Odd miró con timidez a la muchacha. La había visto una y mil veces, y aunque sabía que ella no lo quería, no podía evitar mirarla de aquel modo. Recuperó la compostura (si a su habitual comportamiento se le podía llamar así) y le dijo, carraspeando:

-¿Nos vamos, Aelita?-dijo con una voz dulce, que solo ponía cuando hablaba con ella.

La chica asintió. Salieron corriendo, ansiosos por llegar a la cafetería. Sus amigos los esperaban. Ulrich, un muchacho de pelo corto y castaño, los miraba distraídamente apoyado en el tronco de un árbol. Jeremy sonreía y tenía sus ojos marrones posados sobre Aelita. Yumi, una chica un año mayor y algo más alta, pasó una mano por su largo cabello corvino y les brindó una cordial sonrisa.

Aelita los saludó con la mano y se acercó a Jeremy con rápidas zancadas. Se quedó a su lado, como un cachorrillo que espera una caricia de su amo. Odd los miró, no sin cierta pena, que evitó que se notara en su rostro.

-¡Vaya, veo que alguien no ha dormido bien!-exclamó Yumi, mirando a Odd.

Tenía toda la razón. Tenía unas terribles ojeras amoratadas clavadas en su rostro, sus ojos dorados habían perdido su brillo y tenía la espalda ligeramente encorvada.

-Sí, no ha dormido en las últimas cuatro noches-dijo Ulrich, con la voz reseca.-Y para colmo, me ha despertado cada hora.

-¿Estás bien?-preguntó Jeremy, preocupado.

-Sí, es solo que...-Odd agitó la cabeza. -No es nada. Nada por lo que preocuparse.

Salió corriendo, antes de que nadie pudiera decir nada, en dirección a la cafetería. Sus amigos se miraron, preocupados.

-¿Qué creéis que le pasa?-preguntó Jeremy.

-Nada, solo está cansado. –restó importancia Ulrich, agitando la mano y mirando de reojo a Yumi.

-No lo creo. Nunca había visto a Odd así. Siempre ha sido el payaso del grupo, y ahora parece que está medio muerto. Está más pálido; ¿no lo habéis notado?

-Yumi tiene razón-sentenció Aelita.-Deberíamos intentar averiguar qué le pasa.

Los tres muchachos miraron a Ulrich, que suspiró.

-Vale, hablaré con él.

.

Odd entró en la cafetería. Tomó una bandeja, Rosa le sirvió el menú y se sentó en la habitual mesa del grupito.

Estaba agotado. Las pesadillas eran cada vez más reales, y sentía como si algo le oprimiera la cabeza con una fuerza atronadora. No quería decirles nada a los demás por no preocuparles. Además; no tenía respuestas que darles. ¿Qué le pasaba? Ni el mismo lo sabía.

Hacía cuatro noches había empezado a tener pesadillas terribles, pero el tema en el que se centraban era todavía más aterrador: Lyoko.

Había pasado un mes desde que, definitivamente, él y sus amigos habían apagado el súper-ordenador. Se suponía que todo se había acabado. Pero, de repente, a él le acosaban esas pesadillas. No podía evitarlas, cada vez eran más frecuentes y más largas y dolorosas. Le rondaban incluso despierto. Eran como extrañas jaquecas que le hacían ver una imagen dolorosa una y otra vez. Le había pasado en clase, en el comedor, en su cuarto... Y así una y otra vez, diez, cincuenta veces desde ese día. No había sido un día especial.

Era otoño, hacía fresco, y estaba solo comiendo en la cafetería. Sus amigos tenían cosas más importantes que hacer, pero él no iba a renunciar a un almuerzo. En ese instante, no pudo evitar pensar en XANA. Otras muchas veces había tenido que hacerlo, para correr hacía la fábrica desesperado y salvar al mundo de la crueldad de ese malvado ente virtual. Pero ahora lo habían derrotado, y podían hacer lo que quisieran. Eran libres.

Cierto era que, al principio, sus vidas resultaban aburridas, en comparación con la adrenalina y la emoción que antes recorrían sus venas. Pero, finalmente, se habían acostumbrado a una vida lejos de XANA. Y pensar en ello hizo que Odd sintiera un escalofrío. Como una chispa.

Desde entonces, habían empezado las pesadillas.

¿Sería cosa de XANA?

-No. XANA está muerto.

Lo dijo en alto para convencerse a sí mismo. Pero su voz había sonado quebrada.