Prólogo.

La mujer miraba el trozo de joya con curiosidad. Podía sentir que no se trataba de un objeto ordinario. Emanaba poder. Un poder que llamaba al de ella misma. Era una extraordinaria coincidencia; ni ese trozo de cristal, o lo que fuera, ni ella misma eran simplemente lo que aparentaban ser. El cristal era poder y ella, aunque tuviera la apariencia de una mujer de no más de 18 años, de cabello largo hasta la cintura de un hermoso color miel, era en realidad un monstruo, o youkai, como se llamaba en aquel territorio. Claro que, dado su poder, en realidad era una Daiyoukai.

De la estirpe de los Inuyoukai de un territorio cruzando los mares del oeste, había viajado a aquellas tierras con el objetivo de… en realidad, no tenía un objetivo en concreto más que alejarse de su propio territorio, escapar y conocer nuevos lugares.

No llevaba mucho tiempo en aquel territorio, perteneciente a un clan de Inuyoukai nativos, cuando a estar explorando había sentido el extraordinario poder que emanaba del trozo de joya que sostenía entre sus dedos pulgar e índice, ambos provistos de filosas garras.

Cuando había llegado al sitio del que provenía la energía del cristal, se había encontrado con un claro en medio de un bosque en el que descansaba un grupo de siete humanos. Por supuesto que su olfato había detectado la presencia de los humanos mucho antes de que llegara al lugar, y estaba claro que ninguno de aquellos débiles seres era el dueño del poder que ella había sentido.

Al verla, los bandidos la habían tomado como alguien fácil de vencer y la habían atacado. Grave error.

La vida humana no era algo que a ella le importara mucho. No era que ella fuera por ahí asesinando humanos por deporte, pero no tenía reparos en matarlos si así era requerido. Los siete bandidos habían muertos tras leves movimientos de sus garras, sólo entonces notando que ella no era una frágil y débil humana.

La sangre estaba esparcida por el lugar, manchando el verde paisaje con el brillante color rojo. El aroma era fácil de ignorar, sobre todo con lo concentrada que se encontraba en el trozo de cristal de su mano. ¿Qué era aquello?

Mientras examinaba aquel particular objeto, un cambio en el aire la hizo ponerse alerta, más o menos. El viento cambió de dirección y trajo consigo el hedor de un ser de razas mezcladas, un Hanyou, el perfume característico de una mujer humana y el aroma de un zorro demonio. Y todo indicaba que aquel grupo tan peculiar se dirigía hacia ella.

Pocos minutos después, el sonido de pasos presurosos, efectivamente dirigiéndose hacia ella, se hizo escuchar. Pero sólo se oía un par de pies corriendo.

Frunciendo el entrecejo, se volteó hacia la dirección en la que el ruido provenía, junto al aroma mezclado de los seres, y esperó, bajando la mano y sosteniendo el cristal con fuerza. Pocos minutos después, un hombre, realmente un hanyou, emergió de detrás de los árboles. Tenía el cabello largo y de color plateado, cejas gruesas de color negro y ojos dorados. Vestía completamente de rojo, y destacaba un par de orejas de perro que sobresalían desde la parte superior de su cabeza.

Sobre su espalda, una joven de cabello negro y ropa extraña miraba a los cadáveres de los bandidos con horror y, sobre el hombro de ella, un pequeño niño con una cola esponjosa imitaba muy bien aquella expresión.

Luego la mirada de los tres se posó sobre ella. El hanyou frunció el entrecejo.

- ¿Por qué hiciste esto? – exigió saber. La muchacha y el cachorro de zorro descendieron de su espalda.

- ¿Por qué te interesa, hanyou? – preguntó ella, alzando una ceja, sin intimidarse.

Antes de que él pudiera hablar de nuevo, la muchacha se acercó a él y le habló.

- Inuyasha, el fragmento lo tiene en su mano derecha. – indicó.

Los ojos de la Daiyoukai se enfocaron en la humana unos segundos antes de que volviera a concentrarse en el hanyou.

- Ya entiendo. – dijo él, y sujetó la vieja empuñadura de una espada que llevaba en su cintura. Al extraer el arma, sin embargo, emergió un espadón blanco de gran tamaño. – Mataste a estos bastardos para robarles el fragmento de la perla, ¿no?

Ladeó la cabeza con curiosidad, antes de alzar su mano derecha y revelar el trozo de joya brillante.

- ¿Esta cosa? – preguntó, alzando una ceja. Los rostros de los tres recién llegados se tensaron al ver el pequeño objeto.

- Es mejor que lo entregues por las buenas. – amenazó el hanyou, con la espada por delante.

- Monstruos más grandes que tú me han amenazado y no han vivido para contarlo. – comentó la daiyoukai, calmada. Miró al hanyou detenidamente y, sin perder la calma, se guardó el fragmento de la perla entre sus ropas. – Pero si quieres esta cosa, ¿por qué no vienes por ella?

La mujer hizo tronar sus dedos, enseñando sus garras, y mirando atentamente a los ojos del híbrido. Él comenzó a gruñir, enseñando sus colmillos. La verdad no tenía ningún interés en aquel cristal; pero jamás había rehuido de una pelea, contra nadie, y no iba a comenzar ahora, mucho menos contra un hombre de razas mezcladas. Además, aquella espada era muy interesante.

El zorro y la muchacha permanecieron atrás, mirando atentamente la escena. El hanyou, Inuyasha, continuó gruñendo y, tras lo que pareció ser una evaluación de ella, se lanzó hacia ella, blandiendo su espada.