"Y regreso a ti" - Capítulo 1
1432
Estaba hecho una mierda, tanto física como psicológicamente. Bueno, más psicológica que físicamente. Pero vamos, estaba intentando equilibrarlos. Siempre que podía, se quedaba en casa mirando fijamente la nada, pensando. Es lo único que hacía con demasiada periodicidad: pensar. Entonces siempre llegaba alguien del servicio, su jefe o alguno de sus ayudantes y le decían que tenía que salir de esa casa.
Lo obligaban a salir, a ver el sol y descubría que el mundo seguía girando. Le repugnaba. Así volvía a hacer lo de siempre: echaba al servicio, echaba a sus consejeros, echaba a todo el mundo del palacete y se quedaba solo sumido en aquel silencio. Al menos él no le decía que debía salir a la calle. Lo malo era que, en ocasiones como aquella, era él mismo el que tenía que ver quién era el listo que se dedicaba a molestarle llamando a la puerta. ¿Lo peor de todo? Conocer al que venía, pero no tener ganas de verlo. Era radiante; demasiado. Se había quedado apoyado en la puerta, intentando no hacer ruido, a ver si así se marchaba.
Al otro lado del portón, Antonio se había cansado y se había apoyado sobre el mismo, de manera silenciosa, mirando al cielo azul con aire preocupado. Desde que aquello había ocurrido, Francia no salía si no era necesario (o al menos esa impresión daba). El español empezaba a estar seriamente preocupado por él. Escuchó algo al otro lado de la puerta y pegó el oído. El galo, después de que el otro hubiera dejado de llamar sin descanso, había pensado que se había marchado. Si no se había movido del lado de la puerta era porque estaba debatiéndose internamente sobre si era ético o no haber rechazado la visita de aquel modo.
- ¡No sé qué demonios andas haciendo ahí dentro pero te estoy escuchando, Francia! ¡No seas maleducado y ábreme la puerta! ¿Tendré que ir contando a los demás países que no eres nada hospitalario?
Francia arqueó una ceja ante la amenaza del otro. Seguía sin tener ganas de abrirle. Claro que la situación fue a peor cuando Antonio no dejaba de aporrear la puerta gritando a viva voz. Mierda, si seguía así levantaría rumores en el vecindario. El español paró de pegar golpes cuando escuchó ruido que indicaba que la puerta se estaba abriendo. La visión de Francis lo dejó totalmente sorprendido.
- Dios mío, das pena... -dijo Antonio frunciendo un poco el ceño.
- Hola a ti también. -dijo Francis mirándole con los ojos entrecerrados.
- No, en serio. ¿Te has mirado en un espejo? Estás hecho polvo. ¿Es que has quitado los espejos que tenías en la casa? -preguntó el español.
- Simplemente no los uso y no esperaba visita. -murmuró a disgusto Francia.
Desvió la mirada al notar como el de ojos verdes seguía examinándole críticamente. Antonio apretó ligeramente un, sin dejar de mirarlo. ¿Qué demonios estaba haciendo? Tenía unas ojeras marcadas, ¿ya dormía bien? También diría que había perdido peso. Claro que, viendo su empeño, seguro que no comía bien. Tenía el pelo hecho un desastre, despeinado, enredado, incluso algo sucio. Encima debía hacer más de una semana que no se afeitaba nada. Vestido pobremente. No, para nada era el estilo de Francis. Antonio entró y cerró la puerta, arrebatándole el pomo de la mano al francés.
- Ahora mismo vas a limpiarte, asearte y perfumarte, Francis -dijo Antonio mirándole con decisión.
- ¿Y eso a santo de qué? -preguntó a desgana Francia. Tendría que haberse quedado quieto en la habitación y haber ignorado la puerta.
- A santo de que, como no lo hagas, te arrastraré de los pelos hasta allí y te obligaré.
Suspiró exasperadamente a la vez que empezaba a caminar desganado hacia el baño.
- Maldito español de las narices... Siempre fastidiando cuando menos ganas tienes -murmuró el francés.
- A ver qué dices de mí. Tengo oídos y puedo acabar linchándote a pesar de que tienes aspecto de mendigo -dijo Antonio frunciendo el ceño al escuchar lo que había dicho.
Esperaba que no hubiera agua preparada para tomar un baño. Por desgracia, el servicio había dejado preparado lo suficiente para tomar un buen baño. Maldita sea. Mira que le gustaba a la gente ser entrometida, el español el primero. Tuvo que acercarse después de que Antonio le dijera por quinta vez que lo hiciera.
- Agáchate, te lavaré el pelo. Eres un vago... -empezó Antonio a sermonear. Francia guardó silencio y le hizo caso: cuanto antes acabara, antes se iría y dejaría de molestar. Y por mucho que lo sermoneó un rato, el galo no se quejó ni una sola vez.
El proceso de limpiarle el cabello no fue difícil. Incómodo lo fue, al menos para el galo. Antonio salió del baño y dejó que se limpiara él solo el resto del cuerpo. Lo hizo aunque no tuviera ganas, sino cualquiera aguantaba después al hispano. Volvió a entrar cuando escuchó que el otro había terminado. Vio que se sentaba y sintió como si le hirviera la sangre. Le daban ganas de irse para él y pegarle una bofetada a ver si así reaccionaba. Respiró hondo internamente y logró aguantar las ganas. Cogió un peine y le empezó a pasarlo por el pelo con cuidado. No debería estar siendo cuidadoso. Debería haber cogido el peine y haber pegado un tirón de los buenos, de esos que duelen. Le gustaba cuando tenía el pelo como siempre: arreglado, brillante y sin enredar. Bufó un poco intentando callarse. Estaba intentando ser comprensivo. Sabía que ver a Juana arder en la hoguera no había ayudado para nada al francés. No podía llegar a imaginarse cómo se sentiría él si viera arder alguien a quien tuviera tanto aprecio. Pero su compasión terminaba en un punto y estaba cada vez más cerca.
- ¿Sabes lo que creo que deberías hacer? -empezó Antonio.
- "Odio las frases que empiezan así" -pensó Francis con amargura- Debería salir a la calle. Sí, ya sé.
- No hace falta que sea a la calle. Podrías coger un barco e ir a hacer rutas comerciales.
- Ya tengo a gente que hace eso por mí -dijo el galo a desgana
- Me refería a que tú salieras de aquí. Fuera de estas tierras que tantos recuerdos te traen. -dijo Antonio viendo que el otro no parecía muy predispuesto a conversar.
- ¿Para qué? ¿Para ver que el mundo sigue siendo igual que siempre, que el sol sigue brillando y que los pájaros siguen cantando a pesar de que ya no está?
- Sé que es difícil pero tienes que despejar la mente. Pensar en otras cosas. Ya hace casi medio año, no puedes seguir más tiempo así. -dijo Antonio seriamente, mirándolo a pesar de que el otro no le devolvía la mirada.
- Lo que todos pretendéis es que me olvide de ella. -dijo Francia- No parecéis entender todo lo que hizo por mí.
- ¡Yo no te estoy pidiendo que la olvides! -reprochó Antonio con el ceño fruncido- Entiendo lo mucho que te ayudó, que juró que te defendería y me he enterado de cómo ocurrió todo. No te pido que la olvides y sé que no lo harás. Sólo quiero ayudarte.
- No tienes que ayudarme. No lo comprendes y no necesito de tu ayuda. -dijo Francia- Deberías marcharte a tu casa.
Aquella frase le sentó al español como una patada en la cara. Estaba haciendo el esfuerzo para ayudarle, para intentar comprenderlo, para no presionarlo de manera excesiva. En cambio el galo se lo pagaba con palabras frías y diciéndole que se marchara. Desvió la mirada, entrecerrando los ojos.
- Vaya... Parece que ahora, para hablar contigo o pasar un rato, no vale sólo con tener amistad desde hace muchos años. Al parecer, si no me queman en una hoguera, no conseguiré atraer tu atención.
Al segundo siguiente, Francia le había cruzado la cara. Hasta él mismo se daba cuenta de que lo que acababa de decir había sido cruel y en cierto modo despectivo. Pero odiaba a Francis de aquel modo. Lo odiaba. Lo tenía delante y era como si no estuviera allí. Lejos e inalcanzable. Entonces recordaba el motivo de que estuviera así. Podía ver las manos del francés, aún con las marcas de las quemaduras. Veía cómo se estaba tratando a sí mismo. Odiaba a Juana por no haberse retractado y haber destruido (sin saberlo) así a su amigo. Le tenía envidia. Él nunca conseguiría atraer la atención del francés de ese modo y ahora, después de su sacrificio, era más que imposible. Era patético: es como si estuviera celoso de una muerta. Se llevó una mano a la mejilla en la que le había pegado, como si aceptara el golpe. De manera repentina, le devolvió el puñetazo a Francia, empujándolo contra una pared y apretando con el brazo su clavícula, impidiéndole así moverse.
- ¿Te crees que así estás haciéndolo bien? Oh, sí. Eres un jodido héroe por estar aún de luto. Por estar llorándole. ¡Lo que no pareces ver es lo que te estás haciendo, maldito estúpido! Ella luchó por protegerte y tratar de que siempre estuvieras bien... ¡Y mírate! ¡Tú solito estás encargándote de destruir todo lo que ella estuvo protegiendo! -le dio un golpe con el dedo sobre el hombro, acusadoramente- ¡Perdóname por intentar ser tu amigo! ¡O por preocuparme por ti! ¡Tranquilo, no lo haré nunca más! ¡Si tan bien y tan solo quieres estar, lo estarás! ¡Voy a cavar una puta zanja por toda la frontera y la rellenaré de agua, así no tendré que verte nunca más la maldita cara! Este español no te va a molestar más.
Lo soltó con desdén y se dio la vuelta, caminando a paso ligero hacia la salida. No quería pasar un segundo más bajo aquel techo, inhalando el mismo aire viciado que el otro había estado respirando. Se sentía enfadado con el francés. Lo haría. ¡Haría la maldita zanja y separaría la península! No quería volver a verlo. No quería estar más tiempo con ese farsante que decía que era su amigo. Si en eso era en lo que se había convertido después de que Juana muriera, no quería verlo nunca más. Escuchó ruido de pasos acelerados detrás de él.
- ¡España! -escuchó que lo llamaba
Se giró para verlo en el justo momento en el que el otro se le lanzaba a la cintura para impedir que se marchara de verdad. Antonio no pudo mantener el equilibrio ante aquel "placaje" y acabó cayendo al suelo de espaldas. Se quejó por el dolor y miró a Francis, que seguía abrazado a la cintura, echado encima de él y con la cara escondida en su pecho. Arqueó una ceja, esperando que dijera algo, pero no lo hizo. Finalmente suspiró resignado mientras llevaba una mano a la cabeza y acariciaba su cabello, mirándole con cierta tristeza.
- Deberías haber hecho esto desde un principio en vez de comportarte como un verdadero cretino -dijo a media voz.
- No quiero que separes nuestras casas... -dijo Francis sin moverse nada.
- No lo haré. No te preocupes. -se quedó en silencio unos segundos, mientras su preocupación y la tristeza se reflejaban en su rostro- No me gusta verte así, Francia...
El pensamiento cruzó la mente del galo rápidamente: ¿Y si se había equivocado? Quizás no debería estar haciéndole esto a España. Seguramente ya tenía suficientes problemas. Además, parecía estar tomándoselo todo demasiado en serio. No quería extrapolar su problema al otro. Se apartó y se giró un poco, aún sin levantarse del suelo. Antonio se incorporó un poco también, mirándole interrogante.
- Tienes razón. Estoy comportándome raro, pero ya se me pasará.
- Eres idiota. -dijo Antonio atrayéndolo hacia él y abrazándolo. Por una vez estaba viendo a Francia tan hundido- ¿Crees que podrás engañarme usando mis mismas tretas? Estás equivocado. No me voy a ir. No te voy a dejar solo, ¿vale? Yo no me iré como hizo ella. Me quedaré a tu lado.
El español agarró una de las manos del rubio entre la suya. Después plantó un beso en el pelo del francés, que volvía a oler como siempre. Francia no se movió un ápice, pero tampoco se apartó de las muestras de cariño. Antonio podía ser afectuoso, mucho, y ese dulce cariño era algo que no podía rechazar. Era una sensación cálida que hacía demasiado que no sentía. Entonces se dio cuenta de lo mal que estaba psicológicamente.
- Tenías razón, estoy hecho una mierda. Seguro que Jeanne no estaría contenta de verme así. Debo seguir adelante... Por muy difícil que sea -dijo Francia con la vista perdida en el suelo.
- Anda, vamos a otro sitio. Te ayudaré con todo lo que necesites, ¿vale? Pero no estés más así. No es agradable ver el daño que te haces a ti mismo.
Tiró de él y lo ayudó a levantarse. Era buena idea no quedarse a pasar el rato en el suelo. Aún acabaría constipándose. Con la buena suerte que tenían... No soltó la mano en todo el rato y acabaron sentándose en el sofá. La conversación era prácticamente inexistente y se producía de manera intermitente. El francés intentó hablar de Juana, pero las palabras no le salían. Antonio no podía dejar de observar la mano que estrechaba, imaginando al francés intentando, de manera desesperada, sacar a Juana de entre las llamas a pesar de que ya había ardido. Cuando se quiso dar cuenta, el francés se percató de que Antonio estaba dormido, agotado del viaje y las altas horas en las que se encontraban.
- Menuda ayuda estás hecho, mon amí... -dijo Francis suspirando resignado. Dibujando una débil sonrisa.
Aún le dolía el pecho al pensar en "La Pucelle," pero aquella noche sentía menos vacío en su corazón. Notaba la calidez de Antonio, su respiración calmada mientras dormía y cómo le estrechaba la mano con firmeza pero a la vez cuidado. Apoyó la cabeza sobre su hombro, escuchando aún más su respiración y sintiendo que le relajaba.
Español metomentodo... Si al final iba a lograr que durmiera bien y todo. Debería hacerle un buen regalo cuando se encontrara mejor. Y entre esos pensamientos, acabó por quedarse dormido.
1490
Todo era horrible. ¡Él estaba horrible! No podía mirarse ni al espejo ya que, cada vez que lo hacía, sentía que el mundo se le caía encima. Para rematarlo, el pesado de turno, oportuno como él solo sabía serlo. Aguantaba la puerta mientras, al otro lado, el susodicho hacía fuerza intentando evitar que cerrara.
- ¡Vamos Francia! ¡No seas idiota! -gritó al otro lado de la puerta Antonio. Metió un brazo por la rendija de la puerta para evitar que la cerrara.
- Quita ese brazo o cerraré aunque esté y no me importará. -insistió Francis.
- Oh, vamos. No puede ser nada tan horrible como para que no pueda entrar a verte, ¿no? -insistió el hispano.
- Te he dicho que te vayas. Es horrible. No voy a dejar que me veas así -dijo Francis apretando la puerta.
- ¡Ay, ay, ay! ¡Mi brazo! -se quejó España
Las quejas del español pillaron por sorpresa a Francis, que no esperaba hacerle daño de verdad. Ese momento fue aprovechado por Antonio para empujar la puerta y lograr entrar en la casa. Pero, antes de que pudiera hacer nada, Francis se había escondido un poco tras la puerta.
- ¡N-no! ¡No mires! -gritó dramáticamente mientras se echaba la chaqueta que llevaba puesta por encima de la cabeza.
- Venga, no seas crío... -dijo Antonio andando hacia él arqueando una ceja- Déjame ver qué te ha pasado en la cabeza.
- ¡Que no! -exclamó Francis apartándose un paso.
- No me hagas hacerlo por la fuerza. Compórtate y mantente digno. -le dijo, volviéndose a acercar un paso.
- Más te gustaría, no me pillarás nunca. -dijo Francis.
El francés agarró la chaqueta que llevaba por encima, para que no se le escapara, descubriendo la cabeza, y empezó a correr hacia el interior de la casa. Antonio se quejó en voz alta de lo tramposo que era y empezó a perseguirlo. Francia le gritaba que lo dejara en paz y el otro le decía que no y que se parara. Las criadas los miraron curiosamente la primera vez que pasaron por delante, preguntándose a sí mismas: "¿Otra vez están así?" No era la primera vez que los veían comportarse como niños pequeños.
- P-para de una vez... -llamó Antonio al rato, notando que le faltaba el aliento y calambres en las piernas. No podría seguir corriendo mucho rato.
- ¡Jah! ¡Es mi victoria, Antonio! -dijo Francis riendo sin dejar de correr- Admite que no tienes resistencia y vete sin decir nada más.
- Si yo caigo, tú caes -dijo el español entrecerrando los ojos.
Acto seguido se lanzó en plancha hacia el galo, agarrándolo por las piernas y consiguiendo abatirlo contra el suelo. El susodicho empezó a quejarse, aún con la chaqueta por encima de la cabeza. Respirando como podía, Antonio se acercó hasta alcanzarla e intentó tirar de ella, pero Francis se resistía.
- ¡Vamos, quítate ya la ropa! No dejaré que ocultes más la cabeza -dijo Antonio forcejeando con Francis, sin moverse de encima de él.
- No te puedes imaginar cómo me hubiera encendido esa frase en otra situación -dijo Francis sonriendo tensamente mientras seguía con su intento de evitar que le quitara la chaqueta de encima
- L-las cosas nunca vienen cuando uno quiere... -dijo Antonio con voz de esfuerzo, tirando con todas sus fuerzas de la chaqueta
En un momento de debilidad por parte del francés, España logró arrebatarle por fin la chaqueta y descubrió que en el pelo del francés había una zona que estaba demasiado corta y además ligeramente chamuscada.
- ¡Uah! ¡Te estás quedando calvo! -dijo Antonio sin parar a pensárselo por un momento.
- ¿¡Q-qué me voy a estar quedando calvo! -exclamó indignado el francés- ¡Se quemó! En batalla, por incompetencia de mis hombres. Si lo quiero sanear lo tendré que cortar mucho y no quiero. ¡Tengo un redondel en la cabeza! ¡Ya no podré salir a la calle y-! ¿¡Quieres dejar de reírte?
- E-es que eres tan dramático... S-sólo es un poquito de pelo -dijo Antonio entre risas.
Francis frunció el ceño, agarró con sus piernas la cintura del español y lo hizo rodar hacia su izquierda, quedando ahora él encima.
- ¿Un poquito de pelo? Si has dicho que me estaba quedando calvo. Ahora no intentes que suene a que es menos grave. Ya sabes la importancia que le doy a mi melena. No puedo salir a la calle así -dijo Francis con cierto enfado.
- Eh, que no es como si te lo hubiera quemado yo. -dijo Antonio arqueando una ceja
- Aaah, estoy tan frustrado que necesito desahogarme de algún modo -murmuró con amargura el francés. Acto seguido fijó su mirada en el hispano y se agachó a besar su cuello.
- Ay Francis, m-me haces cosquillas -rió el de ojos verdes, intentando apartarlo un poco para que no siguiera- Creo que lo mejor que podrías hacer es cortar- ¡Au! ¡No me muerdas!
- Pues entonces no digas tales locuras. -dijo Francis mirándole con los ojos entrecerrados, aún cerca de su cuello- Es mi pelo. No puedo cortarlo así como así.
- ¿Y prefieres tenerlo quemado? Me está llegando el olor desde aquí y no es agradable. Tu pelo suele oler siempre bien.
- No voy a llamar a ningún barbero y yo no lo pienso hacer. No podría -dijo Francis de morros y después de decir eso volvió al ataque del cuello del español.
- Podría cortártelo yo -dijo Antonio repentinamente, haciendo que Francia parara de nuevo y lo mirara.
- Es un deseo oculto tuyo, ¿verdad? Maltratar y destrozar mi hermosa cabellera -dijo Francis entrecerrando ligeramente los ojos.
- No te negaré que cortar pelo sea divertido, pero también es cierto que me va a dar lástima hacerlo. Creo que te queda bien. -dijo España mirándolo con inocencia- Cortaré lo menos que pueda y te lo dejaré de modo que puedas salir a la calle.
- No voy a salir a la calle con el pelo corto a menos que sea estrictamente necesario -dijo Francis apoyando la cabeza en el hombro del hispano y mirándole con los ojos ligeramente entrecerrados.
- Bueeno~... Pues te dejaré el pelo de forma que si se incendia tu casa y tienes que salir a la calle, nadie se pueda burlar de ti -respondió Antonio después de suspirar un poco.
- Eres muy cruel cuando quieres -replicó el de ojos azules.
- Míralo por el lado positivo: sanearás el pelo y te crecerá todo del mismo tamaño y con la misma fuerza. Pasarás un tiempo con las ideas más fresquitas, pero nada que no puedas soportar -dijo sonriente el hispano.
- Lo dicho: muy cruel. -volvió a decir Francia mientras se incorporaba, le tendía la mano a España y lo ayudaba a levantarse.
Después de algunos minutos de preparación, Francis estaba sentado en una silla y Antonio miraba su pelo con el ceño un poco fruncido y unas tijeras en la mano. Estaba analizando cuánto debería cortar y de qué modo le quedaría mejor al francés. En sus manos estaba la responsabilidad de mantener la buena imagen de éste.
Cuando notó que las tijeras empezaban a cortar su pelo, Francia cerró los ojos con una expresión casi de dolor. Su cabello... Su hermosa melena. Esa que tanto le había costado cuidar. Por un despiste había acabado quemada y ahora mutilada. Era una de las peores cosas que le había pasado durante ese año. Después de unos minutos, España terminó de cortar, se fue hasta el frente y lo miró.
- Creo que vamos a tener que cortarlo un poco más, Francis -dijo Antonio con el ceño fruncido.
- ¡¿Estás loco? Ya bastante corto está -replicó el otro con horror.
- Tu corte de pelo parece el de un niño de cinco años y tú no aparentas cinco años. Te ves ridículo. Si sales así a la calle se reirán de ti.
- Te he dicho que no voy a salir a la calle -se quejó el galo.
- Pero si hay un incendio...
- ¡Olvídate de incendios! No puedo cort- ¡Dios santo, estoy horrible! -dijo Francis mirándose en el espejo que Antonio le acababa de poner delante de los morros- ¡Arregla esto, España! ¡Arréglalo!
- Si me sueltas, lo haré. -dijo Antonio mirando a Francis, que se había abrazado a su cintura y lo observaba lloroso- Aunque esté más corto, te quedará igualmente bien. Confía en mí, anda...
Un rato después, Francia estaba de pie mirándose en el espejo, no muy convencido. Es cierto que estaba mejor que el primer corte de pelo, pero también se veía raro... DEMASIADO raro. También era cierto que aún seguía teniendo un deje atractivo (claro, es que no dejaba de ser él.).
- ¿Quieres dejar ya de mirarte al espejo con esa cara? -dijo España con los brazos en jarra- No estás tan mal. Te ves atractivo igualmente.
- No sé yo... -dijo Francis sin dejar de mirarse en el espejo.
- ¿Cómo puedo demostrarte que estás mejor así que con aquel trozo quemado y corto que tenías antes? -inquirió el de ojos verdes suspirando resignadamente.
- Quizás, si me dijeras lo bien que me queda... -respondió el otro, desviando la mirada con fingida aflicción.
El hispano arqueó una ceja. Se olía que aquello podía ser una estrategia de Francis. Pero no estaba tampoco totalmente seguro.
- Ya te lo he dicho, te queda bien. Te ves atractivo y se puede apreciar mejor tu cara y tus ojos. -dijo Antonio. El francés sonrió y se acercó al otro.
- Así que mis ojos, ¿eh? -preguntó bajando el tono de voz un poco.
- Me gustan. Me recuerdan al mar. Y así no tengo que apartar un poco tu pelo para verlos mejor -dijo Antonio perdiéndose en los ojos del francés y haciendo un gesto con la mano como si le apartara pelo de la cara- Antes, a veces, tenía que apartar el pelo para verlos.
Francis agarró la mano de Antonio, que estaba cerca de su cara y la besó en un par de ocasiones, cariñosamente.
- Vaya, es muy amable por tu parte intentar halagarme así. Se te da realmente bien, mon amí -dijo Francis sonriendo ligeramente.
- Pero es que es verdad. Me gustan tus ojos. No lo digo por decirlo -dijo Antonio devolviéndole una mirada inocente.
A veces solía halagar por inercia, pero en esta ocasión no era así: El pelo y los ojos de Francis eran dos cosas que le gustaban de su aspecto físico: por una parte el cabello rubio, cuyo color podía recordarte al del oro, sedosos y con un olor agradable. Por otra parte, los ojos azules como el mar, que de vez en cuando dedicaban una mirada profunda que te permitía perderte en ellos.
El galo miró anonadado al hispano, aún agarrando su mano entre la suya. ¿Cómo lo lograba? En un momento estaba normal y al siguiente lograba encenderlo. Entrelazó los dedos de la mano que sujetaba y lo empujó hasta chocar con una pared, besándolo. El de ojos verdes había apoyado la otra mano en el hombro de Francia, por si debía sujetarse en caso de que perdiera el equilibrio. El rubio se separó un poco, hablando con un tono bajo y sexy.
- Podrías enseñarme cuánto te gustan mis ojos y mi nuevo corte de pelo de nuevo, ¿no? Creo que estoy casi convencido.
- Qué excusa más pésima para besarnos de nuevo. Pensaba que eras más bueno inventándolas -dijo Antonio después de reír un poco.
Acalló el intento de réplica del galo con otro beso que se volvió cada vez más apasionado con el paso de los segundos. Antonio rodeó con sus brazos el cuello del francés, por si quisiera apartarse pronto impedirlo, movió la mano y de repente lo único que agarró fue aire. Abrió los ojos de inmediato y frunció un poco el ceño, apartándose de los labios de Francis, que se quedó totalmente desorientado.
- ¿Qué? -preguntó mirándole a los ojos, percibiendo que el otro parecía contrariado.
- No puedo hacer esto. -dijo España sin cambiar un ápice su expresión.
- ¿Que no puedes? ¿Es que alguien te lo ha prohibido? No dejes que te prohíban nada -dijo Francis sin entender muy bien a qué venía aquello.
- No es eso. -replicó Antonio- Tu pelo. No puedo agarrarlo con la mano como siempre. Me corta el rollo.
Francis se quedó mirándolo atónito mientras Antonio lograba zafarse de las manos del galo, que estaban rodeando su cintura.
- ¡Pero si me habías dicho que me quedaba bien! -dijo indignado.
- Y te queda bien, pero... -empezó dubitativo el otro- Pero no puedo agarrarme a tu pelo y no puedo seguir. No me gusta si no puedo agarrarme a él.
- Que estás teniendo un momento íntimo conmigo, no con mi pelo -volvió a exclamar indignado. No podía creer que Antonio siguiera en sus trece. ¡Que lo iba a dejar a dos velas!
- Ya lo sé, pero no. -dijo España aún contrariado- Hagamos una cosa, -se acercó bastante de nuevo al francés, el cual empezó a tener esperanzas de que al final la cosa avanzara. Antonio le dio un beso corto y se quedó mirándole fijamente, hablando a media voz- cuando te crezca un poco el pelo y yo tenga donde agarrar...
- Hay otros sitios que podrías 'agarrar' -interrumpió el otro, algo alelado por la cercanía y el tono del hispano.
- No seas tonto y déjame acabar -dijo Antonio riendo un poco- Cuando eso ocurra, puedes venir a buscarme y te acabaré de demostrar lo mucho que me gusta ese corte de pelo.
- ¿Eeh? ¿E-en serio? -preguntó Francis, al cual se le había dibujado una sonrisa ligeramente pervertida. España afirmó con la cabeza. ¿Antonio iba a demostrárselo? ¿Y por qué no ahora? Se fijó en la sonrisilla que el hispano había dibujado en su rostro y esa última pregunta volvió con mucha fuerza. Le tenía tantísimas ganas ahora mismo- ¿Y por qué no ahora?
- Lo bueno se hace esperar, amigo mío -dijo sin perder aquella sonrisilla superior del rostro. Se acercó a los labios pero no lo besó, se apartó y se marchó por donde había venido.
Francia estaba estático, sonrojado y aún con la sonrisa en el rostro. Se fue corriendo al espejo y se miró el pelo a la vez que se pasaba la mano por él.
- Vamos crece... crece rápido... Crece yaaaaa -murmuró impaciente.
Hoy Antonio se había escapado pero, la próxima vez que se encontraran, no iba a correr la misma suerte. Nadie lo provocaba de aquella manera y luego se iba de rositas. Iba a ser la mejor demostración de su vida.
Este fanfic empezó como un simple capricho. Unas ganas personales por escribir algo con Francia y España tonteando y enfadándose, etc. Yo lo llamaba, mi caprichito y bueno... empecé a escribir y escribir... Mi "caprichito", en realidad, se ha convertido en un señor caprichazo xD Tanto que ya le voy a dar final y, viendo el número de páginas, me he decidido a publicarlo.
Comentar que hay poco FranciaxEspaña en fanfiction en castellano, vengo a animar ese pairing *?*
También que el título, después de muchos problemas, se ha quedado en este. He de decir que expresa bastante lo que quiero que el fanfic transmita: Por muchas peleas que tengan, o por bizarras que sean las situaciones, siempre acaban regresando el uno al lado del otro.
Y por último que el fanfic funciona de la siguiente manera. Se sitúa una fecha y se plantea una situación. Así se desarrolla todo y empieza desde muy lejos y llega hasta temas muy, muy actuales. También decir que el primer tramo está situado poco después de la quema de Juana de Arco (persona clave en la historia francesa), el segundo tramo no lleva referencia alguna histórica.
Espero que os guste. Y si os gusta, dejad review o Francia vendrá a por vuestras regiones vitales y España os robará todos los tomates, uuuh~~
Un saludo~
