Disclaimer: Los personajes que aparecen en la historia (sin contar a Ayzur) pertenecen a George R.R. Martin.

Aclaración: es posible que tenga una visión muy romántica y humana de los Bolton que se irá viendo. Si te empacha o disgusta te pido disculpas por adelantado, aunque en la variedad está el gusto :P


Capítulo 1: Siempre.

Allí siempre hacía frío, siempre. Aquella palabra parecía marcar su destino. En su vida el orden establecido, siempre por personas más poderosas que ella, era inquebrantable, inamovible e inmortal. No era más que un peón que se podía sacrificar llegado el momento en aquel juego.

Ayzur se revolvió entre las pieles de su lecho. No quería despertarse, ni levantarse, quería seguir durmiendo. Por más que se revolviera en la cama seguía haciendo frío. Ella había nacido en los cálidos parajes de Dorne, no obstante, ahora vivía en el norte, en la fortaleza de un familiar que, aunque era cercano, ella sentiría siempre como lejano. Lo había conocido demasiado tarde como para tenerlo cariño, además él tampoco había hecho mucho por ganarse su afecto, aunque ella le hubiera otorgado más que eso. Si era sincera, nadie de aquel lugar había hecho nada para ganárselo más allá de la señora y el heredero de la casa. Quizás, para ser un lugar tan frío era demasiado. Quizás, por ser una bastarda era excesivo.

Ella era hija de un hermano descarriado del señor y seguramente de una puta, o eso era lo que le decía su señor tío cada vez que alguien sacaba el tema. Tenía los ojos violetas, como si de una Targaryen o una prostituta de una casa de placer de Lys se tratase. Seguramente su madre era lo segundo. Ayzur era una joven de rostro fino y de cabello tan azabache como una noche sin estrellas, como lo había sido el de su padre, aquel padre que la había llevado allí con la esperanza de que alguien la cuidase tras su muerte. Aunque, ¿A quién la importaba en aquel lugar su historia? La chiquilla sabía la respuesta, no obstante, siempre le daba pavor decirla en voz alta.

Ayzur era joven y hermosa, no bonita como su padre le había dicho que era su madre. Ella era hermosa y elegante, un regalo para la vista de muchos de los señores que habían pisado aquel lugar, y la habían contemplado, aunque fuesen sólo unos instantes. No obstante, no muchos señores pisaban aquel lugar, la experiencia le decía que su tío, Roose Bolton, no era muy dado a las visitas, y si lo era, a Ayzur no le interesaba, ¿O quizás sí? Se volvió a revolver en la cama. Ansiosa, se abrazó a su almohada y se imaginó en el torso de un amante imaginario que siempre se tornaba en el mismo hombre. Aquello la avergonzaba. Siempre sentía como su piel se ruborizaba al imaginarse en aquella situación.

La luz aún no se filtraba por las ventanas, así que no había amanecido, pero el sol allí era débil y enfermizo. Nada que ver con el sol de su infancia que había tostado su piel en más de una ocasión. Al llegar al norte, su piel se había vuelto blanca, demasiada para su gusto y se había prometido que algún día volvería a Dorne a tumbarse bajo el sol como un lagarto. Domeric también se lo había jurado, pero aquello se debía más al deseo por complacerla que a que se tratase de una verdad. Aunque, ya era bastante para ser una bastarda. Le gustaba a su primo, y ella no era tan estúpida como para no percatarse de ello. No obstante, hacía tanto tiempo que no se veían que Ayzur sabía que su primo ya habrá olvidado todas aquellas promesas, y si las no las había olvidado, su señor padre ya se las quitaría de la cabeza. Eran simples locuras de chiquillos, del niño que había partido para convertirse en hombre y de la niña que había llegado a ser mujer oprimida entre muros. Si no hubiera sido una bastarda, hubiese sido de alguna utilidad para su tío. Era demasiado hermosa, demasiado elegante, materia de gran señora. Podría haber llegado a ser una pieza clave en los planes de Roose, pero había nacido bastarda, del vientre de una concubina o algo peor. Así pues sabía que acabaría siendo de la misma calaña de su madre, calentando la cama de algún noble, como moneda de cambio, o en la cama de su primo, clavando sus ojos violetas en sus ojos de luna sucia, en su alma… Domeric no era como su padre. Ese era el problema, jamás sería como su señor padre. Demasiado dulce para ella, demasiado correcto, además, aquello era una ñoñería de niños. Domeric ya la había olvidado, o eso pensaba ella.

Se deshizo de las pesadas pieles que la cubrían, no podía seguir dando vueltas en la cama. Sentía que algo no iba bien. Los ladridos de los perros de caza empezaron a rugir, incluso antes que el gallo. Alguien había llegado al lugar, y por los relinchos de caballo y los sonidos que el animal emitía debía de ser un corcel desgastado y cansado. Se hizo una trenza de espigas y se vistió con velocidad. Quería enterarse de quién era ese hombre y, si era posible, entender el por qué de su malestar.

Salió de sus aposentos y pasó por la puerta de los de su tío, intentando hacer el menor ruido posible. Sin embargo, parecía como si el mismo fuese omnipresente en aquella fortaleza, cómo si supiese sus movimientos en todo momento. La gruesa piedra parecía transparente para el Lord de Fuerte Terror.

-Ayzur – una voz suave la llamó en la oscuridad. Aquellos ojos pálidos eran inconfundibles.

-Lord Bolton – la joven hizo una reverencia en la oscuridad de aquel lugar, únicamente iluminado por débiles velas que apenas producían más que un leve resplandor.

-¿Qué haces despierta? – se acercó a ella con paso leve.

-Alguien ha llegado… y falta poco para el amanecer. Lady Bethany querrá su baño listo para cuando se levante – fue lo primero que se le pasó por la cabeza. Era la doncella de su tía, ¿Qué mejor excusa tenía que aquella para andar a deshoras por la fortaleza de su tío?

-Eres curiosa, como lo era mi hermano, quizás eso fue lo que le llevó a partir de aquí – continuó andando hacia delante –, pero una pésima mentirosa – sonrió. Ayzur sólo le veía sonreír cuando la tiraba por tierra, si es que aquello se le podía llamar sonrisa. Tenía los labios demasiado finos como para haber sonreído nunca.

-Yo… - Ayzur se quedó parada en la oscuridad.

-Es un mensajero de Lord Redfort – se giró con su capa rosa en la oscuridad para mirarla a los ojos–. Quizás esto no sacie tu curiosidad, así que si quieres ver de qué se trata, ven conmigo – susurró lo último y el vello de la nuca de Ayzur se erizó. ¿Por qué la invitaba a ir con él? En otro momento la hubiera mandado lo más cortésmente posible a sus aposentos.

Se colocó a su lado y se puso erguida como si se tratase de la señora de la casa. Había nacido con el nombre de Ayzur Arena, se lo habían cambiado al de Ayzur Nieve al criarse allí, pero ella se comportaba como una noble. Nadie le había dicho que actuara de manera contraria. Aquello sólo era un nombre.

Llegaron a la sala de audiencias, en donde el maestre Uthor y algunos de los hombres de Lord Bolton aguardaban junto al mensajero junto a un gran fuego bastante agradecido en aquella parte de poniente. Todos la hicieron una reverencia al entrar y el mensajero, un chico pecoso y demasiado enclenque se refirió a ella como Lady Bolton al inclinarse. Ayzur se sonrió y pensó que quién creería aquel niño que era ella.

-Es la hija natural de mi hermano – dijo Roose Bolton al entrar en las estancias y ver el espectáculo que estaba dando aquel chiquillo.

-Disculpadme, mi señor. Yo no… - dijo inclinándose una y otra vez. Aquel chico no debía de tener mucha experiencia con grandes señores, ni siquiera con nobles.

-No tiene importancia – dijo clavando sus ojos fríos como el hilo en él -. ¿Qué me traéis a estas horas?

-Un carta… - comenzó a decir rebuscando en su jubón sucio - … de vuestro hijo, Domeric – la sacó con las manos sudorosas. La carta estaba demasiado sucia, pero tenía el sello lacrado rosa de la familia.

-Domeric – susurró. Ayzur juraría haberle visto pegar un respingo, como si su hijo hubiese estado olvidado en todo ese tiempo y ahora volviera de entre los muertos. El maestre cogió la carta y leyó en silencio, como si el Lord fuese incapaz de ello.

-No os preocupéis, mi señor – dijo el maestre –. Sólo dice que vuelve junto a nosotros, es de suponer que ya se encuentra de camino.

Roose miró al mensajero con frialdad. Sus ojos jamás contaban todo lo que se le pasaba por la cabeza, no como los de Ayzur, demasiado expresivos y casi siempre tristes.

-Dejadnos – ordenó el Señor. Todos le obedecieron –. No, Ayzur. Tú, quédate.

Cuando estuvieron solos, Roose Bolton ordenó a su sobrina que le sirviera una copa de vino que había en una mesa olvidada en aquel lugar. Su sobrina se lo trajo y este se lo ofreció al mensajero, que bebió sin pensárselo dos veces.

-Sospecho que hay un motivo más prosaico para que traigas esa carta a caballo – dijo con frialdad.

-No, mi señor – dijo moviéndose nervioso. Bolton era un ser que, a pesar de su aspecto, podía llegar a intimidar demasiado con su mirada. Miró un momento de reojo a la joven, que se sentía demasiado fuera de lugar con aquella situación.

-¿Por qué no enviar un cuervo? ¿Quizás se deba a que tienes otra carta que entregar? ¿Otra carta que mi hijo no quiere que lea? – le preguntó con suavidad y lentitud, como si aquel muchacho no pudiera llegar a comprender sus palabras.

-M-mi señor – tartamudeó.

-¿Por qué tartamudeas? ¿A caso me ocultas algo? – preguntó sin elevar la voz.

-Vuestro hijo me dio una carta para… para su prima – confesó con voz trémula. Los ojos de aquel hombre daban más pavor que el cuchillo de desollar que casi siempre colgaba de su cinturón. El chiquillo la rebuscó nuevamente entre sus prendas y se la dio. Estaba aun si cabía más arrugada que la anterior.

-Ni siquiera eres mensajero, sólo te las dio para que no sospechara de esta carta. Pero, no te preocupes, sabemos cómo tratar a los mentirosos aquí – seguía sin levantar la voz, aquello si que le daba escalofríos a la joven, y sólo pudo pensar en que los ojos de aquel muchacho sólo sabían reflejar miedo.

Unos guardias entraron y se llevaron al muchacho, que sólo sabía gritar y suplicar, a aquel lugar en la fortaleza que albergaba tales horrores que helaría hasta al corazón más frío, pero es que el corazón de los Bolton era puro hielo.

Lord Bolton leyó la nueva carta en silencio. Sus ojos escudriñaron el papel varias veces antes de lanzarla al fuego: - Mi hijo sigue encaprichado de ti, espero que no te acerques a él – no le hizo falta levantar el tono de voz ni arrugar el rostro para amenazar a la joven –. Largo.

"Cómo si él fuera el que me importa" dijo mientras salía de las estancias con lágrimas en los ojos. Siempre sería así, igual que el frío en el Norte.


Por fin se acabó. Como yo siempre digo: "con esto y un bizcocho, nos vemos mañana a las 8".

Espero que me comentéis que os parece. Muchas Gracias por leer, Chiquibabies. ;)