Los personajes de Ranma ½ pertenecen a Rumiko Takahashi y los de Un cuento de navidad (A Christmas Carol), a Charles Dickens, autor de numerosas obras de arte como Oliver Twist o David Copperfield. Su historia navideña se nutre año a año de nuevos homenajes en forma de películas, cuentos, menciones, citas, etc. A continuación una más que pretende, pese a todo, mantener un mínimo de originalidad.

Un cuento de Navidad en Nerima.

Primera parte: El inicio de la tristeza.

Hola a todos. Mi nombre es Ranma Saotome, tengo diecinueve años y un secreto que contaros. Hoy por fin, he juntado el valor suficiente para confesarme…otra vez. Alguno de los que me está leyendo, seguramente pensará: "¿Y qué? ¿Si confesarse es lo más bonito y fácil del mundo? ¿Por qué nos lo cuenta a nosotros? ¿No sería más fácil y rápido ir a buscarla ya y soltar de una vez todos los sentimentos atorados durante años en la base del estómago?"...Supongo que sí, que tenéis razón…pero…, estoy nervioso, ¿vale? Ya llevo tres años dándole vueltas al asunto. Tanto, que la maldita confesión luce gastada y polvorienta en mi corazón. La he repetido tantas veces en voz baja que por momentos siento que se lo he dicho infinitas veces. El problema es que ella lo sabe. Seguro que lo sabe. Pero es muy terca para admitirlo. Creo que es por culpa de Happosai. Casualidades del destino o no. El viejo incorregible estiró la pata al día siguiente de arruinar nuestra boda. Todavía recuerdo perfectamente la escena. Ese día me desperté más temprano que de costumbre. Quería aclarar las cosas cuanto antes con ella. Evitar toda distracción, ir directamente al grano y decirle que sí la quería, que me daba igual cuántas veces se estropearan las cosas, yo estaba dispuesto a intentarlo una vez más, hasta que por fin pudieramos vivir una vida normal. Toqué dos veces la puerta de su cuarto más o menos a las cinco de la mañana. Extraño, no respondía nadie. No es que soliera espiarle a menudo pero sabía perfectamente que el sueño de Akane era ligerísimo. El más mínimo ruido le provocaba un despertar de tan mala hostia que solo se solucionaba con un buen chocolate caliente o un mazazo en mi cabeza. Decidí golpear un poco más fuerte cuando, de pronto y antes de llegar a hacerlo, advertí un hecho singular. El patito decorativo de su puerta no estaba. Entré a su cuarto…estaba oscuro pero de una manera diferente. Una oscuridad fría como de ausencia y resentimiento. Muy diferente a la cálida oscuridad que solía envolver su cuerpo. Aquel que yo solía imaginar caliente y acolchado, cuando de vez en cuando emulaba a Happosai espiando por la mirilla. Esta vez tampoco se veía nada pero mi imaginación hormonal no se disparaba ni mucho menos. Por el contrario temía encender la luz. Aquella fría vibración que recorría mi columna vertebral me daba a entender muy bien con qué tipo de paisaje me encontraría. Además…mis pies descalzos estaban húmedos. Señal inequívoca de que estaba pisando un fluido humano. Intenté iniciar una discreta retirada mientras de improviso las luces iluminaron el cuarto entero. Los ojos de Kasumi, fue ella quien le dio al interruptor- no daban crédito a lo que veían. Su habitación estaba desierta. Nada, ni muebles ni objetos personales, permanecían ya salvo el traje de novia pisoteado y hecho un ovillo en un rincón, e infinitas pelotillas de papel que, húmedas e informes, estaban dispersas por toda la sala. Había llorado hasta la saciedad. Lo suficiente como para regar el cuarto entero con sus lágrimas y formar un pequeño charco en su centro. Y luego, antes de que yo llegara, simplemente se había ido…Por primera y última vez en mi vida oí a Kasumi decir un taco…bueno, varios de ellos. Y todos referidos a mi titubeante persona. ¿Era mi culpa? Pero si yo quería arreglar todo. ¿Acaso no me había levantado a las cinco de la mañana para eso? ¿Realmente era tarde para decir lo que sentía?

Salimos todos a buscarla. Nadie había oído el sonido de un coche o camión. Por muy fuerte y cabeza dura que fuera, ¿cuán lejos podría irse arrastrando todas sus cosas a pie? Kasumi decidió a último momento quedarse en la puerta de entrada por si volvía. Nabiki se dirigió al instituto Furinkan. Soun se dedicó a vagar por cuanta callejuela y callejón oscuro se le ocurrió y papá se ocupó de ir a pedirle ayuda al resto de la pandilla. Por ese entonces poco me importaba pero de Happosai, ni noticia.

Yo fui al único sitio que mi alma me decía que podía dirigirse una Akane destrozada. Con el doctor Tofu. A mitad de camino, efectivamente, avisté la tragicómica escena de una Akane-hormiga arrastrando sobre si, cincuenta veces su peso. Marchaba con extrema lentitud pero sin detenerse. Si daba pena de solo verla a cualquier testigo extraño, imaginaos los que sentí yo, que la amaba…y según parece, era el culpable de aquello.

-¡Akane! -grité-. ¡Akane!

Era vísperas de Navidad como ahora. Quizá por eso, nos interrumpió la voz de un chiquillo que chillaba desde un balcón: "Mirá, mamá, Papá Noel es una chica muy fuerte que no usa trineo".

Akane siguió su cansina marcha sin hacerme caso a mi ni al pequeñajo ingenuo. Aún así, a pesar de la ingenuidad del niño, no pude deshacerme de la idea de que yo era un Grinch horrible que arruinaba navidades y bodas por igual. Sí, eso mismo. ¡Yo era el Grinch de las bodas! Un patético hombrecillo que no era capaz de vislumbrar la magia del amor ni lo sería jamás. Un futuro viejo amargado más que se burlaría de los jóvenes que aún creen en la mentira de la navidad y más ridículos aún, en la falacia del amor. ¿En eso quería convertirme? No, y sin embargo…a eso mismo iba. Desde luego Akane no me perdonaría nunca y yo no me sentía capaz de enamorarme de otra. Era el fin del amor para mi. Más importante aún, era el fin para ella si no hacía algo. Aunque sea, disculparme por mi estupidez. Hacerle ver que yo también sufría por la situación.

-¡Akane! ¡Por favor! Hablemos.

¿Hablemos? ¿Qué estupideces estaba diciendo si nunca nos comunicábamos de verdad? ¿A santo de qué íbamos a empezar ahora?

Akane confirmó mi autoreprimenda con voz agria.

-Ya es tarde, Ranma. Muy tarde.

Tenía razón. Ya estábamos frente a la puerta del doctor Tofu. No era tiempo de palabras, sino de acciones.

-Yo…yo todavía quiero casarme contigo.

Akane intentó negarse con la cabeza y tocar a la puerta de la consulta pero justo antes se le abrieron los ojos, rojizos y ojerosos, de par en par. Yo me había quitado el abrigo.

-Todavía lo llevas puesto.

-Sí, no me he quitado el smoking. Todo lo que pasó desde ayer a la tarde para mi ha sido un simple retraso, y de ninguna manera una interrupción.

-Pero…si hemos ido juntos al instituto. Pensé que te habías cambiado.

-No, tan solo lo he tapado con otra ropa. No pienso quitarme esto hasta que estemos casados de verdad.

El enorme saco con sus pertenencias cayó al suelo.

-Ranma…yo… -me rodeó el cuello con los brazos-…yo también quiero ca…

Y ya no dijo más. Detrás de mi, estaba el doctor Tofu quien nos había oído y había abierto la puerta. En rigor su presencia, no era suficiente interrupción para detener su confesión, pero sí su aspecto. Estaba demacrado. Los ojos aún más rojos que los de Akane. Y las ojeras delataban que se había pasado la noche entera trabajando sin descanso.

-Chicos, no sé cómo os habéis enterado tan pronto. Pero ya es tarde. El maestro Happosai ha muerto hace instantes.

Este es el primer capítulo de una historia que contiene siete en total. La idea, si no hay imprevistos es publicar uno nuevo cada día hasta acabar el fic justo antes de Navidad. Usualmente no me gusta pediros que comentéis. Pero este es un caso especial. ¡Pronto será Navidad! Y realmente me interesa saber si os va gustando. Un saludo a todos y que paseis felices fiestas.