El juego del espía

El Fangtasia estaba como siempre. O eso creían todos. Esos estúpidos que se creen vampiros estaban por todos sitios montando el ruido y la bronca habituales. Le daban ganas de curvar los labios en una mueca de sonrisa socarrona, pero ni ese nimio gesto pensaba hacer. No se merecían ni siquiera eso de ella.

Alzó las cejas brevemente con desagrado al ver a un vampiro ir sin demasiado disimulo hacia una de las esquinas del bar. No iba solo. A Pam no le costaba imaginar que el muchacho que llevana de la mano es un humano: qué iba a ser si no. Sólo un humano sería lo suficientemente estúpido como para caer en las manos de un vampiro tan inexperto y débil como ése y se dejaría llevar a un lugar apartado. A veces se preguntaba si a los humanos todavía les quedaba instinto de supervivencia.

De brazos cruzados, ella seguía apoyada en la barra, vigilando y controlando. Era un lugar estratégico, por si acaso esa camarera letona rebosante de sangre no podía con algún estúpido vampiro hambriento que tratase de apartarla y asaltara los bidones de sangre que había bajo las botellas de sangre sintética. Oh, sí. Ella sabía que todos olían esa sangre, y que por eso precisamente estaban allí, en el Fangtasia. Uno de los pocos lugares tranquilos a los que acudir para alimentarse.

Durante un momento alzó la vista de esa escoria vampírica y miró hacia el fondo del bar, a ese pequeño escenario convertido en altar. Había una silla oscura, vieja, y más valiosa de lo que cualquiera de los presentes pueda llegar a imaginar. Sobre ella estaba sentado su padre, su amigo, su creador, su mentor, su maestro, su guía.

Eric.

Frunció el ceño levemente al observarlo. Estaba quieto, muy quieto, incluso para un vampiro. Tenía el mentón apoyado en la mano, como si estuviera aburrido de lo que lo rodea y se hubiera evadido pensando en algo, como si estuviera muy lejos de allí. Muchas humanas bailaban cerca pero sin aproximarse demasiado, atraídas porque saben que un ser tan hermoso tiene que ser un vampiro inmortal, y asustadas porque la presencia de Eric siempre le infunde un respeto reverencial e incluso algo de temor a todo el mundo. Él no las miraba. Seguro que había recaído en su presencia y hacía rato que sabía exactamente cómo matar cómodamente a cada una, pero al parecer ninguna reclamaba lo suficiente su atención.

Estaba distraído. Y Pam sabía que eso es un síntoma poco habitual en Eric Northman. Quizá para cualquier otro pasara desapercibido que esa seriedad no es la habitual en él, pero para ella no. Lo había observado demasiado durante demasiado tiempo como para no saber diferenciar su estado. O al menos a sabía hacerlo la mayoría de las veces.

Pam sonrió levemente al pensarlo: siempre había sabido que tuvo mucha suerte de que Eric la encontrara y la convirtiera, de que no lo hiciera otro. Probablemente, si ese Bill Compton lo hubiera hecho, no habría superado ni el mes de nueva vida. Un inepto, igual que la mayoría.

Se dio la vuelta entonces y pide a la camarera más cercana una botella de True Blood. No es que le gustara esa basura sintética, pero al menos le serviría para pasar el rato. Cuando la tuvo en la mano, le dio un trago y observó de nuevo el local en busca de algún alimento mejor que ése.

De repente, vio que Eric cambiaba de posición y, despacio, se irguió en su silla hasta alcanzar una pose simplemente imponente. Era la primera vez en toda la noche que se había movido. Pam olisqueó el aire, esperando captar lo mismo que su creador. No olía nada característico, pero no le costaba demasiado esfuerzo imaginar a qué se ha debido ese cambio. Hacía ya meses que se trata casi siempre de la misma razón, aunque él lo ocultaba muy bien. Eric bajó de su trono, y algunos humanos y vampiros lo obsevaron con reverencial y terrorífico respeto. El vikingo hizo caso omiso, como si sus existencias fueran demasiado intrascendentes para captar su atención, y se marchó en dirección a su despacho.

Pam asintió para sí misma, regocijándose de su propia sagacidad. Era ella, estaba claro. Por eso Eric se había ido a un lugar más privado. No podía ser otra cosa.

Tomando el último trago de True Blood, dejó la botella en la barra y caminó con esa sensualidad tan suya plagada de desgana hasta la puerta del local. La observó con gesto aburrido, esperando con paciencia para realizar una orden que no necesitaba que Eric le diera. Era su trabajo saber lo que su creador necesitaba. Un segundo después, la puerta se abrió como si alguien la hubiera empujado con fuerza. Una humana, o lo que fuera, hizo su aparición. Era pequeña, de corta estatura, rubia. Nada extraordinario en principio, pero incluso Pam sentía tras unos segundos una inexplicable atracción.

La recién llegada fue directa hacia ella, con el ceño fruncido y la furia expandiéndose casi a oleadas desde su pequeño cuerpo. Era casi cómico verla en ese estado.

—Hola Pam— saludó suavizando al instante la cara y sonriendo con esa ingenuidad que sólo conseguía exasperarla—, ¿está Eric? Vengo a buscarlo.

—¿Para qué lo quieres?— preguntó con una impertinencia premeditada.

La rubia no pareció notarlo, o no le dio importancia. Quién sabía.

—Bueno, en realidad son bastantes cosas— dijo Sookie abriendo los ojos de par en par y gesticulando enérgica, dispuesta a comenzar la larga lista que parecía haber elaborado—. Creo que tiene que darme unas cuantas explicac…

—No sigas— la acalló Pam poniendo los ojos en blanco mientras con la rapidez sobrehumana que poseía colocaba una mano sobre su boca—. No necesito más aburrimiento del que ya hay aquí esta noche. Eric está en su despacho.

Sookie parpadeó confundida, pero luego sonrió agradecida por la indicación.

—Gracias, Pam. ¡Espero que la noche mejore para que te diviertas!

Pam sólo asintió como si no tuviera la menor importancia y formara parte obligada de su trabajo soportar el tedio de vez en cuando. Observó a la rubia hacerse paso entre la gente en dirección al pequeño pasillo que la llevaría al despacho de Eric. No le quitó la vista de encima hasta que no dejó atrás a vampiros y humanos. No quería que ninguno de aquellos vampiros novatos o alguno con poca contención se lanzara sobre ella al olerla y tuviera que cortarle la cabeza. Eric no quería ese tipo de problemas en el Fangtasia y, la verdad, acababa de hacerse la manicura y no quería mancharse con sangre desperdiciando el maravilloso trabajo que tenía en las uñas.

Sin embargo, de repente le entró algo de curiosidad. ¿A qué habría ido la pequeña Sookie esa noche? ¿Y por qué Eric se había metido en su despacho?

Decidió que esa vez iba averiguarlo. A Eric no le importaría: al final siempre la hacía partícipe de los problemas de Sookie Stackhouse, y eso terminaba dándole mucho más trabajo extra para cubrirle la espalda a su creador y a esa muchachita en mil situaciones de lo más descabelladas. Tenía todo el derecho a espiarlos, aunque sólo fuera por esta vez y porque el Fangtasia estaba tan aburrido como un asilo de humanos ancianos en época de no muertes.

Paseó entre los que disfrutaban del bar y puso buena cara a un humano de aspecto bastante apetecible que vio a lo lejos. Quizá más tarde le diera algo de gracia a la noche aquel tipo. Llegó hasta la entrada que había en una esquina del local y que llevaba a un pasillo vacío por el que se llegaba al despacho de Eric, y ordenó a uno de los guardas cercanos que vigilara que no hubiera problemas y que no dejara pasar a nadie por allí. No solo por su bien, si no porque a Eric no le gustaba que lo molestaran mientras estaba en su despacho. Estuviera lo que estuviera haciendo.

Caminó despacio por el estrecho pasillo sin hacer ni un solo ruido. Cien años caminando con tacones tenían sus ventajas: una terminaba sabiendo todos los trucos.

Pronto escuchó las voces, de Sookie y de Eric. Ella parecía furiosa, él respondía sin alterarse, como si no le interesara demasiado el motivo del enfado de la rubia. Pasó de largo la puerta y siguió por el pasillo rodeando la estancia en la que se encontraban aquellos dos, llegando a la pared que ocultaba la parte trasera del despacho. Apartó un cuadro de la pared, de muy mal gusto a su parecer, y dejó al descubierto una mirilla que daba al interior despacho. Desde el interior del mismo apenas era visible, una estantería llena de cosas colocadas hábilmente la ocultaban permitiéndole ver sin ser vista. No era un secreto su existencia, Eric se lo permitía de vez en cuando, como entretenimiento para que no se aburriera, aunque no siempre.

—¿Y de verdad crees que ésa es una buena razón?

—Mis razones para mí son buenas, no es necesario que a los demás también se lo parezcan, Señorita Stackhouse— vio responder a Eric con un deje de malévola diversión.

Sookie le miraba frunciendo el ceño, claramente desconcertada.

—¿Te das cuenta de lo egoísta que eres a veces?— inquirió negando con la cabeza— Eric, yo sé que en el fondo eres un buen vampiro, ¿por qué siempre haces ese tipo de cosas?

Pam bufó suavemente tras oír aquello. Un buen vampiro. Eric. No, definitivamente no casaban juntos esos dos términos. Stackhouse siempre tenía esa obsesión enfermiza, no era la primera vez que le había oído decir una cosa así. Eric no era un vampiro noble. Era un vampiro que tenía las cosas claras, lo cual era muy diferente. Mucho.

—Porque tengo mis responsabilidades, señorita Stackhouse, deberes como Sheriff de la Zona 5— respondió el rubio, que miraba a Sookie fijamente.

Pam vio cómo la humana temblaba ante esa mirada. Un gesto que para los humanos podía haber pasado inadvertido, pero para los vampiros era tan evidente como un niño dando palmadas.

—Eso lo has hecho porque has querido, y lo sabes tan bien como yo. Hay formas diferentes de actuar y hacer las cosas que hagáis los Sheriffs sin poner en peligro humanos ni matar a nada ni a nadie, y lo sabes— replicó con fuerza aunque a su manera, dispuesta a hacerle ver que había un camino del bien que debería tomar.

Pam no pudo dejar de sentir cierta empatía e incluso algo que podría parecerse a la admiración por la rubia. No cualquiera se enfrentaba a Eric ni se atrevía a hablarle de esa manera. Ella desde luego no lo hacía.

—Si quiere puede enseñarme sus métodos, señorita Stackhouse— murmuró Eric sin ningún tipo de disimulo en sus intenciones, todavía sentado en su silla frente al escritorio que lo separaba de su visita—. Estaría encantado de que me diera lecciones personalizadas al respecto. Siempre he sido un alumno aventajado.

Pam se mordió el labio al escuchar hablar así a su creador. Después agudizó la vista y miró a Soookie. La humana se había ruborizado, y era capaz de escuchar el desbocado latir de su corazón desde su sitio incluso a través de la pared.

—Ya te he dicho mil veces que eso no pasará nunca, Eric— replicó Sookie desviando la mirada visiblemente nerviosa aunque intentando aparentar indiferencia.

Un pobre intento. Eric sabía demasiado de humano tras más de mil años observándolos como para que ella lo engañara.

—Estoy deseando empezar las clases particulares.

Sookie volvió de nuevo la mirada hacia él, sorprendida por su descaro y porque al parecer no sabía muy bien qué decir a una oferta tan explícita por parte de alguien al que afirmaba incluso detestar un poco, cosa muy inusual en ella que tenía por principio apreciar a cualquier humano o ser no humano.

—Eric, a veces te portas como un crío. No pienso quedarme aquí para perder más el tiempo tratando de hacerte entrar en razón— dijo de repente Sookie apretando los labios y tratando de mostrarse altiva y segura, aunque Pam estaba convencida de que hasta el vampiro más joven se habría dado cuenta de que fingía para ocultar sus verdaderos pensamientos.

La pequeña humana rubia se levantó enérgicamente de su silla, mirando con forzada seguridad a su interlocutor, que seguía observándola de aquella manera que la hacía temblar. Pam pensó que en aquel momento, cualquier otra humana ya se habría desnudado ante una mirada como ésa y se habría entregado a Eric Northman sin siquiera saberlo.

Pero esa humana no. Esa humana, o lo que demonios fuera, era diferente de las otras. Hasta ella a regañadientes lo sabía. Olía demasiado bien para ser una sureña normal.

—¿Te marchas?

Sookie miró a Eric y tragó saliva. Estaba claro que él la ponía nerviosa.

—S-Sí. Adiós, Eric. Gracias por tu tiempo— dijo Sookie tendiéndole la mano con una leve sonrisa conciliadora y de la forma más impersonal que pudo.

Pam no pudo dejar de pensar que aquella chiquilla era una estúpida mientras la observaba desde la mirilla oculta. Ni siquiera sabía enfadarse como Dios mandaba para resultar creíble. Debería haber tirado un par de cosas contra la pared para parecer más dramática y realista.

Pero Eric no parecía dispuesto a estrecharle la mano, de hecho ni siquiera se movía de su sitio, tan solo seguía observándola con fijeza. Sookie tomó aire y bajó la mano, dio media vuelta y se dispuso a marcharse tras una sonrisa nerviosa de despedida.

Pero entonces Pam vio que Eric se levantaba. A la velocidad de Eric, eso era evidente, de modo que la pequeña Stackhouse ni tiempo tuvo para pedir auxilio. Incluso a ella le costaba a veces seguirle. Los años lo habían hecho más fuerte y más rápido que a la mayoría de los vampiros y era difícil seguirle el rastro. Vio cómo su creador se levantaba de su asiento, se colocaba delante de Sookie Stackhouse y se situaba muy cerca de la rubia cortándole el camino de huida de su despacho, y todo aquello antes incluso de que ella hubiera podido dar un solo paso.

Ése era su Eric. A él ninguna mujer lo dejaba de aquella manera tras hablarle así.

—¡Eric, no hagas eso!— exclamó Sookie asustada ante el rápido cambio de posiciones con el vampiro teniéndolo de nuevo frente a ella y de a una proximidad que claramente consideraba excesiva para su tranquilidad. Se puso una mano sobre el pecho ocultándose el corazón y para tranquilizar su respiración agitada— ¿Pero qué…

—No creo que sea aún momento de que te vayas.

—Pero yo creo que sí— replicó ella con todo el coraje que supo, dispuesta a irse de allí y volver a BonTemps a meterse en su casa y denegarle a aquel vampiro rubio la entrada.

Pam vio cómo Eric volvía a moverse igual de rápido que antes con la muchacha sujeta, acorralándola contra la pared opuesta de la habitación. La respiración de Sookie era rápida y entrecortada. No se había esperado aquello. Pero lo que más resaltaba eran los latidos desbocados de su corazón. Pam oía bombear aquel músculo a toda velocidad, y el olor y el calor de su sangre llegaban hasta sus sentidos recordándole cuánta hambre tenía y lo deliciosa que debía ser la sangre de la muchacha.

Cómo le gustaría probarla.

En ese instante, vio un gesto de Eric. Una mano que le daba una orden a gran velocidad. La humana ni siquiera habría podido darse cuenta. Después escuchó la voz de su creador en su cabeza: "Puedes irte, Pam".

La vampiresa frunció el ceño, descontenta porque Eric le mandara irse en el mejor momento, justo cuando por fin las cosas parecían volverse interesante. Estaba segura de que había sido por el comentario de probar la sangre de Sookie. Eric siempre parecía bastante susceptible con ese tema. Seguro que la había estado escuchando todo el tiempo, y eso último no le había gustado. Una pena.

Dejó de espiar obedientemente y volvió a colocar aquel horrible cuadro en la pared, ocultando de nuevo la mirilla espía del despacho. Tendría que decirle a Eric que aquel horroroso cuadro era una infamia que ponía en entredicho su buen gusto en cuanto a cualquier cosa y que iba a cambiarlo. Nadie cuestionaba el estilo de Pam.

Se alejó por el pasillo, dejando que el intenso ruido de la música, los vampiros y los humanos, llegara hasta sus oídos. Una camarera rubia y de aspecto inocente y algo torpe se acercaba hacia ella corriendo con aspecto algo desesperado.

Alzó una ceja con cierto sarcasmo al verla llegar hasta ella con cara de miedo. Estaba claro que en aquel bar nada funcionaba sin su presencia.

—¿Sí, Ginger?— inquirió por el mero placer de asustarla un poco cuando llegó hasta ella.

—Em, Pam, al fin te encuentro. Verás, tenemos un pequeño problema— dijo la camarera como si temiera tener que decirle lo que tenía que decir—. Un vampiro se ha llevado a un humano a los servicios, y creo que no iban a hacer cosas de… bueno, de… Ya sabes, cosas de humanos allí dentro.

Pam puso los ojos en blanco. Siempre igual.

—Enseguida voy— murmuró.

La camarera sonrió agradecida, aunque no estaba muy claro si lo hacía por no haber sido atacada en uno de los arrebatos de furia de la vampiresa o simplemente por costumbre.

—Bien, gracias— replicó Ginger—. Me vuelvo a…— pero se detuvo al ver que Pam ya no estaba allí—… la barra.

Pam se detuvo frente a la puerta del baño. Oía los ruidos a la perfección. Estaban allí dentro, haciendo vete a saber qué. A Eric no le gustaban aquel tipo de cosas en su bar porque infringía la ley, o al menos la ley que él respetaba y que no le gustaba quebrantar. A ella tampoco le gustaba que hicieran aquellas cosas en el baño del Fangtasia por dos razones. La primera, porque a Eric no le gustaba. Y la segunda, porque aquellos idiotas no se daban cuenta de lo difícil que era limpiar luego todo su estropicio.

Abrió la primera puerta del baño sin molestarse en llamar y se detuvo frente al único cubículo cerrado. Estúpidos. Ni siquiera sabían tener un poco de disimulo. Antes de darle una patada a la puerta, un pensamiento rápido cruzó su mente, y se preguntó qué estaría haciéndole Eric a esa Sookie Stackhouse en aquel momento.

Bufó. Quizá le preguntara a Eric más tarde, simple curiosidad. Acto seguido, le dio una patada a la puerta, y sonrió con cruel satisfacción al escuchar los dos gritos asustados de esos dos al reconocerla. Por fin algo divertido. La noche se ponía interesante.

Continuará….

Siguiente capítulo: Sookie