En alas de la tormenta

Capítulo 1 – En el lechucero

El afilado ángulo de piedra se le clavaba en la espalda, pero había decidido no darle importancia. Draco miró por un instante a su izquierda, al vacío, desde la alta ventana del lechucero, que estaba ubicado en la torre noroeste de Hogwarts. Sostenía en la mano izquierda la carta aún no terminada para su padre y por un segundo consideró la posibilidad de arrojarla para ver cómo las tan cuidadosamente elegidas palabras se perdían en la negrura de la noche y el abismo. ¿Adónde iría a parar? ¿Al bosque, al lago o a algún otro lugar quizá? Se la imaginó volando toda la distancia hasta Wiltshire, a la Mansión y a su padre recibiéndola después de todo. Estrujó la hoja de pergamino y se la guardó en un bolsillo tratando de no perder el equilibrio, el eco de una voz fulminante del pasado resonó en su memoria: los Malfoys no tambalean.

Un ulular suave retrotrajo su atención al presente. La gran lechuza nívea aleteó hasta posarse sobre su rodilla derecha, Draco fijó la mirada en ella. ─ Hola. ─ la saludó en voz baja. Ella respondió con un arrullo breve, Draco le acarició la cabeza. ¿Qué pensaría Potter si supiera que su lechuza se había hecho amiga de su archienemigo de esos seis últimos años, ya casi siete? Draco se estremeció. Ninguna de las ventanas tenía cerramiento y el viento de fines de febrero soplaba helado.

La puerta se abrió de repente, Potter se precipitó jadeante dentro del lechucero, se hubiera dicho que había venido corriendo toda la distancia desde el Gran Salón. Draco lo evaluó un segundo en silencio considerando qué comentario mordaz podía usar esta vez. Aunque a decir verdad ese juego ya lo había cansado hacía rato. Detestar a Potter era extenuante. Era lo que se esperaba de él. ¿Pero qué pasaría si esta vez decidía no decir nada hasta que Potter notara su presencia? Era inevitable de todos modos, cuando se acercara para llamar a su lechuza lo vería. Draco revoleó los ojos, seguramente el muy necio presumiría que estaba tratando de poner a su mascota en su contra o algo así. Mejor decir algo antes de que le lanzara un hechizo que lo hiciera caer por la ventana. Aunque, como estaban las cosas ésa no parecía una alternativa tan mala. ─ Potter. ─ dijo en voz baja quebrando el silencio.

Los ojos de Potter que habían estado recorriendo los varales altos se volvieron de inmediato hacia él. ─ ¡Malfoy! ─ dijo, claramente sorprendido, y a continuación: ─ ¡Hedwig! ¿Qué hacés acá abajo? ─ Los ojos verdes apuntaron a Draco no precisamente acusadores, pero sí desconfiados.

─ No le he hecho nada, Potter, ─ dijo Draco con un suspiro de nota dramática y un revoleo de ojos ─ bajó por su cuenta, de verdad. ─ deseó en ese momento para sus adentros que la lechuza volara de su rodilla.

Hedwig le mordió un dedo cuando detectó las ondas de rechazo y se volvió hacia Potter levantando servicial una pata. ─ Todavía no, nena, ─ dijo Potter con una expresión en el rostro difícil de clasificar ─ aún no escribí la carta.

─ ¿Y entonces por qué entraste acometiendo de esa forma? ─ interpuso Draco.

Potter lo miró calmo unos largos instantes. Tan distinto del chico nervioso y exaltado de seis años antes, e incluso del de hacía tres años. ─ Quería estar seguro de no olvidarme, ─ dijo encogiéndose de hombros ─ y tenía que escapar del Gran Salón, está siempre tan lleno de gente.

─ Te entiendo. ─ dijo Draco sintiéndose extraño. Curioso, Potter había expresado exactamente lo que él sentía.

Potter osciló levemente cambiando el peso de pierna y metió la mano en un bolsillo buscando una pluma. ¿Llevaría también un tintero encima?, se preguntó Draco. Pero no… ─ ¡Mierda! No t… ─

─ No tenés tinta, ya me lo suponía. ─ dijo Draco sin dejar de mirarlo ─ Sí que hubiera sido raro que llevaras un tintero en el bolsillo, ¡qué boludo!

Potter levantó de golpe la cabeza. ─ ¡Callate! ¡Y qué carajo estás haciendo vos sentado acá jugando con mi lechuza?

Draco trató de controlarse, Potter se las arreglaba para pulsar siempre la cuerda justa para exasperarlo. ─ Para tu información, Potter, Yo estoy… estaba escribiendo una carta. Es algo que hacemos todos… no sólo vos. ─ concluyó con sarcasmo.

Sacudió la rodilla para espantar a la lechuza. Hedwig lo miró con reproche y saltó hacia Potter. Potter vacilaba. ─ ¿Y por qué estás todavía acá? ─ preguntó, la desconfianza del tono era ahora clara ─ ¿No estarás espiando el correo de la gente o algo así?

Draco revoleó los ojos. ─ ¡Pero haceme el favor, ─ replicó acentuando el tono sarcástico ─ te creés que no tengo nada mejor que hacer!

Potter hizo una nueva pausa, pensando. ─ Bueno, no me sorprendería. ─ dijo, y de pronto parecía tener muchos más años que diecisiete, se le ensombrecieron los ojos y la expresión se le puso muy seria ─ Si mal no recuerdo hiciste bastante espionaje para Umbridge en su momento.

Eso sí que lo ponía enojado. ─ Ni me hables de esa mujer, ni me la recuerdes. ─ dijo irritado. ─ Para que lo sepas eso sólo lo hacía porque… no, no te lo voy a decir. No tengo por qué estar dándote explicaciones.

─ Tu padre es un mortífago y vos vas en camino a transformarte pronto en uno, ¿y no tengo derecho a tener dudas? ─ le espetó Potter amenazadoramente. Potter era un poco más bajo que Draco pero en ese momento parecía alzarse más alto que el metro ochenta que más o menos medía. Lo miraba fijo con ojos nublados y entrecerrados.

Era bastante intimidante, para qué mentir, pero Draco sentía que la furia crecía dentro de él y que estaba a punto de rebosar. Logró, así y todo, ponerle freno antes de hablar. ─ Eso demuestra lo poco que sabés de mí. ─ siseó con voz glaciar ─ No sabés nada sobre mí, Potter, nada. ─ Se puso de pie y enfiló hacia la puerta, Hedwig ululó decepcionada. Ya con la mano en el picaporte giró de repente, Potter se sobresaltó.

─ Sabés que… ─ dijo Draco, tratando de que la voz no reflejara agitación ─ podría decirse que una afirmación como ésa es tan discriminatoria y descalificante como hacer comentarios denigrantes sobre los magos de ascendencia muggle. No me vengas con tus discursos moralizantes, no sos el único que tiene que enfrentarse con problemas y situaciones jodidas. Y haceme el favor, dejame tranquilo, hacé de cuenta que no existo. ─ Salió dando un portazo. El ulular largo de la lechuza de Potter sirvió de contrapunto para el ruido de sus pasos retumbando por la escalera.

Cuando llegó al dormitorio estaba de pésimo humor, no quería saber nada con nadie y con nada. ¡Cómo podía ser que un estúpido comentario lo pusiera así! Pero Potter había tocado un nervio. La carta lo obsesionaba, ¿debería haberla mandado? ¿tenía que seguir considerando la posibilidad? Corrió las cortinas de la cama para aislarse del ruido de alrededor.

Una bola de medias chocó contra la cortina y la voz nasal de Zabini lo sacó de sus cavilaciones: ─ Che, Draco, me llevo a tus esbirros prestados, vamos a volar, ¿querés venir?

"No con vos", pensó. Sin correr las cortinas gritó: ─ ¡No! Estoy ocupado, váyanse y déjenme tranquilo.

La voz sonó más cercana y, si cabe, más fastidiosa. ─ Ah, macho, hubieras avisado que te estabas haciendo una paja.

Si parecía que le estaba viendo la sonrisa en la cara. ─ ¡Andá a cagar, Zabini! No me estoy haciendo una paja. ─ estaba más que enojado, estaba que volaba de furia.

Blaise abrió un poco la cortina y asomó su apuesto rostro con una sonrisa tonta en los labios, se le borró enseguida. ─ Ah… decías la verdad ─ sonaba sorprendido y decepcionado.

─ Bueno, ya lo comprobaste, ¡ahora rajá!

─ ¿Seguro que no querés venir a volar?

─ Sí, seguro. Merlín, ¿qué es lo que tiene que hacer uno para que lo dejen tranquilo? ─ tenía la cara roja de rabia y frustración, aunque sabía que a Zabini eso poco le importaba.

Blaise se encogió de hombros. ─ Está bien, como quieras. ─ soltó la cortina. Lo escuchó llamar a Crabbe y Goyle, y luego también a Nott. Blaise se consideraba tan popular como Draco y tenía bastante pasta de cabecilla. Era además confesada y abiertamente bisexual y siempre dispuesto a cogerse todo lo que se le pusiera a tiro, pero Draco nunca había accedido a sus avances y no porque no le gustara. Zabini era muy atractivo y bastante discreto, considerando que ya se había volteado a la mitad del estudiantado. Y no era sólo que Draco considerara una vulgaridad eso de encamarse con el furcio de la escuela, había otra razón elusiva que ni él mismo sabía definir.

El dormitorio quedó finalmente en silencio cuando Goyle salió cerrando torpemente la puerta en su segundo intento, en el primero se había enganchado un pie y tuvo que volver a abrirla. Draco finalmente exhaló el aire que no había notado que estaba reteniendo. Sacó la carta y fue releyéndola, la desesperación se le iba filtrando con la lectura y amenazaba con inundarlo por completo. Consideró la posibilidad de volver al lechucero, pero la descartó enseguida. Era uno de los pocos lugares donde sentía que podía respirar en ese castillo siempre abarrotado de gente. Era una exageración, no era que hubiera tanta gente, pero en estos días incluso unas pocas personas alrededor ya lo exasperaban. Tenía una decisión muy importante que tomar y nadie a quien pedirle consejo. No necesitaba a nadie, sólo necesitaba un poco de espacio. Un poco de paz.

Estrujó de nuevo el pergamino y lo dejó a un lado. Si decidía mandarlo siempre podría reescribirlo. Estrujado como estaba iba a ser indispensable hacerlo.

Se recostó con los brazos cruzados detrás de la cabeza para pensar. Después de unos minutos se dio cuenta de que era inútil. Siempre volvía a lo mismo. Me va a desheredar, eso podía soportarlo. ¿Pero a quién iba a recurrir? No a Dumbledore, Dumbledore era lo mismo que Potter, y no iba a recurrir a Potter. Estúpido, altanero, estrecho de mente y benemérito pelotudo.

Distraídamente una mano bajó hasta la entrepierna. Zabini había tenido una buena idea después de todo. Todos se habían ido y demorarían en volver. Ya había hecho los deberes. ¿Qué mejor manera de ocupar el tiempo? Se desplazó un poco sobre la cama, se abrió la toga y se desabrochó los pantalones. Sacó su verga flácida y comenzó a masajearla suavemente evocando imágenes placenteras al azar. Su falta de experiencia lo fastidiaba mucho, pero alguien de su posición tenía que ser necesariamente selectivo. Homosexual y todo no podía ir encamándose con cualquiera como Zabini. Y sólo estaría dispuesto a iniciar una relación con alguien que realmente valiera la pena. Pero su mundo de fantasía era exuberante, y había veces que se pasaba más tiempo viviendo en él que en el mundo real. La mayor parte de las veces, si uno se ponía a pensar. Cerró los ojos y dejó vagar su imaginación. Su puño se movía alrededor de su miembro, frotando a lo largo con ritmo estudiado. Vio a alguien, alguien cualquiera, arrodillado frente a él moviendo los labios sobre la cabeza de su verga… apretó la punta con el pulgar y untó la gota de fluido claro sobre la superficie sensible. La otra mano vino a unírsele a la primera y se desplazó más abajo para acariciar los huevos… en su mente no eran sus manos sino las de otra persona… manos anchas y fuertes, quizá un poco ásperas moviéndose sobre su piel… la tenía totalmente erecta ahora y apuntando hacia su cara… arqueó el cuerpo, la respiración se le había acelerado y soltaba jadeos y gemidos… e imaginaba los mismos sonidos pero emitidos por alguien más… como pequeñas explosiones en el recinto de su lecho… otra verga frotándose contra la suya... se presionó el periné con un dedo y luego lo deslizó hacia atrás hasta la entrada… lanzó una exclamación contenida, se estremeció y acabó con chorros que alcanzaron las sábanas, la toga y su mano. Minutos después, todavía respirando entrecortadamente metió con cuidado la mano en el bolsillo, sacó la varita e hizo desvanecer el enchastre.

Pero no sirvió de nada. Ni siquiera una paja lo hacía sentir mejor. Y tampoco lo ayudaría a tomar una decisión. Se quedó quieto acostado lamentándose por su vida. Cerró los ojos y la oscuridad del sueño lo envolvió en la penumbra del cuarto.

Dos noches después estaba de nuevo en el lechucero. Era medianoche pasada, se sentía aliviado. El castillo dormía, era así como le gustaba más. Tranquilo, silencioso. Casi todas las lechuzas habían salido a cazar. Tenía el lugar casi para él solo. Lástima que hiciera tanto frío. Y nuevamente se encontró frente a una hoja de pergamino sobre la que había escrito Querido Padre, el resto estaba en blanco. La pluma detenida entre sus dedos. ¿Cómo expresarlo?

Oyó pasos tenues que se acercaban subiendo los escalones, se abrió la puerta. Draco levantó la vista con fastidio… ¿y quién venía a molestar a esta hora? Lo primero que notó fueron las mejillas ligeramente pálidas, no sonrosadas como era habitual. Era Potter. "¡Mierda, no otra vez!" pensó con hastío.

Potter lo vio y se detuvo de golpe. ─ ¡Mierda! ─ murmuró.

─ Sí, precisamente mis sentimientos. ─ dijo Draco con desdén ─ Cerrá la puerta, Potter.

Potter tensó los labios ─ No me voy a ir. ─ dijo obstinado ─ Tengo todo el derecho de estar acá.

Draco dio un suspiro exagerado. ─ Quise decir después de entrar, boludo.

Todo indicaba que Potter iba a reaccionar mal, pero logró contenerse, se dio vuelta y cerró la puerta. ─ ¿Has visto a Hedwig?

Draco vaciló un instante, consideró la posibilidad de decirle que la lechuza había cometido suicidio aviar arrojándose al vacío, pero desechó el despropósito. La lechuza le caía simpática, el que no le gustaba era el dueño. ─ No, no estaba acá cuando llegué.

La mirada verde de Potter se concentró en él. ─ ¿Cuánto hace que llegaste?

Draco apretó un poco los labios. ─ ¿Y eso qué importa?

Potter se encogió de hombros. ─ Sólo preguntaba. ─ dijo.

─ Hace bastante. ─ dijo Draco, de nuevo se sentía exhausto ─ Una o dos horas, tal vez.

─ ¿No tenés miedo de caerte? ─ preguntó Potter, ¿había un dejo de preocupación en su tono?

Draco estuvo a punto de replicar: "Por lo que a vos te puede importar", pero se contuvo y asumiendo un tono altanero dijo: ─ Los Malfoys no tambaleamos.

─ Ah, debía haberlo imaginado. ─ el tono de Potter se había vuelto más seco, dio un par de pasos aproximándosele.

─ Y vos, ¿qué hacés acá? ¿Viniste a controlar al futuro mortífago? ─ dijo Draco mirándolo con ojos fríos como el acero.

Potter cambió de pierna un par de veces el peso, debía de ser una especie de tic nervioso. ─ No, ─ dijo ─ la verdad es que vine a visitar a Hedwig… Sí, ya sé, deplorable… ─ agregó rápidamente con una mueca viéndose venir la réplica acerba.

Draco había estado a punto de dársela, pero lo pensó mejor y se encogió de hombros. ─ En realidad no. ─ dijo inexpresivo ─ Es una buena forma de escaparse… de todo eso.

Potter asintió. ─ Lo sé. ─ no era precisamente una expresión de acuerdo pero tampoco una corrección, era un simple comentario. ─ Y vos, ¿qué hacés acá?

Draco giró la cabeza hacia el bosque su mirada viajó por esa distancia oscura e inconmensurable ─ Vine a pensar.

Potter volvió a oscilar levemente cambiando el peso, Draco lo alcanzó a ver con el rabillo del ojo. ─ Eh… quería decirte… ─ era evidente que se sentía incómodo ─ lo del otro día…

─ Mejor no digas nada, ─ lo interrumpió con tono frío ─ no tengo ganas de oírlo.

─ No, Malfoy, dejame decirte al menos…

─ No hace falta que me pidas disculpas, en realidad no lo sentís ─ dijo Draco con firmeza ─ Tenés razón, soy muy mala persona. Gracias a mi padre tengo prejuicios que eran mal vistos ya hace dos siglos. Granger y Weasley tienen todo el derecho de detestarme, llevo siete años comportándome como un pelotudo. Está todo bien, no tenés por qué tratar de hacer de cuenta de que las cosas fueron distintas. Sé que querés cumplir tu sempiterno rol de héroe en mi caso también, pero no hace falta. ¿Y sabés qué? No tenés que representar en todo momento y todos los días el papel de bueno que siempre te asignaron, vos también tenés derecho a comportarte a veces, aunque sea muy de vez en cuando, como un hijo de puta. Creo que yo soy el único en el mundo que te ve como sos, una persona normal, uno más del resto.

Potter hizo una pausa absorbiendo la parrafada, si las palabras lo habían herido no lo dejó traslucir. Cuando habló, sólo se notó apenas un resabio de amargura en el tono. ─ Exceptuándote a vos, ¿no? ─ dijo serio ─ Vos siempre fuiste mejor, un sangrepura, más rico que ninguno, con un padr…

─ Si decís una palabra sobre mi padre te dejo sin huevos con un hechizo. ─ lo interrumpió Draco con voz amenazadora.

Potter se detuvo, se sostuvieron la mirada unos momentos. ─ Perdón. ─ dijo y sonaba sincero. Draco no dudó de su sinceridad ni por un segundo, el famoso complejo de culpa característico de los Gryffindors.

No desaprovechó la ventaja. ─ Yo te sigo detestando como siempre, ─ dijo con tono áspero ─ no hay razón para que no sea un sentimiento mutuo.

Ahora Potter sí pareció herido. ─ ¡Bueno, me disculpo por existir! ─ le espetó, el color le había subido a las pálidas mejillas. ─ Quería disculparme porque yo, a diferencia de vos, no soy un total y completo hijo de puta todo el tiempo, y quería pedirte perdón por haber saltado a conclusiones apresuradas. Debería haber sido más sensato y debería haberme quedado callado para no hacerte perder tu precioso tiempo.

─ Lo que me molesta en realidad es que perturbes mis momentos de soledad, ─ dijo Draco, su tono seguía siendo helado ─ Así que te agradecería que te fueras.

Potter se cruzó de brazos como un chico terco. ─ ¿Sabés qué? Yo también vine acá para disfrutar de un poco de soledad y de tranquilidad, no es mi culpa que este castillo esté siempre tan lleno de gente, que la única posibilidad de conseguir un poco de espacio sea quedarse levantado hasta después de la medianoche… ─ se detuvo, Draco lo estaba mirando de manera rara ─ ¿Qué? ¿Por qué me mirás así?

Draco lo seguía mirando igual. ─ Nada. ─ giró la cabeza hacia el otro lado ─ Te acepto la disculpa. ─ a lo lejos divisó una mancha blanca que se aproximaba. ─ Acá vuelve tu lechuza.

─ ¿Cómo? ─ la voz de Potter le llegó desde la puerta, había estado a punto de irse.

Draco hizo un gesto hacia afuera cuidando de no perder el equilibrio. ─ Tu lechuza. ─ repitió, no quería usar el nombre delante de Potter.

Potter volvió a la ventana. ─ ¡Hedwig! ─ Estiró el brazo y la lechuza blanca se posó con elegancia. Potter la acarició y la cara se le distendió en una expresión afectuosa. Una expresión que Draco nunca le había visto antes, era como hipnotizante. ─ ¿Cómo estás, nena? ─ preguntó como si pudiera responderle. Bueno, nada tan criticable en eso, Draco también le hablaba.

Potter levantó la vista. Su cara adquirió un aspecto inseguro. ─ Vos… vos también la conocés, ¿no? ─ preguntó como si no lo supiera ya.

Renuente, Draco asintió, estiró un dedo y lo hizo correr por el pico. Ella le estaba haciendo movimientos como invitándolo y Draco sintió que hubiera sido muy descortés no responder. Se ganó un leve mordisco afectuoso. Exceptuando al búho real de su padre, Draco no había crecido en contacto con otros animales. Hedwig era amistosa… como Potter… con otras personas. ─ ¿Qué pensarías, ─ dijo Draco de improviso ─ si te dijera que le estaba escribiendo a mi padre comunicándole que no voy a aceptar la Marca Oscura?

Potter quedó inmóvil unos momentos. Se recobró y pareció reencontrar las palabras, los ojos le brillaban intensos, eran inquietantes, parecían lanzarle chispas verdes. ─ ¿Era eso lo que estabas haciendo?

─ No, no te entusiasmes demasiado. ─ respondió Draco fríamente ─ Sólo me interesaba saber cómo reaccionarías.

Potter dejó caer un poco los hombros. ─ Bueno… me podría contento. ─ dijo con un tono que era casi desafiante. Pero no miró a Draco a los ojos, sino a Hedwig y siguió acariciándola.

─ ¿Contento?

─ Claro. ─ dijo Potter casi de inmediato ─ lo que quiero decir es que todos los de nuestro lado son buenos, ¿no? Los de mi lado, quiero decir. Y sería bueno si vos no fueras… si vos no…

─ Yo no dije que iba a estar de tu lado, ─ dijo Draco cortante ─ dije nada más que no iba a ser un mortífago.

Hubo una muy fugaz decepción en los rasgos de Potter, luego los cubrió de inmediato con una máscara de indiferencia. ─ Ah, ─ dijo ─ ya veo. Bueno, me voy a dormir, ya es tarde.

Los labios de Draco se movieron pero no dijo nada.

Potter parecía no saber qué hacer con la lechuza, si dejársela a Draco o si ponerla en una de las perchas. Hedwig tomó la decisión por él, voló hacia el recipiente comunal de comida. Potter marchó hacia la puerta sin volverse a mirar a Draco; cuando estaba a punto de salir, Draco lo llamó. ─ Potter.

Se detuvo y se dio vuelta. ─ ¿Qué? ─ preguntó sin inflexión en el tono.

─ ¿No me vas a preguntar si voy a hacer eso o no?

Potter pareció deliberar internamente un momento, finalmente dijo, pero sin mirarlo a los ojos: ─ Sólo estás jugando conmigo, Malfoy. No te voy a dar el gusto.

La respuesta lo irritó. Él nunca había jugado juegos con Potter, ¿de dónde sacaba eso? ─ Si no te importa… está bien… no hablemos más ─ fue todo lo que se le ocurrió decir.

Otra pausa. ─ Tienes razón. No me importa. ─ dijo Potter y salió cerrando la puerta. Draco escuchó el ruido atenuado de los pasos que se perdían escaleras abajo.

¡Estúpido, arrogante hijo de puta! Draco casi se cayó de la ventana, estaba furioso por la respuesta seca de Potter. No podía creer que ni siquiera a Potter le importara ya su existencia. Por lo menos antes siempre podía hacerlo enojar, hasta ponerlo rabioso incluso. Escondió la cara en las manos al tiempo que sacudía levemente la cabeza, la mente le daba vueltas vertiginosas, trataba de negar con todas sus fuerzas de que lo que quería ahora, más que nada, era ponerse a llorar. Por qué razón, no lo sabía con certeza. Quizá por su propia vida, vacía y sin sentido. Quizá porque Harry Potter, también llamado futuro salvador del mundo, que según se rumoreaba era una persona agradable con todos, lo odiaba a tal punto que ya no le importaba de qué lado estuviera Draco.

Un vocecita en su cabeza le recordó que él se había comportado como un total y completo imbécil durante toda la conversación, y que quizá esto era lo que se merecía. ¡y un infierno!, ¡él me interrumpió en mis meditaciones y mi melancolía! El dolor fue creciendo imparable, ya no pudo resistirlo, se lo tragó por completo.

Eran pasadas las tres cuando decidió desenrollarse y se puso de pie, estaba totalmente entumecido. Con pasos lentos volvió a su dormitorio, a su frío lecho. Durmió cuatro horas y se levantó al día siguiente para ir a clases. Odiaba la vida como nunca antes la había odiado. Era una persona que no le gustaba a nadie y su vida carecía de todo sentido. Estupendo. Mordisqueó con desgano una tostada y enfiló a la clase de Flitwick.