Capitulo 37. La mañana siguiente

Harry se despertó en la cama de dosel de la torre de Gryffindor. Abrió los ojos sin estar muy seguro de donde estaba o de cómo había llegado hasta allí. Miró por la ventana y la luz del sol le cegó por un momento, y en esa luz blanca que se formó empezaron a aparecer imágenes te todo lo sucedido la noche anterior (la batalla contra Voldemort, los gritos de euforia de todo el mundo cuando acabó, cómo se fue del Gran Comedor con Ron y Hermione y fueron al despacho de Dumbledore…).

¡Dumbledore! Se sentó de repente en la cama, mareándose por lo deprisa que lo hizo y volvió a reclinarse un poco. Miró a su alrededor, buscando la Varita de Saúco; debía devolverla al lugar donde debe estar. Decidido se levantó, sorprendido de que aun estuviera vestido con la túnica rota y quemada que hubo llevado la noche anterior.

Miró a su alrededor, ¿con qué iba a cambiarse? Allí no tenía su baúl, ni nada de ropa, ni nada suyo. Ese rincón de la habitación había estado deshabitado todo el curso. Se volvió a un lado, y en el suelo, ahí estaba: la Varita de Saúco, y al lado, la suya, recién arreglada, la de acebo y cola de fénix, ésa era la importante.

Cerca de él empezó a oír ruidos, se asustó y, cogiendo las varitas, miró a todos lados. Ron, Neville, Seamus y Dean se estaban despertando. Seamus fue el primero que vio a Harry, apuntándoles con las varitas, y levantó las manos en símbolo de defensa, asustado.

- ¡Eh! Tranquilo! – sonrió el chico.

- Ay… lo siento. – sonrió Harry, guardándose las varitas en un bolsillo interior de la túnica. Con tan mala suerte que éste estaba roto y las varitas cayeron al suelo de nuevo.

- Oye Harry, ¿Te dejo una túnica? – preguntó Neville.

- Sí, claro, y yo te puedo dejar una a ti Ron – comentó Seamus. – y otra a ti, colega – comentó, mirando a Dean.

- Claro, gracias – agradeció Harry.

- Sí, gracias – respaldó Ron.

- Gracias – por último, Dean.

Se desvistieron y se pusieron las túnicas prestadas, a Harry, la de Neville le iba grande, tanto de largo como de ancho, y a Ron, la de Seamus le iba corta e iba enseñando la pantorrilla. Por lo que decidieron probar al revés, y, aunque a Ron le quedara un poco grande la de Neville, de largura le quedaba bien, y a Harry, la de Seamus, bueno, podía pasar.

Una vez vestidos y listos, bajaron al Gran Comedor, que estaba totalmente lleno de todo tipo de personas y criaturas: Estudiantes, padres, profesores, centauros, fantasmas, Grawp estaba al fondo, donde solían sentarse los profesores, sentado en el suelo con las piernas cruzadas, y comiendo él sólo todo lo que había en la mesa que hubiera sido del profesorado; incluso estaban todos los retratos todo el colegio aglomerados en los pocos que había en el Gran Comedor, charlando junto al resto.

- ¡Bellacos! ¡Rufianes! – Gritó Cadogan desde uno de los cuadros de la entrada - ¡Aquí llega nuestro salvador!

Todos se giraron de golpe y Harry vio una larga lista de miradas enfocadas directamente hacia él. El chico se sonrojó, y se quedó quieto sin saber muy bien que hacer. Estaba muerto de hambre, pero tener a todo el mundo mirándole le incomodaba, pese que había vivido situaciones similares, nunca esas miradas eran de cariño y admiración.

- ¡Vamos, venid a comer ya ¿no? – dijo Hermione, apareciendo de repente delante de los chicos y cogiendo a Ron y Harry de la mano, arrastrándolos por el pasillo de entre las mesas y sentándolos junto a ella, uno a cada lado. Dean y Seamus se sentaron delante de ellos, junto a Luna, y Parvati Patil.

Harry se puso a mirar alrededor a ver a quien veía. Saludó sonriente a Hagrid, que le respondió sentado al final de la mesa que ocupaba por entero Grawp, quien también respondió a Harry con "¡Gagi!" que retumbó en todo el comedor, por encima de las voces de todo el mundo, mientras agitaba su gran mano. Luego vio también a la profesora McGonagall, sentada junto a los padres Weasley y al profesor Flitwick, que lo miró y le saludó con una sonrisa y una ligera cabezada.

Siguió rodeando el comedor y fue viendo a más gente conocida que le sonreía: Cho Chang, Aberforth, Rosmerta, el profesor Slughorn, a Firence, el centauro, e incluso le pareció que Narcisa, la madre de Draco Malfoy, le sonrió disimuladamente, antes de que la familia se levantara y desapareciera del Gran Comedor, quizás sintiéndose que no eran bienvenidos allí.

Harry se había detenido en su inspección de la gente del Comedor, miraba a Ginny, sentada entre sus hermanos George y Percy. Comía lentamente, mientras sonreía de vez en cuando a algún comentario que hacía alguien cerca de ella. A su lado, George, estaba como ausente, miraba su plato y revolvía la comida que había en él, pero aún no había probado bocado. Ginny, tenía una mano en su hombro y lo iba mirando disimuladamente.

- Y esto, es por mi otro amo, ¡el Gran Harry Potter! – grito Kreacher, sonriente, apareciendo delante de Harry y despertándolo de su ensimismamiento, vestía su peculiar traje de siempre y llevaba colgado al cuello el guardapelo de Regulus.

Cuando hubo gritado esa presentación, aparecieron un montón de dulces en todas las mesas: pasteles, pudines, palos de Navidad (aunque estuvieran en Mayo), grageas de todos los sabores, ranas de chocolate que saltaban por todas las mesas,… y cuando hubo aparecido toda esa comida, también se aparecieron todos los elfos domésticos de Hogwarts, que iban danzando y saltando por las mesas, alegres, parándose donde estaba Harry para estrecharle la mano, cosa que él respondía encantado.

Cuando se hartaron de comer todos esos dulces, que no es que se acabaran porque siempre aparecían más, Harry se levantó y hizo ademán de irse, pero se paró en seco al oír una voz mágicamente amplificada que se escuchó por todos los rincones del castillo.

- ¡Me es grato anunciar, que como nueva directora del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, dictamino que todos los alumnos quedan aprobados este curso por haber demostrado la valentía y la entereza necesaria para enfrentarse a todo lo que se han enfrentado! – anunció Minerva McGonagall, sonriente, de pie en el estrado, delante de Grawp. Todos los alumnos estallaron en vítores y aplausos, incluidos Ron, Hermione y Harry. – Ya que, además, este curso no ha servido de nada,… - sonrió, aunque fueron pocos los que oyeron ese último comentario.

Y ahora sí, Harry decidió abandonar el Gran Comedor, palpándose el bolsillo interior de la túnica. Salió decidido a los jardines del colegio, hacía el Lago Negro, sintiendo la suave brisa y el calor en la cara. Empezó a ver borroso, las lágrimas le anegaban los ojos conforme se acercaba a la blanca tumba del que fue el mejor director de Hogwarts. Se detuvo cuando faltaban unos dos metros para llegar, su mente le estaba jugando una mala pasada, no se creía capaz de ver el cadáver del que se convirtió en su mejor apoyo en Hogwarts, después de sus amigos, no se atrevía a volver a enfrentarse a la realidad de que nunca volvería, de que ya, seguro, que nunca volvería a verlo y a hablar con él.

Estaba debatiéndose entre la obligación de retornar la Varita de Saúco y la impotencia que su mente le provocaba, cuando sintió que dos manos le tocaban los hombros, impulsándolo a hacerlo y dándole todo el valor. No tubo que mirar para saber quiénes eran, y decidido, se puso delante de la tumba, se agachó, y le puso la Varita a Dumbledore en el mismo sitio de donde Voldemort se la había arrebatado.

- Adiós, – Dijo en un susurro, mirando la cara de su mayor héroe, con las lágrimas resbalándole por las mejillas, ligeramente alzadas por la enorme sonrisa que se le había dibujado en la cara - siempre será el mejor mago de todos los tiempos. – se alejó, apuntó con su varita hacía el lecho – Reparo – y los pedazos caídos en el suelo de la tumba de Dumbledore se fueron juntado hasta devolverle el aspecto inicial, el aspecto que debía tener.

Harry sonrío al ver el resultado y oyó detrás un aplauso lejano. Se giró, sorprendido, y allí estaba la directora McGonagall, sonriéndole y aplaudiendo mientras se acercaba a ellos. Ron y Hermione, ella también llorando, imitaron a la directora y le sonrieron a Harry.

- Muchas gracias, Potter. – dijo únicamente, poniéndole una mano en el hombro y regalándole una sincera sonrisa. Luego se dio la vuelta y se alejó yendo hacia el castillo que suponía el colegio que ahora ella dirigía.

- Bueno, Harry, y ahora ¿Qué hacemos? – preguntó Ron, con una sonrisa. Harry se encogió de hombros, también sonriendo, y los tres amigos se encaminaron también hacia el colegio, siguiendo los pasos de la directora. – por cierto, ¿sabéis cuando podremos irnos a casa?

- McGonagall ha dicho, antes de que llegarais, que esta tarde se oficiará una ceremonia por los caídos en la batalla de anoche – explicó Hermione. Ella y Harry miraron a Ron a la vez, a quien se le ensombreció el rostro. Hermione, comprensiva, lo abrazó por el hombro y Harry sonrió tristemente.

Además, de Fred, a Harry le vino a la mente, Lupin y Tonks, y el pequeño Teddy, Colin Creevey, y demás gente que había muerto por su culpa anoche.

- Harry, ¿puedo hablar contigo un momento? – preguntó una voz que había aparecido de repente. Harry se sorprendió al ver que ya habían llegado al vestíbulo de la escuela, y sobretodo al ver quien le había hablado: George Weasley.

- Sí, claro. – dijo Harry, siguiendo al gemelo Weasley. Miró a Ron y Hermione, que siguieron hacía el Gran Comedor, abrazados.

- Mira, sólo quería decirte una cosa – empezó el pelirrojo, cuando ya se hubieron alejado un poco, estaban debajo de una de las escaleras rotas que conducían a las aulas del primer piso desde el vestíbulo, una que tenía la mayor parte de la barandilla rota, además de faltarle varios escalones. – sólo quería pedirte que no te sientas culpable por lo que pasó. Sé que Fred no querría que estuvieras triste por su muerte, sino al contrario, que te alegraras de que luchara – sonrió George, una sonrisa triste, pero sincera – hablo en nombre mío y de mi hermano cuando te digo, en serio, que nada de esto es culpa tuya, tu no decidiste nada de lo que pasó anoche, tu no mataste a nadie – su voz sonó más grave – todos decidimos por nosotros mismos luchar, sabiendo lo que podía pasarnos. Todo fue culpa de… - George paró, como pensando en que tenía que decir, Harry abrió la boca para responder pero el pelirrojo se le adelantó – Voldemort – dijo al fin, como si le hubieran tenido que sacar la palabra con un fórceps. Luego se sonrió, como felicitándose por un gran logro.

- Muchas gracias, George, en serio – sonrió también Harry, mirando a los ojos al gemelo y sacando fuerzas de no sabía donde. Su voz le sonó lejana, como si no fuera suya, pero aún así, sabía que era sincera – Tengo que agradeceros a todos, sobretodo a todos los Weasley, lo que habéis hecho por mí. Sin vosotros esto no podría haber pasado, sin vosotros yo nunca podría haber acabado con Voldemort – Harry vio que George tuvo un escalofrío, pero lo frenó – y sin Fred, yo no estaría aquí, él me salvó la vida, y le estoy muy agradecido. – finalizó Harry, sonriendo, aunque con los ojos centelleantes por las lágrimas que no llegaban a caer. George estaba igual, sonrió a Harry, y se fue hacia el Gran Comedor, para sentarse junto a su familia.

Harry se acercó a la puerta, asomándose para ver el panorama, vio a los profesores, ahora de pie y hablando en corrillo, vio a varios alumnos también en grupos sentados en las mesas o de pie, y había algunos huecos de gente que se había ido a los jardines a disfrutar del buen día que hacía, como diciendo a todo el mundo que todo había acabado y que por fin el sol volvía a brillar.