Traición

Saint Seiya ni sus personajes me pertenecen, son de propiedad exclusiva de Masami Kurumada.

Un nuevo drabble espero les guste.


¿Quién te crees en realidad, para intentar dominarme?, ¿Qué clases de poder piensas que ejerces sobre mí?, tú no tienes derecho alguno sobre mí; ya no frío mago de los hielos.

Tu actitud indiferente y heladas palabras acabaron con todo el amor que alguna vez sentí por ti. Y aquella acción tan vil que cometiste termino de enterrarlo.

De niños cuando te vi por primera vez creí que eras un ángel, sin embargo me equivoque, y no sabes como la lamento, tarde me percate de los ángeles son cálidos y bondadosos, y tu...no eres más que un frío trozo de hielo, tan inamovible como los glaciares de aquella tierra que tanto aprecias.

—Milo aquí te hayas, ¿Por qué desapareciste?

Escucho tu tono indiferente al llamarme, más no te hago caso y sigo perdido viendo hacía el mar, reprochándome a mismo lo idiota que fui en darte tanto poder sobre mí en algún momento.

Escucho un golpeteo, debes estar moviendo frenéticamente tu pie, sueles hacer cuando estás molesto. Más ahora no me interesa lo que sientas. No después de lo que me hiciste.

—Milo...

—Quiero estar solo —mi tono frío se iguala al tuyo, ya no me importa lacerarte.

Te siento retroceder, al parecer mis palabras o el tono de ellas te ha afectado. Sonrió burlonamente.

—Duelen las palabras frías, ¿no es así Camus —después de pronunciar aquellas palabras me volteo inmediatamente. Tu rostro parece compungido—. Crees que no me enteraría de tu traición con Saga. ¿Qué tan estúpido crees que soy —no podía evitar el veneno en mis palabras.

Tu rostro desencajado, la alarma en tu ojos, todo me corrobora la situación, eras consciente de lo que hacías, solo que no quería que me enterara. Maldito y vil traidor, te di todo de mí y tu...Mil veces maldito.

—Milo yo...puedo explicarlo, solo...

—No vengas con excusas Camus, tu palabra ya no vale nada para mí, solo eres una basura más.

Me levanto de la roca en la había estado sentado, paso a un lado de Camus, este intenta detenerme, pero el gesto de repulsión que mi rostro demuestra lo detiene. Sus ojos están cubiertos de lágrimas, lagrimas que no me conmueven en lo más mínimo.

—Hasta nunca Camus —exclamo con el mayor desprecio posible, sé que en estos momentos te arrepientes de tu acción, pero es tarde, tú no mereces mi perdón.