Disclaimer: "Sherlock" y sus personajes pertenecen a los legítimos creadores de la serie. No obtengo ni pretendo obtener lucro o beneficio alguno a través de esta historia.


Inexplicable

No había misterio en este mundo que Sherlock Holmes no pudiese resolver.

Había nacido para dar solución a cualquier pregunta, era un talento innato en él. Cada vez que sus avezados sentidos empezaban a recopilar pequeños e insignificantes datos sobre cualquier persona o situación, su cerebro, incansable, insaciable, comenzaba a generar teorías que siempre se correspondían con precisión milimétrica a la realidad. Por eso, su trabajo como detective asesor le venía como anillo al dedo, Lestrade podía dar fe de ello.

Y, a pesar de todo, en aquellos instantes, tenía ante sus ojos un interrogante al que no conseguía dar respuesta. Sentado frente a él, con las piernas cruzadas, el Telegraph entre las manos y una taza de té humeante sobre la mesa, se encontraba John Watson. El médico. El soldado. El ayudante de detective.

La primera vez que se vieron en el laboratorio del St. Bart's, no tuvo problema alguno para hacer una radiografía completa de su vida. Aún recordaba, con cierta satisfacción, la mandíbula desencajada de su compañero cuando le había narrado con puntos y comas su biografía. Eso era algo sencillo, pan comido, aunque no por ello menos divertido. No, en eso no había perdido su don. Lo que realmente le desconcertaba era otra cosa.

Miró a John, entretenido con algún artículo de la sección política mientras se llevaba la taza de té a los labios. En ese momento, el doctor levantó la mirada del periódico y lanzó una pequeña sonrisa en su dirección antes de devolver su atención al texto impreso. Allí estaba, una vez más, aquel tímido gesto de afecto.

Sherlock se revolvió sobre el asiento. Por más que intentara devanarse los sesos observándolo, analizando sus gestos y palabras, no podía explicar la lealtad que aquel hombre le profesaba.

Hacía pocos meses que se conocían. Hasta aquel entonces habían sido dos completos extraños, dos ciudadanos anónimos que no sabían nada de la existencia del otro, y que finalmente se habían visto unidos por la casualidad y la necesidad de compartir gastos en el carísimo Londres. Sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos, sin apenas pedir explicaciones, John Watson se había puesto a correr a su lado por las calles de aquella gran ciudad en busca de los más despiadados asesinos, no había dudado en desenfundar su arma para protegerlo frente al peligro que le acechaba, incluso había sido capaz de arrojarse como un hombre bomba sobre Jim Moriarty, dispuesto a volar por los aires si hubiese sido necesario.

Así era John. No dudaba en dejar de lado lo que estuviese haciendo nada más recibir uno de sus mensajes. No se planteaba el riesgo que pudiese correr al acompañarlo en uno de sus casos. Ni siquiera le echaba en cara tener que compartir el espacio para la leche fría con todo tipo de vísceras y miembros amputados. Y ello a pesar de sus escasas habilidades sociales, de su clara incapacidad para mostrar sus sentimientos, y de aquella lengua arrogante que le perdía la mayor parte del tiempo, y que no le generaba más problemas porque, precisamente, John estaba cerca para intentar pararla.

- ¿Estás bien? -le preguntó el objeto de su obsesión, no sin cierta preocupación dibujada en el rostro.

Sherlock sonrió, gesto poco habitual en él, salvo que acabase de resolver un dilema, y asintió con la cabeza.

Ya era hora de dejar a un lado a su cerebro en este asunto. John era su amigo. El único que tenía. El único que había tenido. Probablemente, el único que tendría. Eso era lo que importaba, y no tenía por qué buscar más explicaciones.