Notas/Disclaimer:
Todos los derechos = Nintendo & Creadores de "The legend of Zelda"
No sé, me volvía a apetecer escribir algo sobre este universo.
La historia tiene un claro toque de humor, la siento influenciada por "los cuentos de Dunk & Egg" de George RR Martin
Duración de la historia: Indeterminada. Vivo en libertad.
Frecuencia de actualización: Indeterminada. No prometo ser regular como en historias anteriores, estoy un poco a otras cosas.
—Dime Link… ¿te acuerdas de mí?
—…No
Capítulo 1 - "No"
El cuerpo de la princesa Zelda pesaba muy poco. Cuando la elevó para subirla a la grupa del caballo, Link sintió como si estuviera tocando un pájaro frágil y malherido. O más bien, como si estuviera rozando la superficie de las alas de una mariposa, que pueden quebrarse al más mínimo contacto. Él era tosco, a veces demasiado bruto. Recordó el accidente con la vasija ancestral en casa de Impa. Sólo la estaba curioseando, pero tuvo que poner sus torpes manazas encima y cuando quiso darse cuenta estaba hecha mil añicos en el suelo. Ni una semana entera de trabajos lograron calmar del todo la ira de la anciana sheikah. Y sólo era un maldito jarrón de cerámica que no tenía nada de ancestral salvo el polvo de los años, se dijo a sí mismo, así que acarrear a la princesa se convertía sin duda en la parte más complicada de la misión. Más incluso que liquidar un ejército de guardianes o que acabar con esa babosa asquerosa de Ganon. Para completar la misión con éxito tendría que cuidar de aquel cuerpo ligero y delicado hasta entregarlo sano y salvo a los sheikah.
Se sentó en la montura, tras ella, con todo el cuidado que le fue posible. En un principio la princesa se esforzó por mantener una especie de conversación. Era una charla vaga e incoherente sobre el tiempo, sobre el estado de los caminos, sobre cualquier cosa que cruzase ante sus ojos, una retahíla de observaciones a las que él apenas podía responder con un monosílabo. Link sabía lo que era hacer fuerza para no quedarse dormido, lo había puesto en práctica en algunos de sus largos viajes por las llanuras de Hyrule. "Piensa en lo que sea, lo que sea. Cuenta los árboles que te encuentres, recita en voz alta cuál es el plan, cambia de postura…" Ella intentaba de un modo un tanto obstinado no rendirse al agotamiento. Eso, o es que la princesa de Hyrule tenía la extraña necesidad de llenar el silencio con una charla continua. No había tratado nunca con nobles, excepto con el espíritu del viejo rey (y ese maldito Viejo no contaba realmente como noble), así que se había mentalizado en qué diría si conseguía sacar a Zelda de ese agujero de oscuridad. Una princesa, con la misma sangre de la Diosa Hylia, atrapada durante cien años sin ver a nadie, sin tocar a nadie, y de repente aparece él, obligándola a cabalgar a horcajadas con ese vestido andrajoso, sin apenas explicación. No sabía qué conversación podría tener con alguien así para no parecer un completo zoquete. Por suerte, ella se bastaba por sí misma para conversar y pudo ahorrarse un ridículo casi garantizado.
Apenas se hundió el sol a su espalda, la princesa cayó rendida por el cansancio. Relajó la postura y su cabeza cayó hacia atrás hasta descansar en su hombro. Él varió un poco su posición para que ella pudiera dormir contra él con seguridad, sin que el medio trote del caballo les hiciese perder el equilibrio.
Mientras cabalgaba bajo la luz de la luna menguante, Link pensó que no se sentía todo lo eufórico que debería estar. Había cumplido su promesa, se había embarcado en la más suicida de las misiones y había conseguido salir victorioso. Las diosas habían estado de su lado. Era casi imposible que él y la princesa hubiesen conseguido hacer desaparecer a esa monstruosidad… era un milagro y debía estar eufórico, pero había un algo en su estómago que le impedía sentirse libre y realizado.
Aún no podía entender qué era lo que le había impulsado de una manera tan ciega a completar aquella misión. No entendía por qué había hecho promesas a personas y espíritus que no era capaz de recordar. Impa decía que, aunque no consiguiese recordar nada, él seguía teniendo su instinto dentro, su compromiso y deseo de proteger y salvar la tierra de Hyrule. Que el espíritu de un héroe latía bajo su piel, y por eso aceptaría el reto y cualquier otro reto que se presentase en su camino. Entonces, ¿por qué se sentía tan desubicado?
"No me importa, Link, te lo prometo." Había dicho la princesa justo cuando todo acabó, "que no me recuerdes es lo menos importante de todo. Te lo he preguntado porque… Bueno, da igual. Lo que importa es que estás aquí, vives, estás vivo. Lo que importa es todo lo que has logrado, eres el Héroe de Hyrule."
Pensó que al verla en persona algunos vacíos se llenarían, como le había ocurrido con los espíritus de los elegidos. Pero no pasó nada de eso, el vacío en su memoria seguía tan negro como siempre. No recordaba su cara, sus ojos, ni ningún rasgo físico de ella. Se la había imaginado, eso sí. Era más fácil completar la misión si intentaba imaginársela, eso hacía que el objetivo fuese algo más concreto. De hecho, muchas veces había fantaseado con que Zelda era igual que Pay, la nieta de Impa. Sentía simpatía por la joven sheikah, y le parecía bastante atractiva. No es que ser atractiva tuviese que ser un requisito para una princesa, o que él no se hubiera esforzado igual si Zelda no fuese una joven atractiva. No era tan superficial como para caer en ese tipo de trampas… era sólo que imaginar una cara tras la voz volvía a Zelda más real. Y a veces había momentos en los que necesitaba cerciorarse de que no seguía soñando, que todo sucedía de verdad.
Tras un par de horas a caballo, Link empezó a sentir dolor. Primero fueron las piernas, la postura fuerte de los muslos encajándose a la montura para sostenerse y sostener a la princesa. Luego empezaron a temblarle los brazos. En fin, suponía que la batalla le había dejado secuelas. No se había parado a pensarlo. No se había parado a mirar si tenía alguna herida, de la gravedad que fuese. Después del fin de Ganon… todo fue confuso, un tanto surrealista, como estar dentro de un sueño. Lo malo era que se conocía lo suficiente como para saber que su cuerpo empezaba a alcanzar su límite.
Sacó la piedra sheikah que llevaba sujeta al cinto. Estaban cerca de la Posta del Río, a menos de una legua de distancia. Diosas, le dolía tanto el costado… recordó llevarse un fuerte golpe durante la batalla. Ganon atacaba con dureza por el flanco izquierdo, ese maldito bastardo. La noche se había vuelto más fría. Palpó los brazos desnudos de la princesa, ella parecía mantenerse cálida con el cobijo que él le proporcionaba, sin embargo, él estaba helado. Hostigó un poco más al caballo para intentar llegar a la Posta lo antes posible.
—Despierta, vamos, despierta —insistió, zarandeando a la princesa un poco.
—Uhm… ¿qué? ¿D-dónde…?
—Necesitamos descansar, alteza —dijo él —he cabalgado hasta los establos más cercanos. Siento mucho tener que despertarte, pero el mostrador está cerrado, tengo que acercarme para que nos atiendan.
Ella se frotó los ojos, aún aturdida, y después se aferró a la montura del caballo, como si de repente fuese consciente de dónde estaba y temiese caer al suelo.
—Tranquila. Soy Link, cabalgamos hacia Kakariko, todo ha terminado ¿recuerdas? Es mejor parar para descansar un poco, un alto en el camino nos hará bien a ambos.
La princesa asintió en silencio y permitió que él la ayudase a desmontar. La vio flaquear al poner los pies en el suelo, pero incluso él mismo sintió que las piernas le temblaban por el cansancio.
—Hace frío… —murmuró ella, abrazándose para cubrirse los brazos.
—Toma —él se quitó la capa para envolverla. Si él tenía frío, era lógico que ella estuviera helada vistiendo ese harapo.
Avanzaron en la oscuridad hasta la entrada de la Posta. Todo estaba apagado, en silencio. Link llamó un par de veces, y golpeó las contraventanas cerradas del mostrador donde solían atender para registrar los caballos y pedir refugio. Estaba a punto de perder la esperanza de que los atendiesen cuando se oyó un traqueteo de madera. El dueño de la Posta apareció vestido con una especie de calzoncillos largos de lana y una camisa interior.
—Por todas las Diosas, ¿quién va a estas horas?
—Mi señor, gracias por abrirnos. Estamos en medio de un largo viaje y necesitamos descanso. También nuestro caballo.
El dueño de la Posta iluminó a Link con el farol para examinarle y relajó el gesto. Lo había reconocido, él se había alojado allí varias veces y el dueño pareció recordarlo.
—Viajero, esta es una hora poco frecuente —dijo el dueño. Después alargó el brazo para alumbrar a la princesa. Ella se había cubierto la cabeza con la capucha de la capa. Link se fijó en que el dueño la inspeccionó de arriba abajo, y se quedó mirando sus pies, vestidos con unas sandalias viejas y sucias. Era casi como si estuviera descalza. Aparecer con una joven descalza en mitad de la noche era más típico de bandidos o de Yiga, Link lo sabía bien —No quiero problemas.
—No traigo problemas —dijo él, con firmeza.
—¿Estás seguro? A estas horas… tu acompañante no tiene buen aspecto… ¿no estarás huyendo de algo?
—Puedo jurar por la Diosa que no huyo de nada. No hemos hecho nada malo.
El dueño de la posta volvió a mirar los pies de la princesa con desconfianza y después les hizo un gesto para que lo siguieran hacia el interior de la Posta. Si la hubiera visto a plena luz del día, cubierta de suciedad, con la túnica deshilachada, pero con brazaletes de oro reluciente en ambas muñecas, el posadero habría hecho muchas más preguntas. La noche jugó a su favor. Y también los pagos generosos que había dejado en la posta en sus anteriores visitas. Link aferró las riendas del caballo a un poste y entró en la posada, seguido de cerca por la princesa.
—Sólo me queda una cama. La tormenta de anoche atrajo a muchos viajeros a la posada y está todo casi al completo.
—No necesitamos más, mil gracias, mi señor.
—No está permitido hablar ni hacer ruido a estas horas y tampoco puedo servir nada de comer —gruñó el dueño.
—Lo entiendo. Sólo queremos poder dormir un poco.
—Si no fuera porque te conozco, Viajero, no permitiría que te alojases aquí, de esta manera. En fin, mañana te inscribiré y me harás el pago. No quiero despertar a nadie más. Vuestra cama es aquella del fondo.
—De nuevo, mil gracias.
Link aceptó una pequeña vela en un candil que el posadero le dio, y guio a la princesa hacia la cama. Había un brasero de metal con ascuas, que Link acercó para caldear un poco el espacio que les había correspondido, aunque en general, la temperatura dentro de la Posta era muy agradable. Después agarró una de las almohadas y una manta y las puso en el suelo, al lado de la cama.
—¿Qué haces, Link?
—Yo dormiré aquí, la cama es para ti, así puedes descansar todo lo que necesites, alteza. Sé que el interior de unos establos no es un lugar adecuado para princesas, pero-
—Hace más de cien años que no duermo en una cama, así que esta es la mejor cama que he visto en mucho tiempo. —repuso ella.
Él la miró boquiabierto. Por supuesto, ¿cómo podía ser tan estúpido?
—Link, mereces esta cama tanto como yo. —continuó ella, con el mismo gesto contraído, frunciendo el ceño —No hay un solo motivo por el que yo merezca dormir ahí y tú en el suelo. Ninguno. ¿Lo entiendes?
A él se le ocurrían unos cuantos motivos. Ella era la princesa de Hyrule, para empezar. Era una especie de divinidad con un poder tan inmenso que casi asustaba, alguien con poderes divinos no duerme en el suelo de un establo. Además, ella misma admitía no haber dormido en una cama en más de cien años… estaba delgada, frágil. Eran motivos suficientes como para que ella durmiese lo más confortable posible. Y él estaba hecho a dormir al raso, sin camas de ningún tipo. Las piedras habían sido su colchón más de una noche.
—Buenas noches, alteza —respondió él, quitándose las botas y acomodándose en su cama, en el suelo. Asunto zanjado.
Ella suspiró y se subió a la cama.
—Buenas noches, Link.
Link se despertó mucho antes de lo que debería. Apenas pudo dormir tres horas. Le dolía el costado, a lo mejor tenía algo roto. La princesa dormía profundamente. Estaba hecha un ovillo diminuto, un manojo de pelo dorado y sábanas que se acurrucaba en una esquina del colchón. Visto así, parecía como si la cama fuera gigantesca para ella. Él utilizó las mantas sobre las que había dormido en el suelo para arroparla un poco más. Comprobó que todo estaba bien, puso un nuevo brasero de ascuas cerca y salió, cerrando las cortinas que rodeaban la cama.
—Has madrugado —saludó el dueño de los establos. Estaba limpiando las mesas y preparando las chimeneas. Las puertas de la posada estaban abiertas y Link observó cómo caía una cortina de agua en aquel amanecer grisáceo.
—No he oído la lluvia.
—Empezó a caer apenas llegaste con tu acompañante.
Él se acercó hasta el porche de madera. Las nubes eran gruesas, cargadas de agua. Seguramente iba a llover durante todo el día.
—Tal vez tengamos que dormir aquí otra vez. ¿Podría usted inscribirnos?
El posadero asintió y fue hasta el mostrador. Su hijo, un muchacho joven y huesudo estaba allí medio adormilado. Link sacó su bolsa de rupias y pagó por la noche que habían pasado allí, más un día completo incluyendo todas las comidas para él y para la princesa.
—Necesitaría ropa —dijo, mirando el interior de su bolsa. Aún estaba muy llena, más que de sobra para ir de una punta a otra de Hyrule sin pasar ninguna penuria —ropa para mi acompañante. ¿Cree que podría proporcionarme algo?
—¿Ropa? Aquí no vendemos ropa, muchacho.
—La encontré en un camino… a la joven, a mi acompañante —dijo él, inventando la historia al vuelo. Era necesario inventar una excusa para hacer flaquear la desconfianza del posadero —Unos bandidos la estaban asaltando, se llevaron sus ropas y todo lo demás.
—¿Yiga?
—Aham.
—Por todas las Diosas, esos rufianes no tienen piedad de nadie. Espero que no le hicieran, espero que… en fin. Espero que llegases a tiempo de ayudarla.
—Así fue, no debe usted temer por eso. Por eso necesito una ropa que sea cómoda, que sirva para viajar. Y botas.
—Podría venderte algo de mi esposa, pero por lo que pude apreciar anoche, tu acompañante es mucho más menuda y no le serviría. Buscaré algo de mi hijo. Es posible que eso te pueda valer… pero la ropa no es fácil de conseguir, es costoso comerciar con lana y algodón. Y el cuero es casi un privilegio en estos días.
—¿Cien rupias está bien? Y le daré cincuenta más por un par de botas.
—Diosas —murmuró el posadero, emocionado ante el ofrecimiento de Link.
Se sentó en una mesa, observando la lluvia, mientras el posadero le procuraba todo lo que iba pidiendo.
Conforme avanzaba la mañana, el resto de los huéspedes de los establos fue levantándose. Había un par de gorons, que prosiguieron el viaje a pesar de la lluvia. Una familia que venía desde Hatelia y al menos cinco viajeros solitarios. Tan solo la familia y Link optaron quedarse, el resto se fue marchando de allí, mientras nuevos viajeros aparecían para refugiarse del mal tiempo.
Él eligió una mesa un poco apartada, junto al fuego. No tenían prisa. Ganon había desaparecido, habían cumplido su misión y por tanto no había necesidad de correr. Era mejor devolver a la princesa descansada y en las mejores condiciones a Impa. Además, desde que despertó en el Santuario de la Vida, no había hecho otra cosa: correr. Correr para conocer a los sheikah, correr para buscar las Bestias Divinas, correr de una esquina a otra del amplio mundo. Si por una vez se detenían, si se retrasaban para ir hasta la aldea de Kakariko no debería haber problema, además, los sheikah no tenían por qué saber que todo había terminado. ¿Tendrían alguna manera de saberlo? ¿Habría Impa enviado a algunos de sus soldados a investigar?
—Hola, Link.
—Oh, alteza.
Estaba tan inmerso en sus pensamientos que ni siquiera la oyó llegar. Vestía la túnica y pantalón del hijo del posadero.
—¿Llevas mucho rato despierto? —preguntó ella, sentándose en la silla más próxima al fuego.
—Así es. Supongo que estoy acostumbrado a dormir pocas horas —sonrió. Ella volvió a mirarle con ese gesto contrariado, frunciendo un poco el ceño.
—Gracias por las ropas.
—Pertenecían al hijo del posadero. Y aunque es delgado como un grillo veo que te siguen quedando un poco grandes, pero no he podido conseguir nada mejor —observó, al ver cómo ella se había ceñido el cinturón en el último agujero y cómo las mangas le sobresalían por las manos.
—Es perfecto así.
—¿Has dormido bien, alteza? —preguntó, ahora era él el que fruncía un poco el ceño —puedes dormir más horas si lo deseas, he pagado para quedarnos todo el tiempo que necesites. Está lloviendo con fuerza y no es buena idea volver a los caminos.
Ella giró la cabeza hacia el porche y los goterones de agua que caían escurriéndose por el tejadillo de la entrada, casi como un chorro constante. Con la luz gris de ese día, sus ojos parecían de un verde más oscuro, como las vetas de cristal de esmeralda que había visto brotar en la Montaña de la Muerte. No es que él estuviese fijándose en sus ojos ni nada de eso, tenía unos ojos grandes y llamaban la atención, es todo.
—Me parece buena idea lo de esperar a que haga mejor tiempo —accedió ella, curvando un poco los labios en una especie de sonrisa —y de momento no puedo dormir más. Creo que me estoy muriendo de hambre.
—Diosas, por supuesto. ¡Posadero! —alzó la mano, y el joven hijo del posadero se acercó hasta ellos, limpiándose las manos en un trapo.
—Mi señor —saludó el joven posadero.
—¿Tenéis algo caliente para comer?
—Hemos terminado de calentar un guiso de setas y carne de caza en el caldero. También tenemos pescados en salazón, queso, mermelada de frambuesas y algo de pastel de manzana que sobró de ayer. Vamos a hornear más a lo largo del día. Podríamos asar algo en el fuego, no hay pescado fresco del río porque con el mal tiempo, no hemos salido a pescar. ¿Se conformaría con unas salchichas? Las compró mi padre a un mercader de la muralla de Hatelia.
—Sí, quiero un poco de todo —dijo él, sintiendo cómo la boca se le hacía agua.
—U-un poco… ¿de todo? —murmuró el muchacho arqueando una ceja.
—Sí, trae de todo lo que tengas, sobre todo las salchichas. Y pan en abundancia. Y de beber lo que haya, me da igual.
—Tenemos cerveza de trigo y leche de cabra.
—Perfecto, ambas cosas están bien. —dijo, intentando contener el apetito —¿Y tú?, altez… prin…
—Zelda —intervino ella —si no te importa, comeré un poco de lo que has pedido para ti, si crees que eres capaz de dejarme algo.
Esta vez fue él quien arqueó una ceja y vio sonreír a la princesa por primera vez, abiertamente. La princesa de Hyrule hacía bromas, bien, era un rasgo que no esperaba.
En poco tiempo la mesa se llenó de comida y las salchichas se asaban en las ascuas de la lumbre, desprendiendo un olor que hacía rugir el estómago de Link. Durante unos minutos descargó su ansiedad y enorme apetito con lo que había en la mesa. Había perdido la noción de cuándo fue la última vez que se había llevado algo a la boca, tuvo que ser antes de que se adentrase en el castillo de Hyrule. Y una vez se había sumergido en aquella oscuridad, era incapaz de decir cuántas horas y días pasaron, es como si el tiempo se hubiera esfumado una vez él se vio arrastrado hacia la negrura del Cataclismo.
—Ya no recordaba lo agradable que es comer —dijo la princesa, mientras se untaba una rebanada de pan con queso y mermelada.
—En el castillo… comías, ¿no? —preguntó sin tenerlas todas consigo. Había visto el estado en el que estaba el castillo, lo único comestible allí eran las ratas del embarcadero y los murciélagos que anidaban en las altas cúpulas de las torres.
—No, no lo hacía —ella volvió a dibujar esa especie de sonrisa desgastada.
—M-me… me lo había preguntado, qué comerías ahí dentro —admitió él. Empezó a ponerse nervioso, era la conversación más larga que había entablado desde que se habían conocido. ¿Sería su lenguaje el adecuado? Sabía que el trato era "alteza" aunque ella había dicho "Zelda" dejando claro que no requería ningún trato formal. De todas formas, él no tenía ni idea de cómo había que hablar con formalidad, así que… —Me había preguntado cómo podrías sobrevivir todo este tiempo, si comerías, si dormirías…
—No comía y no dormía. Sólo esperaba, reteniéndole. No fue fácil retenerle, él era… era… Ya sabes. Por eso sólo le retenía, y esperaba.
—¿Qué esperabas?
—A ti.
Link sintió una sacudida por dentro. Clavó la vista en su plato para tratar de disimular un poco el extraño efecto que esas palabras habían tenido en él y después se llevó un trozo de pan a la boca.
—¿Y… y cómo has podido vivir cien años así? —prosiguió. Seguía teniendo curiosidad, pero ya no se atrevía a mirar esas dos vetas de esmeralda de la montaña que tenía frente a él.
—El Poder Sagrado me envolvió, sumergiéndome en un letargo, como una ensoñación. Mi cuerpo dormía, pero mi espíritu seguía muy despierto. Es difícil de explicar.
—Uhm. Mi letargo fue distinto. Es como si hubiera desaparecido —reflexionó él —No. Es que desaparecí de donde fuese que yo estaba. Sólo había oscuridad, es todo, eso es lo único que había antes de despertar, oscuridad y vacío.
Hasta que oí tu voz y sentí vida de nuevo. Pero ese detalle se lo guardó. Lo que le hizo sentir su voz era demasiado íntimo como para compartirlo sin morirse de la vergüenza.
La princesa dejó el pan en el plato y giró la cabeza hacia el fuego que ardía a su lado. Él tenía preguntas, muchas, a todas horas. Desde que despertó sólo quería preguntar para saber, no para entender quién había sido él en el pasado, eso le daba un poco igual ya que había dado sus recuerdos por perdidos. Preguntaba por simple y llana curiosidad. Ella debía saber muchas cosas sobre él, más que los sheikah, más que Impa, que Prunia y Rotver todos juntos.
—¿Me pusiste tú en ese Santuario de la Vida? —preguntó. También había dejado de comer.
—No fui yo exactamente…
—¿Quién fue entonces?
—Supongo que fue alguno de los sheikah —dijo ella, volviendo a mirarle —yo les pedí que lo hiciesen.
—Así que de algún modo… sí fuiste tú —bajó un poco más el tono de voz. Ambos guardaron silencio unos segundos, sólo se oía el murmullo de la posada, las conversaciones apagadas del resto de viajeros.
—Sí. Yo… sabía que el Santuario existía, sabía que era la única manera de que tú… Así que sí, fui yo.
Link sintió cómo el corazón se le aceleraba mientras se atrevió a sostenerle la mirada de nuevo. Él se forzaba a perder esa timidez repentina que ella le había provocado, y ella se forzaba a… no sabía bien a qué, pero estaba seguro de que ella también se forzaba a mirarle a los ojos.
—¿Qué me pasó? ¿Qué me hizo caer derrotado? ¿Lo viste?
Sabía que eran muchas preguntas, pero nadie le había dado respuesta, ella era la única que podría hacerlo. Vio a la princesa titubear, como si temblase por un instante.
—Prefiero no hablar de eso. Perdóname, Link.
—¿Por qué? Yo quiero saberlo, lo he olvidado todo —insistió.
—No es fácil, tal vez otros puedan ayudarte.
—Impa me dijo que no hay otros que estuviesen conmigo cuando eso pasó.
—No me encuentro bien —dijo ella, poniéndose en pie —voy a volver a dormir un poco más.
La princesa agarró su tostada y regresó a la cama, encerrándose tras las cortinas.
Link suspiró, un tanto resignado. Sabía que la había atosigado un poco con las preguntas, pero todo había llegado a su fin, ya no había nada que temer, ¿no?
