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De regreso a Hogwarts

Era la primera vez que James Potter atravesaba la pared de la estación King Cross hacia la plataforma 9 y ¾ solo. Usualmente sus sobreprotectores y querendones padres lo hubiesen acompañado para abrazarlo y besuquearlo hasta el segundo antes de tener que subir por la escalinata al carrito. Esta vez, no era el caso.

- ¡Hey, James! – sintió la voz de su mejor amigo, Sirius Black, cerca. Él también estaba solo, por supuesto, excepto por el elfo doméstico Kreacher y su hermano menor, Regulus Black, que lo miraban con una mueca de asco a unos metros de distancia.

- Hola, Sirius – dijo sonriendo. La verdad, se habían visto constantemente durante el verano.

Justo en ese momento vio a Remus Lupin y a Peter Pettigrew, sus otros dos más grandes amigos, abriéndose paso entre la multitud hasta ellos, armando un pequeño alboroto con sus carritos llenos de maletas y las jaulas de sus dos lechuzas.

- Hola chicos – dijo sonriendo. Los cuatro se saludaron con palmaditas amistosas en la espalda y tras despedirse rápidamente de sus familias, en el caso de los otros, dejaron su equipaje en donde correspondía y comenzaron a subir.

El reloj marcó las once de la mañana y un potente silbido anunció que el tren ya iba a ponerse en marcha. Unos guardias comenzaron a cerrar todas las puertas mientras los cuatro chicos buscaban un compartimento vacío.

Mucho había cambiado. En primer lugar, durante ese verano, James, Sirius y Remus se habían pegado un estirón y ahora medían mucho más que antes. Peter se había quedado algo pequeño, sin embargo, los cuatro habían cambiado por completo su voz por una más ronca y masculina. James y Sirius habían sacado más cuerpo, viéndose un poco más corpulentos. Remus, por el contrario, se veía más delgado que nunca.

Caminando por el pasillo del tren, buscando un compartimento que estuviera completamente vacío para usar, muchas chicas les lanzaron miradas a los cuatro amigos, seguidas por risitas. Antes quizás no se hubieran dado cuenta, o lo hubiesen encontrado extraño. Ahora, tanto James como Sirius sonrieron como sinvergüenzas ante aquellas muestras antes de seguir caminando.

- ¿Cómo has estado, Jamie? – preguntó Remus una vez que se sentaron en un compartimento desocupado. Los rayos de sol radiante entraban amplificados por la ventana del compartimento, volviéndolo más caluroso.

- Bueno, sin duda no era como quería terminar mis vacaciones – contestó el chico de gafas, con sinceridad.

- No podía creerlo cuando mi madre me lo dijo – comentó Sirius – Además de que te imaginas como me lo dijo, toda burlesca.

Temprano ese año habían despedido a la Ministra de Magia, Eugenia Jenkins, por no haber sido capaz de detener los avances de Voldemort y sus mortífagos, un mago y su grupo de seguidores que habían aparecido con ideas alocadas en la comunidad mágica del Reino Unido. Con la llegada de Harold Minchum al Ministerio, muchas cosas habían cambiado. La primera de ellas, algunas familias inocentes habían comenzado a ser perseguidas sin motivo.

- Pero James… - se metió Peter - ¿Están seguros de que los Maloney eran inocentes?

- Mi padre se juega su vida a que sí, y eso es suficiente para que yo también lo haga – respondió James, seguro de sí mismo.

Su padre había decidido esconder a la familia Maloney en su casa. Después de un mes, todo terminó horriblemente cuando habían allanado su hogar. Los Maloney estaban detenidos en Azkaban y su padre enfrentaba una de las peores investigaciones de los últimos años dentro de los funcionarios del Ministerio. Muy bullada, por lo demás. Y mientras esta duraba, lo habían suspendido de todos sus deberes.

- La audiencia era hoy… Y no pude acompañarlo – continuó el chico.

- Es sólo la primera audiencia – lo calmó Remus – Nunca pasa nada en la primera audiencia. Todo estará bien. Ya verás.

Le sonrió a James y él le sonrió de vuelta, y dieron por zanjado el tema. Tan sólo minutos después, el chico de cabello negro azabache y gafas volvía a reír a carcajadas de algún chiste picante contado por Sirius. De paso, molestaron a Remus por haber recibido una carta con su nombramiento de prefecto durante el verano. James se relajó y los cuatro continuaron felizmente el resto del trayecto hacia Hogwarts.

El banquete se llevó a cabo después de la ceremonia de selección sin mayores detalles, salvo que James volvía a encontrarse con Lily Evans, la pelirroja alumna de Gryffindor, también prefecta, que le quitaba el sueño. Sus amigos no lo sabían, claro. Siempre la había molestado, coqueteando sólo para hacerla enojar. Ella le respondía con total frialdad. Pero tanta indiferencia había provocado que de verdad le empezara a gustar.

Cuando la vio en la mesa aquella noche, notó que su estómago dio un vuelco y que su corazón se aceleró, y lo tuvo completamente claro.

- ¿Saben qué? – comentó en la habitación de quinto año de Gryffindor.

Los cuatro alumnos estaban recostados boca arriba, comiendo golosinas. Una snitch dorada revoloteaba cerca de la oreja de James.

- ¿Qué? – preguntaron los tres al unísono.

- Me gusta Lily Evans.

- ¡¿Qué?! – preguntaron los otros tres.

- De verdad.

- No te puede gustar Evans – objetó Sirius.

- ¿Por qué no?

- Es tan malvada contigo – dijo Peter.

- Olvida eso, es tan correcta – añadió el moreno.

- Pero es tan bonita – respondió el muchacho – Y me gusta que sea indiferente conmigo, es gracioso.

- Yo sabía que esto iba a pasar – se metió Remus – Desde el minuto en que se te ocurrió empezar a molestarla, sabía que iba a terminar en esto.

- ¿Cómo te gusta alguien? – se burló Sirius. Sólo tenía quince años. En su mente era ridículo que le gustara alguien.

- Algún día te va a gustar alguien a ti y voy a estar ahí para verlo y burlarme de ti – contraatacó James, algo humillado.

Remus pensaba que James no tenía nada de qué avergonzarse. A él también le gustaba una chica, pero a diferencia de su amigo, no era tan valiente como para reconocerlo aún. No, iba a esperar hasta último momento porque sabía que Sirius se burlaría de él… Y porque muy dentro de él, le daba vergüenza saber que no era ni tan guapo ni tan popular como sus amigos. De seguro no tendría demasiado éxito.

- El horario de este año es una locura – se quejó Peter levantando un pergamino con su horario en el aire para mirarlo con decepción.

A las nueve de la mañana tendrían una dosis doble de Defensa Contra las Artes Oscuras. Luego del primer descanso venía una hora de electivos. Los cuatro chicos se habían puesto de acuerdo en tomar los ramos juntos, por lo que tendrían Estudios Muggles. Era un ramo aburrido, pero no debían estudiar demasiado ni prestar atención en clases. Sirius había insistido en tomar aquel ramo desde tercer año sólo para molestar a sus padres, fanáticos de la sangre pura.

Luego, una hora teórica de Astronomía, para finalizar con dos horas de Encantamientos después del almuerzo.

- Por suerte ninguno de los ramos de mañana es con Slytherin – dijo James aliviado.

- Los viernes y martes son los días más ligeros – informó Peter – Pero los demás días están a tope. No sé cómo vamos a estudiar para los T.I.M.O así. Es una verdadera estupidez.

- Pero mañana no tendremos Defensa Contralas Artes Oscuras – les recordó Remus. Los tres miraron al chico confundidos y algo tristes. Ese ramo era uno de sus favoritos, y querían saber quién sería el nuevo profesor ese año – Mañana tenemos reunión con McGonagall para decirle nuestras preferencias de carrera. Luego de eso tenemos el bloque libre.

- Al menos ahora quitaron un bloque de Historia de la Magia – dijo Sirius con alivio.

- Y que lo digas…

A la mañana siguiente, efectivamente, después de tomar desayuno (Sólo Remus se despertó y bajó a la hora, para cumplir sus deberes de prefectos) los alumnos de quinto año fueron llamados por el Jefe de Casa respectivo a sus oficinas para discutir el futuro de cada uno. Los Merodeadores subieron la escalera y cruzaron el corredor del primer piso, llamando a la puerta.

James pasó primero. Nuevamente, un bello sol anunciaba que iba a ser un día caluroso. Los terrenos verdes se extendían frente a sus ojos a través de la ventana. La profesora McGonagall estaba sentada con una túnica morada, revolviendo una taza de té con limón y con expresión seria.

- Hola, Potter. ¿Un té?

- No, gracias – contestó el chico, tomando asiento sin que le dijeran nada. La de veces que había estado en ese despacho siendo castigado junto a sus amigos…

- Tengo noticias, Potter. La audiencia de tu padre ha sido cancelada – dijo con un intento de sonrisa cordial. James se mostró sorprendido.

- ¿De verdad? ¿Y cómo…?

- Una de las familias de las Sagradas veintiocho, los Macmillan, testificó que los Maloney se encontraban con ellos el día en que ocurrieron los hechos de los que los acusan. Así que, por consiguiente, tu padre no hizo nada malo al tener a una familia inocente en su casa.

James sonrió satisfecho y soltó un soplido de alivio. Significaba que su padre podría volver a tener una vida normal dentro de la Comunidad Mágica y que su reputación no se vería afectada, que era lo que más preocupaba.

- Ahora, vamos a lo que nos importa, señor Potter – dijo la profesora cruzando sus brazos frente a él – Imagino que este año, con todo lo que tiene que estudiar para los T.I.M.O, va a dejar de andar vendiendo objetos mágicos escandalosos y peligrosos como el año pasado.

- Oh, sí – dijo muy serio – Sin duda este año tenemos cosas más importantes que hacer.

Transformarse en animagos era la cosa principal en la mente de los cuatro amigos. Usualmente con el paso de los días en Hogwarts les surgían otras ideas creativas. El emprendimiento de proveer artículos mágicos había estado bien durante el cuarto curso, y habían hecho algo de dinero, pero ya se habían aburrido. Había que ser muy organizado, llevar una lista de ingresos y de salidas. Preocuparse de comprar cosas cada mes. Ya no era tan entretenido.

- Aunque estamos rematando lo que nos sobró del año pasado – continuó con toda tranquilidad – Por si quiere encargar un par de caramelos de fiebre.

- Señor Potter…

- ¡Para cuando esté agobiada de deberes y necesite descansar!

- Señor Potter – repitió intentando no perder la paciencia. Sabía que el chico lo hacía apropósito. Ya lo conocía bien después de cuatro años tratando con él – Eso está prohibido. No lo quiero ver rematando nada. Ahora, dígame, ¿tiene algo planeado para su futuro?

- Aun nada fijo, pero me gustaría… Quizás, ser auror – reconoció.

- Se le daría muy bien – dijo la profesora – No veo por qué debería irle mal en los T.I.M.O, considerando su desempeño anterior. Y claramente tiene el carisma, pero le aseguro que en la academia de aurores no le van a aguantar ninguna de sus tonteras.

- Lo sé, lo sé – dijo riendo – Por eso dije quizás.

- Para eso necesita un mínimo de cinco T.I.M.O. Los principales son Pociones, Defensa contra las Artes Oscuras, Transformaciones, Encantamientos y Botánica. Bastará con "Excede Expectativas". Pero yo espero mucho más de usted, señor Potter.

Después de unos minutos, el muchacho de cabello desordenado salió de la oficina. Por la siguiente hora la profesora McGonagall estuvo entrevistando a los demás alumnos y alumnas de quinto. James quedaba libre por ese bloque, pero decidió esperar a sus amigos antes de irse. Querían descansar a los pies del lago, como siempre.

- ¿Qué rayos está ocurriendo ahí? – preguntó Lily Evans, que estaba esperando fuera de la oficina.

Sirius estaba dentro. De un minuto a otro la voz de la profesora McGonagall había empezado a levantar su tono y ahora sólo se escuchaban sus gritos. Los alumnos que quedaban se apiñaron en la puerta para intentar escuchando algo, pero tuvieron que salir con rapidez una vez que se abrió. Fue la entrevista más corta.

- Primer día de clases – decía la profesora apuntándolo - ¡Y ya me colmó la paciencia!

- Profe, yo le dije que no iba a gustarle la respuesta.

- ¡No me diga profe, sin respeto! – dijo parándose seria – Hamond, adentro, ahora.

Una compañera de cabello y ojos marrón entró mirando a Sirius como si quisiera asesinarlo por haber arruinado el ánimo de la Jefa de la Casa justo antes de su entrevista. Pero al menos era el último, así que, tras cerrarse la puerta, Los Merodeadores pudieron emprender su camino hacia los terrenos del castillo.

- ¿Qué demonios le dijiste? – dijo James riendo.

- Que no iba a estudiar nada.

- ¿Y qué dijo? – preguntó Remus interesado.

- Se escandalizó, por supuesto. Al inicio creyó que era una broma, pero luego se dio cuenta de que era verdad y comenzó a gritar cosas sobre mi potencial, que sería un desperdicio, que había gente que no había entrado a Hogwarts por haberme dado una plaza a mí, y cosas así.

- Me imagino que no te quedaste sin decirle nada.

- Le dije que iba a pescar mi moto y me iba a ir a recorrer el mundo, y aprender magia tibetana y africana en el camino.

- Oh, Sirius… - se lamentó Peter.

La magia tibetana era prácticamente desconocida en el mundo occidental, pero la magia africana era lisa y llanamente mal vista por la comunidad mágica del Reino Unido. Sirius creía que todo era un prejuicio estúpido y no podía esperar por ir a mezclarse con las tribus mágicas.

- Traté de arreglarlo diciendo que quizás podía convertirme en profesor aquí en Hogwarts cuando tuviera su edad, y enseñar todo lo que había aprendido. Pero… No se lo tomó muy bien.

- Oye, Sirius – interrumpió James de pronto - ¿De qué moto estás hablando?

- Mi moto.

- ¿Qué moto?

- La que está en nuestra habitación – respondió con toda calma.

Una hora más tarde, James se mostró desconsolado de que Lily no estuviera en su clase de Estudios Muggles, aunque tenía sentido. Ella era hija de muggles. Por suerte pudo volver a verla durante la siguiente hora, en Astronomía. La miró embobado, a decir verdad, como si darse cuenta de que realmente le gustaba le había dado pie al enamoramiento. Se veía tan linda, con su cabello largo y liso, y esos hermosos ojos verde manzana.

- Este viernes hay luna llena – dijo Peter, mientras miraba el calendario lunas.

Remus ya lo sabía, por supuesto. Se sabía de memoria cada luna llena que tocaría en ese año escolar de Hogwarts. Ya había preparado una mentira creíble para cada una de ellas junto a su familia, y la había puesto en conocimiento de Dumbledore y McGonagall a inicios del año. Pero, entre tanta cosa con la entrada a Hogwarts, se le había olvidado momentáneamente.

- Este año vamos a lograr convertirnos en animagos – le aseguró Sirius – Ya verás.

- Mm… - murmuró el otro sin mucho interés. Siempre le crispaba los nervios hablar el tema de su licantropía en la sala de clases. Nunca se sabía cuándo alguien podía estar escuchando.

- Oye, Potter – llamó el más alto de los cuatro amigos, Sirius – Deja de mirar a Evans o va a pensar que eres un psicópata.

- Creo que le pediré una cita – anunció, para sorpresa de sus tres amigos.

Después del almuerzo hubo una clase de Encantamiento junto a los de Hufflepuff, y finalmente pudieron regresar todos a la Sala Común.

Usualmente, Los Merodeadores se quedarían hasta las nueve en punto dando vueltas por el castillo, ofreciéndole guerra a Peeves, haciendo enojar a Filch (a quien aún no se topaban). Pero ahora todos estaban ansiosos por llegar a la habitación y ver de qué se trataba todo eso de la moto, que Sirius no había querido explicar.

- Ya les dije, tengo una moto aquí – explicó como si nada. Al ver la mirada interrogante de sus tres amigos, sacó una pequeña caja metálica de su mesa de noche. Dentro de ella, efectivamente había una moto de juguete.

- ¡Maldito loco! – Se quejó James. Se había ilusionado con la idea – Se supone que el lunático es este – dijo mientras apuntaba a Remus con su quijada.

- ¡Engorgio!

El moreno había dejado el juguete en el suelo antes de hacer el hechizo. Creció y creció hasta que quedó allí, en medio de la habitación de quinto año de Gryffindor, una moto reluciente, nueva y bastante real. Sirius había soñado con tener una desde tercer año. Sus tres amigos se quedaron boquiabiertos.

- No te lo puedo creer – balbuceó Remus en voz baja mientras se acercaba a verla - ¿Cómo pasó la inspección de Filch el primer día?

- Filch es un tonto. Habrá pensando que de verdad era un juguete.

- Es impresionante – dijo el chico de gafas, dando vueltas alrededor del vehículo como si fuera un buitre – Pero… ¿cómo?

- Mi madre no se ha dado cuenta aún, pero he vendido alguna de las estupideces que guarda en casa. Ha sido un trabajo de años – explicó con una gran sonrisa, orgulloso de sí mismo – Cada verano, cada navidad, cada pascua que paso en casa, sacaba un objeto, desde tercer año. La he escuchado reprendiendo a Kreacher de tanto en tanto, y Kreacher busca como loco, pero luego lo da por olvidado.

- ¿Ya la usaste? – preguntó Peter emocionado.

- No, la compré justo aquella mañana antes de tomar el expreso a Hogwarts – explicó sentándose en la cama más cercana, de brazos cruzados – Y de cualquier forma me rehúso a usarla hasta que aprenda a hacerla volar.

Sus tres amigos lo miraron detenidamente. A veces, o más bien la mayor parte del tiempo, no sabían si Sirius hablaba en serio o les tomaba el pelo. Comprarse una moto y meterla escondido a Hogwarts a sus quince años ya era algo suficientemente sorprendente. Pero, ¿hacerla volar además?

- Bueno – dijo Remus como si nada – Ya están las primeras locuras de este trimestre. James le va a pedir una cita a Lily, y Sirius hará volar una moto.