nOta: un enorme agradecimiento a Mariana y Karencita. De nuevo, sin su ayuda, esta historia ya habría pasado a… la historia. Mi primer Dramione. No digo que sea perfecto (porque no lo es) pero estoy en extremo orgullosa de él.

Ojalá lo disfruten, y muchísimas gracias de antemano por darle la oportunidad.


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"DIOS DE LAS PESADILLAS"

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I ETERNO PURGATORIO

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Y ahí yacía su inmóvil cuerpo, muerto en vida.

Tenía miedo de emitir el más tenue sonido.

Terror a causar el más mínimo movimiento.

No podía darse el lujo de despertarlo, porque una vez que lo hiciera…él… no pararía hasta quedar satisfecho.

Denominarlo monstruo no era suficiente.

Llamarlo bestia era ser sutil.

Inclusive… la palabra asesino, quedaba irremediablemente corta.

Verdugo de sueños… homicida de ilusiones…ladrón de vidas.

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Era gracioso, no, más bien patético la manera en que ella evitaba lo inevitable.

Sus ojos miel poseían esa inocencia que a él le enfermaba.

Ansiaba despojarla de todos los sueños y anhelos que la mantuvieran en pie.

Porque no había esperanza, habían sucumbido ambos al punto sin retorno.

No pensaba dejarla ir…

Y él no planeaba irse a ningún lado.

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No podía conciliar el sueño….hacía ya años que Morfeo se había olvidado de ella.

Ahora el Dios de las pesadillas infestaba sus noches al igual que sus días.

Él jugaba con sus miedos, alimentaba sus dudas, contaminaba sus recuerdos.

Luchó hasta el límite de la razón, soportando las más inconcebibles torturas físicas.

No quería darle lo que él más ansiaba y ella más celaba…su esencia.

Y al final él la obtuvo. El día que ella cedió a sus salvajes pasiones, a sus encolerizados arrebatos, a sus toscas caricias.

El día que Hermione Granger sucumbió… el día que Draco Malfoy se volvío su primer y último dueño.

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Finalmente llegó el momento que ella menos deseaba. El instante en que su mirada se encontraba con esos impávidos ojos grises; cuando las distancias se acortaban, sus almas se fundían … y él le arrebataba otro trozo de vida.

No habría descanso ésta vez, lo podía ver en sus glaciales facciones… estaba hambriento… y sólo ella lograba calmar su apetito por unas cuantas horas.

Sus caricias eran brutas, dolorosas, posesivas, marcando cada rincón de su piel.

Ya había perdido la cuenta de cuántos moretones y mordeduras adornaban su cuerpo.

Mientras que él mantenía una apariencia indestructible. Una piel pálida, lisa, perfecta.

Por más que ella intentara rasgar con sus dedos su frío contorno, nunca lograba la fuerza necesaria para hacerle siquiera a él una sola marca.

De nuevo la tomó... lamiendo su cuello, destrozando sus pechos, lacerando sus piernas.

En ningún instante él cerraba los ojos. Parecía que quería grabar en su enferma mente todos los gestos de dolor y angustia que reinaban en el rostro de su víctima, satisfecho al saber que era él quien causaba toda esa agonía.

La penetró con fuerza, sin piedad o compasión… marcando su territorio, definiendo sus dominios, imponiendo su autoridad.

Y ella. Ella solo jadeaba, mientras las lágrimas empapaban su rostro, cerrando sus ojos, deseando morir en ese instante.

-Ábrelos – le ordenó.

Él jamás permitía que ella soñara con otros lugares lejanos. Quería su cuerpo, su mente, a toda ella… y la quería ahora.

No tuvo más remedio, sabía que desobedecerlo sólo conseguiría aumentar su furia y con ello el dolor.

Minutos de suplicio. Instantes de calvario. Momentos de aflicción.

Minutos de placer. Instantes de plena euforia. Momentos de dominación.

Ella era suya… Para torturarla. Para regodearse. Para ser mórbidamente feliz.

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Acabó sobre de ella. Sin importarle si su amante había llegado o no, se trataba absoluta y rotundamente de su satisfacción. Ella no tenía derecho a sentir.

No habían palabras dulces, ni caricias amorosas, ni miradas suplicantes.

Y como siempre, desde hacía ya cuatro años, él se levantaba de la enorme cama , se vestía y se iba … a destruir , a aniquilar…. acabando con todo aquello que se interpusiera entre su amada y él.

No hubo frases de despedida. Porque ella ya sabía que él estaría de regreso. Para tomarla de nuevo. aún estando bañado de sangre de sus víctimas. Recordándole a quién le pertenecía y cuál era su lugar.

Antes de salir por la enorme puerta, sin girarse a mirarla, pronunció los mismos vocablos desde aquella primera vez, cuando él le arrebató su inocencia.

-Eres mía, sangre sucia-

Y sin más se iba.

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El silencio reinó la habitación, su habitación.

Él era su dementor, despojándola de sus más dulces recuerdos.

No la dejaría ir, de eso estaba segura.

Sólo quedaba esperar a que la vida abandonara su cuerpo, dándole aquello que más anhelaba… Libertad.

Sin imaginar que aún después de su muerte, él la seguiría a donde fuera.

Porque ella era suya.

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Sari