Él siempre supo que ella estaría destinada a encontrar su libertad y a brillar con la luz que le había sido concedida. Aún así, no estaba listo para dejarla ir. En medio de los horrores de la guerra nacerían los rencores más profundos, ¿podría también haber lugar para el amor?
Notas Autor:Hola, ¿qué tal? Como ven estoy de vuelta con un proyecto que de hace tiempo vengo escribiendo x3 Bueno, ya deben haber caído en cuenta que esto es una trilogía. Lo pongo en cursiva, porque si bien siguen la misma temática y línea, son tres historias paralelas de la pareja en cuestión :P Así que no se preocupen, si leen éste no hay necesidad de leer los otros ;) (dependerá de si les gusta o no la pareja , o si bien, quieren darle una oportunidad y pasar a leer de todas maneras xD) Los tres parten de la misma forma: desde que China los conoce hasta avanzar en el tiempo y alcanzar su máximo apogeo en la Guerra Fría, y al final terminar con su relación actual :P De antemano aviso que habrán temas bélicos y políticos que espero tratar con cuidado xP Estos tres fics fueron hechos con la única intención de proporcionar un momento de entretención a quienes gusten de estas parejas y/o personajes :P En cualquier caso, cualquier duda, comentario, corrección o sugerencia será bienvenido y contestado cuanto antes :3
Disclaimer: Hetalia y sus personajes no me pertenecen. Son propiedad de Hiramuya Hidekaz.
Advertencias: Temas bélicos; Violencia. Participación de personajes históricos.
(...)
Fuera de la Puerta Exterior
las muchachas parecen flores de sauce
Aún cuando son tan hermosas
ninguna es la que todavía habita en mi pecho
Sólo con la vestida de blanco
y chalina esmeralda
querría yo encontrarme
Antiguo poema chino de amor. Fuera de la puerta Este, El libro de los Cantos.
*La flor que crece en medio de la adversidad es la más rara y bella de todas*
Emperador(*). Mulan, Disney.
Capítulo I: La estrella del Sur.
207 A.C .:El comandante chino Zhao Tou funda la dinastía Trieu al sur de China y norte de la actual Vietnam:.
Había acabado.
La dinastía Quin, que lo inició como imperio, llegaba a su fin y China aún no podía creer cuan corta había sido. Si trece años significaban un tiempo relativamente corto para los humanos para él lo era muchísimo más.
Yao Wang, mejor conocido como la milenaria nación de Oriente, fue hasta uno de los balcones más altos del palacio a contemplar el cielo estrellado que cubría su casa. Era una noche espléndida. Las estrellas parecían brillar con mayor intensidad sobre aquel manto nocturno que se expandía hacia el infinito, dando así una vista maravillosa para quien gozara de estar en un lugar tan privilegiado como el palacio.
Lástima que no pudiera disfrutarlo.
Su cabeza estaba hecha un lío con todos los problemas que habían surgido desde la muerte del emperador hacía ya tres años(1). China estaba abrumado por la cantidad de revueltas y conspiraciones que se armaban minuto a minuto entre los campesinos y altos mandos de la Corte.
Era un dolor de cabeza indescriptible.
¿Por qué todo debía tratarse de poder y de expansión?, se preguntaba. Se sentía fatal sabiendo que él era la causa por quien surgían tantas disputas. Todos querían lo mejor para él, diciéndole que le harían aún más poderoso y próspero bajo su reinado, pero él sabía que no era más que una excusa barata para satisfacer sus ambiciones personales utilizándole a él como marioneta.
Con todos los problemas rodando a su alrededor, apoyó sus antebrazos en la barandilla del balcón y se inclinó hacia adelante, queriendo así liberar un poco de la carga interna que llevaba a cuestas.
Era una noche hermosa, y sin embargo, él no estaba de ánimos para contemplarla.
Si tan sólo hubiera algo nuevo con que darle sentido a su vida... volvería a recobrar la esperanza en sí mismo y a luchar por lo que fuera que creyera correcto, porque en momentos como ése sólo quería darse por vencido de una vez.
Minutos después de meditarlo, alzó la vista hacia el cielo y pidió encontrar aquel sentido con que llenar su existencia.
Si en algún tiempo creyó en una fuerza superior, rogaba que se presentara ahora, o al menos, que le diera alguna señal que le indicara qué hacer.
Nunca antes había observado el cielo por tanto tiempo, pero de pronto, se sintió ridículo de querer buscar algo sin saber bien qué era. Quienes esperaban recibir algo de la nada, como si se tratara de magia, eran los denominados brujos e ilusos, quienes pretendían resolver todo a base de encantamientos o de encomendarse a alguna deidad.
Soy un iluso, aru ¿En qué demonios estoy pensando?
Pero entonces... una señal inesperada sucedió.
Justo en el instante en que se disponía a bajar su cabeza, llena de frustración, una estrella fugaz surcó el cielo dirigiéndose a los vastos parajes del sur de su casa. En los breves segundos que duró su trayecto, China no la perdió de vista. Y sin saber porqué, repentinamente se vio envuelto por una mezcla de ansiedad y emoción que lo mantuvo varios minutos con la mirada fija en la dirección que había tomado.
Cuando reaccionó, volvió a sentirse avergonzado.
Aquello no era normal. No tenía sentido que se emocionara sólo porque había visto una estrella fugaz. En innumerables ocasiones había visto centenares de estrellas fugaces, incluso, caer lluvias de éstas sobre el cielo de su casa, y eso era un espectáculo mucho mayor que un solitario rayo de luz que atravesaba las noches y resultaba desapercibido casi todo el tiempo.
Por otro lado... ¿Y si resultaba ser una señal? Le parecía un poco extraño que se hubiera presentado justo cuando pedía al cielo por una.
Eso lo decidía.
Iría a echar un vistazo por el lugar hacia donde la estrella se había dirigido. Eso le permitiría saber si había algo ahí esperándolo, o, sólo se trataban de ilusiones suyas debido al estrés. Al fin y al cabo no perdía nada con intentar. Era mejor que permanecer ahí con el descontento de su gente y con los altos mandos de la Corte Imperial, que en lugar de velar por él y su gente, veían por sus propios intereses sin importar lo que tuvieran que hacer para lograrlo.
Aquello definitivamente instó a Yao a iniciar su búsqueda. Y cuando pasó a hurtadillas por el lado de sus oficiales, vio que todavía seguían muy acalorados peleando entre sí como para detenerse a reparar en su presencia. Mejor para él, pensó; así no tendría que dar explicaciones si llegaban a encontrarlo.
.
.
El viaje de la milenaria nación tardó unas cuantas horas, y cuando por fin llegó a los territorios del sur, ya estaba por amanecer. En unas cuantas ocasiones había visitado aquellas vagos terrenos detrás de su casa, pero no recordaba muy claramente cuándo o porqué. De todos modos no tenía tiempo para detenerse a pensar en eso, ya que tenía asuntos mucho más delicados que tratar. Pero... ¿No había salido precisamente para alejarse de ellos?
China era consciente que sus problemas seguirían allí incluso después que regresara a casa, sólo que necesitaba aferrarse a la esperanza que su viaje no había sido en vano y que encontraría la luz al final del camino.
De pronto, escuchó un grupo de voces lejanas. No le eran familiares ¿Habrían tribus asentadas en el terreno? Si ése era el caso debía andar con cuidado, puesto que no quería provocar a los lugareños con su llegada.
Tras dar unos cuantos pasos más adelante, Yao vislumbró a un grupo de gente reunida en el centro de un pequeño pueblo, donde sus habitantes, miraban algo que se encontraba en medio del círculo que éstos habían formado alrededor. Ninguno se percató de la presencia de la milenaria nación, quien se acercaba lentamente a ellos, puesto que permanecían dándole la espalda y su completa atención no estaba sinó para lo que estaban viendo en ese momento.
La curiosidad era un problema serio en Yao Wang. Cuando tenía interés por descubrir una cosa, muchas veces era cegado por el sentimiento de intriga que éste generaba, desprendiéndolo de su sentido común. Por lo tanto, a menudo era propenso a meterse en dificultades, y posiblemente ésta no sería la excepción.
Así fue, que sin darse cuenta, se acercó hasta casi topar las espaldas de los lugareños.
¿Qué estarían observando?
—¡Alto ahí! —exclamó de pronto una voz tosca y autoritaria.
El chino dio un brusco respingo y se volvió hacia la voz que estaba detrás de él. En el instante que volteó, la cara del hombre, que le había llamado la atención, se tornó en un gesto de sobresalto, asustado por su presencia.
En un principio a China lo confundió la reacción del hombre, pero luego, su cara se le hizo tremendamente familiar. Era alguien ya entrado en edad. Vestía una armadura que Yao reconoció como parte de la armada imperial al servicio de su difunto Emperador. Era de nombre Zhao... Zhao... ¡Ya lo recordaba! ¡Zhao Tuo!
Era un comandante fiel al emperador Qin, pero después de su caída, había renunciado a su cargo y se marchó sin dar mayores explicaciones(2).
—¡Zhu(*) China! ¡¿Qué hace usted aquí?! —preguntó entonces el comandante, luego de recuperar el habla.
La asustada reacción de su antiguo comandante lo dejó un poco atónito. No era que esperara que lo recibiera con algún tipo de ceremonia o algo así, pero tampoco se esperaba que lo viera como si se tratara de un fantasma.
—Yo... —Mantuvo una larga pausa. Sabía que lo había impulsado a venir, pero un humano sería incapaz de entenderlo.
Por varios segundos, que a China le parecieron eternos, se mantuvo en suspenso, sin dar una respuesta concreta. Cuando inesperadamente, un agudo sonido lo hizo desconectarse de aquella situación.
Llanto.
Un bebé lloraba.
—¿Qué es eso? —preguntó la milenaria nación, volteando de inmediato en dirección a donde se escuchaba el llanto.
—Nada... por favor... le pido se marche a casa —rogó intranquilamente Zhao, mirando de reojo hacia atrás.
Atraídos por la voz inquieta de Zhao Tuo, los hombres y mujeres de la tribu habían volteado a mirar a Yao, sintiéndose intranquilos también. Todo parecía indicar que Yao era visto como un intruso, aún más grave; un peligro para aquello que resguardaban con tanto recelo.
La milenaria nación se abrió paso entre los habitantes, a quienes hacía a un lado, sin violencia, para descubrir lo que éstos mantenían oculto como si hubieran armado una pared.
Fue entonces que China la vio.
El más tierno y bello de los rostros que Yao no había visto en mucho tiempo, ahora se encontraba frente a él. Recostado en una pequeña cama, se encontraba un pequeño bebé, llorando, cubierto por una pequeña manta y vestido con unas telas blancas que dejaban al descubierto únicamente sus brazos.
Por instinto, Yao la tomó cuidadosamente en sus brazos y la meció con delicadeza para calmar su llanto. Ninguno de los lugareños se atrevió a impedírselo. Todos ellos sentían respeto, y a la vez temor, por el gigante asiático, que en apariencia podía parecer muy inofensivo, pero era conocida su fuerza y destreza en batalla. Por lo tanto, era de esperar que nadie quisiera provocarlo.
—Es una niña... No... —se detuvo China, mirando atentamente a la bebé que alzaba en brazos—. Es una nación, aru.
—Por favor, Zhu China... —se acercó rápidamente Zhao Tuo con una expresión y voz preocupadas, poniéndose al frente del resto de los habitantes—. Ella se convertirá en el reino de Nam Viet.
—¿Reino de Nam Viet? —preguntó él, volviéndose a mirar a su ex-comandante
—Sí —asintió firmemente su ex comandante—. A partir de hoy esta niña nos guiará. Yo, esta gente y algunos de sus habitantes hemos decidido establecer nuestro propio reino. He decidido establecer una dinastía propia ahora que la dinastía Quin ha caído.
Yao miró a su alrededor y se dio cuenta que algunos de los lugareños pertenecían a sus tierras.
—Así que era eso por lo que te habías ido, aru —dijo la milenaria nación, pero no sonaba como un regaño, más bien tenía un tono pasivo, casi comprensivo.
—Por eso le pido que la deje a nuestro cuidado —rogó el hombre, agachando un poco su cabeza.
Poco después, la bebé fue calmando su llanto para sorpresa del comandante chino. La bebé se había acurrucado en los brazos del mayor y empezaba a quedarse dormida.
—Me ofendes, aru —dijo éste, frunciendo un poco el ceño—. No vine aquí para llevarme a la niña.
—¿Ah, no?
¿Ah, no?, se repitió mentalmente Yao, asombrado de sí mismo.
China se encontraba en un dilema y con un gran sentimiento de contradicción. En parte porque sentía la necesidad de llevarse consigo a la pequeña. Él había venido en busca de encontrar una esperanza a su vida, y posiblemente la había hallado. Esa niña debía ser lo que le daría un nuevo rumbo a su existencia... sólo que no esperaba encontrarse a su antiguo comandante y que éste tuviera sus propios planes para con la pequeña.
¡Rayos! Haber venido con la ilusión de encontrar un sentido a su vida, y tras hacerlo que ahora tenga que renunciar a él. Si sólo hubiera llegado antes...
Con un dejo de resignación, puso a la bebé en los brazos de Zhao Tuo.
—Si esta es la decisión que has tomado, no puedo más que desearte suerte, aru —dijo Yao con un tono que pareció solemne—. Cuida bien de ella para que algún día se convierta en una gran nación.
Zhao Tuo pareció sorprendido, pero luego su expresión se conmovió ante las palabras de su nación de origen, e hizo una profunda reverencia en pos de agradecimiento.
—Xié Xié, Zhu Zhōngguó.
China correspondió el gesto con una sonrisa apacible y por un instante contempló fijamente a la bebé. Ésta empezaba a dormirse en brazos de su, ahora fundador, quien la veía con gran ilusión y cariño. Deseó poder ser él quien sostuviera y mirara así a la pequeña. Aunque breve, ya se había armado un montaje dentro de su cabeza en donde se marchaba con la bebé y pasaba el tiempo con ella hasta convertirla en una bella y gran nación.
Pero no podría hacerlo. No después de haber soltado aquellas palabras de buena fe a Zhao.
Sin más qué decir, la milenaria nación se vio en la obligación de retirarse.
Con la educación y ceremonia por la que era conocido, China lentamente emprendió el camino a casa, dejando atrás a Zhao y a los lugareños. Mientras llegaba el alba de la mañana, Yao no dejaba de pensar en la bebé, en la estrella fugaz, en Zhao... en todo lo que había pasado aquella noche. Se sentía frustrado por no poder tener a la niña consigo, pero se sentía esperanzado de saber que ahora podía contar con un propósito en la vida.
Quizás las cosas estaban por cambiar... y llegaría el momento en que esa pequeña estaría a su lado.
(1) El emperador Qin Shi Huang gobernó la dinastía Qin desde el 247 A.C al 210 A.C. Este emperador fue el primero en unificar a China y empezar el modelo de China como un imperio. Tras su muerte fue enterrado junto a los famosos Guerreros de Terracota.
(*) El emperador de la película de Mulan está basado en este emperador. La frase que dice en la película, es la que he usado al inicio del fic, ya que describe mejor que cualquier otra el crecimiento de Vietnam como nación.
(2) Zhao Tuo (conocido en vietnamita como Trieu Dà) efectivamente fue un comandante de la dinastía Qin, pero luego de su caída decidió formar su propia dinastía por consejo de un senador. Partió al Sur de China y derrotó al Rey del Au Lac (antepasado de Vietnam), proclamándose rey con una nueva dinastía.
(**) Zhú es sinónimo de señor o lord, que es a cómo se refiere Zhao Tuo a China. Zhōngguó es como se pronuncia China en chino xD
Notas Finales: Producciones Dazaru Kanchu se enorgullece en presentar el primer ChuViet en español x3 Jjeje Ha sido el primer capítulo más corto de los tres xD, aún así espero les haya gustado. En un principio pensé que comenzar el fic con esta pareja iba a resultar difícil, pero fue mejor de lo que esperé :3
Bueno, espero este inicio les haya gustado. Las cosas se vienen difíciles para Vietnam.
Cualquier duda, corrección o sugerencia es bienvenido ;)
