Los acordes de un laud daban algo de vida a la solitaria celda donde Olivier Lenheim, el músico errante procedente de Erebonia, yacía desde hacía unas cuantas horas. El excéntrico extranjero estaba a punto de agotar su repertorio de serenatas de amor cuando por fin llegó su salvador.
—¡Mueller, amigo mío! ¡Nunca perdí la fe en que vendrías a sacarme de este oscuro y frío lugar!
Un hombre de unos veintipico años ataviado con un uniforme militar morado característico del Imperio de Erebonia se acercó a su celda frunciendo el ceño, a todas luces luchando por reprimir las ganas de golpear a su compatriota.
—Nada de "amigo mío", Olivier—gruñó, evidentemente enfadado—. Te dije que nada de causar incidentes internacionales. No llevas ni un día en la capital de este reino y ya te han encerrado acusado de pedofilia. ¿No eres consciente de lo delicada que es la situación política en la que estamos?
—¡Pero, Mueller!—lloriqueó el músico mientras se aferraba a los barrotes de la celda—. ¡Yo solo estaba uniéndome a las festividades locales! Tenía entendido que es tradición hacer regalos el día de Navidad, así que decidí repartir paz, amor y caramelos a los niños de este bello reino. ¡Soy inocente!
Mueller suspiró. El militar entendía perfectamente el punto de vista de los padres, que se asustaron al ver a un completo desconocido que se acercaba a sus hijos ofreciendo caramelos al grito de "Amor para todos". La capital de Liberl no estaba acostumbrada a las tonterías de Olivier Lenheim.
—Dices que esto es cosa de hoy, ¿no?—preguntó Mueller, a lo que el preso asintió—. En ese caso, volveré mañana a por ti.
Así es cómo Olivier Lenheim, autoproclamado Cazador del Amor y músico errante, pasó sus primeras Navidades en Liberl en prisión.
