Harry Potter y su mundo son propiedad de J. K. Rowling
Esta historia participa en el I Fest de la Noble y Ancestral Casa de los Black.
Promt 12. En el que Harry y Charlie entrenan dragones.
Clap, clap. Clap, clap. Clap, clap.
Ritmo constante. Metálico. Aterrador por alguna razón que Harry no era capaz de definir. Una serie de palmadas que se repetía constantemente con una extraña melodía repetitiva y alienante, como si llevará un ritmo ajeno a cualquier musicalidad o armonía.
Clap, clap. Clap, clap. Clap, clap.
Se escuchaba arrastrado por el viento en aquel oscuro pasillo. Un pasillo sin fin, que como las palmadas se repetía cada pocos metros. Un candelabro que emitía una tenue luz azulada que no paraba de bailar en el filo de ahogarse y desaparecer en un hilo plateado de humo. Apenas se veía más allá de unos pocos metros con esa escasa iluminación que bailaba constantemente por evitar extinguirse. Entre candelabro y candelabro, una puerta maciza con una gran aldaba de hierro en el centro que invitaba a llamar.
Clap, clap. Clap, clap. Clap, clap.
Harry llamó a varias puertas, al principio una tras otra, más tarde iba escogiéndolas al azar. Al final cesó en sus intentos sabiendo que nadie respondería a su llamada. Le gustaría gritar, que el silencio solo interrumpido por las palmadas desapareciera con su voz y fuera escuchado por sonidos amigos y reconfortantes, pero al abrir sus labios una ráfaga de viento helado se le colaba por la boca hiriéndole la garganta. No sabía como había llegado allí, no le importaba en absoluto los acontecimientos que le llevaron ha ese pasillo infinito. Solo le importaba llegar al final que no parecía llegar nunca pero lo sentía al alcance de su mano a cada paso dado.
Clap, clap. Clap, clap. Clap, clap.
El suelo tembló bajo sus pies. Tras él todo el pasillo parecía retorcerse y agitarse en una espiral que se perdía en lo oscuridad, donde las paredes se estiraban hasta lo imposible arrastrando tras de sí los candelabros y creando una imagen mareante y ajena a cualquier comprensión humana. Harry se veía atrapado por ese cumulo retorcido que se aproximaba rápidamente. A sus pies la alfombra comenzó a combarse y extenderse en el baile alienante de aquel pasillo, y junto a ella, el pie derecho de Harry. El dolor era indecible, pero no había nada en comparación a ver como su propio pie lo mantenía y al mismo tiempo desaparecía como un hilo de aceite en un remolino, siendo tragado por la corriente sin remisión.
Clap, clap. Clap, clap. Clap, clap.
Sintió su pecho arder, como si posaran sobre su piel una mano ardiente, su camiseta estalló en llamas formando miles de manos que ennegrecían todo su cuerpo. Tocándolo por doquier, arremetiendo contra él. El pasillo era un lejano recuerdo, ahora solo existían esas manos que le impedían avanzar, o siquiera ver lo que tenía a su alrededor. Manos invisibles que marcaban su cuerpo a fuego. Harry quería gritar, llorar, rendirse y caer en la inconsciencia tras ese tormento. Pero no era capaz., algo le impedía poder hacer más que simplemente sufrir. Llegado el momento en el que todo parecía llegar a un límite tolerable para la propia cordura, las palmadas se intensificaron. Dos manos ardientes, fuego etéreo y juguetón, se alejaron de él chocando entre sí a un ritmo muy regular.
Clap, clap. Clap, clap. Clap, clap.
Cada palmada iba acompañada de una suplica, un insulto, un lloró o un grito. Miles de voces en una cacofonía que nadie podría entender. Pero Harry las entendía. Para él todas y cada una de las voces eran claras como el agua, aunque estuvieran superpuestas unas sobre otras y cualquier otra persona solo oiría un chirrido gutural, parecido al aterrador canto de las banshee. Harry comenzó a añorar los momentos en los que solo se agitaba por el dolor de aquellas manos, lo que sufría ahora no tenía comparación posible.
Clap ¿Por qué no nos salvaste? Clap. Dejaste a nuestro hijo huérfano. Clap. Eres un cobarde. Clap. ¿dónde estabas cuando te necesitábamos? Clap. morimos por tu culpa. Clap. Deberías haber muerto en nuestro lugar.
—Deberías haber muerto en lugar de tus padres, Potter—susurró una voz arrastrando las palabras, como si le costase mover la lengua, carraspeando constantemente. Harry se quedó petrificado. Ante él, las manos que no paraban de dar palmadas, formaron un cuerpo de ceniza. Una copia en negativo de él mismo que se reía de él con malevolencia mientras seguía animando a las voces a taladrar la mente de Harry. Su reflejo le observaba sufrir mientras se arrancaba tiras de carne quemada de la cara como si fuera un simple envoltorio—. Todos serían felices si no hubieras cumplido los dos años. Miles de vidas salvadas. Pero fuiste egoísta y preferiste vivir tú por encima del resto. Y no fue la última vez que te escapaste de las garras de la muerte arrojando a pobres incautos e inocentes como pago ¿Verdad?
Clap, clap. Clap, clap. Clap, clap.
Aquella figura perversa, fabricada de humo, ceniza y piel quemada, seguía mutilándose, al mismo tiempo que increpaba a Harry, aunando fuerzas con el dolor físico de las manos y el emocional de las voces de los muertos. De la carne pútrida y quemada que iba arrojando este ente impío surgían nubes de insectos y gusanos blancos que engordaban y se arremolinaban como un enjambre furioso, construyendo varias figuras más. Ante Harry se levantaron un Ronald Weasley desnudo que hablaba con el zumbido de un millón de moscas sin que llegase a entenderse nada; a su lado, una desnuda Hermione Granger conformada de insectos se abrazaba al Harry de ceniza y le daba de comer los propios gusanos que la formaban. Aquel trío demoníaco rodeó a Harry.
Clap, clap. Clap, clap. Clap, clap.
—Este mundo sería ahora un lugar mucho más feliz sin ti, Harry. Quisiste vivir y mataste a Albus Dumbledore, a Severus Snape, a Remus Lupin, a Nynphadora Tonks—recitaba el Harry de ceniza todos aquellos nombres entre palmadas, con el rostro sangrando un líquido negro donde antes tenía la cara. A ambos lados las figuras de Ron y Hermione cambiaban fugazmente a cada nombre que él pronunciaba—. Antepusiste tu vida a la del resto. Quisiste alargar tu existencia por encima de cualquier cosa ¿En qué te diferencia eso de mi?—preguntó con contundencia la figura carbonizada mientras aquella figura amorfa que imitaba a Hermione se lanzaba sobre él con lujuria, para fundirse con él. Los gusanos comenzaron a moverse con brío. Arrastrándose por la piel de ceniza y llama, limpiándola de la putrefacción y la sangre negra. Haciendo que Harry viera como su reflejo iba volviéndose más y más blanco, y sus ojos verdes, los ojos de su madre, se inyectaban en sangre, con las pupilas estrechándose por momentos y una sonrisa dibujándose en aquella nueva piel. Al son de las palmadas
Clap, clap. Clap, clap. Clap, clap.
—No... —apenas un hilo de voz pudo surgir de los maltrechos labios de Harry. La única palabra que había pronunciado en aquel infierno, y no era capaz de ir más allá. Lo que veía ante él era imposible. Pero todas las fibras de su ser le gritaban que estaba delante del auténtico.
Clap, clap. Clap, clap. Clap, clap.
—Si, Harry. Eres igual que yo. Has luchado contra ti mismo. Es hora de que recibas un castigo por ello.
Clap, clap. Clap, clap. Clap, clap.
La frente de Harry chocó contra el vidrio helado haciéndole dar un respingo en su asiento. Un bache en las vías le había sacudido lo suficiente para golpearse contra la ventanilla de su vagón. Estaba solo. El sol atravesaba las nubes creando un mar amarillo en el cielo, que chocaba contra los altos picos que se veían a lo lejos. Era una imagen que invitaba a despejar la mente y olvidarse de todo. Harry lo agradeció. Fijo sus ojos en aquella pintura viviente mientras sus manos recorrían su torso y sus brazos en busca de algo que sabía no encontraría. Respiró aliviado cuando terminó con la rutina de buscar marcas en su piel. No había quemaduras. De nuevo, todo había sido un sueño. De nuevo.
Clap, clap. Clap, clap. Clap, clap.
Harry dio un respingo al volver a escuchar las palmadas. Escudriñó todo el vagón, hasta lanzó su baul contra el suelo y desparramó todo su contenido en busca del causante de aquel sonido del averno. Esta fuera de si, aterrado y furioso. Las lágrimas surgían sin control de su rostro mientras golpeaba todos sus efectos personales, queriendo destruir cualquier intruso que en ellos hubiera. Entonces volvieron las palmadas.
Clap, clap. Clap, clap. Clap, clap.
Y lo descubrió. El tren. Los rieles emitían aquel característico sonido que su mente había trastocado, tornándolo en las palmadas de él. No, de él no, de eso. Siguió llorando. Lo necesitaba, llevaba días conteniendo aquellas lágrimas y ahora, aliviado y con una risa agotada, dejo escapar todo lo que estaba sufriendo, apoyado contra la puerta de su compartimiento y comprobando que estuviera cerrado con llave. No quería caer de espaldas, y mucho menos dar explicaciones de porque tenía todo su equipaje cubriendo el suelo y los asientos. Siguió con la mirada el transitar de las montañas, como gigantes de piedra en peregrinación. Atisbo divertido como una rana de chocolate había escapado de su caja y ahora atravesaba el cristal de la ventana como si estuviera escalando esas lejanas cumbres escarlatas por la luz del sol.
Clap, clap. Clap, clap. Clap, clap.
¿Habría sido una buena idea marcharse? Harry se preguntaba eso a menudo. Las pesadillas no habían desaparecido en aquel viaje, incluso habían aumentado en intensidad, como si su mente se reimaginase cada vez que cerraba los ojos para hacerle sufrir más si era posible. Y si, lo era. Hacía más de un año que había visto su cuerpo caer sin vida. Más de un año desde que atrapó la varita de Saúco entre sus dedos y la guerra había terminado. Pero no para él. Desde ese mismo día los sueños se volvieron una constante. Primero eran susurros en la oscuridad, malos recuerdos entre momentos de dicha. Pronto esas sombras fueron adentrándose en cada aspecto de su vida. Las noches se volvieron tormentos. Cerrar los ojos significaba abrir la puerta a imágenes perturbadoras y voces hirientes. Lo peor era no recordarlo. Harry abría los ojos con la sensación de haber sido machacado de todas las formas imaginables, pero no había nada más. Tratar de recordar sus pesadillas era como mirar al fondo de un pozo en medio de la noche y tratar de contar las piedras que hay en su fondo.
Clap, clap. Clap, clap. Clap, clap.
Hermione, Ron, Ginny, Luna, Neville, los Weasley en general, todos se volcaron con él en cuanto se descubrieron sus pesadillas. Pero no pudieron hacer nada. Ningún profesor ni medimago parecía entender la dolencia de Harry. Las pociones para dormir sin soñar no tenían ningún efecto en él, incluso podían llegar a agravar sus pesadillas. El Ministerio se volcó, buscando cualquier indicio histórico que hablase de los mismos síntomas, durante siete meses un Inefable le siguió día y noche. Nadie descubrió que atormentaba a Harry. Hermione saco a relucir el estrés postraumático. como posible causa, pero el tratamiento y la terapia no surtieron ninguna clase de efecto. De nuevo, Harry se encontraba luchando noche tras noche contra una hidra a la que no podía cortar cabeza alguna, pero siempre aparecía con más que la noche anterior.
Clap, clap. Clap, clap. Clap, clap.
Al final desistió. Harry optó por marcharse de Inglaterra un tiempo. Tomar un tren y alejarse de todo lo conocido esperando que lo que hubiera más allá le liberase de su carga. Su destino fue una incógnita durante varios meses, incluso para él mismo, le costaba decidirse pues no sabía que hacer más allá de Hogwarts. La idea de ser Auror fue haciéndose menos atractiva con el paso de los meses, y se encontró en un punto en el que no sabía que iba a ser más allá de un salvador. No había hecho nada reseñable en su vida que mereciera la pena, más allá de ganar algún partido de Quidditch. No sentía propia la victoria contra eso, habían ganado entre todos. Y ahora con la guerra terminada se veía sin un propósito. Hasta que una visita al callejón Diagon le abrió los ojos.
Clap, clap. Clap, clap. Clap, clap.
Ver la cúpula de Gringotts cubierta de obreros que trataban de reconstruirla le hizo recordar al dragón que guardaba las cámaras más importantes. La piel cubierta de heridas asaltó su mente, su mirada asustada, de autentico pánico ante el sonido de aquellos cachivaches. Se le formó un nudo en el estomago que le lanzó a lo que ahora era su nuevo propósito en la vida. El destino último de aquel viaje en tren a lo largo de Europa.
Harry Potter quería cuidar dragones. Quería aprender a capturarlos para poder curar sus heridas, conocerlo todo de ellos. Quería regresar a Inglaterra y encontrar aquel viejo dragón y tratar de sanar su cuerpo y su mente. Y deseaba que en ese proceso, su propia mente se curase y dejase ir los demonios que le asaltaban al abrigo de la noche.
Y el mejor lugar para llevar a buen puerto esa nueva meta era Rumanía. De nuevo la familia Weasley le extendía su mano en los momentos de mayor necesidad. Charlie no dudo un instante en invitarle a asistir al castillo, encantado de tener alguien a quien adiestrar y que parecía tan dispuesto como él a aprender de aquellas inmensas bestias. Ahora apenas le restaban unas pocas horas para que Harry llegará a su nuevo hogar, y que de nuevo un pelirrojo le ayudase a vivir en él. Con ese pensamiento en mente pudo levantarse, con las lágrimas ya secas en su rostro, y ponerse a recoger cada objeto que había arrojado con furia hacia unos minutos. El repiqueteo constante del tren ya era un soniquete insignificante que apenas percibía, y la calma se extendía por su cuerpo como un cálido bálsamo mientras recogía sus cosas con lentitud y parsimonia, como si estuviera haciendo una ceremonia y no guardando su ropa interior.
Ropa interior muy deteriorada por lo que estaba viendo. Había chamuscado gran parte de sus calzoncillos, y una camiseta tenía un agujero de pecho a espalda por donde se le podría ver el ombligo. Un pantalón se había convertido en un bañador. Decidió guardar la varita en un compartimiento del baúl para no repetir la escena y quedarse sin la poca ropa intacta que le quedaba. Tendría que pedir más a Ron o Hermione para que se la enviasen, pues buena parte de ella había perdido la valiosa virtud de mantenerlo alejado del frío.
Cerró el baúl tras terminar de arrojar la última prenda a su interior y se sentó en el suelo a su lado frotándose el rostro limpiando lo poco que quedaba de su llanto y dejando ir su mirada por cada recoveco del compartimento. No pensaba en nada, había aprendido que era la mejor forma de enfrentarse a sus pesadillas, dejando la mente en blanco sin darles mayor importancia o no podría vivir. Ya le era difícil descansar, no quería que también le afectase de día más allá del despertar. Sin querer repaso las palabras de la doctora: "Es tu culpa, te crees responsable de lo que ocurrió y por eso te sientes ligado a su figura, pero no es así Harry. No puedes cargar sobre ti esa lapida"
Sonrió de forma cansada al recordar esas palabras. Se sentía mal por los amigos perdidos en la guerra. Se sentía peor por haber tardado tanto. Pero había aprendido a aceptar que todo lo ocurrido era culpa de Voldemort. Tom tomó la decisión de ponerse por encima de los demás, no él, Tom lo hizo. Y con esa decisión llevo el dolor y la muerte a toda Inglaterra. Harry era consciente de esa realidad, aun así cada noche era torturado por esa figura oscura, ese reflejo de si mismo que se iba desintegrando y mostrando un lado oscuro, desvelándose como una figura rejuvenecida de Voldemort. A pesar de saber que él no podía achacarse tantas perdidas, sus sueños no lo veían tan claro y le lanzaban hora tras hora ese infierno hasta que no podía aguantar más y despertaba.
Un golpe seco le sacó de sus pensamientos. Estaban llamando a la puerta. No terminó de descorrer el pestillo y un hombre alto, con un bigote largo y brillante y una calvicie profusa la abrió. Llevaba un buho pequeño, casi un mochuelo, de ojos grandes de un intenso amarillo y un pelaje gris que parecía brillar con la luz del sol. Era Bubo, el nuevo compañero de Harry. Comprado en París durante una escala de su viaje. Al verlo en la tienda de mascotas vio la viva y curiosa mirada de Luna y no pudo evitar comprarlo. Era un animal muy cariñoso y juguetón que enseguida se hizo con el cariño de Harry.
—Muchas gracias —murmuró Harry con el brazo extendido para que Bubo saltará. Llevaba un gran tubo de papel atado a la pata. Era más grande que él propio mochuelo y aun así éste saltaba sin problemas, como si la carga no pesara nada. El hombre hizo una pequeña reverencia y cerró de nuevo la puerta del compartimento. Sus pasos se escuchaban alejándose en el pasillo— ¿Qué me traes hoy, Bubo? Buenas noticias, espero.
Desenrolló con cuidado el cordel que ataba el tubillón a la pata de Bubo. En cuanto el ave notó que era libre de la carga saltó al baúl donde se paseo durante unos segundos arriba y abajo hasta que se detuvo en una abolladura en la madera donde se convirtió en una bola de plumas y cerró sus brillantes ojos. Harry sonrió al ver al pequeño mochuelo agitarse con los ojos cerrados, acomodándose hasta quedarse profundamente dormido. Desenrolló los papeles y se encontró con su cara moviéndose incómodamente bajo el título de El Profeta y un titular amarillista: "En el aniversario del nuevo gobierno mágico Harry Potter sigue desaparecido"
Torció el gesto al comprobar que el artículo de primera plana hablaba de él, de nuevo. No le sorprendió ver el nombre de Rita Skeeter firmando el artículo. Sólo ella podía escribir de esa forma. En una fecha que debía ser de jubiló, Inglaterra volvía a ser segura, llevaban un año con el nuevo gobierno liderado por Kingsley. Pero Skeeter prefería enfocarse en lo más intrascendente, en criticar a Harry por alejarse de todo evento publico como si eso fuera reprochable y condenable.
—Maldita arpía — susurró Harry dejando a un lado el periódico y acariciando la cabeza de Bubo con cariño. El mochuelo abrió un instante uno de sus ojos clavando la mirada en Harry y volvió a cerrarlo con un gorjeo —. No tendrá otra cosa mejor a la que dedicar su esfuerzo.
Volvió a recoger el periódico y lo enrolló de nuevo guardándolo en el bolsillo trasero. En pie contempló el paisaje cambiante que pasaba con tranquila parsimonia por la ventana. Un bosque inmenso, viejo y gris apareció en la falda de una cordillera que se elevaba frente al tren. Harry trató de mirar de forma más detenida aquellos picos lejanos que había llamado su atención. Cubiertos de nieve se alzaban muy por encima del resto de elevaciones que veía a su alrededor. Las nubes se arrastraban lejos de aquella cordillera como si supiera que no iba a ser capaz de elevarse por encima de ella para traspasarla. En su centro, a mitad de camino entre la ladera cubierta de árboles grises y las cumbres blancas, un destello llamó la atención de Harry. Durante un segundo algo brillo con una intensidad equiparable a la del sol para luego desvanecerse en un suspiro.
Harry sacó el reloj que le regalaron los Weasley y comenzó a calcular las horas que llevaba en el tren. Un cosquilleó recorrió la boca del estomago. Hacia años que esa sensación se había marchitado por culpa de la madurez, pero allí estaba de nuevo: La excitación ante algo nuevo y emocionante. Según sus cálculos y aquel brillo estaba a punto de llegar a su nuevo hogar. Una sonrisa infantil invadió su rostro y no se desvaneció en los siguientes minutos. El recuerdo le asaltó y su yo de once años le volvía a saludar en su reflejo. Era como visitar Hogwarts por primera vez. No había nada igual con lo que comparar y toda elucubración previa quedaba siempre ensombrecida por la realidad que allí vería. Las pesadillas fueron sepultadas por la emoción y la adrenalina de lo desconocido.
El tren aceleró y bajo bruscamente, como si entrase en una cuesta. Harry cayó sobre el asiento al no esperarse ese movimiento tan brusco, quedó pegado al cristal con la mirada clavada en la locomotora que se hundía en un valle artificial, como si hubieran escavado en la incipiente ladera para que el tren fuera cuesta abajo. A lo lejos un túnel se aproximaba, cubierto de una niebla intensa pero que dejaba ver la oscuridad de la oquedad. La locomotora escupía vapor cada vez con más vehemencia hasta que se hundió en la niebla y desapareció en la negrura. Harry vio como vagón a vagón aquella gruta se iba tragando todo el tren hasta dejar a oscuras el suyo propio. Unos instantes después una luz pálida dio paso a las montañas que le parecían tan lejanas a Harry.
El destello visto de manera fugaz se convirtió en una enorme atalaya con una hoguera escupiendo ascuas y llamaradas al cielo. Aquel torreón gris y cubierto de ceniza y hollín era solo una de más de dos docenas de altas torres que crecían como árboles en una zona desprovista de vegetación, como si de un bosque muerto se tratara. Cada torre era única en su arquitectura, como si provinieran de distintas épicas. Todas ellas conectadas por cables, puentes colgantes y tirolinas. Harry observó como algunos magos iban de una torre a otra enganchados con una mano a una cuerda y deslizándose por las cuerdas. Otros charlaban tranquilamente llevados en góndolas. Y en el centro de aquellas construcciones, apoyado en varias torres, una gigantesca plataforma rodeada de grandes maderos agrietados o directamente arrancados de la pared.
A pesar de su escrutinio, Harry no vio ningún dragón. Con cierta decepción revolviendole el estomago despertó a Bubo para poder coger la varita y hechizar el baúl para que le siguiera pues el tren estaba parando ya en la estación. El mochuelo ululó con furia señorial, hinchando las plumas hasta parecer una pelota y hundiendo el cuello en los hombros como si aquel ultraje fuera una impertinencia. No picó a Harry, saltó a su brazo y trepó usando el pico hasta el hombro donde se quedó mirando a su amo hasta que éste le prestó atención y le vio negando con la cabeza antes de volver a dormirse. Harry lo entendió perfectamente conteniendo la risa: "¡Qué esto no se vuelva a repetir!" Harry casi podía escuchar la voz ronca y ministerial de su nuevo amigo quejándose de la impertinencia de ser despertado.
Al salir del tren se encontró con un viento helado y cortante que bajaba desde los altos picos. Deseó haber previsto aquel cambio de temperatura y frotándose los brazos corrió hasta una pared para protegerse del viento mientras se orientaba para llegar al castillo. Se quedó extrañado al ver aquel lugar vacío y como el tren pitaba a modo de despedida alejándose y perdiéndose en un nuevo túnel. Nadie había bajado de él salvo Harry.
—Por lo que ves, no suele venir mucha gente —dijo una voz desde una puerta entreabierta. Al otro lado unos ojos azules se clavaron en los de Harry —. Es normal, las plazas son limitadas y nuestro benefactor no gusta de visitas inesperadas — la puerta se abrió de par en par mostrando un rostro afilado y cubierto de pequeñas cicatrices y marcas de quemaduras, así como una enorme calva en el lateral izquierdo de la cabeza, casi tapada por una gran melena de un rojo intenso. A Harry le costó reconocer a su interlocutor hasta que se fijó en el pendiente en forma de colmillo.
—¡Charlie!
—Hola, Harry ¿Ha sido un viaje tranquilo? —saludó Charlie Weasley mientras abrazaba a Harry con fuerza. Harry notó la espesa barba de Charlie raspándole la mejilla, verificando que Charlie era más alto que su hermano, pero bastante más delgado. Harry le vio consumido pero aun así se le veía radiante de fuerza y energía.
—Todo lo tranquilo que se puede esperar. Y aderezado con formidables vistas —respondió Harry elevando los brazos y señalando las montañas y bosques. Bubo le pegó un picotazo en la oreja por volver a despertarle y voló hasta el baúl flotante donde esperaba no ser molestado de nuevo.
—Qué carácter—murmuró Charlie con una sonrisa. Arropó a Harry con su brazo y le condució hasta la puerta por la que había hecho acto de presencia. Al atravesarla, Harry vio una barcaza con asientos mullidos en su interior y colgada de un cable enmohecido. Siguió el cable con la mirada y vio como se perdía de vista entre las torres que se alzaban a un kilometro por encima de su cabeza. Charlie vio su expresión de asombro y de la forma más pomposa presentó a Harry a su nuevo hogar —. Bienvenido a las Torres de Ceniza, Harry.
