Disclaimer: Todo este mundo le pertenece a JK. Rowling. Yo solo me divierto con sus personajes :)
Capítulo I
- Solo apunten como lo estoy haciendo y digan Draconifors – una luz roja salió de la varita de la anciana profesora, creando una bola de fuego y dando vida así a la estatuilla de dragón que reposaba en su mesa. Todos los estudiantes en aquella aula quedaron asombrados. El pequeño hocicorto sueco se movía de un lado a otro lanzando pequeñas estelas de fuego de su boca y dejando pequeños huecos en la madera donde el fuego alcanzaba.
Transformaciones, la asignatura menos preferida para él. Aunque ese día no estaba mal, transformar objetos fofos en dragones era muy complaciente. Además que era el último día de su quinto año.
La primera en lograr convertir en un hermoso colacuerno húngaro a una de sus plumas fue, como siempre, Hermione Granger. Él no podía quitar su mirada de su espeso cabello enmarañado - debería ser ilegal llevar el cabello de esa manera-, ni de cómo se movían sus manos, con una delicadeza y finura que solo poseían las mujeres de alta sociedad, una que ella posiblemente no pertenecía. La chica rió mientras su pequeño dragón caminaba sobre su mano hasta la mitad de su brazo. A él le pareció el sonido más exquisito que alguna vez hubiese escuchado, su risa parecía el tronar de miles de campanillas. No era estruendosa como la de las demás chicas, ni mucho menos fingida. La suya era dulce y melodiosa, fresca y natural. Podría quedarse escuchando esa risa por el resto de su vida, pero simplemente no podía. Ya tenía mucho con lo que iba a pasar esas vacaciones.
Cada dragón lograba adherirse al origen del objeto del cual se lo transformó. Los pocos que habían logrado transformarlos lograban hacerlo en dragones tipo Gales Verde, unos pocos eran Longhorn Rumanos, algunos otros eran Bolas de Fuego Chino y el de él era un hermoso Ironbelly Ucraniano. Admiró su trabajo, era el único con esa especie de dragón. Fuerte, orgulloso, soberbio, devastador pero sobre todo, hermoso. No por nada llevaba su nombre en honor a ellos.
Después de una larga hora y media observando como los demás hacían vanos intentos en transformar sus pertenencias en dragones decentes, él volvió a poner su atención en la chica de cabello chocolate enmarañado que se encontraba cuatro mesas delante de él.
- Muy bien – Minerva McGonagall aplaudió para que todos le prestasen atención – hemos terminado la última clase del año escolar – todos los adolescentes profirieron un grito de alegría. Ella fue más reservada y solo aplaudía con una sonrisa en su rostro – tranquilos, que los quiero con fuerzas renovadas para el otro año. Se acercan los EXTASIS y tienen mucho que aprender – haciendo un gesto con la mano les indicó la salida - Pueden marcharse.
Las bancas profirieron un ruido sordo cuando todo el alumnado se puso de pie apresurándose a introducir sus respectivos libros en sus mochilas. Cada estudiante estaba eufórico y ella no fue la excepción mas él guardo su distancia, siempre era el último en abandonar cualquier clase. La vio partir junto a sus amigos. Ella iba en la mitad de los dos y ambos pasaban un brazo sobre los hombros de la chica.
Suspiró resignado, no estaba bien que sintiese algo por ella que no fuese rencor, odio, asco y lástima. Bueno, ella ni se merecía eso, tan solo indiferencia, pero él no podía dejar de sentir lo que llevaba sintiendo desde que tenía once años por esa impura. Desde que la vió por primera vez en el vagón directo a Hogwarts con su túnica puesta y buscando al sapo del idiota de Longbottom pensó que era la niña más linda que había visto, aunque en esa época tuviese esos incisivos nada normales, y en su cerebro ya maquinaba la forma de acercarse a ella. Sin embargo, se llevó una gran sorpresa cuando el sombrero seleccionador la colocó en su casa enemiga y después cuando se enteró que era hija de muggles. Al principio se sintió defraudado, si bien con el pasar del tiempo empezó a tener cierto respeto hacia ella, no lo demostraba con sus palabras y muchas veces quería abrazarla cuando veía sus ojos inundarse de lágrimas cuando la llamaba sangre sucia. Y el golpe que recibió en tercer año tan solo afirmó sus sentimientos para con ella. Era una mujer fuerte, decidida, culta y sensata. Estaba al tanto que se hallaba en contra de cualquier dogma que su padre le inculcó y que este pondría el grito en el cielo en cuanto se enterase de sus sentimientos hacia ella.
Sus amigos lo estaban esperando a las afueras de esa clase, ahora ya abandonada. No necesitaba hacerlos esperar, sabía que podían ser más molestos que un grano en el culo, y lo menos que quería ese momento era que alguien siquiera le dirija la palabra.
Y es que Draco Malfoy escondía un gran secreto sobre aquella sangre sucia, uno que ni sus amigos Blaise Zabinni y Theodore Nott podrían imaginar. En momentos como este agradecía haber heredado la frialdad de su padre. Nunca nadie sospecharía que estaba enamorado de la mejor amiga del némesis de quien pronto sería su Lord.
oOo
- Tienes que venir con nosotros a la madriguera – Ronald Weasley trataba de convencer a su amiga – Mamá se va a molestar mucho si no lo haces.
Ronald era como muchos de los Weasley, pelirrojo, esa era su marca personal. Era alto, muy alto, su tez es tan blanca que sus mejillas y su nariz estaban cubiertas de pecas rojizas. Tenía unos delgados labios definidos y el color de sus ojos de un azul intenso.
- No puedo, papá y mamá me esperan. La última vez que hablamos dijeron que tenían algo importante que decirme.
- Deja de ser pesada, Herms – ahora era Harry Potter quien trataba de convencerla. Él, a diferencia de su mejor amigo, tenía su cabello color negro azabache, ojos verde esmeralda, heredados de su difunta madre, escondidos detrás de unas gafas para nada modernas, sus labios eran carnosos pero igualmente definidos. No era tan alto como Ronald, pero tenía su altura y en su frente descansaba la tan admirada señal en forma de rayo. Lo que ambos tenían en común era su cuerpo bien definido. Ser el buscador y el guardián del equipo de quidditch de la casa de Gryffindor tenía sus recompensas – Prométenos que vendrás al menos una semana.
Hermione no hizo su acostumbrada promesa. Sabía que era importante lo que sus padres podrían decirle. Habían estado muy extraños desde las últimas vacaciones de pascua en las que ella los había visitado que no tenía donde más posar sus pensamientos. Pero de algo estaba completamente segura, pasase lo que pasase ella estaría con ellos.
El trío llegó al gran comedor. Era hora del almuerzo y la mayoría de los alumnos ya se encontraban degustando las delicias de aquel banquete. Ellos se dirigieron al fondo donde su respectiva mesa se encontraba y se dispusieron a sentarse en sus asientos habituales.
- ¿Te encuentras bien? – la voz de Ginevra Weasley la hizo saltar en su asiento. No porque tuviese una voz fea, sino porque se encontraba tan inmersa en sus pensamientos que no la escuchó llegar.
- Si, ¿Por qué?
- Ron dice que no iras a visitarnos a La Madriguera – Hermione rodó sus ojos.
- Tu hermano es un exagerado. Tendré tiempo de ir a visitarlos aunque sea por unos días. Lo prometo, Ginny – le dio una sonrisa sincera, de esas que ya no le salen tan a menudo. La pelirroja se quedó satisfecha con esa respuesta y empezó a escoger su comida. Hermione trataba de hacer lo mismo, pero se sentía extraña, como si alguien la estuviese vigilando. Levantó su cabeza y buscó por todo el gran comedor a quien sea que estuviese haciéndola sentir incómoda. Los maestros charlaban amenamente entre ellos y cada estudiante estaba enfrascado en alguna conversación con otro. De repente se encontró con unos ojos grises, tan fríos como el hielo. La miraban sin expresión alguna, o eso quería creer ella, a lo lejos no podía divisar bien lo que esos ojos trataban de transmitirle. Él tenía en sus manos el tenedor, llevaba a momentos precisos su comida a la boca pero a ningún momento apartó su mirada de la de ella.
Draco se vió descubierto pero no por eso bajaría su mirada. Él era un Malfoy y los Malfoy tenían el control absoluto, nada ni nadie los intimidaba, más bien eran ellos los que hacían sentir inferiores a los demás. Aunque esos ojos color miel hacían que su corazón latiera desbocado en su pecho.
Hermione frunció su ceño, mordió su labio e inclinó ligeramente su cabeza, ¿Por qué Draco Malfoy, el chico que más la odiaba en el mundo, la estaba mirando?
Al platinado, ese gesto le pareció el más tierno que jamás haya visto. Quería ir donde ella se encontraba y pasar uno de sus pulgares por su frente hasta que ese ceño fruncido desapareciese. Movió la cabeza negativamente, ¿por qué tenía esas ideas tan ridículas dentro de su mente? Él era frío, calculador y con un orgullo que atravesaba el cielo, no debía tener ese tipo de pensamientos. Finalmente, la chica apartó sus ojos de los de él pero siguió observándola. Hermione se removía incómodamente en su asiento ¿de cuándo a la fecha el Slytherin prestaba atención en ella?
Al final, no pudo comer casi nada del banquete de despedida. A ningún momento Draco Malfoy retiró su mirada de ella.
Cuando sus amigos se lo pidieron, acompañada de Ginny, fueron cada una hacia su habitación y empacaron todas sus pertenencias. El mal momento que la hizo pasar aquel Slytherin no quitaba la felicidad que sentía, por fin volvería a pasar tiempo con sus padres.
En el tren todo era como de costumbre. Ella y Ron por ser los prefectos de su casa, tenían que revisar y estar pendientes que los alumnos no hicieran nada en contra de otros o alguna que otra travesura. Cada cierto momento, Hermione se encontraba con Draco. Estar frente a él la hacía sentir pequeña, era por lo menos de la altura de Ron, y su cabello platinado caía sobre sus ojos dándole una apariencia sublime. Ella lo ignoraba completamente, él trataba de hacerlo de igual manera.
Al llegar a la estación King Cross, Hermione pudo divisar a sus padres y, corriendo hacia ellos, los alcanzó. Ambos le dieron una ligera palmada en la espalda y recogieron el equipaje de su hija que, amablemente, Ron y Harry habían llevado. La chica se encontraba estupefacta, sus padres nunca la habían recibido de esa manera, es más, hasta eran más efusivos que ella. Hermione lo dejó pasar, no era que se sintiese mal, si no era un poco extraño.
Cuando llegaron a su casa un mercedes negro se encontraba estacionado unos metros delante del auto de William Granger. Haciendo caso omiso, William bajó las maletas de su hija y las dejó en el vestíbulo. Antes las hubiese llevado hasta su habitación pero hoy no. Jane Granger mientras tanto fue hacia la cocina para poder preparar un té de menta, el favorito de Hermione. Crookshanks había sido liberado por su ama y ahora vagaba por la ya conocida estancia. Hermione tomó asiento en su sillón preferido y aspiró el aroma característico de su hogar ¡cuánto lo había extrañado!
Crookshanks se puso alerta, erizó todo su pelaje y un gran maullido de disgusto salió por su hocico. Los golpecitos de alguien llamando a la puerta hicieron a Hermione levantarse de su cómodo lugar. Una pareja de esposos se encontraba detrás de la puerta, la castaña los miró sospechosamente, sin duda alguna eran magos, su vestimenta los delataba.
- Hermione, ve a ayudar a tu madre, yo recibiré a los señores – William Granger se encontraba detrás de su hija. Hermione dio un pequeño salto en su lugar pero obedeció a su padre.
En la cocina su madre caminaba apresuradamente de un lado a otro. Hermione tomó las tazas de té que se encontraban ya listas y se las llevó a sus visitas. Aquella mujer se sentaba de una forma muy, demasiado para el gusto de Hermione, elegante. Su barbilla estaba orgullosamente levantada, su cabello era castaño excesivamente liso, y caía libremente hasta el principio de su busto. Sus ojos color miel no mostraban ilusión alguna, salvo cuando miraron a Hermione, ella pudo ver ¿amor? En ellos, no lo sabía a ciencia cierta. El hombre parecía más humilde. Como cualquier inglés, tenía una altura nada envidiable, blanco como la leche y con ojos azules. Su cabello negro, de un ondulado anhelado para Hermione, se encontraba perfectamente peinado hacia atrás y conversaba consideradamente con su padre.
Hermione se acercó a ellos y les ofreció una taza de té a cada uno, ellos lo tomaron gustosos ofreciéndole una sonrisa deslumbrante.
- Nena, necesito que tomes asiento, por favor – su padre habló con voz gutural, casi como si un nudo se hubiera formado en su garganta. Como siempre, Hermione obedeció sin chistar e inmediatamente su madre entró en la estancia ubicándose a un lado de su hija. Cariñosamente puso su mano entre las de ella – No sé cómo decirte esto, Hermione. Has sido una excelente hija, una alumna ejemplar, tienes un corazón tan puro y bueno que espero nos sepas perdonar por lo que vamos a revelarte – Jane Granger apretó la mano de su hija. Hermione se ahogó en la tristeza que los ojos de su madre profesaban, volvió su mirada hacia su padre – Ellos son Peter y Charlotte Parkinson. – la chica posó su mirada en ellos, ahora tenían una actitud seria pero tranquila – Ellos…ellos – William pasó su mano por su rostro, tenía que tomar valor de donde sea – ellos son tus verdaderos padres, vinieron para llevarte con ellos.
El mundo de Hermione cayó a sus pies. Sus manos empezaron a temblar. Observó a cada uno de los presentes, su madre lloraba desconsoladamente, su padre mostraba una mirada melancólica y los señores Parkinson tenían una sonrisa cálida en sus rostros
- Es por eso que tienes magia en ti, Hermione. No pudimos cuidarte cuando eras una bebé, tú y tu hermana eran unas pequeñas diablitos y se nos hizo muy difícil cuidar de mellizas. Los señores Granger querían un bebé, pero no lograban tenerlo porque tu madre no podía. Ellos te acogieron como una hija, pero no podíamos seguir viviendo como si nada hubiese pasado. Te extrañamos, Hermione. – Charlotte tenía una voz muy suave y cantarina, habló calmadamente, analizando en el proceso las acciones de Hermione.
La chica no decía ni una sola palabra, parecía inverosímil que esto le estuviese sucediendo a ella. Se levantó pausadamente y se dirigió hacia la puerta principal. Tenía su varita escondida en una de las botas que estaba usando y unas cuantas libras y galeones en uno de sus bolsillos. Salió apresurada de aquella casa, sin un rumbo fijo. Caminó, caminó por numerosas horas hasta que sus pies dolieron. El clima tampoco ayudaba, una fina llovizna caía sobre sus hombros y su rostro haciendo que las lágrimas que Hermione derraba desaparecieran al instante.
Miró su reloj, era ya muy tarde y tenía que regresar a casa. Sin embargo, ahora sabía que esa no había sido ni será jamás su hogar. Aunque tuviese los mejores momentos ahí, tantas risas, llantos, sorpresas y amor no podría olvidarlos ni con un obliviate.
Tomó el primer taxi que apareció y se dirigió unas cuadras más abajo del Callejón Diagon. Lágrimas bajaban sin control sobre sus mejillas, se sentía tan vacía, desolada pero sobre todo se sentía traicionada. ¿Cómo pudieron sus padres haberle ocultado algo así? ¿No se supone que eran una familia sin secretos? Hermione pateó una piedra de pura indignación, algunas personas le dirigían una mirada apesumbrada, otras la miraban con reproche. Al llegar al Caldero Chorreante, Tom, el dueño del lugar, la miró sin expresión alguna en su rostro mientras secaba uno de sus vasos. Hermione no dio reparo a nada, tan solo quería salir de cualquier manera de aquel lugar y encontrarse con sus amigos. Sus pies se movieron por inercia hacia la única chimenea que allí se encontraba.
- ¡La Madriguera! – su voz fue firme a pesar de estar rota por dentro. Las llamas verdes la envolvieron por completo y la llevaron al lugar que pidió.
oOo
- ¿La trajeron ya? – aquella voz arrastraba las palabras y te helaba la sangre
- No, mi Lord – uno de sus vasallos se encontraba arrodillado frente al que acariciaba la serpiente y al que le brillaron sus ojos de pura rabia – Se les escapó a los Parkinson.
- ¡NO PUEDEN HACER NADA BIEN! – bramó Voldemort. Todos los presentes, aunque por fuera no mostraron emoción alguna, por dentro temblaban por la furia de su señor - ¡CRUCIO! – Lucius Malfoy aguantó el hechizo sin soltar ningún alarido.
- La están buscando, no tardarán en encontrarla – Narcissa Malfoy salió al rescate de su esposo. Draco observaba todo eso escondido detrás de un pilar del segundo piso. No tenía idea que era lo que el-que-no-debe-ser-nombrado quería.
- Eso espero, Narcissa. Sabes muy bien quien tiene que ayudar a Draco en su misión – la mujer tragó en seco, no le gustaba para nada la misión que le había encomendado a su hijo, menos aún en compañía de esa chica – Quiero que maten a esos muggles padres de la chica, que no quede ni rastro de lo que alguna vez ella tuvo - Draco por su parte se estremeció ante esas palabras, no quería seguir escuchando y volvió a encerrarse en su habitación.
¿Qué era lo que quería el Señor Tenebroso? Una chica, sin duda, pero ¿para qué? ¿No se suponía que él tenía que demostrar a los demás, y más a su padre, de lo que era capaz solo, sin nadie quien lo ayudase? ¿Por qué tanto interés en esa muchacha?
Draco Malfoy se dejó caer en su cama y con sus brazos cubrió sus ojos. Desde que Voldemort se hospedaba es su casa las cosas habían cambiado radicalmente. Su tía Bellatrix estaba más loca que nunca tratando de cumplir cualquier orden de su señor, su padre era humillado por todos los mortífagos a casusa de sus, no muy provechosas, misiones, y su madre solamente guardaba silencio ante tanta injusticia que sucedía en torno a ellos.
¡Hola!
Esto es algo nuevo para mí. Usualmente escribo historias de Twilight y bueno, esta vez me he atrevido a escribir algo referente al mundo de los magos. ¿Me dan una oportunidad?
Esta idea ha estado rondando en mi cabeza desde hace mucho tiempo. Claro que, como cualquier autor se basa en alguna que otra historia, una vez en Wattpad leí una historia similar PERO NO IGUAL, la verdad es que creo que es totalmente diferente. No me gustó mucho la forma de escribir de aquella autora. Así que les presento mi versión, completamente mía, y como AMO los Dramiones decidí plasmarla.
¿Qué les pareció? ¡Déjenme su opinion en un review! No sean tan rudos :s hehe
¡Les mando unos besotototes! Hasta la próxima.
