Mi segundo fic de Fairy Tail, después de haber estado cinco años sin escribir nada. ¿Funcionará? Eso espero.

Bueno, antes de empezar a leer, aviso que Lucy y su padre se llevan bien y se quieren. Intentaré que todos los personajes de Fairy Tail aparezcan, pero la pareja principal y creo que la única del fic es el NaLu. No creo que pueda poner muchas más parejas, pero lo intentaré.

Disclaimer: Fairy Tail no me pertenece, es de Hiro Mashima. La Bella y la Bestia tampoco es mía, ninguna de las versiones del cuento, incluida la de Disney. Yo solo escribo esto por amor al arte y porque quiero.


"Yo creo en las hadas. Yo creo, sí creo"

.01.

La Bella —


—"Y esa es la razón de porqué los peces no pueden vivir fuera del agua. Fin" –termino de contar a la vez que cierro el pequeño libro de entre mis manos. Dejo escapar un suspiro y levanto la vista, encontrándome con todos aquellos alegres e inocentes ojos que siempre conseguían sacarme una sonrisa incluso en los momentos más oscuros.

Puedo ver las caras de los quince niños a los que imparto clases de lengua con distintas expresiones. Algunos están alegres por haber oído el final del cuento, otros tienen una mezcla de tristeza y confusión.

—¿Y ya está? ¡No puede ser, es un final horrible! El pobre príncipe Phil se merecía uno mucho más feliz… -dice uno de los niños mientras cruza los brazos y me mira furioso. Sé que el cuento que les acabo de contar no ha sido el mejor de todos de tantos que habían para elegir, pero este todavía no lo había leído y me apetecía que escucharan un cuento con un final un poco distinto como otros que les suelo contar.

—¡Es verdad, no es justo! Yo quería que el príncipe se quedara con la princesa del castillo, ¡no es justo que la bruja le hiciera eso! –Dice una pequeña niña morena, levantándose del suelo y mirándome con el ceño fruncido. Me fijo en cómo uno de sus pequeños dientes de leche está a punto de caerse y sonrío abiertamente.

—Rachel, no todos los cuentos terminan con un final feliz. Además, si no os ha gustado, a lo mejor preferís imaginar en vuestras mentes un final distinto, en donde el príncipe vence al dragón y a la bruja malvada y se queda con la princesa.

—¡Eso es lo que debería de haber pasado! –Grita otro de los niños.

—No sirve de nada que nos lo imaginemos, ¡porque en el cuento ya sabemos que el príncipe Phil se convierte en un pez! –Vuelve a escrutar la niña llamada Rachel, señalándome con su pequeño dedo. Creo que a partir de ahora voy a dejar los cuentos con finales tristes para mí y mejor les leo lo que quieren escuchar.

Todas las tardes, después de terminar de dar clase de lengua, les leo cuentos a los niños de la aldea hasta la hora de la salida. En el colegio hay una pequeña biblioteca que, gracias a mis ruegos y a mis peticiones, no hace más que crecer y aumentar. Cada tres meses nos llegan desde la gran ciudad libros nuevos para leer. También el encargado de la librería de la aldea me deja de vez en cuando libros para el colegio, y así tengo más variedad para los pequeños.

Me levanto de mi silla de cuentacuentos y me acerco hacia las estanterías repletas de libros. Detrás de mí aún sigo oyendo las quejas de los niños sobre el último cuento, así que prefiero esta vez escoger un libro con un final feliz.

—¡Señorita, yo quiero un cuento sobre sapos! –Grita un niño aproximándose hacia mí y tirando del delantal de mi vestido.

—¿De sapos? Pero si ayer ya os leí uno de esos, Carl.

—¡Pero es que me encantan los sapos! ¡Venga, señorita, por favor!

—¡Señorita Lucy, yo quiero uno de indios y vaqueros!

—¡Yo quiero uno que de mucho miedo! ¡Y que haya sangre!

—¡El príncipe Phil no se merecía ese final!

Uno tras uno, aquellos quince niños distraían todas mis tardes y hacían que mi vida se iluminara y se balanceara un poco más. Cualquier persona en mi lugar se habría cansado de tanto alboroto y habría renunciado en cuanto pudiera, pero yo sin embargo no cambiaría esta vida por ninguna otra, nunca.

Pronto harán diez años desde que mi padre y yo llegamos a esta aldea. Hasta los ocho años, estuve viviendo en una enorme mansión en la gran ciudad. Formaba parte de la prestigiosa familia de mercaderes, los Heartfilia, y mi padre formaba parte de la élite de los ricos más ricos de la ciudad. Pero unos problemas hicieron que toda nuestra fortuna se esfumase delante de nuestras propias narices, como si de polvo se tratase.

Aún recuerdo las lágrimas de mi padre al vernos a los dos sin hogar y sin dinero. Todos los demás miembros de nuestra familia nos dieron la espalda y nadie nos ayudó. A mí el dinero no me importaba tanto como a mi padre, pero no podía soportar verlo en aquel estado tan lamentable y eso también me deprimía a mí.

Recorrimos un largo camino hasta llegar a una pequeña aldea rodeada por un profundo bosque. No sabíamos dónde estábamos, pero nos recibieron con los brazos abiertos y nos ayudaron a instalarnos.

La mayoría de los aldeanos nos ayudaron a construir nuestra casa y más tarde mi padre pudo trabajar en la aldea para ir ganando un poco de dinero. Después de unos años, cuando yo ya había dejado de ser una niña, me preguntaron si quería ayudar a trabajar en la escuela de la aldea.

Era un colegio pequeño, con muy pocas salas para dar clase y casi sin personal. Lamentablemente en la aldea, la gente no presta mucha atención a los estudios y nadie tiene el suficiente nivel como para ayudar en la escuela, y en aquellos años la cosa estaba mucho peor que ahora. Yo también había dejado de estudiar desde que perdimos la fortuna de nuestra familia, pero gracias a todos los libros que salvé de la mansión Heartfilia, he podido ir creciendo poco a poco mientras estudiaba yo sola por mi cuenta.

Tenía libros de todo tipo. De ciencias, de matemáticas, de lengua y de algunos idiomas. También contaba con mi enorme colección de libros sobre historias fantásticas. Aquellos libros fueron mi piedra angular para no hundirme en la miseria como mi padre.

Todo el mundo en la aldea sabe que yo no podría vivir sin mis historias con príncipes fantásticos y bellas princesas prisioneras en lo alto de una torre custodiada por un dragón. De historias de hadas y de niños que no quieren crecer, de gatos que hablan y sonríen, indios y vaqueros que luchan entre ellos, feroces piratas a la búsqueda de un gran tesoro. Son mis maravillas más preciadas.

La mayor parte de mi tiempo lo paso leyendo y volviendo a leer las historias que ya me sé de memoria. Nunca me cansaría de leerlas, simplemente para mí son el mejor regalo que el mundo y el destino me podían haber dado.

Cuando empecé a trabajar como profesora novata, mi padre quiso volver a su oficio de mercader. A veces nos enterábamos de que en el puerto de la gran ciudad llegaba de vez en cuando un barco con mercancías, por lo que mi padre salía durante días para después volver cargado con algunas cosas.

Cada vez que se va, yo lo espero en lo alto de la colina que había detrás de nuestra casa, todas las mañanas, para ver si lo veo aparecer por entre el bosque, subido en su carromato tirado por nuestro viejo caballo negro y con mercancías para vender. No puedo evitar preocuparme cada vez que tiene que salir de viaje.

El bosque es peligroso. Incluso a nuestra pequeña aldea llegaban noticias sobre personas desaparecidas en él. Alfred, un anciano que vive con su esposa al lado de nuestra casa, me dijo que también habían desaparecido personas de nuestra aldea y que nunca más se había vuelto a saber nada de ellas. Se adentraban hacia los bosques para dirigirse a la ciudad, pero nadie los veía salir y tampoco regresar a la aldea. Yo nunca he visto una situación así en todos los años que llevo viviendo aquí. Y la verdad es que la idea de un bosque encantado me fascina.

Tal vez no debería, pero esas cosas me gustan, y mucho. Mi imaginación siempre va mucho más allá que la de los demás, y me imaginaba a enormes monstruos que vivían en el bosque y secuestraban a la gente que pasaba por allí. Me imaginaba un precioso lugar escondido en lo más profundo del bosque, un lugar donde vivían sirenas y hadas y donde la gente desaparecida se quedaba a vivir allí con ellas, maravillados por la hermosura del lugar y de aquellos seres míticos.

Sí, el bosque es un lugar curioso para explorar, pero lo último que me apetece es adentrarme en él, por mucho que me gusten los misterios. Si bien la idea de cosas fantásticas y maravillosas ocurriendo dentro de él me llamaba la atención, prefiero que no me pase nada malo. Ni a mí ni a mi padre, por eso cada vez que decide salir hacia la ciudad, me paso horas rogándole por que se quede aquí conmigo. Aunque da igual cuantas veces se lo suplique, él seguirá sin hacerme caso.

Por suerte, mi padre todavía no ha desaparecido. Siempre volvía a la aldea después de casi dos semanas de viaje, deprimido por haber conseguido poca mercancía, pero al fin y al cabo seguía sano y salvo.

Después de escuchar todas las opiniones de los niños, me decanto por un cuento. Decido descansar un poco de las historias de príncipes y princesas y leerles algo distinto, pero por supuesto, con un final feliz. No me apetece oír más quejas en lo que queda de tarde por culpa de mis malas elecciones.

—Venga, sentarse ya, todos –aviso mientras cojo un pequeño libro de la estantería más alta y me siento de nuevo en mi silla.

Veo como todos los niños me hacen caso y me miran con esas caritas llenas de intriga por saber qué les voy a leer. Sonrío para mis adentros y comienzo a relatarles el libro.


Llegó la hora de volver a casa. El crepúsculo del cielo inunda la aldea por completo, y oigo a lo lejos el sonido del viento y el aleteo de los pájaros.

Veo como los padres recogen a sus hijos en la entrada de la escuela. Ellos me dan las gracias por todo el trabajo que hago, por mi paciencia y mi dedicación, y los niños me dan un beso en la mejilla. Como siempre cuando es la hora de salir de clases, estoy esperando aquí fuera para ver si todos los niños volvían bien acompañados a su hogar y no les ocurría nada malo.

Normalmente en nuestra aldea nunca ocurre nada interesante ni muy peligroso, la mayoría de accidentes siempre son por culpa del tiempo atmosférico. A veces se ven bandidos almorzando en la taberna de la aldea, pero como por aquí nunca nos llegan carteles de "Se Busca", siempre nos enteramos demasiado tarde de que un ladrón había llegado a nuestro pueblo y se había sentido como en su propia casa. Es lo que tiene ser una aldea alejada de la ciudad, estamos poco informados de ese tipo de noticias. Al menos ningún bandido de esos nos ha hecho daño, por lo que tampoco le prestamos mucha atención a esos temas.

Aun así, las cartas y la correspondencia de cada aldeano sí que llegan bien. Sobre todo las cartas dirigidas a mí. Al fin y al cabo debían ser las primeras en ser entregadas, ya que eran proposiciones de matrimonio.

La verdad es que ya estoy acostumbrada, aunque a veces no puedo evitar sentirme extraña.

Cuando vivía en la mansión Heartfilia, aún era demasiado joven, demasiado baja y, bueno, no llegaba ni a los nueve años, así que sería muy raro y enfermizo que alguien me hubiera pedido matrimonio entonces. Pero al crecer, los hombres que antes estaban pendientes de la fortuna de mi padre también habían empezado a fijarse en mí y en mi crecimiento.

De vez en cuando vienen hasta la aldea para que yo los vea en persona y así de paso ellos aprovechaban para hablar con mi padre y pedirle mi mano. La mayoría de las veces son chicos guapos y fuertes, y con mucho, muchísimo dinero. Yo acepto gustosa dar una vuelta a caballo con ellos por la pradera o tomar algo en la taberna, solo por darles una oportunidad. Pero siempre, cada vez que me preguntan de nuevo si quería casarme con alguno de ellos, siempre les digo que no.

No me parece muy bien rechazar a una persona sin conocerla aunque sea un poco, pero una vez conocidos todos, lo último que me apetece es contraer matrimonio con alguno de ellos.

Por fin todos los niños se han ido, así que cierro la puerta de la escuela con llave y después me voy a la casa de la directora del colegio, la cuál vive al lado y por suerte no tengo que andar mucho. Le doy las llaves y le cuento cómo me ha ido la tarde con los pequeñajos.

—Son todos geniales. Pero hay veces que se hace imposible controlarlos a todos a la vez –digo mientras levanto la vista hacia el cielo y me doy cuenta de lo oscuro que está -. Será mejor que me marche, no quiero preocupar a mi padre.

—Sí, ya está anocheciendo. Por cierto, Lucy… ¿Cómo te fue el otro día con aquel chico que vino de la aldea de al lado…? –Pregunta ella acercándose un poco a mí y susurrando en voz baja. Me pregunto cómo sabrá ella todo eso. De mí no, por supuesto, nunca suelo hablar de esas cosas con los demás.

—Ah, pues bien. Lo rechacé.

—Vaya, ¿enserio? Es una pena. Era muy atractivo…

—Sí, bueno, no estaba mal. Pero no era… mi tipo –empiezo a sentirme incómoda con esta conversación. Espero un poco a que diga algo para marcharme lo antes posible.

—Comprendo. Bueno, Lucy, pues hasta mañana. Dale recuerdos a tu padre.

—Claro. Hasta mañana.

Cierra la puerta tras de sí y me quedo un rato quieta, pensativa. No tengo nada en contra de mi jefa, pero no soporto que sea tan cotilla. Mejor que se preocupe ella de que su esposo se gaste todo el dinero en la taberna y me deje a mí tranquila con mis asuntos.

Doy media vuelta y me dirijo a casa. Puedo ver como las gentes de la aldea van y vienen de un lado a otro. El panadero cerrando su tienda y dándole un beso a su esposa. La chica de la pastelería barriendo su entrada mientras habla con su vecina. Atisbo también la taberna a lo lejos, abarrotada de gente sin parar de gritar y escuchando una alegre música contagiosa.

Llego hasta mi hogar y lo miro de arriba abajo. No es una casa muy grande, y la verdad es que se cae a trozos. El techo está cubierto de paja y las ventanas están ralladas. Aunque fuera un poco desastre, no cambiaría mi casa por ninguna otra. La habíamos construido con la ayuda de los vecinos justo cuando llegamos a la aldea hace diez años, y entre todos conseguimos levantarla. Es nuestro hogar, y al menos para mí es perfecta.

Giro el pomo de la puerta y entro dentro. Justo delante de mí está mi padre, al cuál veo correr de un lado para otro sin parar de guardar cosas en unas maletas. No me escucha llegar, por lo que nada más girarse pega un grito y veo que hasta casi pierde el equilibro del susto.

—¡Lucy! ¡Hija, llama a la puerta antes, casi me da un ataque!

—Lo siento, papá… Por cierto, ¿a qué se debe todo esto? –No sé ni para qué me molesto en preguntar. La verdad es que ya sé adónde va. Lo sé perfectamente.

—Me voy al puerto de la ciudad. Acabo de recibir noticias de que dentro de unos días llegará un barco cargado de mercancías, ¡y las necesito!

—Pero, papá…

Me callo de repente y pienso en que lo mejor es no decir nada. Estoy tan agotada de rogarle una y otra vez que se deje ese maldito oficio de mercader y de que se dedique a otra cosa, que ya paso de discutir con él sobre el tema.

Mi padre ya no es un jovenzuelo como antes. Lo cierto es que cada día está más viejo y las arrugas de su cara lo delatan. Aun así da igual lo que le digas, para él aún es un hombre joven, con la espalda perfecta y sin problemas respiratorios. Cosa no cierta, puesto que cada vez tiene más alergias y más problemas para moverse.

—Mañana por la mañana salgo. Lucy, hija, ayúdame con esto, por favor. ¡Y dónde demonios están mis calcetines favoritos!

La idea que yo tenía después de salir de la escuela y llegar a mi casa, era darme un buen baño calentito y cenar tranquilamente. Pero he tenido que estar casi toda la noche ayudando al estúpido de mi padre a guardar sus pertenencias. También arreglé el carromato y preparé a nuestro caballo negro. Era un animal ya viejo y había visto de todo, pero no tenía nombre. Los nombres de caballo no son lo mío, y como mi padre no le hace caso más que solamente cuando sale con él a la ciudad, pues no le importa que no tenga nombre.

Me acuesto pesadamente en la cama y suspiro, agotada. Acabo de terminar de ayudar a mi padre y casi no siento las piernas. Yo no sé ni para qué se lleva tantas cosas a la ciudad, si encima después tiene que venir el doble de cargado cuando vuelva con la mercancía. Pero en fin, es mi padre, no hay que darle muchas vueltas al asunto.

Llevo mis manos hacia mi cabeza y deshago la coleta, dejando caer mi cabello rubio por mi espalda y mis hombros. Veo reflejado en el espejo como unos ojos marrones me devuelven la mirada, cansada. Me quito el sucio vestido azul, las botas llenas de barro y me pongo mi camisón de dormir.

Apago la vela de mi cuarto y me acuesto por fin a dormir. Todavía oigo a mi padre sin parar de hacer cosas por el salón. Me pregunto cuándo piensa acostarse de una vez y descansar. Cada vez que se va a la ciudad siempre sale temprano por la mañana, así que seguro que mañana estará agotado.

Vuelvo a soñar con el oscuro y profundo bosque mientras el sueño se apodera de mí. Me pregunto cómo será por la noche, y si las hadas y los monstruos estarán ya durmiendo. Ojalá mi padre se acostara ya.


—¡Gracias por tu compra! –Me dice el panadero mientras me da mi pedido y yo le paso el dinero.

—De nada, ¡adiós!

Ya han pasado dos semanas desde que mi padre se fue al puerto de la ciudad a por las mercancías.

El tiempo de ida desde la aldea hasta la ciudad normalmente es de cinco días. Está bastante lejos, y como mi padre va cargado de un montón de cosas innecesarias y encima nuestro caballo no es el más veloz de todos, siempre tarda un día más de lo normal.

Hoy es domingo y mi segundo día libre. La escuela cierra los sábados y los domingos, así que los fines de semana siempre se ven a los niños correteando por toda la aldea.

Alfred, el anciano que vive al lado de mi casa, me saluda con la mano y se acerca hacia mí. Ya me imagino qué es lo quiere.

—¡Buenos días, Lucy! ¿Ha llegado ya tu padre de hacer sus trabajitos?

—No, aún no. Pero no le debe quedar mucho. Lo más seguro es que llegue mañana, en cualquier momento –le respondo mientras guardo el dinero que me había sobrado de la compra del pan en una pequeña bolsa.

—Eso espero. Las partidas de cartas en la taberna no son lo mismo sin él, la verdad.

—Pues tranquilo, mañana ya podréis seguir apostando todo lo que queráis los dos juntos –bromeo mientras pienso en lo mucho que odio esa faceta de mi padre. Cuando éramos ricos, su debilidad eran las apuestas. Ahora que vivimos en una tranquila aldea, aún sigue teniendo un poco de esa odiosa costumbre.

Me despido de mi vecino y regreso a casa para dejar la compra. Paso el resto del día leyendo mis libros y limpiando la casa, dejándola reluciente para cuando regresara mi padre.

Estoy segura de que mañana volverá. Es lo más lógico, teniendo en cuenta la velocidad de nuestro caballo y el peso del carromato, es el tiempo que siempre suele tardar en sus viajes.

Pero al día siguiente, el lunes, no apareció. Estuve esperándolo toda la mañana y parte de la tarde, pero no vi ningún carromato ni ningún caballo negro.

El martes tampoco vino. Ni el miércoles.


Hoy es domingo. Me he pasado la mañana, como todos los demás días, esperándolo en lo alto de la colina para ver si lo veía venir. Pero de nuevo, ni él, ni el caballo ni nada parecido a mi padre se apareció por entre los árboles.

Los aldeanos no han parado de preguntarme cada vez que me ven por el paradero de mi padre, y yo ya empiezo a preocuparme seriamente.

No es la primera vez que tarda en regresar más días de lo normal. A veces se distrae en la ciudad al encontrarse con un antiguo amigo. Otras veces pasa más tiempo de lo debido en las posadas en las que se queda por las noches. Yo ya estoy harta de reprocharle cada vez que tardaba más tiempo en volver, pero él decía que no podía evitarlo. Al menos me pedía perdón y me aseguraba que la próxima vez no me haría preocuparme tanto.

Al parecer ha vuelto a olvidar su promesa. He tenido que bajar un momento a la aldea para comprar el pan, así que nada más dejar la compra dentro de casa vuelvo de nuevo a subir la colina para seguir esperando.

No me puedo creer que esto me esté pasando a mí. A ver, sé que tengo mala suerte, ¡pero no es justo! Yo solo tengo a mi padre, él solo me tiene a mí. Sé que me lo ha hecho otras veces, lo de llegar tarde y todo eso, pero yo soy una chica nerviosa y no puedo evitar pensar en lo peor. Cada vez que ocurre esto, siempre me pongo histérica y termino perdiendo los estribos.

Yo nunca he entrado al bosque sola. La única vez fue cuando tenía ocho años y encima iba cogida de la mano de mi padre, que por aquel entonces estaba mucho más fuerte y sano que ahora. Además, no iba con la idea de que en cualquier momento me podría encontrar con un enorme monstruo que me secuestraría o con un grupo de hadas que intentarían hipnotizarme para comerme. Iba tranquila, segura y estaba feliz porque mi padre estaba conmigo. ¡Pero ahora él no está!

Y lo que peor me sienta es que siempre, absolutamente siempre que decido ir a adentrarme a las profundidades del bosque para buscarlo, él aparece de repente como si lo hiciese apropósito.

Y ahora mismo estoy en esa situación. Decido ir a buscarlo si pasaban tres días más sin aparecer. Sí, eso haré. Me prepararé bien tanto mental como físicamente y lo encontraré. Ya me lo imagino, yo saliendo sola de aventuras por el bosque y encontrándome a mi padre bailando y bebiendo tranquilamente en alguna posada, mientras yo estoy muerta de los nervios.

Estoy a punto de dar media vuelta y regresar dentro de casa, cuando como por arte de magia, como si alguien hubiera dicho un hechizo y éste se hubiera cumplido, veo a lo lejos, por entre los árboles, un viejo carromato tirado por un caballo negro.

De repente siento como se me nubla la vista y noto que estoy llorando. El corazón me late rápidamente y mi cerebro se detiene por unos instantes, como si estuviera intentando asimilar bien toda la información.

El carromato sigue aproximándose hacia donde estoy yo, y decido bajar la colina para poder ver a mi padre y abrazarlo (y de paso, matarlo por todo esto).

Y estoy a punto de llegar hasta el caballo, cuando la veo.

Ése no es mi padre. Ni siquiera es un hombre.

Es una niña.

—¡Uah, qué cansada estoy!

Acaba de hablar. ¡Pero si habla y todo!

No, no estoy loca. Una niña de no sé cuántos años está subida encima del carromato de mi padre y llevada por mi caballo negro sin nombre.

Se detiene justo enfrente de mí y me mira. No tengo ni idea de qué hacer, ni siquiera sé si estoy respirando. Solo puedo pensar en mi padre y en cómo demonios se había podido transformar en una niña.

—¡Hola, Lucy! Vaya, qué calor hace por estos sitios –la oigo decir mientras se baja del carromato.

Ahora la veo con mucha más claridad. En efecto, es una niña, de unos catorce años o así. Tiene una larga cabellera rubia que le llega hasta el suelo y puedo ver unas cosas muy raras, las cuáles supongo serán unos broches con forma de alas, detrás de los oídos. Lleva puesto un vestido con tonos blancos y rosas. Sus ojos azules no me dicen nada. No sé quién es. Dónde está mi padre. Quién es esta niña.

—¿Estás bien?

Me está hablando, ¡otra vez! Noto que no me he movido ni un milímetro desde que la vi por primera vez y entonces vuelvo a respirar. Pestañeo rápidamente, para ver si todo esto es un sueño. No, no lo es, aún sigue ahí.

Veo cómo me analiza con su mirada. Una mirada vacía, llena de algo que no logro descifrar. Decido intentar hablar, aunque creo que en estos momentos simplemente no puedo ni decir mi nombre.

—Ah… Mi padre…

—¡Qué caballo tan bonito tenéis! Y eso que es muy viejo –me dice mientras se acerca a mi caballo y le acaricia la cabeza.

Vale, no parece una mala persona, pero no me ha hecho caso a lo que le he dicho. De repente me doy cuenta que apenas unos minutos atrás me ha llamado por mi nombre. ¿De qué me conocerá?

—Tú… ¿Me conoces?

Detiene sus caricias al animal y vuelve a clavar su mirada en mí. Noto un escalofrío en la espalda y me doy cuenta que aún sigo llorando. Me limpio rápidamente las lágrimas de mi rostro y veo cómo ella se va acercando poco a poco a mí. Retrocedo.

—Lucy. Te llamas Lucy, ¿verdad? Eres muy guapa –me dice con una enorme sonrisa y una mirada llena de inocencia. Pienso si estará siendo sincera o es que le gusta perder el tiempo.

—G-gracias, supongo… -vale, Lucy, tranquilízate. Intenta no tartamudear y mírala directamente a los ojos. Tú eres mucho más alta que ella, no le tengas miedo.

Pero lo tengo. Lo sé, estoy temblando. Y no estoy segura del porqué, pero sé que es por su cercanía. La veo cerrar los ojos y aspirar profundamente.

—Te he estado buscando. Éste es tu caballo, ¿no?

—S-sí, lo es…

¿Entonces, me conoce de verdad? Empiezo a relajarme poco a poco y pienso en varias opciones. Tal vez esta niña se encontró con mi padre en la ciudad y a él le ha pasado algo, por lo que la ha mandado a ella para que viniera aquí a darme el mensaje. Tal vez sea una niña de alguna aldea cercana a la nuestra, y mi padre la haya hecho venir hasta aquí para decirme algo. Tal vez alguien distinto la ha mandado aquí para decirme algo sobre mi padre.

También pienso en la opción de que sea una bandida. A pesar de su inocente y pura apariencia, no me fio de ella. Pero dudo que sea una ladrona, no tendría sentido que me conociera.

Así que decido tranquilizarme y preguntarle mejor, para ver si debo confiar o no en ella.

—Vale, ¿quién eres?

La veo pestañear varias veces. Parece que se ha sorprendido de mi rápida recuperación en cuanto a mi habla.

—¡Ah, es cierto, aún no me he presentado! –Exclama mientras da pequeños saltitos con las puntas de sus pies-. Soy Mavis Vermillion, ¿qué tal?

¿Mavis Vermiqué? Pienso en si la conozco de algo, pero no, no me suena de nada su nombre.

—Está bien, escúchame. No sé quién eres ni a qué has venido aquí, pero ese es mi carromato y este es mi caballo. Y tú no eres mi padre.

—No, eso es cierto, no lo soy. Yo soy mucho más encantadora y guapa –empiezo a pensar que esta niña solo ha venido aquí para burlarse de mí, así que intento tranquilizarme otra vez para no enfadarme.

—De acuerdo, lo que tú digas. ¿Sabes dónde está mi padre? ¿Vienes a darme algún mensaje o algo así?

Mavis deja de pegar saltitos y me mira fijamente. Vuelvo a notar en sus ojos algo que aún no sé lo que es. De repente mi cuerpo vuelve a tensarse e intento no temblar.

—Lucy, tu padre está en un castillo.

En un castillo. Vale, un castillo. No tiene nada de malo, hay muchos castillos por la zona y todos son de buenas familias. Vuelvo a tranquilizarme, dejando escapar un suspiro de alivio al pensar en la idea de que no le ha pasado nada malo.

—Tienes que ir a por él. Vamos, acompáñame –dice Mavis a la vez que coge mi mano y me tira hacia el carromato. Por acto de reflejo retiro mi mano y la miro con el ceño fruncido.

—Un momento. Dime en qué castillo está al menos.

—No te lo puedo decir. No aún.

¿Qué no me lo puede decir? ¿La han amenazado de muerte o algo para que no me lo pueda contar?

—Oh, ya veo. No confías en mí. Es eso, ¿verdad? –Me pregunta. Su rostro en estos momentos no expresa ningún tipo de emoción o sentimiento, así que no sé qué pensar.

—No mucho, la verdad –digo con sinceridad. No soy tan tonta como para confiar así como así en una completa extraña.

—Lucy, tu padre te necesita. Está en peligro.

Entonces sí que decido confiar en ella. Acababa de soltar las tres palabras que menos quería escuchar.

—¿C-cómo…?

—Lucy, tienes que ir a por él. Tu padre está en las mazmorras del castillo de Salamander, el dragón de fuego.


Fin del primer capítulo. ¿Qué tal me ha quedado? Es la primera vez que escribo un fic en primera persona. La verdad es que me ha gustado bastante x3

Este fic está basado en La Bella y la Bestia, no solo en la de Disney, si no también en otras versiones del cuento. Pero por supuesto, no todo va a ser igual que la historia original. El final va a ser distinto y la trama cambiará bastante.

Si os ha gustado aunque sea un poquito el primer cap, ¿me dejaríais un review con vuestras opiniones? Os amaría eternamente *o*