.
Conteo de palabras: 559.
[#08. Miedo. Tabla Revolución.]
Mariposa de invierno.
Tal vez caminar solitario sobre el camino de hielo (directo a la oscuridad, por ahí, por allá) sería más fácil si no le ardiera la piel cada vez que lo intenta, o si las alas no se le congelaran, o si las lágrimas rojas que escurren por su barbilla se evaporaran igual que agua, o quizás —solo quizás— si no se encontrara tan solo (tan abandonado) y con promesas que cumplir.
Tal vez así podría acabar sin remordimientos con su vida y esperar la agonizante eternidad en el cielo. Una y otra vez, una y otra vez.
(No-no-no, su nacimiento de por sí ya lo condenó al infierno; aunque le dio las alas con las que podría intentar infiltrarse al paraíso).
—Mira, una «ma-ri-po-sa».
No puede irse solo. La mariposa con el ala dañada que divisó cuando tenía 4 años de edad le carcome las entrañas,
(hermana, ella come carne como nosotros).
Vio nacer a otra —igual de hambrienta, igual de fragmentada— mientras moría su padre (el de la mariposa, el suyo no, no… ¡no!).
La lengua se le tuerce nerviosa, aguantando. El frío le roza la piel. Tokyo se levanta imperante, hambriento de dolor, rogándole a gritos a La Muerte que la llene de desgracia. La sangre frente a sus ojos hace que la temperatura de la suya aumente (igual que la rabia, igual que la pena). Bum-bum-bum.
«Hermana, hermana, hermana. Ayúdame a mentir-te».
—a sentir (algo)—.
Te odio. Te odio. Te odio.
«Soy un monstruo, somos... No me dejes».
Ándatepúdretepiérdete.
(Con tus alitas de mariposa dañada).
Jamás pensó ver una mariposa en invierno.
Cuando su mandíbula se cierra, puede sentir el sabor que le quema la lengua y las encías. La metamorfosis de la mariposa que se transforma en un cisne (y eso, ¿cómo?).
—Ahora te odias tanto como yo a ti (a mí)—.
Las plumas (la carne) le hacen cosquillas en los ojos negros (inyectados de sangre),
—dame más—,
el canto (los gritos) le perfora dulcemente los tímpanos. El instinto y el alma —no, los ghouls no tenemos alma— se le corrompen, se le mezclan. Cuál es cuál. Casi tanto como su sentido del gusto, del olfato y del oído en estos momentos. Metálico, sangre, llanto. Cuál es cuál.
Sigue vacío, nada cambia, me hundo más y más. Le ruega en silencio que (no) se levante, que le ayude a descifrar lo que siente en el pecho. —Me ahogo en tus alas, en tu vuelo—.
No. Quédate ahí y muérete y aléjate y… (—haz que jamás te encuentren—).
(—Vuelve a tu capullo y no salgas. No-no-no-no—).
—Sabes a mierda.
Dulce dulce dulce. (Te lo ruego).
«Créeme cuando te digo que eres débil (pero yo soy peor) y por eso pierdes (perdamos —nos— juntos)».
Los labios se mueven. Sangre, sangre, sangr— «Papá». Se me olvida cómo respirar.
—Cállate. Cállate. Cállate (no merezco tu voz)—.
—Desaparece de aquí (pero jamás de mi vida, te lo ruego)—.
De sus alas simétricas, a diferencia de las de ella, salen plumas de cristal y color rojo sangre con un pedazo de su corazón en cada una. La mariposa se espanta, y vuela lejos con ayuda de otras alas. (Llévatela lejos).
«Ma-ri-po-si-ta; grázname (cuack, cuack), compláceme con tu simplona sobrevivencia».
Llévatela lejos y compláceme con el ruido de mis ciento-tres huesos rompiéndose.
