Prologo
— ¡Olvídate del maldito ramo de rosas! No llegaron y punto —vociferó un mujer de cabello pelirrojo que era dulce pero que estaba bastante fastidiada. La muchacha castaña pálida y delgada asintió mecánicamente. — Ahora tienes estas lindas… jazmines, que acabamos de comprar y que de seguro serán mucho mejor que las… otras rosas.
— ¡Yo odio los jazmines! —le recordó Hermione.
— Pues ahora te gustarán —amenazó la pelirroja sin dejar su tono dulce.
— No puedes obli…
— ¡Claro que puedo! Y si no me crees, espera unos segundos antes de que te obligue a comerte las malditas flores y te armes un ramo de pétalos rotos si no te conformas con esto ¿entiendes? —la muchacha intentó mantener la calma, pero le era imposible.— ¡Es tu boda, por todos los diablos! ¡Se feliz por una vez, Hermione!
— ¡Lo sería si tuviera mis rosas!
— ¡Respira, mi niña! —Chilló una mujer apareciendo de la nada. Era esbelta, con un delicado vestido ceñido a su menudo cuerpo, pero de avanzada edad y muy parecida a la novia. — Si no respiras con suerte alcanzarás a cruzar el umbral, cariño.
La muchacha castaña con un ostentoso vestido blanco suspiró y asintió. Miró el ramo que sostenía en sus manos y trató de sonreír con naturalidad, pero para su mala suerte aquella expresión no llegaba a formarse en su rostro. Era imposible lograrlo con tanto nervio. ¿Pero que podía hacer ya? ¡Ella era la novia, por todos los cielos! ¿Cómo no podía ser feliz en su propia boda?
La respuesta era muy simple: una boda que no esperaba. Y para completar esa respuesta, el culpable de toda esa situación no era más que un muchacho de cabello pelirrojo que había vuelto para casarse con ella después de que por largos años no se supiera nada de él. Y por todo aquello… ahora se encontraba de pie frente al umbral de la puerta de una iglesia tan antigua como el mismo sacerdote que los casaría.
La tonada nupcial comenzó a sonar con fuerza, y en el momento que la puerta se abrió, el volumen aumentó aún más. Pero eso no fue lo que llamó su atención, más bien su atención se concentró en la expresión seria y nerviosa del hombre parado al otro lado de la sala.
Su cabello era de un pelirrojo natural, y su textura desde su posición se veía más que sedosa. Casi abrumadoramente suave. Se sorprendió al verse observándolo fijamente, tratando de buscar en aquel muchacho la seguridad para poder tranquilizar también sus nervios. Porque a pesar de todo estaban en la misma situación. Ambos unos conocidos que habían dejado de ser conocidos desde hace un largo tiempo atrás.
— Diez pasos, dos palabras y un beso, y todo esto estará tranquilo mi niña. —murmuró su padre, tomando su brazo con firmeza. — Luego podrás vivir tranquila de tu matrimonio.
— Quisiera normalidad más que tranquilidad, pero por más que lo deseemos, ambos sabemos que ya nada será igual.
Su padre suspiró y asintió levemente.
— Lo siento cariño, pero a veces tenemos que hacer cosas que están fuera de la normalidad.
La muchacha inspiró profundamente y luego emprendió el paso. Su padre la siguió con mayor estabilidad y luego ambos recorrieron la amplia alfombra blanca, siendo observados por una inmensidad de personas. La mayoría de ellos conocidos de ambas familias de los novios, y el resto para mantener el estatus familiar.
