La tragedia real

Disclaimer: Los Pingüinos de Madagascar y sus personajes no me pertenecen. Son propiedad de sus respectivos creadores, a los que amo por habernos brindado tal maravilla. Yo sólo escribo por diversión, sin ánimo de lucro.

Espero les guste.

Resumen: Es una historia que se ha contado clandestinamente por mucho tiempo. Existen muchas versiones, y aunque ninguna se acerca realmente a la trágica verdad, todas coinciden en una cosa; un romance, cuyos protagonistas fueron un miembro de la realeza y un soldado. Así que acómodate, Private.

Advertencias: AU (Universo Alterno). Humanizados. Slash (relación chicoxchico). Mucho, mucho drama y angustia. Futura muerte de algunos personajes. Es diferente a lo que suelo escribir.

Sí pese a ello decides continuar, adelante. ¡Espero que te guste!


Prólogo

La luz cruzó la habitación, cegando al único habitante de esa celda momentáneamente. Dos siluetas estaban posicionadas en el marco de la puerta. Una de ellas era sumamente imponente. La otra era diminuta a comparación, además de que se encogía sobre sí. El hombre de rostro severo lanzó al pequeño niño al interior. Escupió en el suelo en donde había pisado y se retiró, cerrando de un portazo y poniéndola llave.

El pequeño niño tosió, manchando el suelo de saliva y tierra. Antes de decidir encerrarlo algunos guardias se habían divertido barriendo el piso con él. Literalmente.

-Estos soldados de ahora son cada vez más blandos. -comentó el anciano que yacía encadenado a la pared. La poca luz que se filtraba por entre los barrotes, le revelaba que el hombre poseía varias cicatrices en el rostro y en el torso, que además demostraba a la perfección la alimentación de los presos. Sus ropas estaban rasgadas y sucias, y él no sabría definir dónde es que terminaba su cabello y donde empezaba su espesa barba.

-¡Hace 20 años seguían azotándote durante media hora antes de meterte a prisión! -afirmó, para después toser un poco.

El pequeño se levantó y limpió el rostro. Se cruzó de brazos y le dio la espalda al anciano. Debía planear una manera de salir de ese agujero inmundo de inmediato.

-¿Qué hiciste? -cuestionó, mientras el más joven examinaba con detenimiento la puerta de la habitación.

-Robé comida. -espetó con indiferencia, tanteando con sus manos la estructura de metal pesado. Demasiado fuerte cómo para pensar en tirarla a puñetazos, le llevaría décadas y al darse cuenta seguro lo castigarían. No había aberturas a su alrededor. Y la única manera de mirar hacia el exterior era por medio de esa pequeña ventana en la parte superior que estaba bloqueada con barrotes del mismo material.

-Para ser sólo un ladrón pareces muy desesperado por salir.- comentó el adulto. - ¿Cuántos años tienes?

-Tengo 11. -volvió a contestar mientras buscaba algún acceso o puerta oculta en las paredes de piedra, pero era inútil. Toda esa habitación era una verdadera prisión. No había modo de salir. Bufó molesto y se sentó, de frente al anciano. Este sonreía con picardía.

-No estás siendo sincero, chico. Yo conocí a dos tipos que tampoco eran honestos; Manfredi y Johnson. Su última mentira incluía una tarta de queso y binoculares, ¡kaboom! Sólo se pudo recuperar el dedo índice de Manfredi y el riñón de Johnson.

El muchacho rodó los ojos. Ése anciano era un lunático.

-Fui mensajero para la resistencia.- admitió, evitando que este continuara con su relato. - Me infiltré como uno de los discípulos del maestro Clemson y me descubrieron.

Entonces una voz quebrada, como si hubiera llorado durante mucho tiempo interrumpió su relato. Se estremeció. Fantasmal y desgarradora, esa voz que tarareaba una canción provenía de la celda de enfrente. Se levantó para ver por entre los barrotes al vecino, pero apenas pudo vislumbrar una figura acurrucada contra la pared que se balanceaba hacia adelante y hacia atrás. Temblaba y no dejaba de repetir "Amor mío" en el mismo melancólico y espeluznante ritmo.

-Déjalo, hijo. Él ya no está con nosotros. -comentó el anciano.

El estómago del joven experimentó una sensación de pesadez. De la nada, el viejo había adquirido una expresión de dolor que sólo podía ser superada por el ambiente que se había formado. Sentía que se asfixiaba. No eran más que víctimas de la dictadura de Francis.

-Oye, viejo. -llamó. - ¿Tú sabes cómo fue que él llegó al poder?

-¿Y qué si lo sé? -retó. El joven, que no se lo esperaba, parpadeó confundido. Se rascó la nuca y volvió a sentarse, esta vez a su lado.

-Cuéntamelo por favor.

Él carraspeó y miró al frente.

-Es una historia que se ha contado clandestinamente por mucho tiempo. No importa cuánto se niegue, ni siquiera Espiráculo ha logrado difamar del todo lo que sucedió. Existen muchas versiones, y aunque ninguna se acerca realmente a la trágica verdad, todas coinciden en una cosa; un romance, cuyos protagonistas fueron un miembro de la realeza y un soldado.

No pudo continuar, pues una fuerte tos le hizo detenerse. Escupió saliva. Era bastante molesto el seguir encadenado con las manos en alto. Su cuerpo estaba rígido y sus movimientos eran bastante limitados.

-La tragedia real. -murmuró, a lo cual el anciano asintió con los ojos cerrados. Parecía como si el sólo existir ya fuera un esfuerzo demasiado grande para él.

-Olvídate de todo lo que has escuchado, muchacho. Hoy estás de suerte, créeme. Yo conozco mejor que nadie lo que en realidad sucedió. Así que acómodate, Private.

-Mi nombre no es Private.

-¡Cállate Private, que voy a empezar!


La verdad, esto me ha sorprendido incluso a mi. Jamás me imaginé escribiendo algo de este... tipo. ¿Alguien ha adivinado quién es el anciano?

Pero me ha gustado. ¡Espero que ustedes también!

Si te gustó, deja un rw. Si no te gustó, deja un rw.

¡Saludos!