A penas una muchachita
Inclinó su cabeza hacia delante, mirando la luna con tristeza. Había olvidado cuánto brillaba, de tanto aguardarlo en la oscuridad. De tener vivo el corazón, este cantaría, pero estaban muertos los dos, así que ella empezó a murmurar una tonada fúnebre y a bailar en el claro.
Sus pasos eran graciosos y precisos, aunque a penas y recordaba un par de lecciones que tuvo mientras vivía. Su tempo se desarrollaba muy rápido y se doblaba con facilidad, el velo se agitaba con sus pasos y su vestido se doblaba con el viento helado. Notó que él la miraba con sorpresa, así que saltó para ir en su busca, siguiendo sus impulsos, que siempre iban a por afecto, atención. El cabello le cubría el rostro, que había empezado a descomponerse.
Ya estaba sacando cálculos por millones para escapar...pero no podía decirle que la consideraba un monstruo, ahora que la veía surgir con su verdadera forma.
No era más que una muchachita, con sueños echados a perder y ambiciones que jamás serían satisfechas. Ya hacía tiempo que no le recriminaba absolutamente nada al Cielo y seguía adelante por cuenta propia. La abandonaron muerta y si despertó fue para notar aquello. Que nunca tendría boda alguna, un esposo o una familia, nada que no fuera un cuerpo quebrado y fantasías descompuestas con él. Lo correcto sería alzar los brazos al infinito por lo que resta de la eternidad, ya que el lujo de vivir y morir decentemente le fue vedado. No era más que una niña.
Él se dio vuelta. La miró. La tomó en brazos, haciendo que su danza finalizara abruptamente. Todos aquellos planes de huída que tomó un momento atrás se esfumaron de repente. Tocó su piel azulada hasta que la misma se deshizo. Sus recuerdos juntos perdurarían. Y no la dejaría sola de nuevo, aunque sólo quedaran cenizas de su cuerpo. Así fue el último beso de la novia cadáver.
