Capítulo 1: 5 años después.

Ya han pasado 5 años, Santana no había vuelto a recordar lo horroroso y lo mucho que odiaba ese maldito instituto del que consiguió salir. Todo en ella había cambiado, ya no era la misma de siempre, ahora era incluso más dura, no con los demás, si no con ella misma, no se permitía sentir nada por nadie, después del dolor que le causó la despedida de Brittany no quería saber nada más acerca de las mujeres, ni de los hombres, no quería saber nada acerca de los sentimientos, esa palabra no existía para ella ahora. Santana era más madura, ya no decía la primera cosa que se le venía a la cabeza, más que nada porque ya no le dirigía la palabra a nadie a menos que fuera para hablar de trabajo, se había quedado sin ningún amigo, ahora estaba muy sola, pero ella no se daba cuenta de que eso era peor para ella, su mundo era su trabajo, se dedicaba a la tecnología de ordenadores, y los fin de semana, por las noches, se dedicaba a ser camarera en un bar de mala muerte. Su voz no se había vuelto a escuchar por ningún sitio, había olvidado todo lo que era en el instituto y lo había cambiado radicalmente, ahora se vestía la mayoría de veces de negro, y cuando no, se vestía con colores apagados, ni rastro de ese rojo que le quedaba tan bien en el instituto, había desaparecido de su vida. Sus modelitos del bar también eran negros, vestidos cortos, negros y muy ceñidos, que ella odiaba, pero que se necesitaban para ese trabajo, todas las noches deseaba ser otra persona, mientras los hombres babeaban por ella y le decían millones de sandeces y guarradas. Santana no había cambiado su mal humor, y las ganas de partirles la cara no se iban jamás, pero ella mantenía, como mejor podía la calma, y pensaba en otra cosa, la primera que se la pasara por la cabeza, no podía permitirse perder ese trabajo, todos sus gastos en informática no se los podría permitir con solo el sueldo que conseguía gracias a ellos.

Sábado noche, Santana iba vestida con un vestido negro muy ceñido que le hacía unas curvas de infarto, como era común. Pasaba la noche y cada vez entraban hombres más rudos a ese bar. Al principio solo le pedían en número de teléfono, y ella se negaba, pero sin hacerles demasiado caso, luego le gritaban palabras que a ellos les parecían acertadas, "guapa, enséñame las bragas", y frases por el estilo que Santana preferiría olvidar. Hasta que bien entrada la noche, un hombre con barba, gordo, vestido con una camiseta a cuadros, un tejano y una gorra consiguió lo que ninguno de esos estúpidos había conseguido todavía.

Se acercó lentamente a la barra donde Santana estaba sirviendo las bebidas a sus admiradores, y se quitó la gorra, "eh! Tú! Guapa, ¿Qué tal si me pones una copa y después te vienes conmigo a mi casa? Lo pasaremos bien" le dice el hombre, de la manera más vulgar posible.

- No, no te pienso servir nada, y no me voy contigo ni a la vuelta de la esquina. – Santana comienza a enfadarse.

- En la esquina es donde estarás después del bar. Esperando a tus clientes. Allí te espero guapa, prometo comértelo todo.

- Tú no me vas a comer nada. – Santana es incapaz de quedarse callada.

- Ven aquí y te lo demuestro. – le reta el hombre.

Santana se acerca lentamente, mientras el hombre se pone caliente al verle el vestido tan ceñido.

- Buena chica. – comenta el hombre mientras lentamente Santana se acerca.

- Mira como te demuestro las ganas que tengo de que me lo comas todo. – Santana se acerca al hombre y con todas sus fuerzas le pega un guantazo, el hombre se toca la cara con la mano rápidamente, le ha hecho mucho daño y mira a su alrededor para asegurarse que nadie lo ha visto, pero para su sorpresa, hay una hilera de hombres mirando como la enfurecida latina deja sin palabras al hombre que la ha sacado de sus casillas.

- Eres una puta. – le grita el hombre mientras Santana se dirige a la puerta.

- Y además lesbiana. Jódete. – Santana se arma de fuerzas para no llorar delante de todos esos hombres que tiene esperando escuchar palabras por parte del hombre y de ella.

Sale de ese bar rápidamente, sin mirar a atrás, sabe que nunca volverá, será parte de su pasado, de ese pasado que desea nunca volver a vivir. Ella solo quiere ser feliz y en ninguna etapa de su vida lo ha conseguido. Rompe a llorar y se maldice por tener esa vida. Se arrepiente a cada momento de no haber salido de ese maldito bar antes, de no haber luchado por sus derechos, por su dignidad, las mujeres no son un objeto, y menos el objeto de hombres como ese. Y la Santana del instituto nunca habría permitido eso para ella, ahora se daba cuenta de que estaba realmente destrozada por dentro. No consigue contenerse las lágrimas y rompe a llorar en el primer sitio que encuentra, en un callejón, justo al lado de un teatro, pequeño pero famoso, sabe que ahí la pueden ver, pero no le importa, son las 3 de la mañana no espera que nadie salga de ese teatro. Se sienta en el suelo helado, al lado de unos containers y llora desconsoladamente, nadie sería capaz de parar sus llantos. Está helada, necesita una manta, pero no tiene lugar al que ir, las llaves de su casa habían quedado en aquel bar, y de la única cosa que estaba segura en esos momentos, es que no volvería allí.

De repente, contra todo pronóstico, alguien salió del teatro, una chica no muy alta, Santana pudo reconocer nada más. La mujer giró la cara y lo primero que vio fue a una Santana destrozada y muerta de frio, aunque la mujer no pudo ni verle la cara, estaba todo muy oscuro y solo podía distinguir a una mujer con un vestido negro.

Fuera quien fuera, se paró a preguntarle a Santana si necesitaba algo, por pura cortesía, estaba claro que necesitaba una manta.

- ¿Hola? ¿Necesitas algo? – la mujer no se acercó demasiado porque no sabía que le podría hacer la latina.

Santana giró lentamente la cabeza, esa voz… esa voz era inconfundible, podrían pasar 20 años o 30 pero seguiría reconociéndola en cualquier lugar.

- Rachel… - consiguió pronunciar Santana muerta de frio.

La morena se acercó lentamente a ella sin hacer ruido, se quedaron frente a frente.

- Santana, eres tú. – Rachel dejó escapar una pequeña sonrisa tímida.

- Sí… - Santana estaba a punto de perder la consciencia.

- Oh, lo siento. Ven, levántate, tengo el coche allí. – dijo señalando el parking que estaba a pocos metros del teatro.

Santana intentaba levantarse pero no lo conseguía, Rachel le tendió la mano.

La latina no era de muchas palabras, y de menos sentimientos. Rachel sabía que nunca se habían llevado del todo bien pero esperaba algún afecto por su parte, lo que no sabía la morena es que Santana ya no era la misma que hacía unos años.

Rachel colocó el brazo de Santana con detrás de su cuello, y la ayudó a llegar hasta su coche, con las pocas fuerzas que le quedaban. Las dos estaban en el coche, y Rachel esperaba un poco de conversación por parte de Santana.

- ¿Por qué estabas ahí Santana? – preguntó amablemente.

- No es de tu incumbencia.

- Vale. Podemos hablar de otra cosa si quieres, tenemos muchas cosas que decirnos.

- … - Ni una palabra por parte de Santana.

- Si quieres hablaré yo. Bien. Después del instituto conseguí mi puesto en NYADA, supongo que eso ya lo sabrá, no sé si me habrás visto en algún cartel pero he estado en musicales muy importantes, volvimos con "Cats" ¿te acuerdas que dejaron de hacerla?, hace poco estuve en esa, ahora estamos con "Let it be" es un musical sobre los Beatles, y luego haremos "Funny Girl" aunque ahora "Let it be" la hacemos en teatros pequeños, como en el que estaba, pero solemos tener mucho público igualmente. – La risa de Santana se deja escuchar entre medio de toda la conversación que Rachel había creado. – Vaya, por fin haces acto de presencia.

- Veo que sigues igual de habladora.

- Y sigo cayéndote mal.

- No me caes mal, digamos que yo sí que he cambiado.

- ¿A qué te refieres? No te entiendo… - Rachel estaba intrigada por la respuesta de Santana.

- No importa. Déjame por aquí. – Dice Santana indicando la primera calle.

- Ni hablar. ¿Dónde están las llaves? – Rachel sabe que algo va mal, que Santana no tiene donde ir.

- Están guardadas.

- ¿Dónde?

- Rachel, para de preguntar.

- Está bien, me callo, pero no te pienso dejar aquí.

- ¿Y dónde me vas a dejar?

- Te vienes conmigo. A casa.

Santana no abre la boca, pero rueda los ojos como antiguamente hacía al oír las palabras de Rachel Berry.