Disclaimer: Ningún carácter, lugar o situación conocida me pertenecen, son de Suzanne Collins. Yo simplemente me entretengo inventando una historia con sus personajes. Y cualquier carácter ajeno a la serie, resultan en ser mera coincidencia.
Gracias por entrar a ver de qué va esto.
Soy nueva en el fandom de LJDH. Cuando leí la trilogía completa en un fin de semana, supe que estaba perdida por Peeta Mellark. Y desde entonces he estado dándole vueltas a los personajes para honrarlos con un fic. Este es el resultado.
Espero de verdad que lo disfruten tanto como yo he hecho al escribirlo. Escoger el título ha sido difícil, sin embargo estoy satisfecha.
En este Universo Alterno, ningún tributo que conocemos ha sido elegido para participar en los septuagésimo cuartos Juegos. Y la trama se desarrolla dos años después de la historia original, por tanto, Katniss y compañía son dos años más viejos :D
Cualquier cosa, pueden contactarme vía PM.
Y los Reviews son siempre bienvenidos.
Capítulo I
Camina desesperada por el pasillo donde le indicaron seguir. La sensación de humedad y el conocimiento de encontrarse a cientos de metros bajo tierra no ayudan en nada para terminar con las nauseas que se elevan a través de su garganta. Es tarde y por eso mismo las luces que debieran alumbrar su camino están apagadas, aunque cada tantos metros, hay alguna luz encendida y es más que suficiente.
Nunca ha tenido miedo de la oscuridad.
Así que mientras se las arregla para girar en el próximo pasillo, a su lado pasa caminando un soldado que seguramente hace su rutinaria vigilia. Escucha algunas voces levantarse tras algunas de las innumerables puertas. «Celdas» Debe recordarse a sí misma. Porque aunque nunca antes ha bajado a niveles tan inferiores, sabe bien lo que hay en esos pisos del búnker donde toda una sociedad vivió escondida por años. Sigue avanzando esperando poder corroborarlo con sus propios ojos.
No creyó que volvería a verlo.
Puede sentir como sus mejillas lastiman al estirase sobre lo que está segura, es una sonrisa. Una de las más grandes que han podido surcar su rostro desde que llegara al Trece. Pero ahora lo único que importa recordar es porque está casi trotando para poder encontrarlo. No es hasta que escucha un carraspeo que recuerda que no va caminando sola.
Una mano que conoce bien la detiene por el brazo derecho y la obliga a detenerse. – ¿Estás segura de esto, Katniss?
Sin soltarse, gira sobre su espacio y alza los ojos para confrontarlo. Está más alto que nunca, ya que es imposible que sea ella la que se ha encogido. –Por supuesto, Gale.
El hombre la escudriña a través de sus ojos. No necesita explicarse para que Katniss entienda cual es la respuesta que está buscando. El asunto es que él pueda entenderlo. Y aunque una pequeña esperanza habita en ella deseando que así haga; la parte que conoce bien a Gale Hawthorne sabe que no será una tarea fácil.
No por nada tienen el mismo fuego dentro de ellos.
No desvía la mirada, pero empieza a golpear el suelo impaciente con su pie derecho. Unos instantes más y el varonil caballero, satisfecho o no, asiente y finalmente la libera de su agarre. Sin decir otra palabra, la joven de ojos grises como el acero, da la vuelta para seguir su camino. No necesita asegurarse para saber que Gale sigue andando a su lado. Tras lo que parece ser una eternidad, alcanza a ver que hay un soldado haciendo guardia a una celda de alta seguridad.
No hay necesidad de preguntar. Sabe que está ahí adentro.
Se detiene frente al guardián que parecer ser inamovible, y Katniss puede jurar que ni una sola vez ha pestañeado durante el minuto completo en que se miran uno al otro. Otro carraspeo y ambos dirigen de nuevo su atención a quien lo hace. –Tenemos permiso para entrar. – Gale Hawthorne Informa al soldado que no suelta el agarre de su arma.
Este se inclina hacia adelante y Katniss reacciona tomando una posición de defensa. Nadie podría culparla después de lo que ha vivido. Pero el soldado está más allá de toda comprensión y mejor se esfuerza para comprobar el papel que el compañero de la mal educada joven le está tendiendo. Abre los ojos con sorpresa y verifica la identidad del sujeto. –Sargento Mayor Hawthorne. –Dice casi con devoción mientras se cuadra para presentar sus respetos. Katniss no intenta ocultar cómo gira los ojos y suelta un bufido de fastidio. Piensa en como el soldado casi besa el suelo que Gale está pisando, antes de por fin apartarse de la puerta y permitirles el acceso.
Al tomar el picaporte, se da cuenta de que sus manos están temblando. Intenta tomar unos segundos para tranquilizarse a sí misma. «Detente, respira, cálmate» Se repite como un mantra en varias ocasiones. Aún puede sentir a Gale detrás de ella. Cuando está segura de hallarse en pleno control de sus emociones, gira lentamente la empuñadura de la entrada. Es casi como ver un promocional en cámara lenta.
Empuja la puerta, y es cuando lo ve.
Apenas puede ahogar el grito en su garganta. Está sentado sobre el suelo. Su ancha espalda encorvada hacia adelante, las manos esposadas hacia atrás. Katniss repara en la mugrienta camisa blanca, rasgada por los botones y manchada en sangre. «Su sangre» Los pantalones oscuros no están en mejor estado. El cabello rubio y rizado es más largo de lo que puede recordar haber visto antes y es casi tan negro como el carbón debido a la suciedad.
El tiempo que le toma a Katniss dar los pasos necesarios para alcanzarlo, permite al mermado prisionero alzar por primera vez el rostro. Un escalofrío involuntario recorre su espina dorsal como esa mirada parece reconocerla. La joven se deja caer sobre sus rodillas, reparando únicamente en esos ojos azules que suelen observarla con intensidad.
-¿Katniss? ¿Eres tú? –Con su voz saliendo como un gruñido alcanza a murmurar el abatido joven. No le han dado agua y tiene la boca reseca, llena de polvo y algo de sangre.
A la joven le enternece la ilusión en esos dulces ojos, pero las palabras no logran escapar de ella. ¡Y eso que hay tanto que quiere decir! Así que sabiendo que no es buena con las palabras, pero sí con las acciones, asiente con ternura antes de inclinarse y besarlo suavemente en la boca.
Peeta Mellark deja escapar un suspiro. Después se separa sólo lo suficiente para poder murmurar contra los labios ajenos –no puede ser cierto, ¿Es esto real?
Katniss sonríe sobre sus labios. –Real.
Tres años antes.
-¿Otra vez espiando, Peeta? –Es un viernes como cualquier otro a la hora del almuerzo. El sol es tan brillante y cálido como cualquier día de primavera. La brisa fresca proveniente de los bosques atraviesa las ramas del único y viejo sauce del patio de la escuela, empujando sus hojas unas contra otras. El suave sonido producto de estos golpeteos suelen colmarlo de tranquilidad y ensueño. De hecho apenas puede escuchar la pregunta que su amiga acaba de hacerle. Delly Cartwright suelta una risita.
-¿Qué es tan divertido? – pregunta el joven volteando a ver a la chica con curiosidad. Ambos tienen el cabello rubio cenizo, típica característica de los comerciantes. Piensa que bien podrían pasar por hermanos (de echo Delly insiste en presentarlo como tal) si no fuera porque los ojos de ella son de un azul más tenue.
-Tú. –Responde con simplicidad encogiéndose de hombros. La confusión debe notársele porque la chica agrega –es gracioso, y desalentador al mismo tiempo debo decir, que la chica que te gusta siga provocándote miedo.
-No le tengo miedo. –Intenta alegar sintiendo su orgullo herido. Pero en el fondo sabe que lo que en realidad siente es temor al rechazo.
-¡Por favor, Peet! –Exclama Delly omitiendo decir la a que va al final de su nombre. – ¡Te gusta desde que teníamos quince años, pero nunca le has hablado!
Delly tiene razón. Son años desde que puso sus ojos en esa chica. Claro que su amiga piensa que su obsesión, como a ella le gusta convertir sus sentimientos en algo enfermizo, empezó hace tres años. Si tan solo supiera la verdad… –Lo sé.
Delly tiene que inclinarse para poder escucharlo. –Sabes bien que éste es el último año en que nuestros nombres aparecerán en las papeletas… –Le recuerda como ha estado haciendo desde el sorteo del año pasado. Peeta desearía sentir alivio al recordarlo, pero es difícil sabiendo que aún hay gente que te importa en peligro de ser elegido un año más. La dictadura gobernante del país de Panem, llamada el Capitolio, implementó los llamados Juegos del Hambre como un recordatorio para los Distritos que se rebelaron en los días oscuros.
Las reglas son siempre las mismas: cada Distrito ofrece como tributo a dos jóvenes, un hombre y una mujer, que son elegidos para ir aun lugar llamado Arena, donde tendrán que pelear a muerte por su vida. Claro, el vencedor es el único que queda vivo. Pero no es que el Distrito escoja a quien enviar, eso sería demasiado cruel. Más bien tu nombre entra al sorteo una vez cumples doce años y así sucesivamente cada año, tu nombre es inscrito una sola vez hasta los dieciocho. Por lo tanto, este año, su nombre estará escrito siete veces. Después de estos Juegos, su nombre ya no entrará en la llamada Cosecha.
-Su nombre estará ahí unas veintiocho veces… -Murmura con preocupación. No menciona sus recuerdos sobre el horrible Juego del año anterior. El Vasallaje de los septuagésimo quintos Juegos resultó ser uno de los más sangrientos de la historia.
Su amiga lo ve con pena en los ojos, está claro que ella no lo decía para entristecerlo –Puede que la suerte esté de su lado. –Dice tratando de animarlo. Además ha escuchado que hay más de diez chicos con su nombre puesto en más de cuarenta papeletas en la urna de cristal. –Pero volviendo al hecho de que sobreviviremos al sorteo… Sí lo haremos. –Repite queriendo convencerse a sí misma también. –…Está el hecho de que ya no podrás seguir espiándola.
Peeta sabe a dónde se dirige todo esto. Lo que su amiga quiere decir es que sus oportunidades de hablar con la chica de sus sueños se están acabando. Y que una vez que concluya su último ciclo escolar, sus posibilidades de verla se reducirán al mínimo. Además, debe comenzar a pensar en el futuro. Si planea formar una familia con la chica que quiere, lo más adecuado sería por lo menos ser amigos antes de proponerse. Al menos es lo que dictan las reglas de la sociedad.
Porque no quiere acabar como su padre.
-¿Peeta? –Le dice su amiga. La única que sabe de primera mano lo que ocurre en su vida familiar.
-¿Sí? –No tiene intención de volver a desviar su atención de la chica que le gusta. Después de todo, si son sus últimos días para observarla, debe aprovechar cada segundo.
-Ross va a hablar hoy con mis padres…
-¿Ross? ¿Porqué querría él hablar con tus…? –Entonces se interrumpe porque ha comprendido. Vuelve a desviar sus ojos una vez más, enfocándolos en su querida amiga. –Me alegro por ti. –Dice con una sonrisa sincera en su rostro. Así que esta es la razón por la que le pidió que se sentasen bajo la sombra del sauce.
-Su negocio va bastante bien. Incluso dice que le encargaron unos muebles desde el Capitolio. –Explica con emoción. –Son para lo que ellos llaman una casa de campo y querían tener algunos muebles rústicos –prosigue – y después me ha dicho que no puede esperar más y que desea que nos casemos después de la Cosecha.
Peeta entiende. Una vez que el señor Butler murió, su hijo Ross quedó como el carpintero de la zona más acomodada del Distrito. Y como muchos otros, hace planes para contraer nupcias una vez finalizada la temporada de la Cosecha. –Espero ser invitado especial.
-¡Por supuesto, tonto! –Exclama deleitada. –Incluso te compraremos una tarta.
-Y el pan para el tueste. –El tueste es una tradición del Distrito Doce. Una vez acomodados en su hogar, la pareja tuesta un pan y lo comparte como marido y mujer.
-Y el pan para el tueste. –Concede Delly. Peeta puede apreciar la felicidad en los ojos de su amiga de la infancia. –Deberías llevar a ya-sabes-quien –agrega juguetona guiñándole el ojo antes de ponerse en pie.
-La invitaría si tan solo estuviera seguro de que no terminaré con un cuchillo clavado en mi pecho… -Murmura imitando a su amiga.
Delly se ríe. Está de muy buen humor hoy. –Andando, chico guapo, tienes un título que retener.
Ambos se encaminan al aula de gimnasia, que en realidad es el auditorio del colegio, donde reúnen a todo el alumnado cuando proyectan alguna película especial del Capitolio. Aunque en esta ocasión albergan a los alumnos para la ronda final de la competencia anual de lucha, de la que Peeta es campeón por segundo año consecutivo.
Algunos amigos se acercan en su camino al vestidor para desearle buena suerte. Delly ya se ha separado de él, asegurándole que se reunirá a la comitiva de sus fans para darle ánimos. En el vestidor, en lugar de mentalizarse, Peeta se pregunta si sería buena idea darse una ducha antes salir a competir. No es que no le interese la lucha. Pero la verdad es que se había inscrito al equipo como un medio para llamar la atención de su chica.
¡Si tan solo le hubiese funcionado!
Sin embargo resultó agradable descubrir que tenía talento nato para este deporte de contacto. Su hermano Ayron también participó cuando estudiaba, pero su razón de hacerlo fue porque era bribón por naturaleza y disfrutaba de la confrontación. Peeta no podía dejar de preguntarse si esas características las había heredado de su madre.
Una palmada en la espalda lo hace girarse. Uno de sus compañeros, Brian, también clasificó para las rondas finales del torneo. –Vas a morder el polvo, Mellark.
El joven gira los ojos anudando sus zapatos de deporte –no lo lograste hace doce meses, ¿Qué te hace pensar que podrás conmigo este año?
-Una corazonada. –Responde simplemente.
Salen con el resto de los competidores. El colegio entero ya está ocupando las gradas de madera. Peeta busca por algunos rostros conocidos. – ¡Tú puedes, Peeta! –Grita una chica de cabello corto, rubio y brillante. Es Tina Simmons, hija del curtidor de pieles. No es secreto que Tina está enamorada de Peeta, ni que su sueño es casarse con el hijo del panadero. Peeta responde con un apenado intento de sonrisa.
Sigue buscando. Encuentra a Delly que está sentada a diez asientos de Tina, y le saluda con la mano. Otros chicos, e incluso varias chicas, le desean suerte desde las gradas. Peeta sigue buscando a su razón de participar en esto, pero ni rastro de ella. A quien sí localiza, es a su joven hermana. Destaca con facilidad con su rubio cabello entre un montón de chicos de la Veta; todos de cabello oscuro. Las niñas a su alrededor se dan codazos unas con otras al descubrirlo viendo a su grupo más tiempo de lo considerado como normal. Al lado de la niña rubia, un chico alto y delgado le lanza una mirada de advertencia.
«Genial. Amenazado por un niño de catorce años» Piensa el joven Mellark dándoles la espalda. «No es que esta escena me resulte familiar, ¿verdad?» A pesar del sarcasmo en sus pensamientos, siente la decepción incrementando en su pecho e intenta despejarla haciendo algunas inflexiones para calentar.
El entrenador, que es árbitro y juez del concurso al mismo tiempo, sostiene un silbato entre sus labios. –Increíble que una cosa tan pequeña resulte tan molesta. –Se queja Brian cuando el señor Young sopla con fuerza para iniciar el torneo.
Peeta se siente particularmente distraído. Se esfuerza por analizar los estilos de sus posibles contrincantes, pero lo único en lo que puede pensar es en la chica de ojos grises que no ha encontrado entre la multitud.
-¡Peeta Mellark!
El joven se levanta de su asiento y se acerca al centro. Su oponente es un delgado joven hijo de comerciantes. Es el primero que despacha con facilidad. Dos, tres. Así sigue en la ronda de eliminatorias que llevarán a la final. Conforme Peeta se va posicionando, se vuelve más difícil mantener su aventajada posición. Hay muy buenos luchadores, casi tan diestros como el actual campeón. Los gritos de ánimo entre los espectadores son ensordecedores. Al menos la mayoría intenta obviar sus temores sobre los próximos Juegos del Hambre.
Una vez se acercan a las semifinales, el director de la escuela hace aparición. Sin necesidad de saberlo, Peeta intuye que algo va mal. El señor Young anuncia que habrá una pausa, en que podrá salir del auditorio para hablar con el director. Peeta aprovecha para beber un poco de agua que su mejor amigo, Phil Cox le ofrece. -Buen trabajo, panadero. – La última semana ha decidido apodarlo de este modo.
-Siempre tan original, Phil. –Dice una chica que llega acompañando a Delly. Se trata de Kyra. Ella y Phil siempre están discutiendo, pero mientras Peeta lo considera extenuante, Delly cree que terminarán confesando sus sentimientos el uno por el otro.
-Es el hijo de un panadero, ¿De que otro modo podría llamarlo? –Pregunta buscando que Delly le dé la razón.
-Dile como quieras, solo no te atrevas a ponerme un apodo a mí. –Dice clavado su dedo índice en el pecho del muchacho, enfatizando sus palabras con un tono que espera sea amenazador, fallando terriblemente.
Peeta pone una sonrisa cansada mientras escucha a sus amigos discutir desde la banca donde está sentado. Usualmente él es quien intenta conciliar los ánimos, pero se siente agotado. Este año se inscribieron casi el doble de competidores, ya que les ayudaría a exentarse de algunas pruebas finales. Por lo tanto hay más chicos a los cuales enfrentar para ser campeón por última ocasión antes de concluir oficialmente sus estudios.
-¡Hey, Madge! –Peeta, que había estado mirando las suelas de sus zapatos, gira la cabeza tan bruscamente que puede haberse desgarrado un tendón del cuello.
-Hola, Delly. –Saluda Madge Underseen, quien es una joven reservada. Como la mayoría de la gente de la ciudad, comparte el característico cabello rubio y ojos azules de los comerciantes.
A Peeta le parece sencilla y agradable, aunque rara ocasión han intercambiado más que alguna ligera conversación de más dos palabras. Sin embargo, hay algo que Peeta envidia de Madge y no es precisamente el vivir a todo lujo como única hija del alcalde. Trata de ser discreto al querer comprobar con quien va Madge. Y tiene razón. No va sola. La acompaña la chica a la que sueña cada noche.
-¡Hola, Katniss! –Peeta escucha a Delly saludar con igual ánimo a Katniss Everdeen, la chica de la Veta.
Ojos grises, cabello oscuro recogido en una sencilla trenza, cuerpo delgado pero ágil, piel aceitunada, ligeras pecas causadas por las largas horas gastadas bajo el sol. Peeta quisiera saludarla con la misma seguridad con que Delly parece hacerlo. No es que sean amigas, pero es inevitable no saber quién es Katniss Everdeen. No por nada es una de las pocas personas que abastecen el distrito Doce con la carne fresca de su caza furtiva.
-Hola. –Murmura simple y llanamente. Es evidente que se siente incómoda. Voltea hacia cualquier lado, como buscando una excusa que le aparte de ese grupo de chicos de la ciudad. Peeta no puede dejar de notar que, aunque está claro que quiere evitarlos a todos, únicamente es él de quien rehúye la mirada.
Sin embargo, debe ser el único que percibe la incomodidad de la chica porque Delly continúa como si nada – ¿Qué tal les ha parecido el desempeño de Peeta? –Aunque es una pregunta no dirigida a alguien en particular, Delly observa a Katniss en espera de una respuesta.
«Oh, no» Peeta ya sabe hacia donde se dirigen los planes de su amiga.
Transcurre una larga pausa que empieza a volverse incómoda para todos (sofocante para Peeta), pero afortunadamente Madge se repone primero –Es lo que comentábamos.
«Espera, ¿Qué?»
-…Creemos que Peeta necesita concentrarse para poder llegar a la final…
Pero a Peeta no le interesan las observaciones sobre su pobre desempeño. Lo único que resuena en su cabeza es ese "creemos"
«Creemos…»
«Creemos…»
«¡Han estado hablando de mí!»
-Si… –Vuelve a murmurar Katniss. Sus ojos fijos en su pequeña hermana, a la que saluda desde su apartado lugar entre el alumnado.
Por extraño que parezca, el encantador y usualmente fácil de labia, Peeta Mellark, se ha quedado completamente mudo. Trabaja a marchas forzadas pensando en algo inteligente, divertido, o sagaz que decir, pero nada le viene a la mente. La tiene más cerca de lo que la ha tenido nunca y pronto se encuentra ligeramente embobado por el leve aroma a bosque que le llega a la nariz. Si estira un poco su brazo podría tocarla…
-… ¿Qué dices, Katniss? –La aludida y Peeta voltean sobresaltados hacia Delly Cartwright. Ninguno ha estado escuchando.
-¿Qué? –Suelta con brusquedad. Haría pensar a cualquier que acaban de ofenderla.
-Delly nos platicaba que pasado el día de la Cosecha tendrá su tueste... –Le repite Madge en esa voz suave que tiene.
-Y quería saber si gustan acompañarnos a Ross y a mí…
-No voy a fiestas. –La corta la chica de la veta.
Kyra abre la boca para responder a la ruda respuesta de la joven, pero Delly se anticipa con una simpática risa, aliviando la súbita tensión como si fuera una divertida broma. –Bueno. No creo que sea una fiesta propiamente dicha. Únicamente unas pocas personas, nada extravagante.
-Sería agradable, creo que… –Contesta Madge, sabiendo que su amiga no dirá nada más. Pero la chica no puede terminar lo que iba a decir porque en ese momento, reingresa el director acompañado del señor Young y algunos agentes del Capitolio.
Uno de los llamados agentes de la paz, el Jefe Cray del distrito, sostiene un megáfono en una de sus manos. Pide atención antes de comenzar a leer una hoja de papel con el sello de Panem. Es un documento oficial. –Según la nueva Ley del Capitolio para los distritos, apartado B, sección seis: están prohibidas las reuniones públicas mayores a cinco miembros. Esto incluye actividades deportivas, y actividades de estudio fuera del tiempo de clases. Así mismo, las festividades públicas y todo evento del respectivo distrito serán cancelados hasta que el Capitolio anuncie lo contrario. Para las celebraciones de matrimonio, nacimiento, etcétera, requerirán de un documento oficial emitido en las oficinas de Justicia, donde se declarará la razón del permiso y las personas de las que se solicita asistencia. En cuanto a las clases del ciclo escolar… –Hace una pausa que aprovecha para enrollar la declaración de la nueva ley – serán vigiladas por Agentes de la Paz en orden a lo establecido, y queda anunciado que dada la nueva enmienda, esta competencia queda cancelada.
El director toma entonces la palabra e informa que por la noche, se transmitirá un importante mensaje de parte del honorabilísimo Presidente Snow. Espera unos momentos para comprobar que su aviso ha sido captado y lo siguiente que hace es pedir que ordenadamente, abandonen el auditorio y se preparen para ir a casa.
Una vez que la hija del alcalde y su chica se pierden entre la multitud, Peeta se apresura hacia las regaderas. El agua es fría pero ni eso, ni cualquier ley del Capitolio, ni la cancelación de la competencia, mermarán la adrenalina que siente después de haber tenido a Katniss Everdeen a menos de diez centímetros de distancia. Mientras se viste, hace una nota mental para agradecer más tarde a Delly por intentar desempeñar su papel de casamentera. Ya después se preocupará por eso de las reuniones prohibidas, y el porqué del repentino interés del gobierno en las reuniones extraoficiales.
No le lleva más de cinco minutos salir de los vestidores. El salón está casi vacío. Mientras toma dirección rumbo al pasillo donde está su casillero, intenta adivinar cual será el anuncio tan importante que el Presidente ha de darles. Supone que será sobre lo más horribles y aterradores que serán los Juegos de este año. Tal vez enviarán a las familias completas de los tributos, o enviarán a niños de doce años, como en el último Vasallaje. Piensa en los cientos de posibilidades que involucra un anuncio al que se le da tanta importancia. Puede que el Presidente Snow haya claudicado, y les presente a un nuevo monarca… Cualquier cosa es posible, pero definitivamente no está preparado para lo que escuchan sus oídos esa noche.
"Los Juegos del Hambre quedan suspendidos hasta nuevo aviso…"
El estupor en su casa debe de ser el mismo que en todos y cada uno de los hogares de Panem. Honestamente es difícil concentrarse en el resto del mensaje que el líder político del Capitolio está diciendo. Peeta siente como si pudiera atravesar la ciudad, cruzar la Veta, correr por el prado y volver en menos de diez minutos sin el menor esfuerzo.
Lo sabe porque en alguna ocasión recorrió el mismo trayecto. Fue por una apuesta con sus hermanos. Todo resultó bastante simple: correr por la Veta, alcanzar la cima de la pradera y regresar a la ciudad completamente solo. En aquel tiempo tendría diez años, por lo que suponía un reto extremadamente difícil, pero que comprobaría su valor ante sus hermanos que lo molestaban por ser pequeño. Cuando regresó a casa y vio a su madre en la entrada aguardando por él, supo que no le esperaba nada bueno.
Únicamente el codazo de su hermano Ayron lo obliga a poner atención de nuevo en la pantalla.
"A partir del próximo mes será de carácter obligatorio que un hijo de cada familia, en edad elegible entre dieciocho y veintitrés años, cumpla con un servicio militar para el Capitolio."
Peeta trata de asimilar lo que está ocurriendo, pero mientas lo hace, repentinamente algo de estática interrumpe el mensaje presidencial, y se proyecta la imagen de una mujer de edad media, rasgos duros, ojos astutos y cabello platino. Pero lo que llama la atención de ella, es la fiera determinación de su rostro.
"Buenas noches ciudadanos de Panem. Habla la Presidenta Alma Coin" Otorga unos segundos como si entendiera que la gente mirando sus pantallas necesita un poco de tiempo para convencerse de que lo que ven es cierto. "Del distrito Trece"
Entonces la señal se empieza a perder. Si Peeta entendiera algo sobre tecnología, bien podría decir que en algún lugar del país, hay personas peleando por obtener el control de las señales emitidas. Se sobresalta cuando vuelve a aparecer y reaparecer la imagen del Presidente Snow, alternada con la de la mujer que acaba de presentarse como Presidenta del desaparecido, o más bien reducido a cenizas, distrito Trece. Peeta puede captar unas pocas palabras perdidas.
"…hay que levantarse…"
"…pelear por los derechos…"
"…en los días oscuros…"
"…libertad…"
"…masacre y mentira…"
"…inicia una rebelión…"
"…distritos tres, seis, siete…"
"…guerra…"
Y al final nada. Aparece en la pantalla una imagen del sello del Capitolio.
Intenta recordar algún momento en que algo similar haya pasado, pero no puede, porque simplemente nunca ha sucedido. -¿Papá…?
El señor Mellark mueve la cabeza de un lado a otro, entendiendo la pregunta que muere en los labios de su hijo menor. –Nunca antes vi que ocurriera algo parecido.
-¿Presidenta del distrito trece? –Pregunta Ayron incrédulo. –Debe ser una broma de mal gusto.
Pero Peeta no piensa igual. No por los esfuerzos del Capitolio para contrarrestar el ataque televisivo. Tampoco por la cara llena de ira del Presidente. ¿Por qué si no querría reclutar jóvenes de los distritos? ¿Por qué llenar sus filas para formar un ejército? Pero no ofrece una opinión. A su juicio es demasiado pronto.
-Es gente estúpida de la que no vale la pena preocuparse. –Es la señora Mellark quien zanja la conversación. Después simplemente se levanta y se retira a su habitación. Ayron y su padre hacen lo mismo. Finalmente el más joven de los Mellark los sigue.
Peeta siempre ha compartido habitación con sus hermanos. Así que echado en su cama puede escuchar los ronquidos de Ayron. ¿Cómo puede dormir con lo que han visto esta noche? No debería sorprenderle, basta con que Ayron ponga la cabeza en su almohada y quede completamente perdido toda la noche. Sin embargo, sí que lamenta que Croiss, su hermano de veintitrés años, esté casado. Sabe que con él podría seguir hablando sobre lo ocurrido durante el anuncio del Capitolio. Pero no está, así que intenta darle algunas vueltas a la situación por sí mismo. Pero todo es en vano. Lo único que le queda es esperar a que la ruleta gire y que la suerte esté de su parte.
Y esperar egoístamente que no sea él quien tenga que hacer el servicio militar para el Capitolio.
A la mañana siguiente, Peeta se despierta a las cuatro de la mañana como un sábado de costumbre. Haciendo el menor ruido posible, se prepara para alcanzar a su padre en las cocinas, donde ya debe estar preparando la primera bandeja de pan del día.
-Deja dormir, idiota –Murmura su hermano girándose sobre su cama.
Peeta se abstiene de azotar la puerta como pequeña venganza. Y entonces después se apega a su horario habitual. Alistar algunos ingredientes, preparar los enormes recipientes donde los mezclan. Despejar la mesa de trabajo. Barrer la zona que corresponde a la entrada de la panadería. Recoger las migajas de los estantes donde colocan el pan recién horneado. Y cuando dan las seis, continuar con el horneado, mientras su padre se encarga de atender a los clientes que les gusta consumir el pan calientito a primeras horas de la mañana.
Cualquier joven de su edad se aburriría de realizar las mismas tareas durante seis días de la semana, todos los meses, de todos los años. Pero resulta que a Peeta le agrada pasar su tiempo en la cocina, atendiendo los hornos, decorando los pasteles, vigilando las galletas. No es una carga para él hacerlo. Y que su madre no se involucre en lo concerniente a la producción desde hace varios años, lo hace mucho más placentero.
Hoy es el día libre de Ayron. Esa es la razón por la que su hermano esté durmiendo en lugar de estar trabajando, como la mayoría de las almas que viven en el distrito. Al principio su madre no entendía por qué sus hijos necesitaban un día de descanso, pero el señor Mellark intercedió por ellos y convenció a su mujer de permitírselos. A Peeta le tocaron los domingos, aunque de buena gana los hubiera rolado por los sábados.
Cerca del medio día, Tina Simmons se aparece en la tienda buscando al joven Peeta. Pero afortunadamente para el chico, la harina de su último costal se está por acabar, dándole la oportunidad de escabullirse por la puerta trasera para escapar al mercado. En su camino saluda cortésmente a unos cuantos comerciantes con quienes su padre suele negociar. Mientras espera en el molino a que le entreguen el primero de sus costales de harina con que siempre le abastecen, se dedica a mirar con atención a las personas en el mercado.
Como cada sábado, se va llenando conforme la gente va recibiendo su paga. Y aunque el mercado es tan ruidoso como de costumbre, hay algo diferente en el ambiente. Peeta alcanza a escuchar que el tema de conversación del día es el mensaje de anoche, aunque nadie parece comentar sobre las palabras de aquella extraña mujer. Y no los culpa, hay agentes de la paz adquiriendo su despensa en esos momentos. El nuevo ayudante del anciano dueño, se esfuerza para alcanzar el costal a su cliente.
-Ya me encargo yo. –Le dice Peeta con una amable sonrisa. Recién echa el costal sobre su hombro, da la vuelta para volver a la panadería. Entonces se paraliza cuando alcanza a ver una familiar trenza oscura.
¡Reconocería esa trenza donde fuera!
Actuando más por instinto que por planearlo, esquiva a algunas personas para darle alcance. No es hasta que llega a dos personas por detrás de Katniss Everdeen, que se da cuenta que no tiene nada que decirle. NADA. Ningún pretexto, ni… Ni el valor para hacer algo. Derrotado, siente por primera vez el peso del costal sobre su hombro. Trata de acomodar un poco mejor el paquete en su hombro mientras da unos pocos pasos cabizbajo. Se frena de nuevo al sentir que golpea algo.
Entonces la joven se detiene y voltea para ver justamente a donde se encuentra el joven rubio murmurando una disculpa al hombre que, sin querer, acaba de golpear con el costal que carga con facilidad sobre su hombro. Peeta alza la mirada cuando el señor se aleja y puede sentir como se le escapa el aire de golpe al descubrir que la chica lo está mirando. El calor en su cara lo hace girar la vista avergonzado y ella hace lo mismo antes de apresurarse para perderse entre la multitud que ya abarrota el mercado.
Así le ha pasado en incontables ocasiones en la escuela. En serio que sus diez dedos no le bastarían para numerarlas. Aunque casi siempre ocurre al revés. Es él quien normalmente la observa y ella lo descubre. Lo siguiente ocurre en el mismo orden: él desvía la mirada avergonzado y ella lo secunda. Podría ser un divertido flirteo si no temiera que ella lo tomase por un acosador, justo como Delly lo cataloga a modo de broma.
El resto del día ocurre sin mayores contratiempos, pero ese simple y lejano encuentro ha bastado para robarle el sueño.
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