Prólogo
La humedad se notaba aquella tarde de invierno. La lluvia mojaba las calles de Londres; que, a causa de la llovizna de esta mañana, el agua ya había formado charcos. Charcos en los que los niños saltaban y se mojaban los zapatos nuevos. Ella no, ella era diferente, la diferente hija de los Granger, que como cada año en navidad, salían a comprar unos cuantos regalos para el árbol de Navidad.
Torpemente, Hermione, que hoy cumplía 10 años, seguía a sus padres hasta el final de la calle.
-¿Has visto eso mamá? ¡Es enorme el árbol! ¡Qué bonitas las luces!
La chica se quedó mirando ese pino en la rotonda de la calle. Lleno de luces rosas, rojas, azules... Iluminaba todos los pisos que lo rodeaban. -¿Cuánto podría medir eso? 10 metros como mínimo- rondaba en la mente de la castaña. Ella no era como las demás niñas de su clase. Normalmente a las niñas de diez años les gustaba ir a jugar al parque después de una tarde de deberes, recibir regalos, salir de vez en cuando al cine… sin embargo, ella se conformaba con un par libros y toda una tarde libre.
-¡Mira papá! ¡Es la estrella de nuestro árbol!- Hermione se giró rápidamente para enseñarle a su padre el pico del árbol, pero se quedó petrificada cuando se dio cuenta de que ya no estaban allí. Era demasiado inteligente para ir corriendo hacia la dirección equivocada, así que se quedó quieta donde estaba. Blanca como una sábana.
Tenía que haberle hecho caso a su madre, la mayoría de las niñas de hoy en día tienen su propio móvil. Pero a ella no le parecía bueno que a su edad ya estuviera hablando con sus amigas toda una tarde, como hacían las allí chicas de su edad.
Dio un par de pasos indecisa. La gente la golpeaba al pasar, estaba en mitad de la larga calle. Así que se apartó para no sufrir más empujones de bolsas enormes, llenas de regalos envueltos en papel azul con copos de nieve dibujados.
Cerró su paraguas y se metió bajo el gran árbol.
Desde allí observaba los zapatos elegantes que caminaban por la acera, y los altos tacones llenos de gotas de agua. No pensaba moverse de allí, no tenía el valor suficiente para tan siquiera dar un par de pasos en la carretera.
Apretó sus piernas contra ella y escondió la cabeza entre las rodillas. No levantó la mirada ni una sola vez. Sólo echó una mirada a una madre y su hijo. La madre tenía el pelo castaño oscuro. Pero el niño era rubio, muy rubio, y tenía los ojos grises.
La castaña sintió mariposas en el estómago al mirarle a los ojos. Aunque la mujer no parara de darle collejas. Sentía lo que aquellas chicas de los libros.
-¡Quédate aquí! ¡Quieto! ¿Vale?- le chillaba la madre. El chico empezó a gruñir y a imitar su voz mientras se alejaba aquella mujer.
La castaña no pudo evitar soltar una risita floja.
-No te rías, que las collejas me las llevo yo…- le dijo el niño a Hermione mientras se agachaba y se arrastraba hasta al lado de la castaña, bajo el árbol -¿por qué estás aquí?
-Bueno, me he perdido… estaba con mis padres hace un segundo, y los he perdido de vista…
-Seguro que los encuentras, ya se habrán dado cuenta- la oji-miel sollozó –oh, no llores- dijo mirándola a los ojos –Yo me llamo Draco ¿y tú?
-Yo Hermione- le contestó sonriendo
-¡Hermione! ¡Hermione ¿dónde estás?!- gritaban un hombre y una mujer
La niña se levantó rápidamente y corrió hacia las piernas de su madre, a las que abrazaba fuertemente. Estuvo así unos segundos hasta que se giró y se agachó, mirando al rubio a los ojos.
-Gracias Draco, espero verte otra vez- le dijo sonriendo, éste levantó la mano y sonrió.
Aunque en ese mismo momento, la castaña no sabía que dentro de un par de años, el niño de los ojos grises, sería su mayor enemigo.
El niño de los ojos grises
