Fanfic no. 2
Un fic de tu OTP con un final triste
(No creo haber obtenido el final triste) (Alugra es lo más cercano a una OTP)
Fanfic con dos capítulos

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Hacia la eternidad

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Era como si las cartas se volteasen. Todo juego, toda carta ahora se volteaba en su contra.

Es que parecía que Dios se había cansado de uno de sus peones y ahora quisiese deshacerse de ella.

—Dos pelotones más han caído al Noreste de Inglaterra —informó con ímpetu el sargento que llevaba la información.

Integra ya no fumaba su cigarrillo, sino que ahora mordisqueaba discretamente el extremo que tenía entre sus dientes. Permaneció de pie frente al escritorio.

—Se suman a los nueve que cayeron esta mañana y a los cinco de ayer —dijo, con un leve tono de lamento. —Miró al hombre frente a ella, quien comprimía en su rostro la preocupación.

No parecía justo que sus hombres murieran en esa lucha de poderes. Pero no la defendían a ella, defendían a Dios. Pero también en Dios confiaban los hombres de Iscariote XIII.

Ellos se habían levantado con la fuerza que la Iglesia Católica tenía desde los tiempos del Emperador Constantino. ESA peleaba como bárbara, mataba a sangre fría, exigía respeto y lo obtenía desde hacía mil setecientos años.
Era una verdadera pandemia. Te volvía loco y te sentenciaba por razonar sobre sus ídolos. Chupando todo lo que pudiese. Amansando a sus fieles para sumirlos en la miseria con la esperanza intangible y falsa de un maravilloso paraíso que proveería riqueza solo sí en la tierra te dejas montar por ella.

Como toda su vida, ella dudó de Dios por breves segundos. Masticó con ahínco el tabaco triturado, eso evitaba que vomitase la cólera que le estaba consumiendo las entrañas.

—Has que las tropas restantes retrocedan —dijo con su voz armoniosa de mezzo-soprano. Siguió: —Todas las tropas.

El soldado tragó saliva.

—Mi señora, eso significa que nos rendimos —apuntó el soldado, aun más rígido que antes.

La oficina de la señorita Hellsing estaba iluminada, hasta que un fuerte ruido sacudió la tierra; las luces parpadearon. El soldado tastabilló al correr al lado de Integra, tomando sus manos para que ella no resbalara… luego las luces se recuperaron tenuemente.

—¡Ha sido un ataque sorpresa! —bufó molesto el soldado.

—Lo temía —musitó Integra, compartiendo el enojo del militar. Su entrecejo se frunció y mordió aun más el cigarrillo. —¡Rápido, has cumplir la orden que te di!

Vio como el hombre le hizo la señal de respeto con la mano en la frente, para luego salir presuroso de la oficina.

Quieren mi cabeza, pensó.

Desde la ventana se notaba como el caos se divertía con la ciudad inglesa. Ni la misma Corona pudo hacerle frente.
Esto no era la Primera Guerra Mundial, esto era mucho peor.

El ruido de las bombas abriéndose camino para llegar a Hellsing provenía de muchas direcciones.
Las casas acabadas solamente expiraban humo.

—Como siempre, el vaticano pasando sobre los demás para cumplir sus objetivos. —Había amargura y crudeza en sus palabras. Entornó sus azules ojos sintiendo la vida de sus conciudadanos ingleses. No, de toda Gran Bretaña.

Escupió el tabaco que se había vuelto migaja en su boca, se limpió con el dorso de su guante derecho mientras salía vehemente de la oficina.

Iré a la terraza y me entregaré.

—¿Vas a rendirte? —La voz grave le habló desde atrás.

Ella se sobresaltó pues en verdad estaba pensando seriamente.

—¿Qué haces acá?

—Escuché la retirada.

En la terraza, se miraron frente a frente.

—Esa orden es para los soldados, no para ti. Debiste cubrirlos mientras se iban.

—No fue necesario. Cuando los hombres están aterrados son capaces de cualquier cosa. Les vi defenderse con valor.

Ella le dio la espalda. Sacó un nuevo cigarro. En medio de la tenue oscuridad se vislumbró una pequeña chispa; Integra inhaló el humo, guardó el encendedor y, como si el humo fuese un canalizador, exhaló por la nariz.

Si, la oscuridad era tenue, pues las llamas le brindaban un calor especial a la noche. Pronto el bosque que servía de frontera para las instalaciones Hellsing empezó a arder con esas poderosas llamas naranjas y doradas.

—Entonces, fue un desperdicio de humanos el que enviaste a morir durante estos cuarenta días —sentenció Alucard, caminando al lado de su ama.

Ella no respondió, dio otro sorbo a su cigarro.

—Eso mancharía la imagen que tengo sobre ti —Alucard mantuvo una leve sonrisa, permaneció mirando la fogata que era, ahora, el bosque.

—Nadie me ha atrapado escondida como una rata ¿Entiendes? —dijo en tono alto, resuelta. Arrojó el cigarro.

Alucard tiró la cabeza hacia atrás y lanzó una carcajada ruidosa y molesta.

—Eso lo dudo —dijo. Y ella siguió la mirada que él hacía a su alrededor: las llamas la buscaban adelante como por atrás de la mansión.

Integra mordió su labio superior. Sentía la boca amarga, seguro la bilis estaba escurriendo.

—Y tú quieres seguir siendo humana —se burló.

Integra hizo caso omiso de las palabras de la bestia, pues sabía que nuevamente él daría aquella opción cuya respuesta se negaba a aceptar.

—Nadie me atrapará, pues estás aquí y ya sabes cual es tu trabajo, vampiro. —Ella se cruzó de brazos. Sus propias palabras le aliviaban un poco.

Alucard no contestó. Paso a paso llegó al borde de la terraza y tomó asiento en el suelo, recostándose en el pequeño muro que los resguardaba de la orilla.

—Cuando yo esté muerta, tú serás libre, Alucard —reflexionó la señorita Integra, aun mirando las llamas que se tragaban los verdes árboles, cada vez más cerca.

—Si no es que me atrapan y me utilizan para hacer experimentos —dijo, mirando el suelo.

—Como si te dejaras atrapar tan fácil —ella dio una leve sonrisa, le miró.

Alucard levantó la cabeza, con la mano derecha bajó sus gafas.

—¿Eso crees? Heme aquí, contigo —sonrió. —Pero tienes razón, no me dejaría atrapar tan fácil por cualquier basura… tiene que ser una basura superior, una basura digna. —mantuvo su sonrisa y la vista en ella.

—Así que soy una basura…

—No eres basura —musitó.

Ahora las llamas eran bastante ruidosas, su calor estaba más cercano. Alucard se puso de pie y dio unos pasos hacia Integra. Las flamas voraces se reflejaban en los ojos de ambos.

—¿Ahora aceptarás que te otorgue la eternidad, o quieres ser una pieza de carbón?

—Sabía que lo preguntarías, aun ahora. —Integra dio una sonrisa ladina pequeña. Caminó hacia el centro de la terraza, Alucard le había seguido con su amplia sonrisa. —Vampiro Alucard, ayúdame a mantener firme la organización, las creencias de mi padre… pero promete que después tú mismo me destruirás.

Alucard se quitó las gafas, se inclinó, tomó la mano derecha de Integra y la besó cerrando los ojos. Sonrió al recuperar su posición erguida.

Entre sus manos tomó el rostro de Integra, quien frunció el seño.

—No dudes ahora —dijo el vampiro.

Ella no cerró los ojos, es que si los cerraba tal vez su consciencia le reclamaría en la oscuridad. Él acercó su rostro hacia el cuello de Integra, mirando los ojos azules de ella, que se habían clavado en un punto del cielo acalorado. Alucard sonrió cerca del cuello, pues disfrutaba cumplir el tan alocado anhelo.

—No —dijo presurosa. Sus dedos tenaces en los brazos de Alucard.

El sujeto deformó su sonrisa y frunció el seño. Subió el rostro para encararla.

—No. Solo tuve miedo —dijo ella, mirando los ojos rojos.

—No me asustes —musitó, cerrando los ojos y retomando la sonrisa.

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