Los personajes de Katekyo Hitman Reborn! No me pertenecen.
El dulce encanto del demonio.
El mundo es injusto pensó Miura Haru mientras se arrastraba en el suelo, con la mano ensangrentada marco el número telefónico de Tsunayoshi Sawada.
―Tsuna-san―balbuceo cuando escucho como contestaba, atragantada por el miedo se apretó con más fuerza la mano abierta por la herida. ―Daemon Spade estaba con nosotros todo el tiempo. ―anuncio con voz suave, no quiso escuchar las preguntas que haría Tsunayoshi, porque joder, le haría sentir más como una traidora. ―lo siento―pidió, colgó la llamada y lloro con amargura en la habitación que hace un momento era el nido de amor de ella y él.
No sabía que él era el malo, ¿Quién lo sabría? Si parecía tan humano, tan…bueno. Si, tenía esa misma enfermiza risa que Mukuro pero Haru prefirió borrar lo obvio.
Pero, una parte de su cerebro recalco su rechazo al ser que era Spade, rehuyó de él un tiempo, cuando se le aparecía en sueños, cuando aparecía en el baño mientras se duchaba, cuando era indefensa él hacía acto de presencia. Nadie puede culparla por coger la manzana prohibida, cuando estaba seguro que todos lo habrían hecho.
Los primeros días eran tan terriblemente aterradores, escuchar su risa maléfica, sus ojos traspasaban su cuerpo, su cuerpo sentía estremecerse cuando detectaba su presencia. Ahora que lo pensaba claramente, ¿Cuándo se enamoró de él?
¿En qué momento?
Haru sollozo con más amargura en el suelo de la habitación, miro con ojos casi apagados el cuchillo en el suelo. El arma con el cual había atacado a Daemon, él no sufrió ningún daño, pero ella sí, todavía podía escuchar su risa maléfica en su oído, también esas palabras.
―Sé que lo deseas Haru, dilo, di que quieres que te haga mujer de nuevo― siempre decía ese comentario en su oreja cuando ella dudaba de lo que hacía con él, mantener el secreto entre ellos o decirle a Tsunayoshi para que él le rescatara.
Y ella caía, caía con tanta torpeza en su encanto, en las ilusiones que le hacía creer.
Se arrastró de nuevo por el suelo, palpándolo, busco con sus ojos el objeto que había echo caer Daemon mientras ella pataleaba buscando una salida a la trampa. Lo encontró entre las sabanas del suelo y sus ropas interiores, sonrió cuando sus dedos mojados por sangre tocaron el lente.
Lo apretó contra su pecho, y todavía aun perdiendo el conocimiento escucho su voz maléfica, dulce, tentadora y cruel.
―Dilo, dilo Haru.
Haru apretó los labios y luego los afloro soltando la frase que sería su perdición.
―Soy toda tuya Daemon.
