"Té de jazmín" es una serie de oneshots basados en eventos posteriores a la guerra. Incluirán varios personajes y diversas temáticas. Así que se admiten sugerencias; aunque tardaré en actualizar, el trabajo no permite tanta libertad como lo hacía la escuela.
Aquí el primero, antes de la coronación de Zuko, espero sea de su agrado.
Como es costumbre, ningún personaje me pertenece.
Calma.
No podía dormir. Era demasiado tarde y seguía cerrando los ojos fuertemente sin resultado alguno. Las sabanas, reales, rojas y suaves, le resultaban demasiado estorbosas en esos momentos; al igual que la intensa y monótona oscuridad de la habitación. Así que, decidido a descansar al menos un par de horas antes del gran evento del día siguiente, se puso en pie y se colocó la bata que reposaba en la silla a su izquierda. Seda, seda roja, casi sangre, que resbalaba por sus dedos y sobre la piel de su torso; un suave nudo por debajo de la cintura y las zapatillas de descanso para evitar despertar al resto del palacio.
Caminó lentamente entre pilares, arcos y sombras, dirigiéndose hasta los jardines de la parte trasera. El aire fresco chocaba contra su rostro y las nubes, ligeramente grises, se movían imperceptiblemente sobre su cabeza; mientras que el suelo verde y mullido cedía bajo su peso. "Mucho mejor", pensó al tiempo que se sentaba bajo uno de los árboles más viejos y frondosos del lugar. Allí no había silencio, podía percibir el ruido del pasto al compás del viento, los insectos saliendo de sus escondites y las nubes anunciando una lluvia que posiblemente no llegaría. Las piedras se encajaban en sus piernas y la tierra ensuciaba su costosa vestimenta, el nudo ya desecho y el pecho parcialmente expuesto al frío de la madrugada. No, no había silencio, no había comodidad; pero por alguna extraña razón se sentía en calma.
"Calma". Ella no podía mostrarse más de acuerdo, a pesar de seguir oculta entre los pilares. Sabía que eso pasaría tarde o temprano pero no creyó que fuera tan pronto; ni siquiera había terminado de sanar de sus heridas y ahora tenía un peso más que cargar; una responsabilidad para alguien que había pasado toda su vida presionado, intentando recuperar algo que creía perdido. No, no es que dudara de su capacidad: sabía que lo haría mejor que nadie. Pero, y dolía admitirlo, tenía miedo; miedo de perderlo ante lo que se avecinaba. "Señor del fuego Zuko".
Se acercó un poco más, pudiendo notar el movimiento del pecho masculino con cada inhalación que daba. Dormitaba únicamente, pero eso bastaría para soportar el pesado día que tenía enfrente. Y apenas era un adolescente. Suspiró. Todos lo eran, o al menos, lo habían sido hasta ese momento; de repente parecían haber crecido demasiado. Sus pensamientos se desviaron al joven monje que dormía plácidamente en el cuarto vecino al suyo. "Pero él es el Avatar". Un niño, sí, pero el Avatar; bastante poderoso a decir verdad. "Supongo que es diferente".
La lluvia no caería, aunque la temperatura disminuía lentamente. Era hora de empezar de nuevo, eso habían dicho todos. Dejar las viejas heridas atrás, junto con los resentimientos y las deudas; limpiarse las lágrimas y ponerse en pie. Aunque decirlo suena un poco más fácil de lo que resulta. Ahí estaba ella, por ejemplo; oculta entre los árboles, mirándole. Incapaz de dar un paso más, pero deseando con todas sus fuerzas hacerlo.
¿Y qué era eso cálido que se colaba por su garganta? Quizás la sensación de triunfo, o de alivio al ver finalmente una guerra absurda concluida. "Ya no más sangre". sin embargo, y lo sabía también, no era eso. No, porque en las noches como aquella, donde lo veía demasiado adulto, venía acompañado de una extraña desazón que amenazaba con convertirse en tristeza. En noches como aquella, le notaba lejano, ausente y ella se sentía demasiado mujer y menos niña. Menos esperanzada, a pesar de todo, en que eso surgiría algún día. Ya se había dado por vencida antes de empezar, se había cansado de imaginar besos inexistentes, dignos de las historias de su abuela, y de soñar con declaraciones absurdas que no llegarían jamás. Pero, era justamente en esas noches, donde su cuerpo (el de mujer, no el de niña) reclamaba ese latido como suyo y ese pecho (que subía y bajaba suavemente) como su complemento. Absurdo.
Le tomó un par de segundos descubrir que estaba a unos centímetros de él. Cuando lo hizo no pudo más que sentarse a su lado y apreciar el movimiento de las nubes, con las manos sobre las rodillas. Se giró un poco hacia él y pudo observar la cicatriz por completo; aquella marca de como un hombre, a pesar de haberlo perdido todo, podía volver a recuperarlo siempre que confiara en sí mismo, en su honor. "En su familia". Eso era en lo que se habían convertido ellos, paulatinamente. Una pequeña y extraña familia multidisciplinaria y testaruda.
Se preguntó cuantas noches como esa se habría sentido solo. Justo como ella, añorando a su madre, rezando por su padre, mirándose crecer sola ante el espejo. Se preguntó la propia expresión del futuro rey al observarse por primera vez después del "accidente". Dolido, asustado, aterrado, solo. Apenas un niño, con una carga demasiado grande para sus pequeños hombros.
Su dedo índice se acercó peligrosamente a la marca y empezó a bordearla cerrando los ojos. La piel lastimada se sentía rígida y rasposa, pero extrañamente sensible, casi delicada. Viajó hasta el ojo y despacio hacia la mejilla, aguantando la respiración cuando se dio cuenta que llegaba al límite inferior. Y siguió.
Delineó la quijada, marcada y fina hasta los labios. La respiración saliendo pausadamente por ellos. Lejano se veía el tiempo en que ese era el rostro del enemigo. Demasiado lejano el tiempo en que ni siquiera le conocía. Y agradeció haberlo hecho, aún en esas circunstancias. Porque ella también tenía heridas, aunque no fueran igual de visibles. Quizás podrían curárselas juntos.
Ella había permanecido muchas noches en vela; más de las que le gustaría admitir, si se lo preguntaban. Pero ahora, a pesar de no dormir casi nada esa noche, sabía que sería la última en largo tiempo; después, una cama mullida la esperaría, ofreciendo la seguridad de una relativa calma. Justo como ese instante. "Nunca más", juró.
Su mano se detuvo y su cara se acercó un poco, solo un par de centímetros más. Cerró los ojos, y aspirando su aroma, rozó aquellos labios con los suyos. Un solo roce, más que un beso. Una caricia, que no rompió el descanso de él. Para lo demás... ya habría tiempo.
o.O.o.O.o
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