Primera publicación: 15 de Agosto 2016
Reedición: 19 de Septiembre 2018
Rehén
Palabras: 2960
Parecía un día común y corriente para la teniente Primera Riza Hawkeye quien se preparaba en su pequeño departamento de ciudad Central para salir hacia el Cuartel General. Aunque realizó toda su rutina con los ojos cerrados, el pequeño Shiba Inu observaba a su ama con preocupación moviendo su cabeza de un lado al otro.
—Todo está bien, Black Hayate —susurró acomodándose el sobretodo negro antes de agacharse para acariciar a su perro—. Estoy bien, tengo que estar bien.
Dejó a su fiel compañero y salió hacia su lugar de trabajo, pero la diferencia del día -con los otros- se registró cuando pasó por la puerta de la oficina del Coronel Mustang y siguió de largo. Apretó los puños y avanzó a pasos más rápidos hacia su objetivo.
Siguió caminando por los pasillos sin encontrarse a nadie conocido, hasta que llegó a su destino. Golpeó la puerta y esperó a que le dieran permiso de entrada a la oficina más importante de todo el cuartel: La oficina del Führer.
Cuando King Bradley le dio orden para ingresar, aspiró profundo y cerró los ojos antes de abrir la puerta. Con su mejor cara de póker entró a la oficina y rápidamente llevó la mano derecha a su frente.
—Teniente Primera, Riza Hawkeye, reportándose en su primer día como su asistente personal, excelencia —tras terminar de hablar, mantuvo su postura erguida.
—Descanse teniente —King Bradley se supo de pie mirándola fijamente, mientras ella quitaba la rigidez de su cuerpo para devolverle la mirada a su nuevo jefe directo—. Me han dicho que prepara un buen té.
—¿Eh? —confundida por el pedido, solo atinó a mover su cabeza en señal afirmativa.
—¿Podría prepararme uno antes de iniciar el día? —y tras eso, volvió a sentarse.
Confundida como estaba, la Teniente solo pudo obedecer aquella orden preparándole un té al Führer, tras entregárselo, éste lo saboreó con los ojos cerrados.
—Delicioso.
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El trabajo que la teniente tenía que realizar no era muy diferente al que realizaba con el Coronel Mustang; sin embargo, la cantidad de archivos que requerían la firma del Führer, eran muchos más. Lo bueno, se podría decir dentro de todo, era que King Bradley hacía su papeleo burocrático de forma eficaz y rápida. En un par de horas podía tener listos los papeles que el Coronel tardaría todo el día y parte de la noche completar.
Sonrió levemente sin darse cuenta, todo lo que hacía -sin querer- la llevaba a pensar en el desastre que sería la oficina de aquel hombre sin su ordenada ayuda.
Terminó de ordenar una carpeta de papeles cuando el hombre que ocultaba su ojo derecho con un parche salió de la oficina.
—Teniente Hawkeye —le dijo, cuando ésta adquirió la pose de respeto militar—, necesito que la carpeta que tiene en sus manos la lleve a mi casa en cuanto salga del trabajo. Necesito revisarla para mañana y tengo cosas que hacer fuera de la oficina en este momento.
—Si señor —afirmó acomodando la carpeta sobre su escritorio—, en cuanto sea mi hora de salida, me dirigiré hacia su casa y se lo entregaré.
—La estaré esperando —le dijo y, tras un gesto de su cabeza, se acomodó la gorra para salir del cuartel general.
Riza volvió a tomar asiento y observó, una vez más, aquella carpeta que contenía la situación actual de Briggs, al parecer la Mayor General Armstrong estaba involucrada en la desaparición del Teniente General Raven y sería transferida mañana mismo a Central para ser interrogada.
Las cosas se estaban poniendo muy movidas últimamente.
Acomodó todas sus pertenencias y luego ingresó a la oficina del Führer para tomar los archivos que había firmado su excelencia el día de hoy. Los dividió en dos pilas y dejó sobre su escritorio -a las afueras del despacho principal- la pila para archivar, y la otra, la llevó a la oficina del Mayor General Haruko para que las repartiera entre los demás Generales.
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Era de noche cuando salió de la oficina con el sobre con los documentos sobre el traslado de la Mayor General Armstrong en mano, aun así, se dirigió hacia la mansión de Führer. Caminar tan erguida durante todo el trayecto -desde la puerta hasta el interior del recinto- le tenía tirante la espalda. Sin dudas, era algo a lo que nunca se iba a acostumbrar.
Fue recibida por la señora Bradley, quien recibió los papeles en lugar de su marido, ya que aún no había regresado. Por un par de segundos, pudo sentir como se le erizaban los pelos de la nuca, una presencia poderosa la hizo voltear encontrándose con el pequeño hijo de la señora y del Führer. Selim Bradley.
Se confundió un poco, pero la amable señora empezó a conversarle de su adorado hijo sin ella preguntar nada. Fue cuando Riza le comentó que debió sacar la amabilidad de su familia, que todos sus sentidos se pusieron en alerta.
—Es hijo de unos familiares de mi esposo —le informó para luego invitarla a tomar una taza de té, se obligó a rechazar la invitación con educación. Tenía que salir de ahí mismo cuanto antes.
Salió apurada, apresurando los pasos con el vaivén de sus brazos que terminaban con las manos empuñadas. El coronel le había dicho que Bradley era un homúnculo, por ende, no tenía familiares ni parientes y luego estaba la sensación que tuvo con el pequeño Selim…
Estaba ya cerca de la puerta cuando la voz de éste, la detuvo.
Esa misma sensación que tuvo mientras peleó con Gula, se repetía en este momento, la sed de sangre de los homúnculos, pero más intimidante.
—Selim Bradley —estaba nerviosa pero no iba a permitirle que la descubriera— ¿Quién o qué eres tú?
—Eres muy valiente al preguntarme por mi verdadera forma, Teniente Hawkeye —el homúnculo sonrió— y eres inteligente al no desenfundar tu arma, ya que no pueden derrotarme. Si te quedas quieta, no te atacaré.
—Que amable —comentó tratando de no sonar muy irónica, pero, en realidad, estaba paralizada por su propio cuerpo— ¿Entonces? ¿Eres un homúnculo como Gula? —tenía que aprovechar la oportunidad de sacarle la mayor cantidad de información que pudiera, aunque sentía que se estaba sofocando bajo la mirada de aquel pequeño ser a espaldas suya.
—Sí y no —respondió—. Soy igual que Gula, pero cometes un gran error al ponerme en el mismo nivel. Yo soy el homúnculo Original, soy Orgullo.
—¿El homúnculo original que tratas de decir?
—¿Está tratando de sacarme información? —se lamentó haber sido descubierta, pero en ese mismo momento comenzó a sentir como algo subía por sus piernas — Es valiente, teniente, me gusta, únase a nosotros.
—Nunca —afirmó determinada—. No quieren compañeros, necesitan peones.
—Eso es malo, pero muy bien —y tras eso, sintió como todo su cuerpo era estrangulado por las sombras, apretó los dientes cuando le hizo un tajo en la mejilla derecha, pero recordó su posición dentro de ese juego.
—Puedes parar las amenazas —dijo recuperándose—, matarme no te dará ningún beneficio, ¿o me equivoco? Soy un rehén, aquí.
—Nuevamente me afirma lo inteligente que es Teniente —dijo Orgullo mientras liberaba de sus sombras a la mujer—, tiene que saber que, si habla de lo que sucedió aquí con alguien, sus amigos y, sobre todo, el Coronel Mustang sufrirán un dolor inimaginable. Cuidado, la estaré vigilando desde las sombras.
Quedó sola y terminó de salir de la mansión hacia su departamento, sentía que el cuerpo le temblaba en contra de su voluntad, hubo un tiempo en que había vivido en las sombras, había visto y vivido tantas cosas a su corta edad que no podía entender porque se encontraba a aterrada de cualquier sombra que veía.
Llegó a su apartamento y se alarmó al ver un par de ojos entre la oscuridad de su vivienda, para su suerte, solo se trataba de su perro, suspiró prendiendo la luz antes de caer al piso apoyada contra una pared. Tenía que calmarse, pero no lo lograba.
—Estoy bien —le dijo al perro cuando éste le lamía la herida que Orgullo le había dejado en su muñeca izquierda—. Estoy bien —se repitió tratando de creérselo cuando el teléfono sonó y la sobre saltó. Tenía aún un poco de miedo como para levantar el teléfono. Nunca se había sentido así, no estaba acostumbrada y todo parecía extraño y frustrante en ella. Cerró los ojos y tomó con decisión el tubo del teléfono y respondió. La voz del otro lado la sorprendió, no se la esperaba.
—Su florista favorito haciendo una llamada de cortesía.
—¡Yo no tengo florista favorito! —exclamó, con claro mal humor.
—Sí, lo siento —se disculpó el hombre tras el teléfono—. Me puse un tanto frenético y compré un montón de flores, podría hacerme el favor de llevarse algunas y… —pero el sonido de un soplido grave dejó en silencio al hombre al punto de preocuparlo— ¿Qué ocurre? ¿Sucedió algo?
—No —respondió—, nada —aunque su voz sonaba normal, Mustang sabía que algo le estaba ocultando.
—¿De verdad, estás segura?
—Todo va bien, señor —le dijo aspirando profundamente—. Mis disculpas, de todos modos, no tengo un jarrón por aquí —cerró los ojos y dibujó en sus labios, una pequeña sonrisa—. Aprecio que me haya llamado Coronel —y sin más colgó el teléfono.
Volvió a suspirar para agacharse a acariciar a su perro.
¿Cómo se las arreglaba para saber el momento exacto en que ella lo necesitaba?
Solo escuchar su voz, la regresó a su centro, ella tenía que ser fuerte. Porque mantenerlo con vida era su propósito y éste solo era otro camino para el mismo fin.
Aquella noche, pudo dormir aún pese a todo.
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Al otro día, el Führer no mencionó nada sobre lo de Selim, al parecer estaba muy ocupado con el arribo de la Mayor General Armstrong que solo le dio unas indicaciones y la mandó a realizarlas.
A la hora del almuerzo, no se sorprendió que el coronel Mustang tomara asiento frente a ella. Se conocían tan bien, que estaba segura que estaba ahí tratando de saber que le sucedió la noche anterior.
Conversaron del trabajo hasta que Riza lo miró, todo el tiempo que habían compartido juntos, ¿Podría servir en ese momento? Bebió de su café y cuando bajó la taza la golpeó una vez antes de finalmente apoyarla en la mesa. Cerró los ojos y empezó a buscar la forma de darle el mensaje encubierto. Tomándose de la llegada de la general Armstrong comenzó a hablar, Mustang la observó detenidamente, algo estaba tratando de decirle.
Golpeó dos veces con la pluma que tenía en su mano y decidió seguirle la corriente en la conversación mientras la memorizaba.
Cuando Riza terminó de hablar, tomó la taza -una vez más- para terminarse su café dándole un doble golpe a la mesa. Roy sonrió e hizo lo mismo con la pluma de su mano otra vez.
La teniente junto sus cosas y se excusó de que era tiempo de volver al trabajo. Mustang solo le hizo un gesto con la mano de despedida y ella salió de la cafetería sintiendo que un peso se le iba de la espalda.
Al parecer, el Coronel la había entendido y, si apostaba a todos esos años de complicidad que los unían, era cuestión de minutos para que él supiera que la aquejaba.
Un mensaje encubierto con nombres conocidos que formaban "Selim Bradley es Homúnculo".
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El mensaje al parecer había sido bien recibido por el receptor, ya que el Coronel Mustang había casi desaparecido de su rango de visión; quizás era la forma de él de protegerla también. Aunque más de una vez lo había visualizado, él le hacía creer que no la veía.
Quizás era lo mejor para ambos, una fachada para saber que estaban bien, sin comunicarse.
Los días fueron pasado y la cicatriz de su mejilla derecha había sanado lo bastante bien como para no dejarle marca en su rostro.
Ese día había estado trabajando con el Führer prácticamente desde la mañana, miles de papeles habían llegado por las guerras del Oeste y Sur, y éste había tenido que tomar cartas en el asunto. Hacia la tarde recién pudieron relajarse un poco, cuando King Bradley había decidido descansar un momento pidiéndole a su secretaria un té.
Cuando Riza regresó a la oficina con la bandeja con la taza y el agua caliente para el té, el hombre a sus espaldas se acomodó en su asiento.
—Ya supe que sabe lo de Selim —la rubia no respondió inmediatamente, solo lo miró de reojo antes de enfocarse al té de nuevo.
—Sí —afirmó.
—Y supongo que conoces mi verdadera identidad, ¿No es así? —otra vez quedó en silencio antes de responder.
—Sí, señor —cerró los ojos por un par de segundos—. ¿Va a matarme por saber demasiado?
—No, solo era curiosidad —respondió relajadamente— ¿Qué es lo que piensa una ciudadana corriente sabiendo que el jefe del país y su hijo son homúnculos?
—Creo que es triste que la familia en quien más debemos confiar sea un fraude —apoyó la mano derecha sobre la tetera para tomar fuerzas de seguir hablando—. Solo está jugando a las casas, ¿verdad? Riéndose en las sombras mientras fingen ser humanos y pensando que somos una especie ignorante y estúpida.
—Jugando a las casas —repitió, saliendo de la cómoda posición en la silla para observar por la ventana—. Estoy de acuerdo con usted, me dieron un hijo para hacer el juego más realista, también me dieron poder, subordinados y la posición de Führer, "Jugando a las naciones" sería el termino más exacto —Riza lo observó sorprendida—. Sin embargo, yo mismo elegí a mi esposa —ambos se mantuvieron en silencio hasta que pidió su té—. Muy bueno —dijo saboreándolo, aunque la teniente solo lo miraba acomplejada por sus palabras—. Por cierto, teniente Hawkeye, ¿Sabe por qué está aquí?
A riesgo de sobrepasarse con sus palabras, afirmó con la cabeza.
—Para mantener al Coronel Mustang controlado —respondió. Bradley sonrió de lado antes de volver a beber un poco más de su té.
—La he visto en dos ocasiones, Teniente, tanto en el laboratorio número tres como en la curiosa captura de Gula —ante aquellas palabras, Riza se irguió anonadada—. Al parecer es usted muy devota al Coronel Mustang, Teniente.
La mujer corrió la mirada, sin saber que responder.
—Tengo curiosidad de algo más —dijo terminándose su taza de té.
—¿De qué señor?
—Yo podré estar jugando a la nación durante el día, pero cuando regreso a casa por las noches, mi adorable esposa me espera con una sonrisa —le dijo entregándole la taza—. En cambio, usted que es una mujer que ha elegido el camino que quiere vivir, ¿no es solitario? No siente ni un poco de Ira por no poder tener lo que realmente quiere —Bradley que hasta ese momento había estado observando por la ventana, la miró fijamente con sus ojos verdes.
—No, señor —dijo segura de las palabras—. No tengo tiempo para pensar en esas cosas banales —sorpresa se llevó cuando el Führer se rio de su respuesta.
—Estos humanos son muy divertidos —volvió a tomar asiento, tras su escritorio—. Sigamos con el trabajo.
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Aunque el Führer se había retirado hace un par de horas de las oficinas de Central, la Teniente Hawkeye aún seguía trabajando. Acomodó la última carpeta cerca de las once de la noche. Suspiró pesadamente golpeándose el hombro derecho con puño izquierdo. Estaba realmente cansada y luego de la extraña conversación con su jefe, lo único que quería era llegar a casa, darse una ducha y dormir hasta que sonara el despertador al otro día.
Junto sus cosas y con su sobretodo en mano, se encaminó hacia la salida, salvo por los oficiales de guardia no quedaba nadie más ahí, o al menos eso pensó, hasta que sintió una presencia correr doblando hacia el pasillo a donde ella se dirigía. Pudo ver como el Coronel Mustang cargando miles de papeles enojado consigo mismo, dejaba caer todos los papeles al suelo, intentó adelantar un paso a ayudarlo, pero la sombra bajo sus pies, la detuvo inconscientemente.
El Coronel se levantó tras agruparlas de mala gana y siguió caminando, ella retomó los pasos notando una hoja que éste no había recogido, la tomó entre sus manos y se sorprendió al leerla.
Posteriormente, la tuvo que soltar de golpe al ver como ésta se prendía fuego frente a ella, al momento que el alquimista de fuego se perdía en otro corredor.
Cerró los ojos y se puso de pie, soltando pesadamente el aire por la nariz.
Extraña conexión la que poseían ambos.
Acomodó la correa de su bolso sobre su hombro derecho y suspiró una vez más.
Salió del cuartel y observó la brillante luna de la noche de ciudad Central y tranquila, como hace tiempo no estaba, caminó sin miedo a ninguna sombra hasta su departamento recordando las palabras escritas en aquella nota.
«El papeleo aún no me gana, Teniente, así que tranquila. Recuerde que su única misión, en este momento, es mantenerse con vida porque la necesitaré cuando llegue el momento. Mientras tanto, yo no moriré tan fácilmente.»
Quizás Bradley tuviera lo más cercano a vida perfecta a comparación de la de ella, pero, ¿qué entendería un homúnculo de sacrificios? ¿Qué entendería el Führer de qué para ella, el solo hecho de que el Coronel siguiera con vida un día más, era suficiente?
Si ella como Rehén podía asegurar que Mustang no corriera ningún peligro, entonces pondría toda su capacidad en función de que su excelencia tuviera la mejor asistente de Central y, por ende, no tuviera ninguna queja durante el tiempo que fuera necesario.
