Disclaimer y Advertencias: MAGI y sus personajes no me pertenecen, son creación de Shinobu Ohtaka, excepto algunos personajillos que notaran enseguida. Este fic contiene temas como oscurantismo, hechicería, paganismo, violencia, lenguaje soez y situaciones sexuales.
Contiene spoilers del manga.
Raiting T por ahora, pero podría cambiar, advertencia antes del capítulo para que ubiquen la escena antes de la lectura en caso de haberla.
Primera Luna: Destino
Mentiría si dijera que nunca había sentido pasar el tiempo lento. Tan lento que si hubiera un reloj de arena, alcanzaría a contar cada grano que cayera. Con esa velocidad pasmada fue que tenía la oportunidad suficiente de apreciar su entorno. Casi se arrepintió al instante. El cielo surcado por los ángeles iracundos que castigaban a la humanidad, la humanidad anhelante gracias a la ingenuidad de alguno. Unos pocos con poder se mantenían frente a la mayoría, trataban de hacerle frente al pseudo-destino que habían sobrescrito. Ella era parte de eso. Y él también.
Hace mucho que había perdido la capacidad de volar, ahora se encontraba fieramente acuchillando a cualquier pobre diablo que osara cruzarse frente a ella. Posiblemente Aladdin y Alibaba no lo entenderían, pero tampoco pensaba justificarse.
Su Chiton(*) blanco se había vuelto una paleta de carmín en su mayoría de extensión. Su caraj vacío y su arco ahora ayudaba a su daga en la lucha cuerpo a cuerpo. Su cabello estaba desecho, la preciosa trenza que lo había adornado ahora se escurría por sus hombros y frente, pegándosele a la sudorosa piel, manchándose de las heridas donde brotaba sangre.
En otro momento probablemente hubiera sido capaz de competir contra un usuario de contenedor metálico, sin embargo, como su obvia pérdida de capacidad de volar mostraba, su magoi estaba prácticamente siendo utilizado para hacer funcionar su cuerpo, permitiendo que sus signos vitales no se extinguieran y ella en un arranque de terquedad había exterminado a un batallón completo con solo su arco y daga. Por eso, cuando Darius Leoxes había arremetido contra ella sintió que era el fin. Así que mientras Alloces la atravesaba sin piedad, lo único que coordinó fue buscarlo con la mirada, pareció llamarlo porque él también la miraba.
Así su cuerpo tasajeado caía en la tierra y se lamentó no haberlo escuchado cuando le advirtió lo que pasaría. La vida se le escapaba del cuerpo, lo aceptó cuando no pudo ver más y su percepción estuvo adormecida. Aceptó su muerte. No como su destino, sino porque entendió su propósito.
Probablemente lo escuchó gritar, o tal vez fue alguien más.
—Buena suerte… —el último aliento antes de abandonar la conciencia y caer en el mar de recuerdos que era su existencia, dentro de su propia alma.
Diez años atrás…
La primera vez que lo vio fue cuando conquistó en calabozo que estaba a las afueras de su villa, el día era caluroso, el cielo teñido de naranja, prueba de que el ocaso estaba aconteciendo, aun así ella seguía trabajando en su colección. Como todos los días.
A ella le gustaba pasear a recolectar cuarzos que surgían del alrededor de la elegante torre que emergía de la seca y rocosa tierra. Fue una interacción brusca al tomarla como su competencia en el calabozo. No era la primera vez que interactuaba con un contendiente de calabozo, muchos habían venido antes que él.
—¡Eh alto ahí, listillo! Me gusta coleccionar estos bonitos cuarzos y carbones que encuentro alrededor de la torre y nada más. Toda tuya si la quieres, la gente nunca regresa una vez que entra ¿sabes?—le dijo ella incómoda por la mirada iracunda de reto.
—¡Que atrevida! —masculló uno de los guardias. Ella se removió nerviosa.
—Si su interés no es el contenedor metálico entonces no es nuestro asunto, sigamos. —fue lo único que dijo el condenado hombre joven que le había metido un susto de esos de los que te hacen querer orinarte.
Ella no necesitó más, se escabulló por completo tomando sus maletas de inspección de rocas y se alejó pitando.
"Que loco"
Obviamente pensó que no volvería y ella tenía rocas nuevas así que no le importaba mucho en realidad. La gente extraña solía pasar por su hogar para poder entrar a esa torre.
Por eso cuando a los cuantos días mientras recogía más rocas y de pronto la tierra empezó a moverse mientras que la torre parecía esconderse debajo de la corteza ella pensó que era el fin. Se encontraba encaramada en una porción rocosa que surgía del muro de la torre por lo que fue arrastrada hacia abajo quedando colgada del precipicio que había dejado la repentina desaparición de la esta.
—Voy… voy a morir aquí… —por más que trataba de aferrarse con sus uñas al borde solo se resbalaba.
Sus brazos escocían, la piel se había desgarrado con los cristales, podía ver por encima de su hombro la caída de más de 100 metros que estaba bajo ella.
"Es todo. En algún momento me cansaré y obviamente caeré, no hay absolutamente nadie cerca, no avisé a nadie que estaría acá."
Estaba por la quinta vuelta a la autocompasión por su inminente muerte cuando un brillo sumamente intenso le hizo mirar por encima del hombro; ahí abajo quitado de la pena estaba ese tipo rodeado de su séquito de seguidores unos cinco tipos además de él. Montañas de oro a sus pies.
—Que cabrón… —finalmente se resquebrajó, uno de los bordes cedió bajo su presión provocando que perdiera el equilibrio. Trató de volverse a sujetar, pero sus ensangrentados y acalambrados dedos no la ayudaron mucho.
Gritó.
Gritó al aproximarse su muerte a una velocidad vertiginosa.
Que se detuvo tal vez a medio camino, cuando sintió que fue sujetada.
Y estaba flotando.
Por los mil demonios que estaba flotando con su caballero de armadura reluciente que terminó siendo el loco que había entrado a la torre.
—¿Qué crees que haces? —inquirió el joven.
—Oh nada en especial, caía hacía mi muerte. Pero has aparecido así que parece que la muerte se olvidó de mí por el momento.
Sintió su fría mirada en ella, tal vez no era el momento de tratarlo con sarcasmo pero era su manera de lidiar con la situación, así que al diablo.
Él no dijo nada. Descendieron lentamente hasta el fondo donde sus hombres esperaban.
—¡Príncipe! No tuvo que haberse molestado —dijo uno de ellos parecía tener serpientes en lugar de cabello.
—¿Y dejarla explotar contra el suelo? —mencionó tranquilamente el rescatador.
"¡¿Príncipe?!"
Bueno, pudo haberlo sospechado, aparece ataviado exóticamente con cosas lujosas y guardia personal… realmente no había pensado mucho en ello, era más que obvio.
—Pero miren, es la coleccionista de piedras. —dijo un gran hombre, bastante gordo en realidad.
—¡No soy una coleccionista! ¡Soy una alquimista! ¡Estoy en una investigación de gemología! Cuanta ignorancia. —reaccionó de pronto removiéndose de los brazos del príncipe, que la soltó por lo que cayó al suelo con nula gracia, como era propio de ella.
—Gemología… —susurró el príncipe.
—Es el estudio profundo de las piedras preciosas. —explicó ella poniéndose de pie mientras sacudía su falda.
—Sé lo que es. —repuso bruscamente mientras sacaba su espada que resplandecía extrañamente para ella.
Retrocedió asustada.
—Phenex. —una estela emanada de la espada cubrió sus brazos. Se sorprendió al notar que ya no le dolía.
—¿Eres un mago? —preguntó. Parpadeó una y otra vez observando su piel, sus uñas estaban curadas y los feos cortes de los brazos. Aunque la sangre que había emanado de ellos aun embardunaba su blusa. Mientras examinaba sus brazos algo llamó su atención.
Su maletín… destrozado.
No esperó la respuesta del joven y se abalanzó hacia un costado de los extraños hombres buscando examinar los daños.
—Debemos salir de este pozo. Toma tus cosas, nos vamos. —dijo el príncipe.
Ella odió el tono mandón que utilizó pero ni en sus más remotos sueños podría salir sin su ayuda, como pudo tomó su destartalado maletín cuando sintió que la alzaban en brazos.
El viento en su cara, su cabello agitándose y entre sus hebras pudo observar al famoso príncipe.
Tez medio clara, tal vez un poco de color debido al sol, cabello color granada, lisos formando una pequeña melena a sus hombros sujeta en un medio recogido que dejaba bastantes mechones libres y ojos afilados, astutos y de unas cuantas sombras más claras que el cabello, enmarcados por unas finas y rectas cejas que le daban algo de severidad a su semblante.
Calculaba que tenía unos cuantos años más que ella.
Llegaron a la superficie e inmediatamente la puso en el suelo.
—Príncipe Kouen, será mejor que regresemos cuanto antes. —mencionó uno de los hombres que aterrizaron justo detrás de ellos.
Ahora que los analizaba, daban algo de miedo. Tres eran mitad bestia, uno excesivamente gordo y el último apenas un flacucho normal y corriente.
—Muy bien.
Se dio cuenta que los cofres de joyas estaban siendo llevados por los hombres mitad bestia a una carreta que ella no había notado que estuviera antes.
Ahora que se encontraba fuera de peligro empezó a analizar la surreal situación.
—Mi nombre es Dorcas Malachi. —fue lo único que atinó a decir mientras inclinaba la cabeza, sin saber exactamente que hacer pero utilizando lo poco que poseía de sentido común.
—Será mejor que te vayas de aquí, niña. —dijo él. Dorcas probablemente hizo un gesto que era insolencia, ya que el tal Kouen alzó una ceja con incredulidad.
—No soy niña, ya casi soy adulta. —masculló mientras recogía su maletín y no miró atrás, corrió hacia su hogar.
Rezando, para que el hombre empacara su tesoro y se fuera de allí.
Dos días después, estaba enfrente de ella, tomando té con su padre.
—Ah, Dorcas. Te presento al príncipe Kouen, él es sobrino del Emperador Hakutoku que en paz descanse, e hijo del Emperador Koutoku, del Imperio Kou. Alteza, ella es mi hija menor, Dorcas.
Había un sin número de razones por las cuales podría estar avergonzada, de verdad. Era como si alguien hubiera tirado toda la sal de mar encima de ella.
Número uno, probablemente era la peor manera de ser presentada a un príncipe, vamos, que acababa de despertar, probablemente una cabra bañándose en el lodo se veía mejor que ella. Número dos, el señorito príncipe parecía estar a punto de delatar su expedición de piedras preciosas, lo cual acarrearía una pelea con su padre que prefería evitar. Número tres, sus hermanos y los tipos que acompañaban al señorito príncipe parecían disfrutar con su desgracia. Y número cuatro, definitivamente su cerebro y lengua no conectaban.
—Eh… Yo… ¿Hola?... —se escondió con su bata y echó a correr escaleras arriba mientras sus hermanos se partían de la risa a sus espaldas.
No volvió a bajar en todo el día.
Escuchó de Jacobe, la cocinera, que el príncipe venía representando la campaña de su tío, en misión de unificar pequeñas naciones en beneficio del Imperio. Su padre, que a pesar de no ser un soldado era un guerrero gitano, como todo hombre del pueblo. Pareció entrar en desacuerdo con el príncipe, no porque no le agradara su visión del futuro, sino porque para la gente de Gelem, ese es el lugar a regresar.
Al parecer, el príncipe se iría después de descansar esa noche.
Dorcas de verdad consideró no salir de su casa hasta que ellos se fueran, pero como habíamos comentado anteriormente, su instinto de supervivencia no es muy listo. Así que mientras la luna brillaba en el cielo ella decidió que sus cuarzos necesitaban purificarse.
El claro en la parte trasera de la villa, que era protegido por arboles tropicales pertenecientes al oasis, era el lugar favorito de la madre de Dorcas, por lo tanto, también de ella.
Las grandes rocas de la orilla le servían para inclinarse y sumergir los cristales. Era una tarea importante.
Por eso cuando Kouen surgió de entre los helechos y las palmeras, no lo notó.
—¿Qué se supone que estás haciendo? —la profunda voz del príncipe hizo saltar del susto a Dorcas que cayó al agua.
Por suerte no era profunda, así que mientras ella chapoteaba con desesperación, Kouen la sujetó de los brazos y la jaló hacia encima de la roca donde estaba antes, con la facilidad con la que alguien saca a un gato mojado de una cubeta.
Dorcas y el gato probablemente compartían la misma expresión. Notó.
—¿Cómo qué se supone que hace usted aquí? Pensé que se iba en unas horas. —dijo Dorcas tratando de no sonar grosera. Pero fracasando.
—Vaya, primero me retas, después de ocultas y ahora te indignas. ¿Son así todos los pueblerinos de esta villa? —dijo él y levantó la barbilla.
—¿Tiene experiencia tratando con gitanos, señor? —dijo Dorcas mientras exprimía su vestido, tratando inútilmente de no verse ridícula.
—Eso mismo me dijo tu padre cuando rechazó mi oferta. Aunque él sabe perfectamente que puedo arrebatarles esta tierra. —dijo tranquilamente sentándose en la roca.
Dorcas se maldijo ahí mismo. Había sido engañada por la simpleza con la que Kouen hablaba. No porque fuera confiado, sino porque parecía aburrirse de las formalidades. Y a pesar de que sabía que era un príncipe del Imperio Kou, no había realmente sido consciente de eso hasta que notó el poder que emanaba de él. Desde un principio con solo una palabra pudo haber ejecutado a todos. Tenía el poder para ello, no la autoridad, porque su villa no era parte del Imperio, pero si tenía el poder para tomarla.
—La mayoría de los ciudadanos de Gelem son errantes, son viajeros, gitanos. Suelen desparecer algunos años y después regresan con maravillosos relatos de aventuras en tierras lejanas. Nunca están los mismos habitantes, cada vez que alguien visita Gelem, sus personas son diferentes. —explicó Dorcas. Kouen la miró con atención. Ella avanzó con paso tembloroso y se sentó a su lado. —Los gitanos no pueden atarse a una nación, no tienen un rey. Y no quieren tenerlo. Tienen un jefe, claro, que es más un administrador que otra cosa. Ese es el rol de la familia Malachi.
—Así que no les interesa la seguridad de su gente, el permanecer protegidos frente a otras naciones. Es cuestión de tiempo antes de que alguien tome la decisión de invadirlos. Si no es Kou, será alguien más. —habló Kouen.
—Supongo que no tenemos el alma de un súbdito. Nos arreglamos entre nosotros. Incluso si tomas esta tierra, verás que la gente abandonará todo y Gelem renacerá en otro lugar. Entonces habrás ganado una porción de terreno, pero no la villa. —reconoció ella mientras se encogía de hombros. —Y más ahora que la torre ya no está. La gente solía venir a tratar de conquistarla, o a hacer turismo cerca de ella. Pero ha desaparecido, así que la villa estará sola por algún tiempo, y probablemente el flujo de gitanos también. —su tono de voz era vago. Como si estuviera cavilando sola, en lugar de hablar con él.
—¿Me estás diciendo que no existiría lealtad de parte de tu pueblo?
—Así es. Probablemente, no, lo más exacto sería que los traicionaríamos a la primera de cambio, si es que somos conquistados. La lealtad, igual que el respeto se gana, al menos así es para nuestra gente.
—Supongo que una negociación pacífica es perder el tiempo.
—Tal vez lo que se necesita es cultivar una relación de amistad con la gente de esta villa. Le aseguro, majestad, que una vez que sus buenas intenciones sean reconocidas por la gente de la villa no tendrán reparos en aceptar al Imperio. Eso sí, mientras el Imperio recuerde que los gitanos no son de nadie. No nos gustan los impuestos. —sonrió ella.
Kouen no sonrió. Probablemente abrumado por la honestidad de Dorcas. O tal vez su desfachatez.
Ella al notar que el silencio parecía que sería su única compañía decidió seguir con su tarea, así que extendió su colección nueva de cuarzos sobre la roca, donde la luz de luna podría bañarlos directamente.
Era una situación incómoda, podía notar la pesada mirada del príncipe Kouen sobre ella, atento a cada movimiento.
—Estoy limpiando los cristales, sus energías quiero decir. ¿Sabe que los cristales influyen en la energía del mundo? —su mirada se encontró con la de él.
—¿Esto tiene alguna veracidad? —la voz incrédula.
—Mi madre lo hacía. Cobraba por ello claro. Los gitanos cobramos por todo. Tal vez por eso la mataron.
—¿Por vender piedras?
—No. —rio. —Por vender fortunas.
Kouen sintió un escalofrío, era como estar frente al primer calabozo que conquistó, totalmente indefenso y sin una maldita idea de que hacer.
—¿Quieres que lea tu fortuna, príncipe Ren Kouen? —dijo Dorcas extendiendo su mano hacia él.
Si Dorcas tenía un plan contra él, tal vez nunca lo sabría, porque mientras tontamente tomaba la mano de ella, algo pareció cambiar en su rostro.
—¿Qué viste?
Pero Dorcas no podía decirle. Porque ni ella misma sabía lo que había visto.
—¡Príncipe, es hora de irnos! —Seishuu Ri, apareció de entre la hierba y se quedó congelado observando a su candidato a rey.
Solo así parecieron darse cuenta de los escasos treinta centímetros de distancia entre ellos.
—Voy a volver. —dijo él.
—¿No te rendirás con esta villa, verdad? —suspiró Dorcas.
—Probablemente no. —reconoció él, despreocupado.
—Ojo de tigre rojo, se parece a ti. Incluso en su significado. —puso la roca en sus manos y se alejó de él trotando. Kouen no notó cuando recogió sus otros cuarzos.
—Yo… ¿interrumpí algo? —habló Seishuu Ri algo nervioso. Kouen lo miró con semblante indescifrable.
—No. Sólo un recurso desesperado.
De camino a Rakushou anotó como prioridad leer acerca del Ojo de tigre rojo.
"Conocimiento y protección. Incrementa la auto-disciplina y el poder personal. Ayuda a ver claramente sin ser subjetivo. Brinda buena suerte y prosperidad."
Notas del capítulo:
(*)Chiton: prenda de vestir de la antigua Grecia. Es semejante a una túnica llevada tanto por los hombres como por las mujeres.
Un saludo a todos, me he decidido a incursionar en este fandom. No soy nueva lectora en MAGI y llevo al corriente anime y manga, pero esto me salió del fondo del alma. Espero obtener algún review para saber si les ha agradado. Espero subir un siguiente capítulo pronto.
¡Buen inicio de 2018!
Cariños, -kappa
