Prólogo
Era la gota que derramaba el vaso.
Se consideraba una persona paciente y comprensiva, pero para comenzar, no había sido su semana. Primero que nada, lo habían despedido, lo cual no hizo nada por las mensualidades que le debía al casero de su apartamento. Ex apartamento, eso era.
Había tenido que llegar a dormir al sofá del departamento de su hermano solo para encontrarse con que quien fuera que viviera a un lado tenía un perro que a juzgar por lo que alcanzaba a oír era muy grande, muy energético y muy ruidoso.
Paulo trató de convencerlo de dejarlo en paz. Insistía que no era mucho problema y que no quería tener problemas con sus vecinos. Quizás con ese vecino en particular. Para Paulo era fácil, por supuesto. Paulo dormía cómodamente en su habitación todas las noches, donde los ladridos no llegaban a escucharse. Paulo no pasaba todo el día yendo de un lado a otro de la ciudad buscando un trabajo.
"Al diablo Paulo." Pensaba ese día mientras dirigía los pasos a la puerta vecina. Tocó fuertemente con el puño y en respuesta obtuvo los insufribles ladridos del perro.
―¿Sí?
Era la voz de un hombre joven. Perfecto. No era una chica con la que tuviera que ponerse suave. Infló el pecho y respondió.
―Mi nombre es Antonio y me acabo de pasar al departamento de a un lado. Me gustaría hablar contigo.
La puerta tardó un poco en abrirse, dejando asomar el hocico ansioso de un Golden Retriever. Unas manos lo detuvieron y lo hicieron retroceder, dejando espacio para que el vecino entrara.
―Pase por favor. ―Mantenía la mirada baja, posiblemente en el enorme perro de color dorado tostado. –¿Gusta algo de tomar?
―No gracias, no hace falta. –No se molestó en pasar. Quería ser crudo y directo. ―Quería hablar de tu perro. No he conseguido dormir tranquilo toda la semana por culpa de sus ladridos y si no hace algo al respecto tendré que hablar con el casero.
―Me temo que no puedo hacer mucho. El un perro muy… energético ¿verdad pequeño?
Se inclinó para acariciar al perro en la barbilla y este jadeó complacido.
―Tal vez no es la clase de perro que deba vivir en un espacio tan limitado.
―Mi perro está perfectamente entrenado, no tengo ningún problema con él. No entiendo porque usted tendría alguno.
Tenía la mayoría de su atención en el perro y eso le estaba irritando cada vez más.
―¿Cómo dijo que se llamaba?
―No lo dije. Mi nombre es Arthur.—
―Bien, Arthur. No quiero tener que obligarte a deshacerte de tu perro así que, si es que está tan bien entrenado, mantenlo callado.
Se puso de pie con un gesto irritado pero parecía no querer despegar la mirada del suelo.
―Mi perro está entrenado para hacer ruido cuando necesito que haga ruido. Lamento si eso le molesta.
―Por lo que yo tenía entendido, este lugar no permite tener mascotas. Lamentaría molestar al casero para decirle que hay un perro en uno de sus apartamentos.
―Primero que nada, anda y haz lo que te plazca; segundo, mi perro no es una simple mascota—
―Es muy lindo que veas a tu perro como algo especial pero—
―ES UN MALDITO PERRO LAZARILLO.
―Un—
―Con permiso.
La puerta se cerró en su cara mientras trataba de entender, uniendo las palabras.
Perro.
Lazarillo.
Perro lazarillo.
Como esos que usan los ciegos.
Ciegos.
Por supuesto, por eso su hermano no quería que buscara problema alguno. Arthur era ciego.
Mierda.
