Katmandú, Nepal. 6 de Julio de 1968.
Bhagya observaba la lluvia caer a través de la ventana, sintiendo como cada contracción era más fuerte que la anterior, tal y como lo era el monzón que empapaba las azoteas de la ciudad. Acarició su vientre una vez más y suspiro, ya no iba a estar sola.
Se sobresaltó al escuchar que abrían la puerta de su habitación. Lakshya, su única y mejor amiga, había llegado con la partera del vecindario.
— ¡Es un niño! — Gritó la partera mientras el bebé emitía su primer llanto.
— Mi niño — repetía Bhangya con el bebé recostado en su regazo.
Observó con detenimiento al recién nacido, si bien el color de su piel era mucho más claro que el suyo, no alcanzaba a asemejarse al color blanco lechoso de la luna que apenas se empezaba a asomarse entre las nubes que cubrían la ciudad. Reconoció algunos de sus rasgos en las facciones del pequeño, quedándose con la duda del color de sus ojos, de los cuales sólo esperaba que no fueran azules. De momento, estaba agradecida de que no fuese rubio, pues así no recordaría a aquel que la dejo sola, justo cuando más lo necesitaba. Acarició la cabeza del bebe, llena de una suave pelusilla negra, sumida en sus pensamientos. Este bebé era solo suyo, suyo y de nadie más.
Katmandú, 18 de febrero de 1976.
La tarde era apacible, como la mayoría de las tardes a las afueras de Katmandú. La venta había sido normal, igual que siempre. Y un par de ojos violetas, la miraban suplicantes tras el mostrador.
— Aún no has hecho tu tarea.
— La haré cuando regrese, lo prometo.
— De acuerdo, pero quiero que llegues antes de que oscurezca.
El niño salió corriendo, sus visitas al templo budista se volvían cada vez más frecuentes. Tal vez el destino de su hijo era una vida dedicada a los dioses.
— ¡Namaste! — Gritó el pequeño mientras se sentaba en el piso del templo en flor de loto.
— Namaste — contestó el monje Ekambar — creí que hoy no vendrías. ¿No deberías de estar en la calle jugando fútbol con los demás niños?
— Ellos no quieren jugar conmigo, y yo prefiero escuchar el final de la historia.
Ekambar sonrió, sin duda era el niño más curioso de todo el noroeste del valle de Katmandú. Eran pocos los niños que a su edad se interesaban por la religión y los misterios de la vida, sin embargo, él había renunciado a muchas tardes de juego con sus compañeros para ir con él, a hacerle compañía a su humilde templo, situado a una calle de Pashupatinath. Él también había nacido en una familia hinduista, pero su curiosidad lo había llevado por otro camino. Se sentó frente a él en posición de loto.
— Vishnu tenía una montura, la cuál era Garuda. Se dice que al volar era tan brillante que a veces era confundido con el sol, y era tan grande que podía cubrirlo. Garuda tenía el cuerpo de un hombre fuerte, con la piel blanca como la tuya, las alas rojas como la sangre, un pico como el de un águila y una corona dada por su amo y Lakhsmi, su esposa. Él rey de las aves, como también era conocido, solo se alimentaba de serpientes, lo que lo convertía en el enemigo natural de la serpiente Naga; por esta razón es muy común encontrar amuletos con su forma, pues se dice que sirven como protección contra las mordeduras o el veneno de las serpientes.
"Otros dicen que Garuda era miembro de una especie de aves gigantescas, igualmente enemistadas con las Nagas. Sus aletazos eran tan fuertes como mover las montañas, provocar huracanes o vaciar el mar. A veces se convertían en humanos para enamorar jovencitas. También se dice que fue capaz de conseguir la bebida sagrada de los dioses, el elixir amrita".
"Aquí no hay ninguna figura de Garuda, tampoco en los templos vecinos, pero puedo llevarte a Durbar Square, en el centro de Katmandú. Allí se encuentra la estatua más grande que he visto de él, y con ella te darás una idea de la majestuosa criatura que era. Pero para eso debemos de dejar que pase el Shivarati, pues como sabes, esta parte del valle siempre es un total caos en estos días. Además, un heraldo del Pashupatinath ha traído un mensaje esta mañana, para pedirnos de favor asilo para algunos yogis y gurús que vienen desde la India"
— ¿Y por qué no vamos ahora mismo?
Ekambar sonrió, no podía negarle esa petición al niño, después de todo, para él era como un discípulo, y su obligación era guiarlo en el camino a la iluminación. Se levantó y le indico con una seña que hiciera lo mismo.
Caminó al frente, guiando al pequeño, ahora era su turno de preguntar.
— ¿Recuerdas la lección de ayer?
— ¿Sobre los chakras y el tantrismo?
— Sí, dime que fue lo que aprendiste.
— Mmmmmmm… — el niño trataba de hacer memoria.— Los chakras son 6, aunque algunos digan que son 7, en realidad es porque están dividiendo el último en dos.
"Todos nuestros chakras son perceptivos, algunos más que otros. Como el agñá (tercer ojo), que puede desarrollarse por completo con meditación. Muchas veces nuestros chakras están desbalanceados y nuestra energía no está canalizada de manera correcta. Y el tantra… la verdad no lo logró entender muy bien, ¿para qué conducirte como si ya hubieras alcanzado la iluminación cuando no es verdad? No le veo ningún sentido a eso".
— Muy simple, si puedes conducirte como un Buda, ¿por qué seguir conduciéndote como si aún no recibieras ese conocimiento? Tal vez no alcances la iluminación, pero habrás dejado este mundo con la satisfacción de haber vivido de la manera correcta.
— Pero, ¿no podría malinterpretarse? Alguien podría sentirse un Buda, pero no ocupar el conocimiento de la manera correcta.
Su método de enseñanza parecía estar dando los resultados que esperaba, le gustaba que el niño razonara por el mismo.
— Claro que sí, es por eso que no solo debes de aprender, debes saber cómo aplicar el conocimiento para alcanzar la verdadera iluminación. Un atajo puede hacer que disminuyas la velocidad y hasta que pierdas el camino, como también puede hacerte llegar más rápido, todo es cuestión de no perder de vista la meta.
Avanzaron en silencio el resto del camino, como de costumbre. Después de media hora de camino, apareció ante ellos Basantapur Durbar Square, totalmente custodiada por soldados, siempre en espera de frustrar un ataque de la resistencia contra el gobierno, que se asentaba allí, en el mismo lugar dónde años antes se asentara la familia real de Nepal.
Apenas vislumbró la imagen de Garuda, el niño sintió que la estatua murmuraba algo muy parecido a su nombre. Algo en ella era bastante peculiar y atrayente. Estiró su mano para tocarla, pero no pudo hacerlo pues Ekambar se lo impidió. "Las estatuas no están hechas para tocarse". Permanecieron unos minutos allí observando, y luego emprendieron el camino de regreso.
Mientras se alejaban, la voz en su cabeza disminuía.
"Aiacos, Aiacos"
Se detuvo en seco, con la intención de volver junto a la estatua.
"Ak"
El diminutivo de su nombre dicho por Ekambar lo sacó de su trance.
— Tenemos que darnos prisa, ya es tarde.
Se resignó, le había prometido a su madre volver antes de que se pusiera el sol. Ya volvería después.
