El llamado de la sangre


No pensabas en pedir ayuda. Algo que cesara el dolor. Pero de alguna forma, sabías que estabas incompleta.

Así, en la camilla, bajo los instrumentos del anciano. Algo faltaba allí. Algo cálido, incluso más dulce que Amshel y su sonrisa que prometía mucho, en tanto sus manos no daban más que caricias.

Hubieras querido más de Amshel. Todo de él. Pero de eso que no conocías: no habrías sabido decirlo.

Cantabas junto a la ventana y arrojabas rosas. Las rosas que Amshel te traía.

Pedías eso que no conocías, que estaba demasiado lejos como para que pudiera saber que vivías de esa forma y completamente sola. De no ser por Amshel, que solo te quería porque eran tan diferentes.

Y eso otro era igual que tú.

Así que cantabas, con la esperanza de traerlo a ti. Cuando vino finalmente una parte de ti quiso abrazarlo contra tu pecho y sentir calor al fin.

La otra deseó abrirle la garganta con los dientes.

Las dos cosas, las dos cosas serían hechas, si la otra que era y no era como tú, te dejaba.


[Noviembre, 2009]