DISCLAIMER: Los personajes y todo el mundo de Naruto no me pertenecen. Todos son propiedad de Masashi Kishimoto-genio-lunático-fan de telenovelas mexicanas xD
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AVISOS:
-Mundo Alterno.
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"Los cuentos de hadas son bien ciertos. No porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que podemos vencerlos".
Gilberth Keith
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1.- La fuga
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El manto de la noche me seguía como una sombra incansable...
La oscuridad del lugar resultaba profunda y abrumadora, consumiéndolo todo como boca de lobo; un detalle que, sin duda, con infinita franqueza agradecía. Nubes de vapor escapaban con cada exhalación, dando muestra del frío ambiente asestado por las últimas y eternas noches del invierno.
El chorro de luz del último faro me incitaba a continuar, a sabiendas de que, después de haberlo pasado, las puertas que siempre habían protegido mi hogar quedarían muy atrás, rezagadas y sin posibilidad de detenerme. Bajando el camino, muy en el fondo, la luminiscencia del pueblo se alzaba como una mancha blancuzca y peculiar.
Las calles del poblado se encontraban desiertas y el silencio consumidor perturbaba mis sentidos. Lo único que conseguía escuchar era el canto incesante de los zapatos al correr y mi irregular respiración entrecortada. La enorme capa oscura que cubría mis hombros ondeaba al ritmo de mis zancadas, retrasándome en parte, exigiendo un esfuerzo mayor; era una mala suerte que esa misma noche vistiera el atuendo más pesado que poseía. En algún momento de mi extremo maratón, el gorro resbaló por mi cabeza, dejando al descubierto mi largo y odioso cabello rojo, pero no tuve tiempo de pensar en ello. Tenía que moverme y rápido.
Me permití echar un vistazo a mi espalda y solté un suspiro al notar que ya no me seguían. Estaba cansada de correr, pero no debía detenerme, no ahora que las circunstancias jugaban en mi contra. La pendiente se volvió más inclinada y la inercia ayudó a mi cuerpo a seguir andando. No importaba si me seguían o no, necesitaba un lugar en dónde esconderme.
Frené en seco sobre la acera, inhalando el aire helado, luchando por recuperar el aliento. Con el rabillo del ojo distinguí el pequeño letrero que rezaba el nombre de la avenida. Estaba segura de que era aquella, pero no tenía idea de cuál era la casa.
"Vamos, vamos. Recuérdalo".
—¡Por allá!
Un grito rompió mi calma y, horrorizada, volví la cabeza hacia la oscuridad. No hizo falta un segundo vistazo. El porte apresurado y galante de aquellos caballeros disparó una dosis de adrenalina que me recorrió la sangre en cuestión de segundos.
"¡Demonios! ¡Me han alcanzado!".
Eché a correr de nuevo y, en un acto de cruel desesperación, conseguí resbalar hasta una puerta. No tenía idea de si me habían visto o no, pero si no era así, no faltaba mucho para que lo hicieran. Azoté los puños con demasiada fuerza, y poco temí hacer añicos la madera; sólo necesitaba un escondrijo, sólo eso y ya. Cualquiera puede hacerlo, ¿o no?
Al otro lado del umbral se escucharon pasos lentos y pesados. Un as de luz se coló por la rendija inferior de la puerta y supe que había alguien detrás.
—¡Abran! ¡Abran, por favor! —grité lastimando mis manos blancas. De todas maneras, ¿qué importaba ya? Si me atrapaban, eso resultaría mucho peor que un par de simples moretones.
Emitió un crujido sordo justo después del último grito y, de pronto, retrocedió lo justo para dejar ver a un hombre alto y de blanco cabello. Sus facciones morenas se crisparon en un gesto extraño y un suspiro de alivio se coló de entre mis labios. Había dado con el lugar correcto. Bajó la mirada, entornando los ojos oscuros y, como si no terminara de creérselo, se fijó mejor en mi rostro.
—¿Princesa Kushina?
—No hay tiempo de explicaciones —respondí sintiendo el corazón en la garganta—. ¡Escóndeme, por favor!
Sin tardanza, él se hizo a un lado, dejándome pasar, y acto seguido cerró la puerta detrás de sí.
Su casa era pequeña y muy sencilla. El diminuto tamaño de aquel cuarto me desconcentró y comencé a sentirme asfixiada ante el poco espacio. En la mesa del fondo, una vela solitaria sobre un pequeño plato era la única que infundía un poco de iluminación a la habitación. Un armario, dos sillones, tres sillas, la mesa, y nada más. Esbocé una mueca, incrédula. ¿En dónde había quedado todo su dinero?
Llevé las manos a mi cuello y desabroché la capa de un tirón, sintiendo un peso menos encima; seguramente era eso lo que me asfixiaba. Podía percibir mis latidos en las sienes, taladrando mi cabeza sin cesar, pero me mordí el labio para no quejarme.
—Bueno, y ahora… —comenzó el hombre con voz grave—… ¿ya puedes decirme qué estás haciendo aquí?
Levanté la mirada, encontrándome con el fiero escrutinio de sus ojos.
—Lo siento, Jiraiya —me disculpé masajeándome el puente de la nariz. Un dolor de cabeza brutal se avecinaba, lo sabía—. Eres el único al que podía acudir.
Jiraiya caminó hasta una de las sillas y me la ofreció al instante. Observé el asiento y, sin pensarlo demasiado, me dejé caer encima de ella con poca elegancia, completamente exhausta. ¿A quién le importaban los modales ahora?
—¿Qué ha pasado? —preguntó alzando las cejas.
Tragué saliva, aclarándome la garganta. Ni siquiera yo tenía muy en claro lo que había ocurrido. Luces doradas de candelabros, el inconfundible olor del cerdo asado al gusto, el sonido del vino burbujeando en las copas...
—Mi padre…
Sorprendiéndome, Jiraiya soltó una risa seca.
—Sí, claro. Debí saberlo.
Él sonreía abiertamente, disfrutando de algún chiste privado que no osaba compartir conmigo. Una punzada de rabia me invadió de pronto, erizándome el vello de los brazos.
—Él quiere que me case con el príncipe de la Arena —declaré tragándome la bilis que se había acumulado en mi garganta.
Ya no estaba frente a la corte; no habían personas que juzgaran más mi comportamiento. Jiraiya abrió los ojos por completo, sorprendido ante mis palabras, antes de esbozar una mueca de cansancio.
—¿Y sólo por eso...?
—¡¿Te parece poco?! —Estallé, soltando el reclamo en un grito bastante potente—. ¡Yo no quiero casarme! ¡Soy libre, y no quiero que nada de eso cambie! —Cerré los puños con fuerza, dejándome guiar por la fuerza apabullante de mis emociones—. Ya tenía todo listo… ¡Lo había preparado todo y sin consultarme! ¡No soy una más de sus marionetas!
Mi voz se apagó periódicamente hasta que volví a sentir el respaldo acogiendo mi cuerpo. No me había dado cuenta de que con cada grito me elevaba más en el asiento. El de blanco cabello me observó con ojos turbios, entornados; no como si estuviese confundido, sino como alguien que intenta hallar de inmediato la solución.
—Y por eso te escapaste —conjeturó.
Sosteniendo la cabeza entre ambas manos, asentí con pesadez. La agitación de mi pecho crecía a cada segundo, amenazando con derribarme de un momento a otro. Las sienes palpitaban de tal forma que parecían a punto de explotar. Para mi buena fortuna, Jiraiya no mencionó nada más. No podía decir que conocía al caballero por completo, pero sí lo suficiente como para saber que aquel gesto significaba comprensión y respeto hacia mi albedrío.
En ese momento, como un intruso que perturba una burbuja, alguien tocó a la puerta con brusquedad. Sobresaltada, me estremecí y me puse de pie de inmediato cual resorte. El golpeteo de nudillos se repitió y los ojos de Jiraiya se conectaron con los míos.
—Por favor… no me delates —supliqué articulando con los labios. Una princesa jamás suplica, eso es lo que me habían enseñado pero, ¿a quién le importaba en realidad?
Jiraiya se movió muy rápido y de tal forma que sus pies no emitieron el menor susurro.
—Ve a esconderte… —me ordenó señalando el viejo armario con el dedo. Se giró hacia la puerta y se aclaró la voz—… ¡Voy! —añadió en voz más alta.
No lo pensé dos veces. Abandonando la silla, salí disparada hacia el mueble levantando la capa en el camino. El espacio era bastante reducido, pero me encerré en el ropero con rapidez, dejando la puerta ligeramente abierta. Las ropas de Jiraiya rozaban mi cabello y me acariciaban la cara, irritándome; aquello apestaba a perfume barato y a tabaco. Arrugué la nariz, asqueada ante el penetrante olor a moho y suciedad. ¿Cuándo había sido la última vez que había limpiado ese lugar?
—Buenas noches, caballeros —La voz de Jiraiya se coló hasta mi posición. Sonaba tranquilo, apacible, y casi podía intuir la sonrisa socarrona en el tono. Negué con la cabeza y, sin poder evitarlo, sonreí. Detestaba admitirlo pero, imprimiendo un ligero esfuerzo, el viejo podía ser un gran actor cuando se lo proponía; no por nada formaba parte de la caballería principal de papá. Me acerqué hasta la rendija, dispuesta a espiar con la mayor discreción.
—Lord Jiraiya —Como un gesto natural, el guardia se inclinó ante el hombre en señal de respeto.
—Se le ha visto transitar a la princesa Kushina por este rumbo —prosiguió el otro con menos cortesía, abriéndose paso por la fuerza. Retrocedí al instante, tensándome al verlo ya dentro del cuarto. Su gran figura producía sombras extrañas que se proyectaban en la lejana pared amarillenta.
—Oiga, qué falta de educación —se quejó Jiraiya—. ¿Acaso no le enseñaron a respetar a sus mayores?
—Eso no es lo importante ahora, señor —le cortó el guardia con firmeza—. Sólo queremos que responda: ¿Ha visto a la princesa Kushina pasar por aquí?
Jiraiya se cruzó de brazos, adoptando una actitud defensiva. La forma en que torcía su boca dio aviso de que ya no actuaba; en realidad estaba molesto.
—No, por supuesto que no.
Volviéndose, el guardia le dirigió una mirada oscura. Sin duda el tamaño de aquel vasallo era considerable, pero no se comparaba a la estatura del viejo Jiraiya, aunque quizá...
—En tal caso —dijo—, no le molestará que revisemos su casa, ¿verdad? Si no tiene nada que esconder…
Mi corazón dudó un segundo antes de acelerarse hasta límites insospechados cuando, de una insolente manera deliberada, el guardia rodeó las sillas, aproximándose al armario que me servía de escondrijo. Aparté el rostro, luchando por permanecer inmóvil. Si me descubría, ese sería el final.
—No, no me importa en lo absoluto —gruñó Jiraiya con un gesto de indiferencia—. Pero lo cierto es que seguramente encontraran cosas que no van a gustarles… Sin embargo, tengo curiosidad acerca de cuál sería la la reacción del rey cuando llegue a enterarse de que han profanado la morada de uno de sus más fieles vasallos —se rascó la barbilla con los dedos, pensativo—. Mmm… me pregunto a quién le hará más caso… En todo caso, todavía está vigente la pena de muerte en la guillotina…
No hacía falta mirar para saber que el resto de los guardias habían comenzado a sudar frío. Por un instante el silencio los devoró, y a las sombras una sonrisa surcó mi rostro. Resultaba bastante divertido ver a Jiraiya nuevamente haciendo uso de sus influencias y títulos.
—Mmm… bueno… nosotros... —Intimidado, el guardia calló al no encontrar más palabras—. Supongo que usted es leal a la corona…
—Así es —asintió el viejo—, de la misma forma en que le soy leal al rey. No por nada di mi vida en favor de su ejército —Una carcajada brotó de los labios del individuo, aligerando el ambiente.
—… Podemos buscar en otro lado…
"Se está dando por vencido", pensé, ahogando una risita.
—Sí, por supuesto que sí —Las sombras avanzaron hasta mi lugar y pude apreciar a mi encubridor mientras apoyaba la mano en el hombre de traje azul y lo empujaba discretamente hacia la puerta—. Miren, para que vean que no soy malo, puedo decirles que escuché gritar a las gallinas de mi vecino hace poco. Seguramente la chiquilla esa pasó por allí y las espantó. Si se apresuran podrán alcanzarla.
"¿Chiquilla?" Fruncí el ceño, entornando los ojos. "¿A quién llamas chiquilla?"
—De acuerdo —El guardia asintió, abriéndose paso entre sus camaradas hasta la puerta. Sus hombros miraban hacia el suelo—. Lamentamos haberlo molestado, Lord Jiraiya.
—Ya, ya, no importa —los despidió con aire ausente—. Anden, y vayan a hacer su deber.
—¡Sí, señor!
Mi oreja permaneció adherida a la madera, atenta a cualquier sonido que pudiese captar. Los apresurados pasos se alejaron rápidamente y las voces perturbadas ahora llegaban desde afuera. Jiraiya cerró la puerta y suspiró, masajeándose el puente de la nariz.
Incómoda, me revolví en el pequeño espacio, preparándome para abandonarlo. Empujé la portezuela y, en ese momento, una nueva luz apareció de pronto, bañando el lugar con un suave fulgor dorado. Caí hacia atrás en medio de las telas, alarmada al notar una presencia en la habitación.
—¿Padre? —Una cansada voz masculina rompió el silencio y estuve a punto de soltar un grito debido a ello, pero logré contenerme.
"¡¿Padre?! ¡¿Era en serio?!"
—Minato… —musitó Jiraiya tan espantado como yo, mirando inconscientemente en mi dirección—… ¡¿Qué haces despierto a esta hora?!
El interpelado se acercó más a él hasta que por fin pude verle con claridad. Estaba de espaldas a mí pero, aún con la débil iluminación, era capaz de apreciar algunos detalles de su figura. Era bastante alto y delgado; el cuerpo esbelto y su espalda ancha saltaban a la vista, y a pesar de ello no parecía tener demasiado músculo; mechones de rebelde cabello rubio dorado refulgían a la poca luz que brindaba el pequeño quinqué que cargaba en la mano derecha.
—Escuché ruido y me desperté —se excusó él frotándose los ojos con la mano libre—. ¿Qué pasó? —preguntó soltando un enorme bostezo.
—Nada importante —respondió Jiraiya acercándose al muchacho y, tomándole suavemente por los hombros, le obligó a dar la vuelta—. Anda, vuelve a dormirte. Recuerda: tienes que estar fuerte para lo de mañana.
El chico suspiró, emitió un bostezo más y, dándose por vencido, emprendió el camino de regreso justo por donde había venido. Sus pasos parecían tan poco firmes que daba la impresión que se caería en cualquier momento, pero no lo hizo.
—De acuerdo —murmuró alejándose, mascullando un par de cosas ininteligibles.
Permanecí inmóvil, a la espera de algo más, pero no sucedió nada. Un calambre ascendió por toda la extensión de mi pierna y no pude soportarlo. Me coloqué en cuclillas y me arrastré, estirando los pies. El entumecimiento hormigueaba bajo mi piel, y dolía... mucho. El rostro de Jiraiya apareció entonces, abriendo la puerta con cuidado.
—Listo, puedes salir —me dijo dando un paso atrás.
Gateé con dificultad, tropezando con el satín de mi vestido hasta que por fin conseguí ponerme en pie. Los músculos agarrotados me agradecían el estiramiento, lo sentía.
—Gracias —susurré con sinceridad.
Su mirada oscura me escrutó atentamente antes de que se encogiera de hombros.
—No hay de qué. Cualquier cosa por la hija de la reina Kai.
Apreté los labios, soportando la extraña sensación que me recorrió al escucharlo pronunciar ese nombre. Recordaba de forma muy vaga aquellos días en que, gozando del aburrimiento, me había inmiscuido en las habitaciones de mi madre para distraerme. El rostro del caballero aparecía de manera frecuente, aunque nunca me detuve a cavilar sobre la profundidad de la relación que mantenía con mi madre.
—Siempre tuviste su agradecimiento y su respeto.
Una sonrisa se asomó en su rostro y la mirada cambió.
—Me habría gustado tener más que su agradecimiento —respondió entrelazando los dedos una y otra vez, sin dejar de sonreír.
Jiraiya ya no me miraba. Parecía perdido en algún lejano pensamiento divertido y casi podía imaginarme de qué se trataba.
—¿Qué fue lo que dijiste? —pronuncié lentamente mientras mis dedos se ceñían en un puño.
—Nada, nada.
Le fulminé con la mirada, inflando los cachetes con indignación. Me volví y recogí la capa en el fondo del armario y sin pensarlo más volví a abrochármela. Los ojos de Jiraiya se abrieron de par en par.
—¿Y ahora qué estás haciendo? —preguntó con los brazos cruzados.
—¿Y a ti qué te parece que hago? —respondí señalando lo obvio. Enarqué una ceja al ver que no comprendía—. Me voy.
—¿Adónde? ¿Tienes un plan al menos? ¿O un lugar al qué llegar?
Mi mano apenas rozaba el picaporte cuando sus inquietudes me congelaron. No me había detenido a pensar en ello en realidad. Las cosas se habían suscitado de forma tan drástica que no tuve tiempo de planear lo que procedía. Carraspeé y me acomodé el cabello detrás de la oreja, sintiendo las mejillas rojas.
—Bueno… No creí que lograría llegar hasta este punto… —confesé mordiéndome el labio—. Así que… no tracé el resto del plan.
Él suspiró.
—Si sales de aquí te encontrarán —advirtió suavemente—. Eso tenlo por seguro.
—¿Qué puedo hacer entonces?
Jiraiya se rascó la cabeza, pensativo. Hizo una mueca, como si contemplara el hecho de hacer algo impensable pero necesario.
—Bueno… —comenzó, dudando— tal vez pueda esconderte aquí —me dijo echando una mirada a su alrededor—, pero será complicado. Eres demasiado reconocible.
Bajé la vista, meditando precariamente lo que me había dicho. No podía negar que él tenía razón. Si me atrevía a abandonar la casa, no tardarían en encontrarme de nuevo, y quién sabe lo que sucedería cuando me llevaran a responder frente a mi padre esta vez. En el mejor de los casos no conseguirían dar conmigo pero... ¿adónde iría? ¿Al bosque? La oscura imagen de la prominente arboleda que se contemplaba a la perfección desde mi hogar se presentó ante mí, haciéndome retroceder. Por mucho que intentara, la mejor opción era quedarme con Jiraiya. Él podría protegerme. Pero mi apariencia…
—Me quedaré contigo —declaré, sorprendiéndolo—. Y en cuanto a que me reconozcan… ya sé lo que haré. ¿Tienes alguna navaja?
Él se dirigió al ropero, abrió la puerta y rebuscó en uno de los pequeños cajones que antes no había visto. Cuando regresó a mi lado me tendió una pequeña navaja con el mango de oro y una mudada de ropa. Acepté lo que me ofrecía, consciente de que él ya poseía una idea bastante acertada de lo que pretendía.
—Son grandes, pero es todo lo que tengo —se disculpó.
—¿Qué le dirás a tu hijo?
El repentino encogimiento de hombros me tomó por sorpresa.
—Ya se me ocurrirá algo.
Suspiré sintiendo las manos mojadas y temblorosas. El temor pugnaba por abrirse paso hasta mí pero logré empujarlo de vuelta a su cueva. Abracé el atuendo contra mi pecho, secando mis palmas con las telas.
—Y… ¿en dónde dormiré? —pregunté con repentina timidez.
—Puedes usar mi cuarto —contestó señalándome la puerta al final del pasillo.
Eché un vistazo. En aquel tramo había sólo tres puertas, y la última, suponía, era la que conducía a la parte trasera de su hogar.
—Gracias —le dije, caminando vacilante hacia la habitación.
Jiraiya no respondió. Se dirigió a la mesa y, de un certero soplido, apagó la vela, dando permiso a la penumbra de alojarse en su casa como la invitada de honor.
Entré en el cuarto con toda la discreción y suavidad que fui capaz. Lo último que pretendía era despertar de nuevo a su hijo y causar problemas a mi benefactor. La habitación de Jiraiya era bastante pequeña y no se encontraba del todo limpia, pero no tenía intención de quejarme. Después de todo, yo tampoco lo era. Me senté al borde de la cama, acariciando las sábanas que la cubrían; el tacto áspero me distraía de pensar, pero si quería hacer las cosas bien, necesitaba abandonar los rodeos.
Justo frente a mí descansaba un pequeño espejo rectangular con marco plateado. Me detuve para admirar la imagen que reflejaba, a sabiendas de que ésa sería la última vez que me contemplaría de esa manera. En un acto no pensado, acaricié mi largo cabello rojo y al instante me rendí, cerrando los ojos con fuerza.
Nunca me había gustado. De hecho, lo detestaba, y siempre aprovechaba cualquier oportunidad para manifestar mi inconformidad ante la madre naturaleza por haberme brindado aquellas características, pero lo conservé así por capricho, sólo para poseer algo que me recordase —aunque fuese en el simple reflejo— a mi madre, cuyo cabello era sorprendentemente parecido. El nudo de mi garganta creció hasta el punto del dolor al comprender el desenlace de mis acciones: en ese momento estaba a punto de cortar el lazo que a ambas nos unía... de la forma más literal que había pensado jamás.
Incapaz de soportarlo más, me puse de pie y empuñé la navaja de Jiraiya en la mano derecha. Eché todos los mechones de pelo hacia un lado y con las manos les di forma hasta enrollarlos en uno solo. Tragué saliva, ahuyentando la imagen de mi madre mientras deslizaba el arma por detrás de mi cabeza, justo arriba de mi nuca, rozando la piel. Tirité una sola vez y me mordí el labio, privándome de mirar.
Una vez más...
Sólo fue un segundo. Como una lluvia suave, todo el pelo rojo se desparramó a mi alrededor, formando un halo de fuego sobre el piso. Levanté la vista hacia mi nueva imagen pero no me encontré en el cristal. La muchacha del reflejo ya no era yo. Su pelo color sangre era irregular y tan corto como el de un hombre, y un largo mechón le cruzaba el rostro ocultándole los ojos. El retrato viviente de la reina había desaparecido. No era yo, pero eso bastaba.
Me desvestí con rapidez, mecanizando mis movimientos hasta el punto de la torpeza. La áspera camisa me irritó la piel de los brazos y el cuello pero no era momento de quejarme. Las prendas de Jiraiya eran bastante grandes, más de lo que creía. Cuando extendí los brazos, examinando el atuendo, confirmé la teoría: me veía fatal, pero ya tendría tiempo para ajustar la ropa después.
Extendiendo la capa sobre el suelo, recogí los restos de cabello junto al pálido vestido de fiesta y los encerré en ella, esforzándome por hacer un buen nudo y empujándola debajo de la cama. Al llegar el amanecer vería lo que haría con todo, pero nadie debía verlo, por mi propia seguridad y por la de Jiraiya.
En silencio, con los latidos de mi corazón como música de fondo, me tumbé encima de la cama con los brazos extendidos, agotada tanto física como mentalmente. Un calor bastante conocido me quemaba los ojos, haciendo cenizas mi voluntad por contener las lágrimas.
"Dios mío. ¿Qué he hecho?"
Rodé hacia un costado y me hice un ovillo, sujetando las piernas contra el cuerpo en un vano intento de aplacar la pesadez que se ceñía sobre mí como una oscura nube de tormenta. No fue hasta ese instante cuando caí en la cuenta de que lo había perdido todo. Dolía como un demonio, pero ya no era momento de arrepentirse. Si algo tenía en claro era que no podría volver. Esa noche un nuevo ser había nacido.
Y no era tiempo de retroceder.
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Editado: 27/05/15
Bien, esta es una historia que me causa mucha (demasiada) nostalgia ;n; Es mi primer fic y al corregirlo y añadirle detalles me he dado cuenta de lo mucho que he crecido en sólo un año. Y ya no sé a quién darle las gracias xD
La edición se debió a que este fic participará en un reto y era necesario realizarle una revisión. Aparte, en estos últimos días me leí "Donde los árboles cantan" de Laura Gallego y... ando con el mood princess ;u;
Gracias a todos por leer :3!
Mina-chan
