Era una fría noche de invierno y nevaba copiosamente. El chico de cabello castaño iba camino a su habitación con paso acelerado cuando vio a la joven itako parada en medio del jardín con la cara en alto, dejando que la nieve cayera suavemente por su rostro. El shaman sonrió, acercándose por la espalda.
—Anna, si sigues ahí pescarás un resfrío —le dijo con una amable sonrisa al llegar a su lado.
La joven lo miró de reojo, examinándolo con su penetrante mirada como siempre hacía. Él se rió despreocupadamente, guardando sus manos en los bolsillos de su chaqueta. Hacía mucho frío, pero no parecía molestarle en absoluto.
—Yô, ¿sabes qué día es hoy? —preguntó ella con su habitual tono neutro, mientras se arreglaba descuidadamente la bufanda que traía.
Yô torció la cabeza mirándola desconcertado. Sus hombros se encogieron.
—¿Miércoles? —respondió algo inseguro, sin entender las intenciones de la joven.
—No me refiero a eso —alegó la itako. Dirigió una fugaz mirada de enfado a su prometido, y éste reaccionó mostrando una sonrisa nerviosa. Finalmente ella suspiró y se giró parcialmente para poder mirar con comodidad al joven—. Un día como hoy, hace cinco años, tú y yo nos conocimos.
Yô la miró sorprendido por un momento, pero su rostro enseguida se llenó con una amplia sonrisa, de esas que a ella tanto le gustaban. Anna desvió la mirada ligeramente sonrojada.
—Pero ese día no nevaba —comentó él con tono inocente aunque algo melancólico, poniéndose al lado de la chica. Levantó la mirada al cielo, contemplando la nieve caer. Cinco años habían pasado, pero recordaba ese día como si hubiese sido ayer.
—Pero hacía mucho frío —acotó ella, levantando la vista también.
Ambos guardaron silencio un momento. Cinco años habían pasado, pero aquel sentimiento que los había unido en ese momento no había cambiado. La itako suspiró, apoyando su cabeza en el hombro del shaman.
—Han pasado muchas cosas —murmuró ella, tranquilamente.
—Sí... —apoyó él sonrojándose ligeramente.
Comenzó a levantar el brazo, tímidamente en un comienzo, con decisión al final. Rodeó con él a su novia, y pudo sentir que su corazón daba un salto al sentir el contacto con su hombro.
Permanecieron en silencio, inmóviles, cada uno disfrutando del otro. Hacía frío esa noche, pero a ninguno parecía importarle. Hace cinco años que se conocía, y hace cinco años que se amaban.
