Eran casi las diez de la noche cuando Roberto entró empapado a la casa. Pasó directo al comedor donde sus papas, sus hermanos y su sobrino comían. Abrió de golpe la puerta doble de la instancia e introdujo de inmediato el silencio, efecto al que su familia se había acostumbrado. Desde que su vida profesional comenzó a deslumbrar, Roberto adquirió una presencia arrolladora, en donde entraba; su cuerpo, su postura, su mirada y su forma de ocupar el espacio exigían incuestionablemente respeto y sumisión. Beatriz, su mamá, fue la primera en quebrantar la tensión que había dejado la violenta entrada de Roberto.
- Silencio- ordenó Roberto, ella calló inmediatamente, intimidada de pronto por un miedo inexplicable. Aquella noche su hijo parecía salido de sí, resuelto como nunca, distraído e implacable al mismo tiempo. Les pidió, con cierta tristeza en la voz que lo acompañaran a la sala. Había un asunto urgente que tratar con ellos. Sin darles tiempo de replicar o por lo menos de preguntar a que se debía el trato solemne, se dio la vuelta y abandonó la habitación. Consternados, abandonaron sus platos todavía llenos y se dirigieron a la sala, en donde Roberto ya aguardaba fumando un cigarrillo.
-Les voy a hacer una pregunta a ustedes dos- Dijo Roberto a sus dos hermanos, luego se dirigió a sus padres – A ustedes no se las hago porque ya conozco la respuesta- dio dos largas bocanadas el cigarrillo y continuó - ¿Me creen con la capacidad de cambiar el mundo, de hacer que todo lo que conocemos como vida muera esta noche y que al cavo de una noche la realidad sea completamente diferente? – Carlos, cansado del melodrama en el que su hermano menor solía caer con recurrencia, respondió - Estábamos comiendo por si no se dio cuenta, paramos porque pensábamos que en verdad era importante, trabajé todo el día sin almorzar, muero de hambre, si todos ustedes se quieren quedar a escuchar el teatro de Bobby.
