Introducción
Es
mi deber, debo hacerlo, la marca ya esta gravada en mí, aunque
intentara desligarme de el no podría. Yo soy su servidora, el
es mi amo, mi sangre es su sangre, mi mundo su mundo. Le entregue
todo. Le juré fidelidad. No debo traicionarlo. No quiero ser
una traidora. Soy más que eso. Soy privilegiada. El mundo gira
en torno a mí, a mis decisiones, a mis creencias. Mi tía
se enorgullece de mí, y con eso me basta, pocas veces el señor
oscuro había pedido los servicios de alguien tan joven, y yo
soy una de ellas. No creo que a ninguno de sus servidores los trate
con tanto respeto como a mi, siempre oyó en un susurro su voz
fría y enfermiza halagando mi disciplina, diciendo que no
había ni hubo un crusios que se comparara con el mío y
que iba a llegar lejos, muy lejos. Esas palabras retumban en mi
cabeza agradando mi ego, creyéndome invencible, inmortal...
Desprecio a los sangre impura, me dan asco, repugnancia, me
encanta verlos sufrir, son tan insignificantes, y pensar que tuve que
mezclarme con ellos, en aquel lugar, aparentando ser la princesita de
Grendmoud Place...
El se había colado en el coto privado
de mi vida, y sin siquiera proponérmelo comencé amarlo.
Nunca me lo propuse. El era un trabajo, solo eso. Era la victima de
una orden inquebrantable...
Granger nunca confió en mi,
era demasiado inteligente la muy estupida para creerse mi actuación,
me tenía envidia, porque sabia que muy en el fondo me estaba
apropiando de lo que ella mas deseaba...
Casi siempre me reía
a escondidas por su estupidez ¿Quien creería que me iba
a terminar enamorando de ese invecil? Nadie lo creía. Ni
siquiera yo. El señor oscuro me había dado una orden
que yo debía cumplir, tal y como lo hice. Nadie me cree cuando
les digo que el corazón me jugo una mala pasada. Todos me
repiten una y otra vez, que no tengo corazón...
Eran sus
ojos azules los que indirectamente me cegaban la vista, sin dejarme
notar, que con cada uno de sus besos me estaba convirtiendo en una
traidora de sangre...
