Holaa !

Okay, este es mi primera incursión en escribir con personajes de Harry Potter, así que ojalá les interese *dospuntoscé*. Si no, me acriminaré contra ustedes, oh sí ** Está mal empezar con amenazas? Supongo que sí. Perdón.

En fin, Rose y Scorpius me llamaron la atención desde que leí las últimas páginas de las reliquias de la muerte, por eso esto va para ellos y su generación. ¡De verdad creo que se pueden sacar cosas increíbles con ellos! Y yayaya, si leen se los agradeceré a mil!


Capítulo I

De carreras y reconocidas.

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Estaba corriendo a los más que le podían las piernas. Estaba corriendo porque sabía que si se detenía, aunque fuera solo para pensar en la dirección en la que iba, se jodería sola.

—¡Mierda!— masculló, mientras se devolvía en un ágil movimiento, al darse de súbito con la imagen de un callejón sin salida. Era lo que más odiaba de los suburbios de Nueva York, daban demasiadas esperanzas de escape y de golpe sorprendían con un muro que cortaba el paso. Y eso era un mal rollo.

—¡Tú, maldita perra!— oyó que la llamaban, pero prefirió hacer caso omiso al grito porque el tipo podía agarrarla. Y eso no podía suceder. Hugo necesitaba comer.

Ella debió admitirse que no fue su mejor crimen -de hecho, había sido un asco-, pero era que su desconcentración debido al hambre y su aspecto, que daba para dudar, la habían delato y transformado en lo que nunca había sido: una mala ladrona. Y no era que su estado físico fuera malo, al contrario, su tiempo aprendiendo en las calles la habían dotado de grandes habilidades, además de poseer las propias innatas que servían de gran ayuda… Pero el dueño del minimarket había elegido justamente aquel día para tener de acompañante a su nieto, sobrino, pariente o lo que fuera, que sí estaba atento a lo que sucedía y que corría rápido. Sumando a eso la humedad del pavimento de las veredas por las recientes lluvias, hacían de la periferia de la ciudad un lugar no muy apto para poner en práctica eso de conseguir cosas sin pagar y terminar siendo perseguida.

La chica de cabello rojo y ropas sucias sonrió al encontrarse de un momento a otro con el escenario perfecto para terminar de una vez con su carrera. Frente a ella se hallaba una especie de lote baldío cuya extensión era semejante a una cancha de basquetbol de uso popular amplia, demarcada por una reja firme y alta. Del lado contrario al que ella se encontraba una serie de edificios de mala muerte se amontonaban entre sí impidiendo una buena visión de ese lugar. Para rematar y agradecer por semejante oportunidad de huida, un coche rojo estaba estacionado allí mismo, entre ella y la reja.

No lo pensó dos veces. Y es que por más rápido que fuera su persecutor, dudaba seriamente que él lograra hacer su próximo movimiento, aún teniendo la ventaja de no cargar un paquete como ella.

Corrió más fuerte tomando impulso, y al medio metro de distancia con el automóvil, dio un salto que la dejó sobre el capó. Luego, de un paso largo, ella se encontró en el techo.

El hombre -de unos treinta años- paró cuando la vio realizar la acrobacia, y se quedó de piedra cuando ella nuevamente saltó, pero esta vez hacia la reja, pasándose sin dificultad y cayendo al otro lado en cuclillas. El pan, las galletas y la caja de leche no estaban a la vista, y él supuso que ella los tendría abrazados. Y no se tenía que ser un gran genio para concluir que los dólares robados estaban guardados en sus bolsillos.

—¡Jodida puta ladrona!— vociferó él, cuando entendió que la persecución había acabado.

Vio como ella nuevamente se ponía de pie y se daba la vuelta para mostrar su cara. Era una cría. No tenía más de veinte años, y con suerte… ¿Cómo se perdían los jóvenes así, tan pronto?

—Si no lo necesitara, te lo devolvería— dijo, casi con pena, y acto seguido se echó a correr, perdiéndose en algún punto de las edificaciones.

No supo por qué, pero la forma en la que la joven delató su pobreza y modo de vida, le inspiró lástima.

OooOooOooO

—¡Joder! ¡Me tenéis harto!— exclamó Guille, con ese inglés tan españolizado que tenía y que delataba su procedencia. En esa sala había variadas nacionalidades y personalidades. Más de las que Scorpius podía soportar.

—Joder, joder, joder— murmuró con cierto deje de molestia, para luego elevar la voz. —¿Sabes decir otra cosa, viejo? Te recuerdo que estamos en Estados Unidos, y que España queda cruzando el Atlántico— le dijo para cortarlo de una vez. Y es que cuando Guille comenzaba a quejarse, nadie lo paraba.

—¡Jo, tío! Ya veo que habéis empezado todos con el pie izquierdo hoy. Y vale, Malfoy, mi madre patria está lejos— convino el español, solo para que el corto genio de Scorpius no explotase.

—Parecen un viejo matrimonio— soltó Raphaella, con su típico estoico rostro lleno de pecas, enmarcado por su liso y negro cabello.

Con tan solo mirar su formal y gris apariencia, nadie pensaría en su primera impresión que el mayor sueño de esa mujer era ser artista. Nadie tampoco pensaría que su ilusión había sido rota por terceros, hacía ya mucho tiempo.

—¡Veis lo que digo! ¡Parecéis críos!— volvió a gritar Guille. —Matrimonio…— susurró entre irritado e indignado.

—Aunque no puedes negar que esos "¡oh, tío!", "venga", "coño" y demases, dan para pensar— apuntó la pelinegra.

—¡Que os jodan Parkinson!— y dicho lo último, Guille se fue echando chispas de la habitación, dando un gran portazo.

—Creo que está en sus días— murmuró Raphaella con indiferencia, y siempre con el gesto serio marcado en su cara, volvió la misma a una ventana que tenía cerca.

Scorpius regresó a su lectura.

No podía decir que Cumbres Borrascosas era el mejor libro que había tenido en las manos, pero le servía a la hora de tratar de apartarse -por lo menos mentalmente- de los chiflados con los que vivía en ese momento. Y sus opciones eran limitadas. Era eso… o esperar a que ellos lo encontraran y lo obligaran a regresar a Inglaterra.

—Scorp…— sintió cómo le pasaban unos brazos por el cuello y un mentón se apoyaba en su hombro. No necesitaba más para saber de quién se trataba. Samantha Boot. —Me tienes muy abandonadita, guapo— le susurró juguetonamente.

—Samantha, por favor, quítate. Trato de leer— gruñó Scorpius. Pero era que ya no la soportaba, unas cuantas palabras cursis dichas en un momento caliente y unos besos, y esa chica ya sentía que tenía derechos sobre él.

—Oh, vamos, darling. Hay cosas más interesantes qué hacer— volvió a insistir la rubia.

—¡No!

—Sammy, por un segundo deja de ser la puta que eres, y comienza a dedicarte a hacer tu trabajo. Por algo te pagan, ¿no?— dijo Jessica, una chica castaña y de ojos azules, sin despegar la vista de su tablero de ajedrez, en el cual decidió mover el alfil.

—Excelente, guerra de mujeres. Siempre es interesante observarlas— comentó casualmente David, mirando el mismo tablero que Jessica, mientras pensaba su próximo movimiento.

—Bletchley, Pucey— nombró respectivamente Samantha. —¡Cállense!— les chilló.

—No solo ellos, todos guarden silencio de una buena vez. Intento dormir— Ezequiel se asomó por detrás del sofá negro de cuero, que estaba ubicado casi en el medio de la habitación con descuido. Sobre él descansaban una cantidad incalculable de abrigos y chaquetas.

—Vamos, Nott, sabes que todo es culpa de esta regalada. ¡Se le tira encima al jefe!— se defendió Jessica.

—Cierto— concordó Raphaella.

—¡Arpías!— dijo Samantha, con un tono furibundo.

—¡Puta!— replicó la Bletchley, dejando de prestar atención a su juego y a David, quien puso los ojos en blanco al escuchar aquella repetitiva pelea.

—¡Envidiosa!— respondió la aludida, mientras movía hacia atrás un mechón de su largo y dorado cabello.

—¡Operada!— golpe bajo para Samantha.

—¡Plana!— gritó la misma, después de un rato de silencio tenso.

—¿Ah, sí?

—Sí. Plana.

—¡Maldita bruja!— Jessica se levantó, dispuesta a dar golpes.

Y ese fue el límite para Scorpius. Demasiada estupidez en muy poco tiempo, y en un lugar estrecho.

—Me largo— murmuró. Y levantándose todavía con el libro en la mano, se fue dando un portazo también.

OooOooOooO

Se había dado un buen costalazo al resbalar en la escalera.

Era en esos momentos, donde le palpaba un posible hematoma en su pierna derecha, cuando odiaba la gotera -o las goteras- de aquel viejo y medio destruido edificio en el cual estaba obligada a vivir con Hugo y Lily. Era horroroso, y las ratas abundaban, pero… a ellos jamás se les ocurriría buscarlos ahí.

Todavía sobando la zona afectada, continuó su camino hasta el cuarto piso, feliz de haber podido conseguir comida por primera vez en tres días. Y es que a pesar de los veintiún años -sus veintiún años- que llevaba en la vida de contrabando, y de los últimos cuatro en los que vivía casi en la calle, robar seguía siendo su última y desesperada opción. Por lo menos para ella, porque Lily y Hugo eran una historia aparte.

—Llegué— anunció, abriendo la andrajosa puerta.

—¿Rose?— la gruesa voz de Hugo se escuchó por el pasillo.

Era cierto que hacía mucho tiempo que él había dejado de ser un crío -casi cumplía los diecinueve, era un hombre-, pero para ella todavía era el niño de catorce años que se le había pegado al brazo, muerto de miedo y de horror, al igual que ella, mientras la instaba a correr por sus vidas atravesando lo que alguna vez había sido su hogar. Si, Hugo era muy especial para ella. Era su hermano menor.

—¿Quién más?— el chico se encogió de hombros.

—No sé, cualquiera. El otro día llegó un tipo buscando a Lily— Hugo apareció por la puerta del dormitorio común vistiendo solo unos pantalones negros y rascándose la nuca con la mano izquierda, puesto que su brazo derecho descansaba en un cabestrillo. En cuanto a Rose, no pudo más que alarmarse y poner cara de confusión.

—¿Qué quería? ¿Y por qué yo no sabía?— era cierto que Rose no pasaba mucho tiempo en ese piso -siempre había algún trabajo corto que hacer-, pero eso no significaba que Hugo podía pasar de ella como si nada. Era ella quien pagaba el jodido departamento cada mes, y por el momento Hugo tenía fracturado el brazo y no servía de mucho. Y en cuanto a Lily… bueno, ella nunca aportaba.

—No te pongas como dolor de culo, Rose— pidió el castaño. —Y si te interesa tanto, no te dije simplemente porque fue una bobada. El pendejo estada borracho y al parecer era un ex novio de Lily. Lloró un rato aquí en la puerta y luego se fue— si Hugo pensó que eso calmaría a su hermana -y seguramente no lo hizo-, se equivocó, porque en cuanto terminó, ésta lanzó un bufido y apretó la mandíbula.

—¡¿Cuántos putos ex novios puede tener nuestra prima?— exclamó, avanzando al pequeño living-comedor, donde solo había sitio para una mesa antigua y un mueble con una televisión vieja encima.

Hugo la siguió.

—Oh, vamos, Rose. Sabes que se busca uno nuevo cada vez que el anterior no le suelta nada. Es el estilo de Lily, no puedes hacer nada— dijo el mismo, observando como la pelirroja tenía cara de haber peleado con perros y como casi le salía humito por las orejas. —Además, siempre le funciona.

— ¡Y esa es la mierda que me molesta! Quiero decir, es lo único que queda de nuestra familia, la quiero, pero, ¡joder! …— Rose respiró antes de seguir. —Lily no es una cualquiera, pero se comporta como puta. Y lo peor es que no comparte nada de lo que gana, y eso, eso es lo que me tiene hasta los huevos que no tengo— Hugo río ante la última expresión, y ella estuvo tentada a seguir a su hermano en sus carcajadas. Pero no lo hizo. No lo hizo porque ella, Rose Weasley, ex integrante de la ex banda Gryffindor, había aprendido a parecer una piedra y guardarse lo que sentía o aguantarse lo que quería hacer.

—Avísame cuando le quieras sacar el cuero otra vez— bromeó Hugo, aunque Rose sabía que él odiaba que ella hablara mal de Lily. Y no podía reclamarle nada, porque su hermano y Lily tenían esa relación fraternal que alguna vez había tenido ella y su difunto primo Albus Potter.

Cuando el ambiente se calmó y era seguro hablar sin salir con un ojo morado, Rose torció la boca en una mueca y habló.

—Ya sabes, enano, sin decirle a nadie lo que acabas de escuchar.

—Bien. Pero la próxima vez que te descargues en mi presencia, como si fuera tu psicólogo, te voy a cobrar— le advirtió él.

—Te voy a pagar por adelantado— contestó Rose, abriéndose el cierre del polerón gris que llevaba puesto, dejando a la vista de su hermano una abultada bolsa. De su interior sacó seis panes, tres paquetes de galletas y una caja de leche. Los ojos azules de Hugo brillaron al ver que por fin podría comer y no tendría que pasar el hambre ignorándola y durmiendo todo el día. Por fin en tres días, ya no se sentiría como un inútil con un brazo en malas condiciones producto de una imprudencia.

—¡Wow, Rose! ¡Nena, sí que te luces!— y apenas terminó de decirlo, Hugo ya tenía medio pan en la boca. Luego de tragar atarantadamente y medio atorarse en el proceso, volvió a hablarle a su hermana. —De verdad pensé que me ibas a matar de hambre. Ya sabes, con esto de que no puedo hacer nada y soy un inservible…

—No eres un inservible, Hugo, pero no puedes ayudar hasta que te sanes. Ya lo hablamos.

—Sí, sí, lo que digas— el chico abrió de un tirón la caja de leche, y bebió un largo sorbo. —Es la última vez que me fracturo el brazo en una mala maniobra para conseguir dinero directo del banco, y quedo a la merced de una prima que no se aparece por la casa en cuatro días, y de una hermana que a pesar de que ya no soporta el hambre, roba como último recurso— Rose frunció el ceño.

—Robar está… mal.

—Robar es lo que siempre hemos hecho, hermana— le replicó él.

Ella sonrió queda y vacíamente mientras tomaba un pan, para masticar otra vez por primera vez en tres días.

OooOooOooO

—Lo más fuerte que tengas— pidió Scorpius.

El camarero del bar Oasis asintió con un rostro serio, para luego darse la vuelta y empezar a buscar una botella entre las miles que tenía acomodadas en filas en una especie de vitrina.

Él esperó sentado en la barra.

Un jazz bastante lento llenaba la instancia, junto con el olor a tabaco y a trago. Las mesas estaban en su mayoría, vacías, y Scorpius intentó explicarse la ausencia de público debido a la hora. O quizá la taberna era simplemente mala.

El rubio sacó el libro que había olvidado dejar en la casa cuando había salido cabreado de ella, y trató de leer mientras esperaba su pedido. Su expresión mostraba concentración, y era que la escasa luz lo obligaba a forzar la vista para ver las letras.

Heathcliff estaba cagado, Hareton era un jodido bruto antisocial, Lockwood estaba caliente por la Catherine hija, y ésta última junto con su madre de nombre homónimo eran unas putas consentidas que lo tenían todo, pero no lo veían. En realidad, todos los personajes lo tenían todo: terrenos, dinero, familia…

"Pero no un hogar"

Y con su última línea de pensamiento no pudo hacer otra cosa más que recordar su propia historia, aunque si lo reflexionaba bien, era la última cosa que quería hacer. Evocar al presente sus malas experiencias, y más aún, en ese bar que apenas y conocía, no parecía ser una buena idea en lo absoluto. Pero, por alguna razón que no entendía, se sentía vulnerable -algo que creyó nunca más volver a sentir-. Entonces el miedo, los gritos, los insultos, los golpes, los disparos, el dolor, la sangre… Todas esas imágenes asaltaron su mente en lo que pareció ser menos de un minuto.

Por primera vez en tres años, Scorpius Malfoy se permitió volver a revivir aquellas memorias que no hacían nada más que torturarlo. Aquellas memorias que él solo quería olvidar. Y todo por un estúpido libro, cuya autora seguramente no quería dar a entender ninguna de las conclusiones que él había sacado.

Apretó los dientes con fuerza, y se dio una especie de golpe mental. No tenía por qué mortificarse por un pasado que no se podía cambiar; eso era de débiles, y él no lo era. Había pasado por demasiadas cosas en sus veintiún años como para comenzar a compadecerse.

Scorpius dejó el asunto cuando, al suspirar con fastidio, notó la tardanza de su simple vaso con un contenido de alto grado de alcohol. Desvió sus ojos de las páginas que hacía un rato había dejado de leer y levantó su cabeza para encontrarse con que el camarero estaba flirteando, del otro lejano extremo de la barra, con una mujer pelirroja vestida con un pequeño vestido blanco y una chaqueta de cuero negra, olvidándose por completo de que él existía, que era su cliente y que el dinero que le pagaría por el maldito trago influiría directamente en su sueldo.

Estaba bien, la chica estaba buenísima -aunque no podía decir que también linda; no le podía ver la cara- pero el tipo podía buscarse otro instante para coquetear con ella. En el momento, tenía que atenderlo a él.

—Disculpa— llamó, para que el camarero lo mirara, sin mostrar cortesía alguna en la palabra. —creo haberte hecho un pedido. Y lo estoy esperando— Scorpius sin duda alguna se llevaba mil veces el premio a la voz más amenazante y fría.

Miró con profunda molestia al mesero al tiempo que rebuscaba en sus bolsillos en busca de algunos dólares, y cuando estuvieron en su mano, los agitó con lentitud. El tipo de la barra lo vio con saña por haber interrumpido flirteo, y siempre con la vista fija en los ojos grises de Scorpius -en una especie de reto-, prácticamente le lanzó un vaso a través del mesón, y luego, tomando cualquier botella que estuviera al alcance de su mano, vertió un líquido escarlata en él.

Scorpius dejó que en su rostro una casi sonrisa irónica -"casi" porque él no sonreía hacía años- se dibujara en sus labios delgados y masculinos, al tiempo que tomaba su trago y lanzaba los billetes en forma despreocupada al otro lado de la barra, hacia el camarero, quien tuvo que agacharse para recoger su paga. El blondo bebió un sorbo de lo que pudo identificar como whisky, haciendo tiempo para poder observar con satisfacción la expresión colérica que puso ese insufrible hombre cuando estuvo de pie nuevamente.

—Gracias, camarada— dijo Scorpius, con la voz cargada de malicia y sarcasmo. Entonces se dio media vuelta y buscó una mesa vacía y tranquila.

Al caminar por el bar, se dio cuenta de que no había sillas, sino que unas bancas que simulaban sillones. No le dio mayor importancia, y escogió un lugar cerca de una ventana, que dejaba ver el triste y sombrío paisaje que mostraba Manhattan durante el invierno.

Las personas caminando a paso rápido, las calles frías y solitarias, la indiferencia de la ciudad en sí. A pesar del tiempo, y de lo estúpido que sonara, todavía se sentía un extraño en Estados Unidos. Quizá en realidad era igual de sentimental que Guille, solo que jamás lo demostraría frente a nadie. Nunca más cometería ese error otra vez.

Con desagrado se dio cuenta de que a su whisky le hacía falta hielo. No había nada peor que un whisky sin hielo, en su opinión.

Bufó y chasqueó la lengua enojado, y, cuando se disponía a levantarse para abandonar de una buena vez ese podrido lugar, donde la atención y los productos estaban de mierda, sintió una presencia en su espalda, seguida de dos pequeñas manos posadas en sus hombros. Giró su rostro, y ahí estaban, dos manos blanquecinas de mujer, de dedos finos y largos y con las uñas muy cuidadas. Pudo apreciar también el inicio de los brazos cubiertos por una chaqueta negra, que reconoció al acordarse de la chica pelirroja con la que el camarero había estado coqueteando hacía un rato. Y para darse la razón -como siempre lo hacía-, observó un mechón de cabello rojo que también descansaba en su hombro.

—Tienes mucho carácter— susurró la extraña juguetonamente en su oído, y él, extrañado, pero no imbécil, tomó las manos femeninas, y acarició los dedos lentamente para retenerla.

—¿Y eso te gusta?— musitó Scorpius, haciendo galantería de su fama de mujeriego, esa que tenía desde que era un adolescente.

—Por supuesto. Me gustan los hombres que no se dejan pisotear por otros.

—Podríamos entendernos entonces— el de ojos grises quiso girar y poder ver a la mujer, pero ésta soltó una risa coqueta y tomó su rostro con las manos, e impidió su movimiento. Él bajó sus brazos, y los dejó en su regazo.

—Vamos, así es más divertido. Tú no me has visto y yo tampoco a ti, no más que tu cabello, ¿no es romántico?— a Scorpius le dio gracia. Las mujeres eran siempre iguales.

—Supongo— la chica deslizó sus manos lánguida y sensualmente por el cuello de él, hasta regresar a sus hombros, pero esta vez, se le apegó por detrás. Scorpius comenzaba a disfrutar de aquello.

—¿Te gustaría ir a un lugar dónde sí le pongan hielo al whisky?— preguntó ella, con voz aterciopelada.

—Pensé que jugabas por la otra línea— soltó él como respuesta, a lo que la mujer rió otra vez.

—Bien, he decidido cambiar mi apuesta. Ahora voy por ti.

—Divirtámonos entonces— aceptó el rubio, al tiempo que se ponía de pie para terminar con aquel juego de perfectos extraños.

Los brazos de la pelirroja lo abandonaron, y cuando él se dio la vuelta para poder verla, se quedó de piedra.

Y ella también lo hizo.

Scorpius se paralizó mientras trataba de creer que la chica que tenía enfrente era real y no una ilusión provocada por esa jodida ola de nostalgia que lo había atacado en ese bar. Recorrió cada uno de sus rasgos en menos de un segundo, y su respiración se aceleró. Era ella, no podía ser otra. Era igual a la niña que tenía en lo más profundo de su memoria, solo que en una versión más adulta debido a los años que habían pasado.

Pero eso estaba mal. Había un gran error en la escena. Ella no podía estar ahí. Ella debía estar enterrada con toda su familia en Londres.

—Potter…

Entonces fue ella quien reaccionó primero. Después de salir de su aturdimiento inicial, se echó a correr con la rapidez que ninguna otra mujer tenía subida en esos tacones de diez centímetros de alto. Y era que, si había una cosa en la que Lily Luna Potter, ex Gryffindor, era buena, era en escapar en tacones a una velocidad inhumana.

—¡Maldición!— gritó Scorpius, mientras salía tras ella, con un nudo el estómago y una rabia irracional.

Estando ya en la vía pública, el blondo miró con una desesperación totalmente impropia de él a ambos lados de la calle, en busca de una cabeza roja. Y la vio a unas dos cuadras; vio a la muchacha corriendo grácilmente a todo lo que le daban sus delgadas piernas, tratando de no resbalar debido al húmedo pavimento.

Él no tardó más, y emprendió su propia carrera.

La persiguió sin detenerse a mirar nada a su alrededor. Persiguió a esa fantasma viviente, sin entender nada de lo que estaba pasando, pero con la determinación marcada en sus ojos de acero: iba a atraparla costara lo que costara, porque habían demasiadas preguntas, demasiadas personas involucradas y demasiado dolor.

Lily Potter volteó dos veces a verlo con terror en sus ojos castaños, y él maldijo ambas veces, porque ella lo estaba jodiendo como quería. Apresuró su paso conteniendo las ganas que tenía de gritarle mil insultos, porque ante todo él era Scorpius Malfoy, un ex Slytherin, lo que significaba que por naturaleza era sigiloso, astuto y objetivo. No iba a perder la cabeza con todos los sentimientos que tenía atorados en la garganta, iba a trabajar para lograr su fin. La pelirroja no se iba a escapar y él tendría sus respuestas.

Estuvo a punto de alcanzarla, casi pudo tocarla, cuando de la nada un maldito hombre bastante robusto, por no decir obeso, se interpuso en su camino. Él ni siquiera se molestó en atender las palabras agraviantes que el individuo le profesaba debido al choque. Lo apartó de un codazo violento y dobló en la esquina por la que vio el último rastro de cabello rojo de la chica.

Pero cuando pudo visualizarla otra vez, ésta se estaba subiendo a un taxi.

Scorpius corrió hasta el vehículo, pero estando a medio camino, el auto empezó a moverse a toda velocidad. Y frustrado, como una sola vez en su vida se había sentido antes, no pudo más que gritar a todo pulmón un:

—¡DE PUTA MADRE!

OooOooOooO

Rose miraba ausentemente por el gran ventanal que se encontraba detrás del mueble de la televisión, mientras que Hugo -que se había puesto una remera roja de mangas largas- veía en ésta última una serie policial, alabando y descalificando las acciones que se realizaban.

—¡Oh, por favor! ¡Es demasiado obvio que se trata de lavado de dinero!— se quejó el castaño, mientras que su hermana observaba las nubes del atardecer, coloreadas en tonos naranjos, rojizos y dorados. —Deberían despedir al que escribe esta basura. Ningún criminal es tan evidente y ningún policía tan estúpido.

—No es culpa de ellos que un mafioso experto en artes criminales con un brazo fracturado, por creerse Superman, no tenga nada mejor que hacer que analizar su argumento, Hugo.

—Rose, no des la lata, ¿vale?— ella quedó satisfecha y se levantó después de desperezarse.

—Creo que… me iré a la cama temprano hoy— Hugo no respondió, estaba demasiado ocupado frunciendo el ceño y negando con la cabeza ante la hipótesis que otro policía daba en ese momento respecto al caso.

Y fue cuando ella se dio la vuelta que la puerta de entrada se abrió bruscamente, dejando ver tras ella a una atareada y nerviosa Lily.

Rose le dio una ojeada a la indumentaria de su prima, y no pudo más que rodar los ojos. ¿En qué clase de lógica cabía que la Potter estuviera luciendo aquellas finas prendas si apenas y tenían para comer?

—¡Lily!— exclamó Hugo, dejando la televisión y dirigiéndose a la entrada donde, al parecer, era la reunión familiar. La aludida se veía exhausta por alguna razón, su siempre arreglado cabello estaba despeinado y miraba fijamente a Rose con los ojos dilatados.

—Bien, Lily, ¿nos dirás dónde mierda estuviste metida todo este tiempo? ¿Sabías lo preocupados que estábamos?— pero su prima solo pareció exasperarse, y luego de dar un portazo memorable, habló con histeria.

—No estoy para tus gilipolleses, Rose. Tenemos un grave problema que atender ahora.

—¿Tenemos?— se burló ella. —Tus problemas no son mis problemas— escupió.

—¡¿Quieres dejar de ser tan cabezota? ¡Esto es grave!— el único castaño que allí se encontraba avanzó hasta la pelirroja menor y le pasó su brazo por los hombros.

—¿Qué cojones sucede, Lily?

—Sucede que— miró entre medio enojada y medio dolida a Rose. —¡Sucede que Malfoy está aquí, en Nueva York!— y se largó a llorar en cuanto terminó su oración.

El tiempo paró en ese instante.

A Rose se le entumió el cuerpo por completo y una sensación de vacío la embargó, un vacío que se concentraba en su pecho y en sus pies, haciendo que sintiera como si en cualquier momento el piso se fuera a abrir. Tenía miedo, por primera vez en mucho tiempo.

—Cuando dices Malfoy…— comenzó con la voz temblorosa, después de una larga pausa. —¿te refieres a…?

—A Scorpius Malfoy, Rose— lloriqueó Lily, que era abrazada por Hugo -quien había empalidecido- con el único brazo que tenía utilizable.

Y un silencio de muerte se instaló en aquel pequeño piso, en medio de las lamentaciones mudas de los tres chicos que lo habitaban. Cada uno estaba sumergido en su propia desgracia y en los malditos recuerdos que aquel puto apellido traía. Pero, todos tenían en común el mismo pensamiento.

"Nos encontraron…"

OooOooOooO

Scorpius llegó al lujoso edificio hecho una furia.

Casi arrancó los botones y quebró los espejos del ascensor, que en aquel instante era insoportablemente lento, una máquina inservible. Llegó al piso número veintitrés soltando toda clase de maldiciones en voz baja, y era que todo estaba mal. Todo se había salido de control con la aparición de la hermana -que debía estar muerta y podrida bajo tierra a muchos kilómetros de distancia- de Albus.

Se pasó la mano por su rubio y sedoso cabello, en un acto cabreado, antes de introducir la llave en la cerradura del departamento. Y la puerta nunca le había parecido tan estúpida antes.

—Alguien llegó de mal humor— comentó Pucey, que pasaba casualmente cerca de la entrada.

—¡¿Llegó Scorp?— Samantha se oyó lejana y chillona, y su ofuscada persona no pudo hacer más que gruñir inconscientemente. Y luego alguien -seguramente Jessica- comenzó una pelea con ella.

El blondo contrajo su mandíbula con fuerza, y luego gritó:

—¡A la sala!— y como nadie era indiferente a su ronca y autoritaria voz, obedecieron en silencio y sin chistar.

Cuando todos estuvieron reunidos en el lugar, llevados por un sentimiento de extrañeza y curiosidad, un murmullo constante se hizo presente en la sala. Y eso no era solo porque el motivo de la improvisada reunión era desconocido, sino que también porque eran muchas personas. Y con muchas era quedarse corto.

Todos los que habían alcanzado a huir antes de que ellos se tomaran por completo el mercado negro de Inglaterra estaban allí. Todos cuyos padres, en un último intento por protegerlos, los habían exiliado a los Estados Unidos ocupaban un espacio en esa habitación. Todos los que por orgullo habían preferido marcharse y esconderse antes que servirlos como perros fieles.

Scorpius paseó su mirada por todos los presentes.

Nott fue el primero en preguntar.

—¿Qué jodida mierda te pasa ahora, Malfoy?

—¿Quieren saber qué jodida mierda pasa?— la mayoría asintió en silencio. Otros exclamaron afirmativamente. —Bien. Lily Potter está viva, y está aquí, en Nueva York.

Nadie se esperaba eso. Todos guardaron silencio asimilando la noticia con diferentes expresiones faciales, pero la sorpresa, la incredulidad y la rabia eran las que predominaban.

Otra Gryffindor vivía… ¿Podía significar aquello qué…?

—Quiere decir que…— dijo Raphaella. —¿hay una posibilidad de que más hayan sobrevivido?

—¿Quién sobrevivió, Raphaella?— de improviso y ante todos se presentó el mayor secreto que guardaban, porque, si ellos eran prófugos, entonces no tenían adjetivos para el también supuesto muerto Albus Potter. ¿Estaban todos volviendo a la vida? —Siento haber llegado tarde, Scorp. Me estaba dando un baño.

El chico de cabellos azabaches y ojos verdosos miró inocentemente a sus compañeros, con un deje de despreocupación en su rostro. Y ni la Parkinson ni Scorpius ni nadie dijo nada, porque si para todos ellos era doloroso desenterrar las memorias viejas y apolilladas, para Albus lo era doble.

No hubo respuesta, pero el Potter no le dio mucha importancia, desconociendo el hecho de que su vida -otra vez, otra maldita vez- daría un vuelco inesperado. Y que junto con él, muchos caerían en el abismo oscuro que era comenzar a armar el rompecabezas macabro que era su pasado, un pasado que al parecer, los había seguido desde Inglaterra.

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Para vocé, que lo terminaste, un GRAN gracias.

Más aclaraciones y enredos en el próximo capítulo, así que si quieres más acción, solo síguelo *puntoycomaparéntesis*

Byee!