Capítulo 1.
Eh, ¿y mi corona?
El mundo estaba sumido en el caos, el cielo estaba de un rojo que parecía que estaba en llamas. La gente, encadenada unos de otros, transportaban como podían grandes rocas para continuar con aquella gigantesca estatua.
Al frente, en el balcón de un majestuoso palacio se encontraba el rey de todas aquellas personas. Del mundo entero. Lucía un traje hecho de diamantes y llevaba una corona que resplandecía sobre su pelo blanco.
-Soy el mejor…- Murmuró Gilbert mientras llenaba la almohada de babas.
-Levanta de una vez, vamos a llegar tarde.-Su hermano, ya vestido y preparado, le zarandeaba para poder despertarle. No podían llegar tarde el primer día.
Gilbert se despertó un poco confuso, ¿y su corona?, hasta que se dio cuenta de que estaba en el aburrido mundo real. Un mundo donde él era tratado como una persona normal, malditos plebeyos ignorantes. Vio que su hermano le hablaba, pero él ni siquiera le estaba escuchando, quería su corona, le quedaba tan bien. Aunque a él todo le quedaba bien. El albino sonrió con ese último pensamiento.
Ludwig se cansó de intentar hacer regresar a su hermano al mundo real y se marchó para revisar su maleta. Entonces Gilbert miró la hora del reloj y se dio cuenta de qué es lo que quería decirle su hermano, si seguía así llegarían tarde a su primer día en Hogwarts. Saltó de la cama, se quitó su pijama de pollitos en tempo record y empezó a prepararse.
La verdad, es que todo aquello no le hacía mucha ilusión. Siempre había sido un bicho raro y no quería tener nada que ver con los magos y la magia. Pero, claro, ¿cómo poder negarte si tu abuelo es uno de los profesores de ese colegio?
Cuando vieron que estaba todo listo, Ludwig y Gilbert se dirigieron al aeropuerto para poder llegar a Londres y de allí, coger el tren que les llevaría a su nuevo hogar. Su nueva vida.
-¡Al, vamos a llegar tarde como no te des prisa!- Decía el pequeño Matthew en la entrada de su casa con las maletas en la mano. Su hermano era un desastre.
-¡Espera, no puedo irme sin mis calzoncillos de Batman!- Alfred F. Jones corría por toda la casa buscando sus calzoncillos. No podía empezar el curso sin que una fuerza heroica ajena a la suya le acompañara.
-¿Seguro que no está en la maleta? Quizás los has metido sin darte cuenta.
-Ya he mirado, no soy idiota.- Alfred se ofendió ante dicho comentario, pero entonces se le ocurrió algo y solo por si acaso, miró los calzoncillos que llevaba puesto. – Anda…si los llevo puestos.- Se rió de esa forma estúpida y tan característica suya.
Matthew suspiró. Su hermano era todo un caso, a veces demasiado estúpido, pero bueno, la familia no se puede elegir. Por suerte, Matt era un chico bastante paciente y tranquilo, además que ya estaba más que acostumbrado a la forma de ser de su hermano. Ya no había nada que pudiera sorprenderle.
5 a.m. Y ya se empezaba a escuchar la condenada música a todo volumen de su hermano. Arthur abrió los ojos molesto por el ruido. Se había pasado toda la noche organizando la maleta y ahora unas grandes ojeras delataban su noche en vela. ``Maldita sea, ¿es que está sordo o qué?´´ Pensaba mientras se levantaba de mala gana para vérselas con ese idiota. No podía estar tranquilo ni en su propia casa.
Scott Kirkland se paseaba en calzoncillos por el pasillo mientras silbaba el ritmo de la canción que estaba sonando.
-¿Se puede saber qué haces a estas horas?
Scott le miró con indiferencia.
-Pues preparar mis cosas, hermanito, ¿qué sino?
-¿Ahora? Eso se hace el día de antes, maldita sea y ¿por qué tienes que tener la música tan alta?
-Me ayuda a organizarme, sí. – Se encogió de hombros y prosiguió con su tarea.
Los hermanos Beilschmidt caminaban deprisa por la estación de trenes de King's Cross hasta que se pararon delante de una pared. A ambos lados de ésta se veían dos carteles, uno con el número 9 y el otro el 10.
-Y con toda la gente que hay más las cámaras de vigilancia y tal… ¿estás seguro de que nadie nos va a ver desaparecer a través de una pared?- Gilbert seguía sin fiarse de aquello, no le veía sentido alguno ¿por qué una pared? ¿Y si no funcionaba y acababan estrellándose? No podía permitir que su hermoso rostro sufriera daño alguno.
-Y yo que sé. Los magos llevan siglos haciéndolo de esta manera.
Ludwig se preparó llevando un carrito en el que se encontraba el equipaje de los dos hermanos, y antes de que el albino pudiera decir algo, se lanzó contra aquella pared desapareciendo al entrar en contacto con ella. Gilbert respiró hondo y cogiendo carrerilla se precipitó gritando hacia donde se había desvanecido su hermano segundos antes.
Entonces sintió como chocaba contra algo, por un momento pensó que sería la pared y que su precioso rostro quedaría aplastado contra el cemento, pero la pared no se caería ante su peso y mucho menos sería tan…blando. Aunque se dio un fuerte golpe en la rodilla, su cabeza estaba sobre algo blando, redondo y hasta diría que cálido.
No sabía qué podría ser, pero se estaba tan cómodo. Bostezó, le estaba entrando sueño y todo. Ya le daba igual su hermano, el tren y el estúpido colegio de gente rarilla con varitas y polvos de hadas, él se quedaría ahí….
-¿¡Quieres quitarte de encima, pervertido!?
Y por segunda vez en ese día, volvió a la realidad, a la cruel y dolorosa realidad. Abrió los ojos y para su sorpresa descubrió que eso tan blandito y cómodo eran los pechos de una chica. ¿Qué hacía una chica debajo suyo? A Gilbert no le dio tiempo a reaccionar, la chica le dio una bofetada porque a pesar de que el albino había levantado la cabeza, ahora tenía sus manos ahí. La chica lo empujó para poder levantarse.
-¡Eh!- Protestó mientras se frotaba la mejilla en la que le había golpeado. Esa chica pegaba bastante fuerte.- ¿A qué viene eso? ¡Has sido tú la que se ha puesto en medio!
-¿¡Yo!?- La chica se volvió y Gilbert juraría poder ver como su rabia se transformaba visiblemente en forma de fuego y relámpagos. En ese momento, el albino descubrió que el diablo existía. Existía y se camuflaba entre los humanos en forma de chica húngara.
-Y-yo lo que quería decir…es que…bueno.- Sobraría añadir que para nada tenía miedo. Si temblaba era porque hacía frío. Sí, eso. Maldito mal tiempo de Inglaterra. Sí, eso era. Él jamás tenía miedo. ¡Jamás! El ego de Gilbert se llenó y casualmente el frío se le quitó.- ¿No será que has visto mi asombrosa persona y has decidido ponerte en medio para que yo, inocentemente, cayera sobre ti y te tocara los pechos?
La furia de la húngara aumentó y, otra vez casualmente, el frío de Gilbert resurgió.
-¿Hay algún problema, señorita Everdeen?
De pronto, el modo diablo de la chica desapareció. Gilbert se giró hacia la persona de quien provenía esa voz y se encontró con un chico moreno, con gafas y un extraño rulo en su pelo perfectamente peinado que combinaba a la perfección con su vestimenta extremadamente elegante. Todo demasiado ``perfecto´´. Pensó el albino mientras que le observaba frunciendo el ceño.
-¡Roderich!- ``El diablo´´ se dirigió a ese extraño con una amabilidad y sonrisa tímida que sorprendió a Gilbert.- No es nada, tan solo un maleducado que me estaba molestando. No te preocupes.
-No me preocupo, pero te tengo dicho que no hagas caso a las personas de este tipo.- Ese último comentario hizo que Gilbert frunciera aún más el ceño y mirara mal a ese tipo estirado. El chico de nombre Roderich, que en ningún momento del tiempo que llevaba ahí se reparó en el albino, le dedicó una fugaz mirada de desaprobación. Se giró hacia la húngara tendiéndole el brazo le dijo.- Vayámonos, en seguida saldrá el tren.
